El Espíritu Santo nos ayuda en nuestras debilidades, pero se contrista por nuestros pecados.

Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención”.

– Efesios 4:30.

El hecho de que el Espíritu Santo pueda ser contristado es una evidencia de su personalidad. Es difícil pensar que una influencia o una simple manifestación espiritual sean contristadas. Solo puede serlo una persona, y así evidenciamos que él es una persona distinta en la santa Trinidad.

Al mismo tiempo, nuestro texto revela la estrecha conexión que hay entre el Espíritu Santo y el creyente. Él tiene un tierno interés en nosotros, puesto que le entristecen nuestras imperfecciones y nuestros pecados. No es un Dios que reine en solitario aislamiento, antes bien, el bendito Espíritu entra en contacto íntimo con nosotros, hace observaciones tan minuciosas y tiene consideraciones tan  tiernas que puede ser contristado por nuestras fallas e insensateces.

¡Qué maravilla es que se diga que la Deidad se contrista por las faltas de seres tan insignificantes como somos nosotros! Tal vez no debamos entender la expresión literalmente, como si el Espíritu pudiera ser afectado por algo semejante a la tristeza humana, pero no renunciamos a la seguridad consoladora de que él siente el mismo interés profundo por nosotros que el interés que siente un padre por un amado hijo rebelde. ¿No es esto algo maravilloso?

El Espíritu puede ser contristado

Ese Espíritu tierno y amoroso que ha asumido la tarea de vivificarnos, de ser el educador de la nueva vida que ha implantado en nosotros; ese instructor divino, a quien Jesús ha enviado como nuestro guía y maestro permanente, puede ser contristado.

Nosotros podemos contristar a ese Espíritu cuyo divino poder es vida para nuestras almas, luz para nuestro entendimiento y consuelo para nuestros corazones. El fuego celestial puede ser sofocado; el viento divino puede ser resistido; el bendito Paracleto puede ser menospreciado.

La pena amorosa del Espíritu es atribuible a su carácter santo y a sus perfectos atributos. Él no puede menos que sentirse agraviado por la inmundicia, y en especial, sentirse contristado por la presencia del mal en quienes son objeto de sus afectos.

Espíritu de santidad

El pecado, en cualquier forma, es desagradable para el Espíritu de santidad, pero el pecado de su propio pueblo le es aflictivo en grado sumo. Él no desechará a su pueblo, pero aborrece el pecado, y máxime cuando anida en los hijos de Dios. Él no sería el Espíritu de verdad si aprobara lo falso en nosotros: no sería puro si no lo contristara lo que es impuro.

No podríamos creer que él es santo si mirara complacido nuestra impiedad; tampoco pensaríamos que fuera perfecto si nuestra imperfección fuera considerada por él sin desagrado. Siendo él el Espíritu Santo, el Espíritu de santidad, entonces todo lo que en nosotros resulte ser deficiente en relación a Su naturaleza, tiene que contristarle. Él nos ayuda en nuestras debilidades pero se contrista por nuestros pecados.

Él se contrista con nosotros por nuestra propia causa, pues sabe cuánta miseria nos ocasiona el pecado. Él se contrista porque ve cuánta disciplina merecemos y cuánta comunión perdemos. Él ve anticipadamente cuán amargamente lamentaremos el día en que nos apartamos de Jesús y fuimos traspasados por muchas aflicciones, y se contrista porque mira desde antes la aflicción del rebelde.

Un alto precio

Tal es la santa tristeza del Espíritu de Dios por aquellos en quienes mora: es por causa de ellos que está apesadumbrado. Además, es sin duda por causa de Jesucristo que el Espíritu está contristado. Nosotros somos la compra hecha por la muerte de Jesús en la cruz. Él nos ha comprado con un precio muy caro y debe poseernos enteramente para Sí; y si no nos posee por completo como suyos, podemos entender muy bien que el Espíritu de Dios esté contristado.

Hemos de glorificar a Cristo en estos cuerpos mortales; el único fin y el propósito de nuestro deseo han de ser coronar con joyas esa cabeza que una vez fue coronada de espinas; es lamentable que fallemos tan frecuentemente en este servicio racional.

Jesús merece lo mejor de nosotros: cada herida suya, cada dolor que soportó y cada gemido que escapó de sus labios es un motivo para una perfecta santidad y devoción a su causa; y, debido a que el Espíritu Santo nos ve siendo tan traidores al amor de Cristo, tan falsos para con Su sangre redentora, él se contrista por nosotros, porque deshonramos al Señor.

Por causa de la iglesia

¿Me equivocaría si dijera que se contrista por nosotros en razón de la iglesia? ¡Cómo podrían ser útiles algunos de ustedes si solo vivieran de conformidad con sus privilegios! Cómo ha de contristarse de seguro el Consolador por nuestra causa, cuando nos pone como atalayas, pero no vigilamos y la iglesia es invadida; cuando nos asigna la comisión de ser sembradores de la buena semilla, y nuestras manos están llenas a medias, o cuando esparcimos hierbas malas y cizaña en lugar de sembrar el buen trigo. ¡Cómo ha de contristarse por nosotros porque no tenemos esa ternura de corazón, esa vehemencia de celo, esa entrega de alma que deberíamos exhibir!

Cuando la iglesia de Dios sufre daño por causa nuestra –el Espíritu ama a la iglesia y no puede soportar verla despojada, ver que sus hijos anden descarriados, que sus hijos heridos no reciban socorro, y que sus corazones quebrantados no sean sanados– porque somos indiferentes en el servicio y descuidados en nuestra labor por la iglesia–, el Espíritu Santo está muy entristecido.

Hay un rol que cada uno debe desempeñar, y si esa función queda vacante, entonces la iglesia pierde, el reino de Cristo sufre daño, y el Espíritu Santo se contrista. La falta de oración, la carencia de amor y de generosidad, podrían ser pérdidas para la iglesia de Dios y, por tanto, el amoroso Espíritu de Dios se aflige.

Además, el Espíritu de Dios deplora los defectos de los cristianos, en razón de los pecadorespues Su oficio es convencer al mundo de pecado, de justicia y de juicio; pero el rumbo de muchos creyentes es directamente contrario a esta obra del Espíritu. Sus vidas no convencen al mundo de pecado, antes bien tienden a consolar a los transgresores en su iniquidad.

Creyentes sin celo

Algunos creyentes son citados por los mundanos como una excusa para sus pecados. Personas abiertamente profanas dicen: «¡Miren a esos cristianos! Hacen esto y lo otro, y ¿por qué no podríamos hacerlo nosotros?».

La obra del Espíritu es convencer al mundo de justicia, pero muchos creyentes convencen al mundo de lo opuesto. El Espíritu de verdad convence al mundo del juicio venidero; pero cuán pocos le ayudamos en esa obra. Vivimos y hablamos como si no hubiera un juicio venidero. Indiferentes a la ruina de la humanidad, muchos creyentes viven como mundanos, y están tan lejos de ser cristianos como lo están los infieles.

No puedo imaginar a una iglesia llena del ardor de los primeros discípulos, que permanezca por largo tiempo sin testificar sensiblemente a las masas. Yo sé que el incremento de nuestra población es inmenso; pero no voy a aceptar la idea de que el celo de la iglesia de Dios, si estuviera en su nivel correcto, fuera demasiado débil para adaptarse al caso.

El punto en que fallamos es éste: somos limitados en poder espiritual, somos miserables en gracia, tibios en celo, magros en devoción, vacilantes en fe. No estamos estrechos en nuestro Dios; estamos estrechos en nuestras entrañas. Creo que el Espíritu de Dios es contristado por muchas iglesias, a causa de los pecadores que reciben escasos cuidados. Quisiera que este pensamiento nos moviera a todos a enmendar nuestros caminos.

Lo que contrista al Espíritu

En segundo lugar, veamos las causas deplorables que motivan que el Espíritu Santo se contriste.

Nuestro hablar

El contexto nos sirve de ayuda. Aprendemos que los pecados de la carne, la inmundicia y la maledicencia de cualquier tipo, lo contristan. Noten el versículo precedente: «Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca». Cuando un cristiano se habitúa a hablar de manera poco comedida, cuando se deleita en cosas indecorosas, aunque no cometa alguna inmundicia externa, el Espíritu de Dios no se agrada de él.

El Espíritu Santo descendió sobre nuestro Señor como paloma. Una paloma se deleita en los ríos de agua pura, pero rehúye toda inmundicia. Si vivimos en el Espíritu, no obedeceremos los deseos de la carne; quienes caminan en pos de la carne no saben nada del Espíritu.

La amargura

Según el versículo 33, da la impresión de que el Espíritu es contristado si albergamos amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. Si en la iglesia hay disensiones, si un hermano habla mal de otro, el amor está ausente y el Espíritu de amor no estará presente por largo tiempo.

Si hubiera algún sentimiento maligno entre nosotros, o alguna raíz oculta de amargura, aunque aún no viniese a turbarnos, puede ser quitada y destruida de inmediato.

No tengo conocimiento de una cosa así de abominable, y me siento feliz de poder decirlo; confío en que caminamos juntos en unidad y concordia de corazón; y si alguien está consciente de alguna amargura, aunque fuera en una medida muy pequeña, ha de deshacerse de ella, para que el Espíritu de Dios no sea contristado por su culpa, y contristado por la iglesia de Dios debido a esa persona.

La mundanalidad

No hay duda de que el Espíritu se contrista cuando ve en los creyentes algún grado de amor al mundo. Su celo es provocado por ese tipo de amor impío. El Espíritu de Dios nos da a nosotros, los creyentes, gozos y consuelos abundantes; y si nos ve que damos la espalda a todas esas cosas para nutrirnos de la vanidad que satisface a los mundanos, siendo un Dios celoso, consideraría eso como un gran desprecio contra Él.

¿Acaso el Buen Pastor adereza la mesa con exquisiteces del cielo y nosotros preferimos las algarrobas que comen los cerdos? Cuando pienso en un cristiano que trata de encontrar su gozo allí donde los mundanos hallan los suyos, difícilmente puedo imaginar que sea cristiano, o, si lo fuera, de seguro contrista grandemente al Espíritu de Dios.

¿Qué dice el mundo? «Aquí está uno de esos cristianos que viene en pos de un poco de felicidad. Su religión no le proporciona ningún gozo; por eso busca un poco de dicha en otra parte». ¡Qué calumnia es ésa! Y sin embargo, si viviéramos en comunión con Jesús, no desearíamos lo que el mundo ofrece.

La mundanalidad, en cualquiera de sus formas, es muy aflictiva para el Espíritu de Dios: no solo el amor al placer, sino el amor a las ganancias. La mundanalidad de los cristianos al imitar al mundo en el vestido, en el lujo o en la conversación, tiene que desagradar al Espíritu de Dios, porque él nos define como un pueblo único, y nos dice: «Salid de en medio de ellos, y apartaos… No toquéis lo inmundo». Y luego nos promete: «Y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas»; pero, si no nos apartamos, ¿cómo podríamos esperar que no sea contristado?

Yo creo que el Señor se deleita en ver a su pueblo rompiendo vínculos afectivos, renunciando a los placeres carnales y saliendo del campamento para llevar el vituperio de Cristo. Su corazón se goza cuando ve que su iglesia abandona el mundo. Le agrada que sus santos sean enteramente para Él. Él es un Salvador celoso, y de aquí que Pablo diga que laboraba para presentar a la iglesia «como una virgen pura a Cristo» (2a Cor. 11:2).

Jesús quiere que nuestra pureza para él sea guardada más allá de toda sospecha, que lo escojamos como nuestra única posesión y dejemos las cosas ruines de la tierra a quienes las aman. Evitemos contristar al Espíritu Santo en razón de la mundanalidad.

La incredulidad

Además, el Espíritu de Dios es contristado grandemente por la incredulidad. Querido amigo, ¿qué podría contristarte más que tu hijo sospechara de tu veracidad? Ninguno de nosotros, como padres, ha llegado todavía a ese punto, y sin embargo, ¿habrá llegado a ese punto nuestro Dios? ¡Ay!, hemos despreciado al Espíritu de verdad al dudar de la promesa y desconfiar de la fidelidad de Dios. De todos los pecados, seguramente éste ha de ser uno de los más provocadores. Dios perdone nuestra incredulidad, y que nunca más contristemos a su Espíritu.

Ingratitud y altivez

Adicionalmente, el Espíritu es contristado sin duda por nuestra ingratitud. Cuando Jesús nos revela su amor, si abandonáramos la comunión para hablar con ligereza y olvidar ese amor; o si, cuando hemos sido sanados de la enfermedad, no estuviéramos más consagrados que antes; o si, cuando nuestro pan nos es dado, nuestro corazón no agradeciera al dador generoso; o si, siendo preservados en medio de la tentación, falláramos en magnificar al Señor, seguramente, en cada caso, esto sería un pecado que provoca a Dios.

Cuando agregamos altivez a la ingratitud, entonces contristamos gravemente al Espíritu. Cuando un pecador salvado se vuelve altivo, insulta a la sabiduría del Espíritu de Dios por su necedad; pues, ¿qué podría haber en nosotros para estar orgullosos? El orgullo es una hierba mala que crece en cualquier tipo de suelo. Algunos de nosotros somos tan insensatos que Dios no puede exaltarnos, pues si lo hiciera, pronto sufriríamos de mareos y caeríamos por tierra.

La falta de una  persona, y aún más, la falta de una iglesia, contrista grandemente al Espíritu. Si nos jactáramos de ser generosos o ricos, todo habría terminado para nosotros. Dios abate a quienes se exaltan.

Falta de oración

Hay muchos males que contristan al Espíritu de Dios, pero permítanme mencionar aquí, particularmente, uno: la falta de oración. ¡Cuán poco oramos algunos de nosotros! Querido hermano, ¿qué hay en cuanto al aposento y a la secreta comunión con Dios? ¿Qué hay en cuanto a la lucha pidiendo por tus hijos? ¿Has intercedido por la conversión de tu vecino?

La falta de oración de esta época es uno de sus peores signos, y la falta de oración de algunas iglesias hace pensar como si Dios estuviera a punto de retirarse de la tierra, pues en muchas de ellas hay dificultades para lograr que un suficiente número de hombres asista a las reuniones de oración para siquiera continuarlas.

Hay iglesias que han renunciado a las reuniones de oración porque nadie asiste. ¡Ah!, si éste fuera un caso solitario, debería ser lamentado cotidianamente, pero hay muchísimas asambleas en una condición semejante; que el Señor tenga misericordia de ellas y de la tierra en la que ellas moran.

Renuentes al deber

Para resumir, pienso que el Espíritu Santo será contristado si nos entregáramos a cualquier pecado conocido, sea cual sea; y voy a agregar a eso que también será contristado, si alguno de nosotros descuida cualquier deber conocido, sea cual sea.

No puedo imaginar que el Espíritu de Dios se agrade con un hermano que conoce la voluntad de su Maestro y no la hace: la Palabra dice que recibirá muchos azotes. Seguramente, dar azotes ha de ser el resultado de la pesadumbre de parte de la mano que administra tales azotes.

Si alguna persona o alguna iglesia conoce el bien y no lo hace, para ella o para la iglesia constituirá un pecado; y aquello que podría no ser pecado en el ignorante, se convertirá en pecado para los que son bendecidos con la luz. Cuando tu conciencia es iluminada y conoces la senda del deber, no puedes decir: «Otros deben hacerlo». Si tu juicio es iluminado, apresúrate y no te demores en guardar los mandamientos de Dios.

Obediencia a la palabra

Cuando una iglesia reclama para sí el derecho de juzgar cuáles han de ser sus propias ordenanzas, en lugar de reconocer voluntariamente que no tiene ningún derecho de elección de ningún tipo, sino que está obligada a obedecer la voluntad revelada de su gloriosa Cabeza, peca terriblemente. El deber de los cristianos es escudriñar la Palabra para conocer cuáles son las ordenanzas que Dios ha establecido, y una vez estando claros de la regla de la Palabra, nos corresponde obedecerla.

Hagan de la iglesia un cuerpo que conste únicamente de hombres que profesan ser creyentes en el Señor Jesús, y que la iglesia diga a todos los demás: «Ustedes no tienen arte ni parte en este asunto mientras no sean convertidos», y entonces habría un término a la alianza profana entre la iglesia y el mundo, que es ahora una plaga que marchita a nuestra tierra.

Hemos de estar dispuestos a renunciar a nuestras más preciadas opiniones al mandato de la Escritura, cualesquiera que pudieran ser. Si la forma de gobierno de nuestra iglesia, si las doctrinas que sostenemos, no son justificadas por la palabra de Dios, debemos ser fieles a nuestras conciencias y a la Palabra, y estar dispuestos a cambiar según la luz que hemos recibido.

Debemos renunciar a la idea de este-reotipar cualquier cosa; debemos estar listos en todo momento, a hacer justo aquello que el Espíritu de Dios quiere que hagamos, pues, si no lo hacemos, no podemos esperar que el Espíritu de Dios permanezca en nosotros.

¡Oh, que tengamos un corazón que sirva a Dios perfectamente, de tal manera que esté dispuesto a renunciar a toda autoridad, antigüedad, gusto y opinión, y a inclinarse únicamente ante el Espíritu Santo! ¡Que la iglesia camine todavía según la simple regla del Libro de Dios y de conformidad con la luz del Espíritu, y entonces cesaremos de contristar al Espíritu Santo!

Consecuencias de contristar al Espíritu

En tercer lugar, brevemente, veremos el lamentable resultado de que el Espíritu Santo sea contristado.

Estando en el hijo de Dios, eso no conducirá a su entera destrucción, pues ningún heredero del cielo puede perecer; tampoco le será retirado completamente el Espíritu Santo, pues el Espíritu de Dios nos es dado para que permanezca con nosotros para siempre. Pero los efectos nocivos son, sin embargo, sumamente terribles.

Un doloroso vacío

Mis queridos amigos, ustedes perderían todo sentido de la presencia del Espíritu Santo: Él se ocultaría de ustedes, y no habría rayos de consuelo, ni palabras de paz, ni pensamientos de amor; sino un doloroso vacío que el mundo no puede llenar jamás. Si contristaran al Espíritu Santo perderían todo gozo cristiano; la luz les sería retirada, y tropezarían en la oscuridad; los propios medios de la gracia que una vez fueron un deleite, no tendrían ninguna música para su oído.

Si contristaran al Espíritu Santo, perderían todo poder; si oraran, sería una oración muy débil y no prevalecerían con Dios. Cuando leyeran las Escrituras, no serían capaces de adentrarse en los misterios de la verdad. Cuando subieren a la casa de Dios no experimentarían nada de ese gozo, de ese correr sin cansarse. Si el Espíritu se apartara, y la seguridad se fuera, se presentarían las dudas, y surgirían las preguntas y las sospechas. «¿Amo al Señor o no? ¿Soy suyo o no lo soy?».

Sin fruto

Si contristaran al Espíritu de Dios, la utilidad cesaría: el ministerio no rendiría ningún fruto; su trabajo sería estéril; hablarles a otros y trabajar para otras almas sería como sembrar al viento. Si una iglesia contrista al Espíritu de Dios, las plagas vendrán y marchitarán su hermoso jardín. Sus días de solemne asamblea no tendrían ninguna aceptación en el cielo; sus hijos, aunque todos ellos fueran ordenados como sacerdotes para Dios, no ofrecerían ningún incienso aceptable.

Si la iglesia contrista al Espíritu, no proyectaría ninguna luz en las tinieblas circundantes; ningún pecador sería salvado por su medio; habría solo unas cuantas adiciones a su número; sus misioneros cesarían de ir a otros lugares; tinieblas y muerte reinarían donde todo era gozo y vida.

Hermanos, que el Señor evite que, como iglesia, contristemos a su Espíritu, y haga que seamos celosos, veraces, unidos y santos, de tal forma que podamos retener entre nosotros a este huésped celestial que nos abandonaría si lo contristamos.

El sello de Dios

Por último, el texto usa un argumento personal para prohibirnos que contristemos al Espíritu: «Con el cual fuisteis sellados para el día de la redención».

¿Qué significa eso? Se pone un sello sobre algo para atestiguar su autenticidad y autoridad. ¿Por qué medio puedo saber si soy realmente un cristiano por profesión? Dios pone un sello sobre cada santo genuino: la posesión del Espíritu Santo.

Si tienes al Espíritu Santo, ése es el sello que Dios ha puesto sobre ti para indicar que eres su hijo. Entonces, si contristaras al Espíritu, perderías tu sello y serías como una comisión con el sello suprimido; serías como una nota escrita a mano sin una firma. Tu evidencia de ser hijo de Dios es el Espíritu, pues «si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él».

Si no tienes en ti al Espíritu, ésa sería para ti una evidencia decisiva de que no perteneces a Cristo, pues carecerías del cimiento de la verdadera seguridad, que es la presencia permanente, el poder y el gozo del Espíritu.

Para ser testigos

Además, el sello se usa para testificación; y eso es lo que es, no solo para ti, sino para los demás. Le dices al mundo que te rodea: «Yo soy un hijo de Dios». ¿Cómo habrían de saberlo? Ellos solo pueden juzgar como tú te debes juzgar, es decir, mirando el sello. Si posees el Espíritu de Dios, pronto verán que eres un cristiano; y si no lo tienes, sin importar qué otra cosa tengas, pronto se descubriría que eres una falsificación.

Toda la historia de la iglesia demuestra que, cuando ella ha sido llena del Espíritu de Dios, el mundo ha confesado su linaje porque no podía evitar hacerlo; pero cuando la iglesia ha perdido su entusiasmo y fervor, su fuego celestial, entonces el mundo se ha preguntado: «¿Qué más es esta iglesia cristiana que una sinagoga de los judíos o que la compañía de Mahoma?».

El mundo conoce el sello de Dios; y si no lo ve, despreciará a esa sociedad que pretende ser la iglesia de Dios, pero que no tiene la marca ni la prueba de ello. La misma verdad es válida en todos los casos; por ejemplo, en el tema del ministerio. Hermano, si profesas ser llamado a cualquier forma de ministerio, la única manera de demostrar tu llamamiento sería mostrando el sello del Espíritu; cuando ese sello está estampado en tu labor, no requerirás ningún otro reconocimiento.

Así es como el cristiano ha de forzar el reconocimiento de su status y llamamiento. Los caballeros de la cruz tienen que ganar sus reconocimientos en el campo de batalla. La única manera en que un cristiano puede ser identificado como tal, o en que la iglesia puede ser reconocida como una iglesia de Dios, es teniendo el Espíritu de Dios, y en el nombre del Espíritu de Dios hacer proezas para Dios, y dar gloria a Su santo nombre.

Para preservar

Además, se usa también un sello para preservar, así como para atestiguar. Nosotros sellamos nuestras cartas para guardar su contenido. El sello es puesto para seguridad. La única manera por la que puedes ser reconocido como cristiano es por poseer realmente el poder sobrenatural del Espíritu Santo, así, también, la única manera por la que puedes ser preservado siendo cristiano, y preservado de regresar al mundo, es por continuar poseyendo el mismo Santo Espíritu.

¿Qué serían ustedes si el Espíritu de Dios se fuera? El Espíritu Santo no es un lujo para ti, sino una necesidad: tienes que poseerlo, o morirás; tienes que poseerlo, o estás condenado. Aquí interviene esa promesa de que el Señor no nos dejará ni nos abandonará; pero si nos dejara para siempre, no quedaría ningún sacrificio más por el pecado; sería imposible renovarnos otra vez para arrepentimiento, pues habríamos crucificado al Señor de nuevo, y lo habríamos puesto en una visible vergüenza.

Un susurro interior

No contristes, entonces, a ese Espíritu de quien eres tan dependiente: Él es tu credencial como cristiano; él es tu vida como creyente. Valóralo más allá de todo precio; habla de él con reverencia; descansa en él con una confianza amorosa e infantil; obedece sus amonestaciones más delicadas; no descuides sus susurros interiores; no te apartes de sus enseñanzas contenidas en la Palabra; y has de estar tan presto a sentir su poder como las olas del mar están dispuestas a ser movidas por el viento, o una pluma a ser transportada por la brisa. Has de estar listo a cumplir sus órdenes.

Así como los ojos de la sierva están atentos a su ama, así tus ojos han de estar atentos a él. Cuando conozcas su voluntad, no hagas preguntas, no cuentes los costos, enfrenta todos los peligros, desafía todas las circunstancias. La voluntad del Espíritu ha de ser tu ley absoluta, independientemente de tu propio juicio o de tu propio gusto.

Una vez que percibas claramente la voluntad del Espíritu, obedece instantáneamente, y trata de seguir percibiendo esa voluntad. No cierres intencionalmente tus ojos a un deber desagradable, ni cierres tu entendimiento a una verdad que no es bien recibida. No te apoyes en tu propio parecer; considera que solo el Espíritu Santo puede enseñarte, y que aquellos que no quieren ser enseñados por él, han de permanecer siendo necios irremediablemente.

¡Oh, que la iglesia de Dios reconozca el poder del Espíritu Santo! Si solo obedeciera al Espíritu, si el Espíritu libre del Dios vivo gobernara por doquier; si, solo abrazara la libertad con la que Cristo la ha hecho libre, y caminara según su Palabra y según las enseñanzas del Maestro celestial, entonces podríamos oír el grito del Rey en nuestro medio, y las almenas del error caerían. ¡Que Dios lo envíe, y que lo envíe en nuestro tiempo, y suya será la alabanza! Amén.

Condensado de www.spurgeon.com.mx