La primera está concluida, la segunda nos ocupará toda la vida.

La obra de Dios tiene dos pilares: una obra objetiva y una obra subjetiva. Todos sabemos, por la palabra del Señor, que Dios ya ha realizado su obra en la persona de Cristo Jesús. Lo que Dios tenía por hacer, ya ha sido hecho en su Hijo Jesucristo.

En Cristo y con Cristo

En el Nuevo Testamento, nos encontramos siempre con las frases: «En Cristo … con Cristo … por medio de Cristo … juntamente con Cristo». Ellas hacen referencia a que Dios ya realizó una obra en su Hijo Jesús. No solo la obra de la redención, como cuando él dijo en la cruz: «Consumado es», sino que todo el propósito de Dios ha sido completado en su bendito Hijo.

Esa obra de Dios que ya ha ocurrido en Cristo, es una obra perfecta, completa, definitiva y, por lo tanto, una obra eterna. ¡Gloria a Dios! Por eso el Hijo se ha sentado a la diestra de Dios, diciéndole: «Padre … he acabado la obra que me diste que hiciese». Así que, ante nuestros ojos, la obra de Dios, contemplada en Cristo Jesús, está perfectamente acabada.

Esa obra que ocurrió en Cristo es lo que llamamos la obra objetiva de Dios. Es objetiva, porque ella ocurrió en Cristo; no en nosotros, sino fuera de nosotros. La palabra subjetiva viene de sujeto; nosotros somos sujetos.

Fuera de nosotros

La obra objetiva de Dios no solo ocurrió fuera de nosotros, sino que ocurrió en Cristo, hace unos dos mil años atrás, cuando nosotros ni siquiera habíamos nacido.

La obra de Dios, realizada en Cristo, perfecta, completa, definitiva, eterna, absoluta, nos incluyó a todos nosotros. En esa obra objetiva de Dios, tú y yo estábamos incluidos. Es una obra inclusiva. No solo nos incluyó a nosotros, que aún no habíamos nacido, sino a todos los seres humanos, desde Adán hasta el último que haya de nacer. ¡Alabado sea el Señor!

Entonces, si vamos, por ejemplo, a la carta de Pablo a los Efesios, en el capítulo 2, luego de escribir, en los primeros tres versículos, cuál era nuestra condición cuando estábamos sin Cristo, diciendo que «éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás» (Ef. 2:3), a pesar de que estábamos en una condición de perpetua perdición, nos dice: «Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo» (v. 4-5).

Juntamente

¿Cuándo nos dio vida Dios? Uno podría decir: «Bueno, el día que recibí a Cristo». Pero Pablo no está diciendo eso. No. ¿Cuándo Dios nos dio vida? La palabra clave ahí es «juntamente». Nos dio vida juntamente con Cristo. O sea, cuando le dio vida a su Hijo, juntamente con él, nos dio vida a nosotros.

Esta es la obra objetiva de Dios, la obra que fue realizada en Cristo, y que nos incluyó a todos nosotros. La obra de Dios objetiva, realizada en Cristo, incluye a todos los hombres, al punto que aquí dice, que, cuando Dios le dio vida a su Hijo, en la resurrección, nos dio vida juntamente con él a todos. Así que, desde el punto de vista objetivo, si alguien te pregunta cuándo Dios te dio vida, la respuesta es: «Cuando le dio vida a su Hijo, en ese momento Dios nos dio vida juntamente con él».

Pero no solo eso. Versículo 6: Otra vez la palabra «juntamente». «Y juntamente con él nos resucitó». «Fuimos» resucitados; no dice: «seremos» resucitados. ¿Cuándo fuimos resucitados? Juntamente con Cristo. O sea, otra vez podemos decir que, cuando Cristo Jesús fue resucitado, todos los que estamos unidos a Cristo fuimos resucitados juntamente con él.

Ahora, notemos el contraste, porque, en nuestra experiencia, nosotros aún no hemos muerto. No obstante, la Escritura dice que ya estamos resucitados. ¿Quién murió? Cristo. ¿A quién le fue dada vida, en la resurrección? A Cristo. ¿Quién fue resucitado? Cristo. Pero, en él, también todos nosotros. Recuerden: «En Cristo… con Cristo… por medio de Cristo… juntamente con Cristo». Son frases que aluden a la obra objetiva de Dios, realizada en Cristo, completada por él de manera gloriosa, perfecta, y eterna, en la cual estamos incluidos todos los que estamos unidos a él por la fe.

Y no solo eso, no solo el versículo 6; no solo juntamente con él nos resucitó, sino: «Y asimismo nos hizo sentar (noten los verbos en pasado) en los lugares celestiales con Cristo Jesús». ¡Aleluya! No solo estamos resucitados, sino también sentados en los lugares celestiales. ¿Por qué? Porque Cristo está sentado en los lugares celestiales.

Notemos el contraste. Si tú me dices: «Hermano, tú estás muy equivocado; nosotros estamos aquí sobre la tierra». Pero Pablo dice que estamos sentados juntamente con Cristo en los lugares celestiales, y a eso nos referimos cuando hablamos de la obra objetiva de Dios. El Padre ha descansado, su corazón tiene contentamiento eterno, porque su bendito Hijo ha hecho la voluntad del Padre. ¡Gloria al Señor!

Obra subjetiva

Y entonces, el segundo aspecto es la obra subjetiva de Dios. Dios no se quedó solo con ese primer aspecto; porque ahora él quiere que esa obra, que está realizada en Cristo, baje a nosotros. No solo que estemos incluidos en Cristo, sino que ahora esa obra esté reproducida en nosotros; que nosotros podamos participar de ella en una manera experimental.

Frente a la obra objetiva de Dios, en la cual estamos incluidos, nosotros solo tenemos que responder con fe. La única pregunta es: ¿Crees que has sido resucitado con Cristo? ¿Crees que estás sentado con Cristo en los lugares celestiales? Y la única respuesta nuestra a esa gran obra de Dios es: ¡Amén, yo creo! Pero Dios quiere más que eso. Él quiere que podamos participar de esa obra en forma experimental. No solo una respuesta de fe, sino también gustar de esa obra, saborearla; tener algún grado de participación en ella, de manera experimental.

Aquí aparece el otro aspecto, la obra subjetiva de Dios. Lo que Dios quiere hacer ahora es también traer esa obra dentro de nosotros. El protagonista principal en su obra objetiva es nuestro Señor Jesús. Y ahora, el protagonista de la obra subjetiva, ya no solo «en Cristo», sino «en nosotros», es el bendito Espíritu Santo. Él incorporará la realidad de Cristo y de su obra en nosotros. Por eso, después que el Señor ascendió y se sentó en los lugares celestiales, él envió el otro Consolador.

Espíritu fiel

Como lo prometiera el Señor, el Espíritu Santo vino a morar en nosotros para siempre. El Espíritu Santo, fiel a la comisión del Padre y del Hijo, ha morado en la iglesia durante estos dos mil años de historia, y estará con nosotros para siempre. Él es quien trae la obra subjetiva de Dios, para que no solo estemos resucita-dos en Cristo, sino que ahora, efectivamente, esa resurrección se produzca en nosotros.

Entonces, ahora, en el aspecto subjetivo, te pregunto: ¿Cuándo Dios te dio vida a ti? Ahora, la respuesta es: «La vida de Dios me fue impartida el día que yo creí en el Señor Jesucristo». ¿Cuándo fuimos resucitados espiritualmente? El día en que la vida nos fue impartida.

Sin embargo, hablando de la resurrección de nuestros cuerpo, esa aún no ha ocurrido en el aspecto subjetivo. En Cristo, ya ocurrió; pero no aún en nuestra experiencia. Y el Espíritu Santo, entre las muchas cosas que él hace, también, el día de mañana, vivificará nuestros cuerpos mortales. Él ha venido a morar en nosotros, para traernos ahora la realidad de la obra perfecta y eterna de Cristo, que estaba fuera de nosotros, para que la experimentemos, crezcamos en ella, y esa obra sea desarrollada en todos nosotros.

¡Qué privilegio, hermanos! El Padre podría habernos dicho: «Confórmense con que están incluidos en Cristo. Contemplen y crean esto por la fe». Pero él ha querido también hacernos partícipes de esa obra objetiva, haciéndola subjetiva, por medio del Espíritu Santo. Así que podemos creerla, y también podemos vivirla, gustarla, experimentarla. ¡Bendito es el Señor!

El nexo

Ahora bien, ¿cuál es el nexo entre estas dos cosas, entre la verdad objetiva y la verdad subjetiva? Aquí mismo, en Efesios, noten ustedes lo siguiente. Esta epístola tiene seis capítulos, y puede ser dividida en dos secciones de tres capítulos cada una. En la primera parte, los tres primeros capítulos de Efesios, encontraremos, fundamentalmente, la obra objetiva de Dios, realizada en Cristo, que partió antes de la fundación del mundo, cuando fuimos elegidos y fuimos predestinados.

Pero, a partir del capítulo 4, y esto se nota muy claramente por los verbos que se comienzan a usar, fíjense cómo el apóstol Pablo comienza el versículo 4:1 de Efesios. «Yo, pues, preso en el Señor, os ruego que andéis…». Él empieza a usar ese verbo, que casi no usa en la primera parte, salvo una sola vez, pero apuntando a lo que dirá a partir del capítulo 4 en adelante.

En esta segunda sección empieza a repetirse varias veces el verbo andar, que apunta a la vida, a la conducta, al comportamiento. En otras palabras, Pablo nos dice: «Os ruego que os conduzcáis, de esta manera».

El verbo andar aparece a lo menos cinco veces: «Os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados» (4:1). «Esto, pues, digo y requiero en el Señor: que ya no andéis como los otros gentiles» (4:17). «Y andad en amor» (5:2). «Andad como hijos de luz» (5:8). «Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios sino como sabios» (5:15). El verbo andar tiene relación con la vida práctica.

Revelación y práctica

Los tres primeros capítulos son de revelación; los tres restantes aluden a la vida práctica. Es notable que las veintiuna cartas del Nuevo Testamento están bajo este modelo. Primero, muestran la obra objetiva de Dios en Cristo, unas más detalladas que otras, pero todas siguen este principio. Primero, lo que Dios hizo en Cristo; pero siempre, en la segunda parte, tratan con la exhortación práctica.

Esto tiene sabiduría. No es casualidad que haya que partir siempre por la obra objetiva de Dios. ¿Por qué? ¿Se imagina usted que las epístolas contuvieran solo mandamientos? ¿Se imaginan que Pablo, por ir directo al grano, hubiese escrito Efesios solo con instrucciones de cómo tenemos que ser y cómo tenemos que vivir? ¿Qué pasaría si las epístolas contuvieran solo demandas? Si ellas contuvieran solo instrucciones, no habría ninguna diferencia entre el viejo y el nuevo pacto.

La gracia del Nuevo Pacto es que Dios realizó su obra en la persona de su Hijo. Y nosotros, primero, por medio de la fe, tenemos que detenernos en esa obra. Usted no tiene que hacer nada que no haya sido hecho primero por Cristo.

La única vez que aparece el verbo andar en la primera parte, en Efesios 2:10, dice: «Porque somos hechura suya». Otras versiones dicen: «Nosotros somos su obra maestra». «Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas». Las obras que tenemos que realizar nosotros, ya fueron preparadas de antemano, por nuestro Señor Jesucristo. A nosotros solo nos corresponde andar en ellas.

Necesariamente, todas las epístolas comienzan con la obra objetiva de Dios realizada en Cristo Jesús, para que nosotros entendamos que, todo lo que viene como la parte práctica, es solo la consecuencia, el fruto que tiene que producir el conocer, por medio de la fe, la revelación de la obra objetiva de Dios.

Si la obra de Dios en Cristo se nos revela por el Espíritu Santo, y verdaderamente la creemos, esa obra, necesariamente, tiene que dar fruto en nosotros. Para eso vino el Espíritu Santo a morar en nosotros. ¿Cuál fruto? En el caso de Efesios, lo que dicen los tres últimos capítulos. Necesariamente, día a día, en forma progresiva, los frutos que vemos en Efesios 4, 5 y 6 tienen que empezar a manifestarse en nosotros, porque ese es el deseo de Dios.

Y es por eso que la parte práctica de las epístolas siempre está al final, para que sepamos que eso es solo consecuencia de lo primero. Siempre tenemos que partir por Cristo, por la obra de Dios realizada en Cristo, y tenemos que creerla con todo nuestro corazón. Y luego entender que esa obra tiene que producir un resultado en nuestra vida.

Creer y hacer

¿Cómo se resumen los capítulos 4 al 6? Muy fácil. Capítulo 4, la gracia de Dios tiene que producir un nuevo hombre, del cual Cristo es cabeza y nosotros su cuerpo – la iglesia, un nuevo hombre corporativo. Capítulo 5, el Señor quiere producir una nueva familia. Cuál es el rol de los maridos, de las esposas y de los hijos en esta nueva familia. Capítulo 6, un nuevo pueblo. Aquí toca el aspecto laboral: amos y siervos. Y luego, ese pueblo, enfrentado afuera, en la sociedad y en el mundo, se levanta, vestido de la armadura de Dios, para estar firme contra las asechanzas del diablo.

Noten cómo, en todas las epístolas, está la parte revelacional, y la parte exhortatoria o práctica. Una cosa está en función de la otra. Recuerda, Dios no solo quiere que tú creas en Su obra, sino que él desea que, por el Espíritu Santo tú también lo vivas. ¿Qué es lo que tengo que creer? Usando Efesios como ejemplo, tengo que creer lo que dicen los capítulos 1 al 3. Pero, ¿qué es lo que tengo que hacer? Lo que aparece en los capítulos 4, 5 y 6.

Verdad versus experiencia

Por último, quiero referirme a un punto que considero fundamental, y en el que muchas veces somos confundidos. Satanás viene justamente para producir esa confusión. A veces tenemos el malentendido de hacer tanto énfasis en la experiencia, que eso nos hace dudar de la obra objetiva de Dios.

Un ejemplo bien práctico. Quiero destacar una pequeña frase en Isaías 53: «Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados». Si un hermano está enfermo, nosotros vamos a consolarlo, a orar por él, y le leemos Isaías 53, diciéndole: «Hermano, te traemos la buena noticia que, por Su llaga, tú fuiste sanado». Y el hermano nos dice: «¿Cómo puedo creerlo, si me siento enfermo?».

Este es un ejemplo fácil de entender, pero aplícalo a todas las otras cosas, a esa aparente contradicción. «¿Cómo puedo creer Isaías 53:5, si lo que estoy experimentando es una enfermedad?».

Al decir eso, lo que está diciendo el hermano es: «Hasta que no sea una experiencia en mí, no puedo creer que sea verdad lo que Dios hizo en Cristo». O sea, está supeditando la verdad objetiva de Dios, la verdad de la Palabra, a su experiencia.

Sin embargo, ese no es el orden. No es cierto que la palabra de Dios es verdad cuando es una verdad en mí. Porque la única manera en que nosotros podamos participar de esta obra objetiva de Dios, realizada en Cristo y la podamos experimentar en nosotros por medio del Espíritu Santo es, justamente al revés, creyendo en la palabra de Dios. La palabra de Dios es la verdad.

Cuando tú argumentas: «¿Cómo puedo creer que estoy muerto al pecado, cuando acabo de pecar?», más encima, viene Satanás y te dice: «¿Con que creías que estabas muerto? Y, qué acabas de hacer». «Acabo de pecar». «¿Ves que no estás muerto?». ¿Y qué haces tú? Dices: «Tienes toda la razón, Satanás», teniendo por falsa la palabra de Dios. El único que dice la verdad es Dios. Su palabra es verdad.

Firmes en la fe

Entonces, ¿cuál es la manera de ir participando en esta obra objetiva de Dios? ¿Qué es lo que espera el Señor de nosotros para que empecemos a experimentar Su verdad? Tenemos que creer que Su palabra es la verdad; permanecer en la fe, estar firmes en la fe, y no permitir que el diablo, con sus acusaciones y con sus mentiras, nos saque de la verdad de la palabra de Dios.

Tú no te sanarás nunca diciendo: «Hasta que no me sane, no puedo creer que estoy sanado en Cristo». La única manera en que podrías sanarte es diciendo: «Yo sé que estoy sano en Cristo, y creo a esa verdad, a pesar de mi experiencia». Lo que mueve al Espíritu de Dios a actuar poderosamente en nosotros es la fe. Si permaneces en la fe, entonces el Espíritu Santo de Dios tiene la posibilidad de comenzar a actuar en tu vida.

Así, pues, hay algo que la iglesia jamás debe dejar de hacer, y es gloriarse en Cristo Jesús por lo que nos ha sido dado en él. La iglesia tiene que creerlo, tiene que proclamarlo; tiene que permanecer firme, tiene que cantarlo, tiene que orarlo, tiene que predicarlo y confesarlo cada día. La fe es el ambiente donde el Espíritu Santo puede moverse; donde no hay fe, el Espíritu Santo no tiene cómo actuar.

Basados en la Palabra

No supedites la verdad de Dios a tu experiencia; sino todo lo contrario, pon tu experiencia bajo la palabra de Dios. ¿Estamos muertos al pecado? Amén. ¿Eso lo dices basado en tu experiencia? No, sino basado en la palabra de Dios. Estamos muertos al pecado, porque, cuando Cristo murió, yo morí con él, y juntamente morimos al pecado.

¿Nos hemos apropiado de esta verdad con todo el corazón, de modo que, aunque vengan mil demonios a decirnos lo contrario, vamos a permanecer firmes? «Aunque peco, estoy muerto al pecado». Vamos a creer eso con todo el corazón, y vamos a gloriarnos en ello. Vamos a apropiarnos de esta obra, por medio de la fe.

Que el Espíritu de Dios nos dé revelación, nos abra los ojos del entendimiento, para que estas sean verdades realmente impregnadas en nuestro espíritu, de tal manera que nada nos saque de ahí, porque es la única posibilidad en que el Espíritu Santo, en un ambiente de fe, pueda comenzar a hacer realidad lo que vemos en la obra de Cristo.

Cojeando

Un último detalle. La plenitud, en nosotros, en el aspecto subjetivo, no la alcanzaremos sino cuando el Señor Jesucristo regrese por segunda vez; así que, hasta ese día, todos nosotros cojearemos. Pienso que, de todas maneras, es glorioso que Dios lo haya hecho así, porque eso nos hace anhelar el retorno del Señor; porque, cuando él regrese, entonces traerá con él la plenitud de nuestra experiencia.

Reconocemos que nuestra experiencia subjetiva no es plena en nuestras vidas. Por eso, Pablo dice algo que parece una contradicción: «Nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos» (Rom. 8:23). Pero justamente ahí está la clave. Lo que hoy día tenemos son las primicias, los primeros frutos; no tenemos la cosecha todavía.

Por eso, aunque tenemos las primicias del Espíritu, gemimos dentro de nosotros mismos, porque quisiéramos tener la plenitud de la vida de Cristo en nuestra propia vida. Pero alentémonos: estamos caminando hacia ella.

Anhelemos que el Señor regrese. Es una buena noticia que Cristo regresará. Es parte de la buena nueva, es parte del evangelio: él regresará, y completará esa plenitud en nosotros. Todo aquello que ya es plenitud en él, será completado como plenitud en nosotros, en su segunda venida. ¡Bendito sea el Señor! Caminemos haciendo este trabajo, viviendo ahora subjetivamente la verdad objetiva, sin olvidar que el protagonista de esa tarea es la persona del Espíritu Santo.

El Señor nos conceda gracia para entrar en esta obra subjetiva, y poder ver más y mejores frutos – una iglesia que manifieste de mejor manera la vida de Cristo. Es una gran necesidad nuestra, que tenemos que poner delante del Señor. Miremos al Padre, y miremos a la obra perfecta realizada en su Hijo, y que esa obra nos llene de fe, para que el Espíritu de Dios pueda moverse entre nosotros. Amén.

Síntesis de un mensaje oral impartido en Temuco (Chile), en julio de 2015.