Las obras, los caminos y el propósito de Dios.

Lecturas: Efesios 1:9-10; 22-23; 3:19; 4:10, 13; 5:18; Col. 1:19; 2:9-10.

Una palabra de la Biblia que está en mi mente en estos días es la palabra  Plenitud. Pablo nunca empleó esta palabra hasta los libros de Efesios y Colosenses.

Dios quiere plenitud. Hasta que las cosas se llenen, Dios no está satisfecho. Vemos que Dios tiene un plan, en Efesios capítulo 1. En la plenitud de los tiempos, todas las cosas van a ser reunidas en Cristo, todas las cosas van a ser encabezadas por Cristo. Eso es la plenitud. Y cuando vemos cómo la palabra plenitud es empleada en estos dos libros, vemos que es el pensamiento más maduro de Pablo con respecto a la iglesia, porque cuando piensas en la plenitud, dos cosas deben estar juntas: Cristo y su iglesia. Sin eso, no hay plenitud.

Cristo es corporalmente la plenitud de la Deidad, pero la iglesia es la plenitud de Cristo, que llena todas las cosas en todo. Cuando nos reunimos hoy, sentimos esa plenitud que Dios está efectuando. Es como la parábola de aquel hombre que invitó personas a una gran fiesta y envió a sus siervos para traer a las personas. Y el señor de aquella casa dijo: «Que mi casa se llene».

Hay una plenitud que también significa una madurez que el Señor está buscando. Y aun en nuestra ignorancia y simplicidad podemos manifestar esa plenitud si Cristo está en medio de nosotros. Aunque seamos ignorantes –que con seguridad todavía lo somos hoy–, pero si nuestros corazones están llenos del Señor, hay una plenitud. ¿No es algo maravilloso, que un cristiano recién nacido de nuevo, que está lleno de Jesús, exprese esa plenitud? Cuán maravilloso es que el Señor esté reuniendo a su pueblo.

Un testimonio

Me gustaría compartir con ustedes un testimonio. Como Pablo, yo soy uno de los principales pecadores. Crecí en Nueva York, en una familia de cinco personas. Mi padre estudió en la universidad de Harvard, y era un psiquiatra; pero no era cristiano. Mi madre, cuando joven, fue una cantante de ópera; pero no era cristiana. Mi hermano mayor es un excelente violinista que hasta hoy toca en una orquesta; pero en aquellos días no era cristiano. Y mi hermana mayor canta con una voz de ángel; pero no era cristiana. Pero eran buenas personas, eran personas de buena moralidad. Y ahí estaba yo, la oveja negra.

A todos en mi familia les gustaba la música clásica. A mí, el rock. Yo trataba de ser muy cuidadoso, por eso fumaba sólo dos paquetes de cigarrillos por día. Y yo era un muchacho orgulloso e inteligente. Yo creo que ya se imaginan lo que pasó. ¿A quién te imaginas que Dios salvó primero en mi casa? Les contaré lo que sucedió.

Cuando tenía 19 años de edad, mi esposa hizo algo muy malo. Y ella está sufriendo por 43 años: se casó conmigo. La razón porque digo que era malo lo que hizo, es porque ella era una cristiana, pero se estaba descarriando. Es un problema muy serio si te casas con alguien que no es cristiano.

En aquellos días, yo estaba estudiando en la Universidad. Era un hombre alto, grande. Entonces ella me vio, me agarró y no pude escapar. Nosotros pensábamos que ya éramos adultos, a pesar de que teníamos 19 años de edad. Yo era más joven que mi hermano Billy Graham. Pero, gracias a Dios por los padres cristianos de mi esposa. Nosotros huimos y nos casamos. Cuando sus padres lo supieron, su corazón se quebrantó, y lloraron, porque era su hija única. Y sólo me habían visto dos veces. Ella era del sur de los Estados Unidos, donde llaman ‘el cinturón bíblico’; allí hay muchos cristianos. Y yo era de Nueva York, donde había muy pocos cristianos.

Pero mi suegra dejó atrás sus lágrimas, y se puso sobre sus rodillas. Y dijo: ‘Aunque no siento perdonarlo, pero por fe, perdono a ese hombre’. Y mi suegro, que era diácono en la Iglesia Bautista, se arrodilló llorando, tomó su Biblia y la abrió en Romanos 8:28. Y dijo: ‘Dios, esta es una terrible situación; sólo tú puedes revertir esto en algo bueno’. ¿Y saben lo que hicieron? Mi suegro y mi suegra nos invitaron a que viniéramos a vivir con ellos. Aceptamos el ofrecimiento y continuamos yendo a la Universidad.

Yo fumaba mis cigarrillos en su casa. Mi suegra es alérgica al humo del cigarrillo, y nunca dijo nada. Todo lo que hicieron fue tratarme con amor. Yo no sabía que mi suegra no me quería. Mi suegro sólo me pidió que hiciera una cosa: ‘Por favor, asiste a la iglesia con mi hija cada domingo’. Yo le dije: ‘Bueno, no hay problema’. Yo nunca había estado en ese tipo de iglesia.

Y fuimos el primer domingo. Se reunían en un almacén, en el centro de la ciudad. Era un lugar muy pequeño. Tal vez había unas cien personas, y el predicador hablaba muy alto. Él decía: ‘¡Jeeesúuus!’. Para mí, era muy gracioso. Dije: ‘No hay problema; me voy a entretener todos los domingos’. Ellos sabían que había algunos himnos que yo podría cantar. La iglesia tenía un coro de siete personas. Alababan al Señor, pero cantaban muy mal. Eran tres hombres y cuatro mujeres, pero solamente cantaban una línea melódica; no hacían armonizaciones de voces. Y me pidieron a mí y a mi esposa que nos uniéramos al coro.

Yo les dije: ‘Pero yo no soy un creyente’. Pero ellos eran un testimonio para mí en cada ensayo del coro. Y empecé a cantar en el coro. Y yo cantaba como quería, a veces grave, a veces agudo; ¡y el coro mejoró muchísimo! Y cada día el predicador decía: ‘¡Jeeesúuus!’. Y entonces él hacía el llamado: ‘¿Quién quiere venir a Jeeesúuus?’. Y el coro siempre cantaba: «Tal como soy…». Él miraba a la platea y decía: ‘¿Quién va a venir a Jesús?’. Me miraba a mí, y decía: ‘¿Quién va a venir…?’.

Entonces los hermanos empezaron a predicarme el evangelio. Abrían sus Biblias y me mostraban cómo es el camino de salvación en Romanos. Por supuesto, yo no creía, porque era muy inteligente para hacerlo. Pero yo podía ver cuán felices eran estas personas.

Yo estaba yendo a una Universidad Metodista, y era obligatorio el estudio de la Biblia. Había un profesor que enseñaba sobre la Biblia. Era un profesor muy liberal. Decía: ‘Esta parte no es verdad … Esto Jesús realmente no lo dijo’. Pero yo no había leído la Biblia antes. En realidad, Julia y yo empezamos la Universidad con dos días de atraso. Yo entré y era la clase del Antiguo Testamento, en el tercer día. Y el profesor dijo: ‘Esta es una pregunta sobre Génesis’. Y yo tenía que responder la pregunta, y nunca había leído la Biblia.

La pregunta era: ¿Quiénes eran Cam y Jafet? Yo no tenía idea. Y dije: ‘Son dos carnes que los judíos no comen’. Yo observaba a ese profesor. Él enseñaba la Biblia, pero no creía en ella. Y me parecía como si estuviera teniendo un colapso nervioso. Durante las clases, él fumaba su pipa, y tenía una especie de tic nervioso.

La vida de ese hombre me parecía un poco complicada. Sus doctrinas eran complicadas. Pero cuando yo volvía a casa, las personas con quienes vivía creían en la Biblia totalmente, y la vida de mis suegros era muy sencilla y muy feliz. La vida de ellos era más hermosa que la vida de mi profesor. Entonces empecé a leer la Biblia con nuevos ojos. Después de un año, una noche, el Espíritu Santo presionó mi pecho muy pesadamente. Estaba ocurriendo un avivamiento en la iglesia, y Dios me persuadió.

Yo tenía veinte años de edad, y me arrodillé por primera vez en mi vida. Dije: ‘Querido Dios…’, y empecé a llorar. Y me quedé como avergonzado. Aunque yo estaba solo, en ese momento percibí cuán malo es el pecado del orgullo. Dios es el que me creó y envió a su Hijo a morir por mí. En toda mi vida, yo nunca me había arrodillado, y le pedí a Jesús que entrase en mi vida. Y fui salvo.

Se lo conté a mi suegro. Le conté a mi esposa, y ella no quedó muy feliz. Pero mi suegro estaba muy contento. Y me dijo: ‘Llama a tu padre en Nueva York, y cuéntale’. Y le dije: ‘Papá, papá, ¡he sido salvo!’. Mi papá no sabía lo que significa ser salvo, y me contestó: ‘¡Qué bueno! ¿En qué banco depositaste algo?’.

Era un cristiano hacía dos meses apenas, cuando mi madre voló desde Nueva York para visitarnos. Ella era ministra en una secta llamada Ciencia Cristiana. Pero cuando ella llegó, vio el amor de los hermanos en la iglesia. Y un día le dije: ‘Mamá, tú tienes una voz tan bella. Si tú conocieras a Dios, podrías cantar para él’.

Ese domingo ella fue a la iglesia. Julia y yo estábamos cantando en el coro. El pastor predicaba: ‘¡Jeeesúuus!’. Y dijo: ‘¿Quién va a venir a Jesús?’. Y mi madre vino. ¡Cuán grande es la gracia de Dios! Ella abandonó la Ciencia Cristiana, empezó a nutrirse de la Biblia, y Dios le dio de una manera soberana el poder del Espíritu Santo. Por diez años, ella fue una sierva de Dios. Ahora, ella está cantando en el cielo.

Pero cuando volvió a Nueva York, llevó a mi padre a una iglesia, y él oyó la predicación del evangelio. Al final del culto, el predicador estaba a la puerta de la iglesia para saludar. Mi papá fue donde él. Mi mamá lo presentó. Y el predicador le dijo: ‘Doctor Congdon, ¿usted quiere recibir a Jesús como su Salvador?’. Mi papá dijo: ‘Sí’, y se arrodilló. Fue salvo esa noche.

La historia continúa. Mi hermana voló de Nueva York a Carolina del Norte. Ella no sabía qué «enfermedad» estaba viniendo de Carolina del Norte. Y cuando nos visitó, ella fue salva.

Ahora sólo quedaba mi hermano en Nueva York. Se estaba escondiendo allí; no quería venir a Carolina del Norte. Pero, ¿saben cuánto ama Dios a las personas? Mi suegro se juntó con un amigo cristiano, y compraron dos boletos de avión a Nueva York. Allí alquilaron un auto y manejaron hasta la casa de mis padres. Dieron testimonio a mi hermano, y él fue salvo. Se volvieron el mismo día a su casa. ¡Cuánto ama Dios a las personas! Hay personas que están dispuestas a sacrificar mil dólares para dar testimonio a una sola persona. ¡Bendito sea Dios!

Entonces, toda mi familia fue salva. Ahora, tres de ellos ya están en el cielo. Gracias a Dios, yo tengo algo que aguardo ver un día.

Yo estaba en esa Iglesia Bautista y empecé a testificar con mi suegro. Y si tú eres un bautista, y realmente amas al Señor, te vas a hacer un ministro. Así funciona. Entonces, fui al seminario y me convertí en un ministro bautista. Salí del seminario y empecé a predicar el evangelio, pero entonces enfrenté un problema: El Espíritu Santo me llenó. Pero en la Iglesia Bautista en que yo estaba, no se gustaba mucho aquello de ser llenos del Espíritu Santo. A algunos bautistas no les importa lo que eres, en tanto que alabes a Jesús. Pero estos bautistas con quienes me reunía eran un poquito fríos. Entonces, abandoné el ministerio.

En esa época, yo tenía un grupo de música cristiana, y empezamos a viajar predicando el evangelio. Después de algunos años en este ministerio itinerante, terminé en una ciudad en Carolina del Norte, y me encontré con un joven cristiano llamado Jonathan Pong. Él me invitó a un estudio bíblico, y yo fui. Allí compartía el hermano Stephen Kaung.

La iglesia no es sólo el cuerpo de Cristo: es Cristo.

Yo era un predicador del evangelio, era un siervo de Dios en su reino, era pastor en una iglesia, pero mis ojos no habían sido abiertos a la plenitud de la iglesia. Y a medida que el hermano Stephen Kaung venía una vez al mes a compartir, mi corazón empezó a abrirse y ensancharse para el Señor.

Yo ya conocía a Cristo como Salvador, ya lo conocía como el que moraba en mí, ya conocía la unción de Cristo; pero un día vi al Cristo más hermoso que jamás había visto. Un día en que el hermano Stephen Kaung estaba predicando el pasaje de 1ª Corintios 12 sobre la iglesia, el cuerpo de Cristo, y llegó al versículo 12, que yo había leído muchas veces. Pero ese día Dios abrió mis ojos. 1ª Corintios 12:12: «Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo».

Yo entendía lo que era el cuerpo de Cristo, creía en el cuerpo de Cristo, y estaba intentando ayudar a hermanos y hermanas a funcionar en el cuerpo de Cristo; pero yo no entendía lo que era la iglesia. Y en ese momento, este versículo abrió mi entendimiento, y vi al Cristo más hermoso que jamás había visto.

Es cuando comprendí por este versículo que la iglesia no es el cuerpo de Cristo. Tú sabes que la iglesia es el cuerpo de Cristo, pero eso es en su funcionamiento práctico. Pero en su esencia, la iglesia no es sólo el cuerpo de Cristo; la iglesia es Cristo. Cuando yo vi eso, vi algo que cambió toda mi vida. Yo era pastor en una iglesia, y creo que las personas pensaban que yo era un buen pastor, al menos un pastor honesto, pero yo no entendía que la iglesia es Cristo, y entonces trataba a los hermanos y hermanas como cosas. Yo no entendía que mi hermano y mi hermana son Cristo.

¿Sabes? Si tú no respetas a tu hermano y a tu hermana, tú no entiendes lo que es la iglesia. Y yo no entendía lo que era la iglesia. Yo decía: ‘Voy a tomar a este hermano y lo voy a poner aquí. Voy a tomar a esta hermana y la podré acá’, sin entender quiénes eran ellos en Cristo. ‘Bueno, necesitamos un maestro; vamos a ponerlo aquí’. Y porque yo hacía ese tipo de cosas, yo era como una cabeza sustituta en el cuerpo de Cristo.

Y cuando el hermano Stephen Kaung estaba hablando de la iglesia como Cristo, en los ojos de mi mente, yo vi ese inmenso cuerpo, y una cabeza pequeñita sobre ese cuerpo, que era yo. Y vi que Dios quitaba esa cabeza, para que Cristo pudiera ser la iglesia. Él no es sólo la cabeza de la iglesia. Él es la vida de la iglesia, él es la fuente de la iglesia, él es las neuronas de la iglesia, él es la sangre de la iglesia, es el oxígeno de la iglesia.

Nosotros nos reunimos como iglesia. Cuando yo tenía una iglesia, nosotros nos reuníamos, y nuestra primera oración era una invocación. ¿Saben lo que eso quiere decir? Nos reuníamos y orábamos: ‘Oh, Dios, somos el cuerpo de Cristo; Jesús es la cabeza, y queremos que la cabeza venga y se una al cuerpo ahora’. Como si Cristo estuviera separado de nosotros, y tuviera que descender para engancharse al cuerpo.

Pero cuando entendí que la iglesia es Cristo, no tenemos que pedirle que baje. Él ya está dentro. No tenemos que pedirle que se levante entre los hermanos y hermanas. Ahí entendí. Yo estaba mirando a las personas según la carne. Pero Pablo dice que ya no nos conocemos según la carne, porque mi hermano y mi hermana son parte de Cristo. Valen un millón de dólares, porque Cristo habita en ellos. El Señor me dijo: ‘Tú no los toques, tú pon tu vida’. Bueno, ¡qué hermoso Cristo! Cuando entendí que la iglesia era Cristo, ahí empecé a entender lo que estaba sucediendo.

A veces nosotros no lo comprendemos, pero él está en pleno control. Cuando él nos permite pasar tiempos difíciles y nos disciplina, es para nuestro bien.

Nosotros normalmente queremos diseñar una reunión de adoración y alabanza para que todos se sientan bien. Yo era un planificador de alabanza: ‘Vamos a empezar con esta canción más rápida, después una más lenta, y después una música muy dulce. Y alguien va a venir al micrófono y hablará. Y cuando todos estén llorando, es el momento de la ofrenda, y ahí vas a ganar más. Y luego vendrá el predicador…’. Pero cuando vi que la iglesia es Cristo, Dios me dijo: ‘¡Quita tus manos de la iglesia! Deja que el hermano pida una canción’.

Es maravilloso cuando las personas están tocando instrumentos, porque nos ayudan en nuestra alabanza. Cuando las personas nos ayudan en nuestra alabanza, es maravilloso. Pero con toda seguridad, ya han visto adoradores profesionales. Eso no es lo que el Señor está buscando. Él no quiere que las personas estén siendo entretenidas por una banda. Él quiere que el hermano más pequeño, que se sienta atrás, pueda abrir su boca y decir: ‘¡Jesús me ama!’. Él quiere que una hermana, en este lado, se levante y con temblor lea un versículo.

Dios prefiere que doscientas personas canten desafinadas, a que una persona sola cante afinada. El Señor Jesús quiere levantar a su cuerpo. Dios levanta hermanos y hermanas para ministrar la Palabra, y ellos ayudan a llevar el cuerpo a la perfección. Pero el Señor quiere oírte realmente a ti. Él espera tu servicio. Y cuando alguien capta eso, el cuerpo viene a una llenura más plena.

No es necesario decir que cuando vi que la iglesia era Cristo –tal como en la Revolución Francesa– fui decapitado, y tuve que renunciar a ser pastor. Las personas no me entendieron, porque la iglesia estaba tan bendecida. Pero creo que puedo decir con sinceridad que el éxito de aquella iglesia dependía de mí. Cuando yo predicaba la palabra allí había ciento cincuenta personas. Cuando yo estaba en mis vacaciones, todo el mundo se iba de vacaciones. Ah, cuando el gato sale, los ratones hacen fiesta.

Ahora, yo voy a una asamblea, y aunque tengamos un estudio bíblico los lunes en la noche en nuestro departamento, cuando mi esposa y yo salimos de viaje, más personas van. A veces creo que yo soy un estorbo.

Aún ahora cuando estoy hablando, nuestro querido hermano Christian Chen está predicando en una Conferencia en Taiwán, nuestro hermano Stephen Kaung está en una Conferencia en New Jersey, y en nuestra asamblea [en Nueva York] donde yo y mi hermano nos reunimos en los días como éste, no está aquel gran predicador, no está Dana, no está Christian Chen, ¡pero Cristo es la cabeza de la iglesia! Y ellos tienen un tiempo maravilloso de alabanza y adoración. Y cuando el Señor está presente entre su pueblo y tú ves a Cristo en los hermanos y hermanas. ¡Este es el Cristo más hermoso!

Y el Señor me dio una promesa. Él me dijo: ‘¿Quieres conocerme?’. Y yo dije: ‘Sí, Señor, yo quiero conocerte’. Y él me dice: ‘Cuando dos o tres se reúnen en mi nombre, tú me puedes ver en tu hermano y hermana’. Por eso a mí me gusta tanto ir a las reuniones, porque Jesús se va a manifestar a través de alguien.

Cuando salí del pastorado, empecé a manejar buses escolares y a realizar distintos trabajos. Tomó algunos años para que el Señor me quitase esa mentalidad de ministro. Y él me hizo ser simplemente ‘el hermano Dana’. Y entonces él me envió a mi peregrinación. Y empecé a viajar a diversos lugares y a ayudar a pequeñas asambleas en todos los lugares. Y es lo que hago hasta hoy. En la mayor parte, son asambleas pequeñas. Y está bien: ¡Ellos valen un millón de dólares!

A veces, en una de esas reuniones en asambleas pequeñas, tú puedes sentir la realidad de Cristo más que en una grande, porque la plenitud de Cristo no significa cuánto ruido puedas hacer, sino cuán vivo está Cristo en los hermanos y hermanas.

Como resultado de eso, muchas veces tenemos que pasar por momentos difíciles. Y como ya les conté, en algunas semanas, mi esposa y yo perdimos un hijo. Y otra crisis estaba ocurriendo. Hay un hermano que tal vez muchos de ustedes no conocen, Ernie Hile, que vive en Brasil. Ernie y yo estábamos atendiendo a seis asambleas en el área de Nueva York, ayudándoles a crecer. Los ancianos empezaron a crecer, y como todas esas iglesias eran jóvenes, no había muchos que tuviesen más edad en el Señor. Entonces, teníamos ‘ancianos jóvenes’. Eran hermanos jóvenes, pero eran lo mejor que el Señor tenía allí, y en algunos casos, algunos de esos hermanos eran adolescentes.

Y en el lugar donde vivíamos, esos hermanos dijeron: ‘No queremos que ustedes nos ministren a nosotros, porque nosotros ya sabemos lo que queremos’. No nos querían mucho, porque los queríamos ayudar a que se mantuvieran en la palabra de Dios. Y ocurrió varias veces en mi vida, por el mismo tiempo en que mi hijo murió. El grupo en la ciudad donde vivíamos nos escribió una carta diciendo que ya no nos iban a ayudar financieramente.

Uno de esos lugares es una asamblea muy pequeña, y ese grupo pequeño nos dijo: ‘Vengan con nosotros’. Mi esposa y yo estábamos quebrantados. Nos trasladamos a ese lugar, ¿y saben lo que descubrimos? El hogar. Los hermanos y hermanas nos trataron como personas. Nos amaban sin interesar si ministrábamos o no. Curaron nuestras heridas y adoraron con nosotros. En ese lugar permanecimos por veinte años.

En los primeros años, el Señor tuvo que sanar nuestros corazones. Y siempre nos acordamos de aquella comunión de sólo veinte personas. Ese era nuestro hogar. Nosotros tocábamos a Jesús allí. ¡Cuán maravillosa es la iglesia que es Cristo! Y es por eso que me gusta tanto estar aquí. Veo a Cristo en ustedes, y bendigo a Dios por eso.

Y respecto de esta obra tan amplia que Dios está haciendo, yo pienso que no tenemos idea cuán importante es la Internet para el anuncio del evangelio. A mí me parece que Dios puede multiplicar esto a miles en todo el mundo de habla hispana. ¡Qué maravillosa oportunidad!

Dios quiere realidad

El Señor no nos pide que seamos exitosos, que seamos grandes o famosos. Lo que él quiere son verdaderos adoradores que lo adoren en espíritu y en verdad. Lo que él quiere es realidad.

Una vez, me encontraba en Inglaterra, y fui a una fábrica de vidrios en Irlanda. El hombre que nos guiaba por el lugar nos mostró dos copas de vino, y nos las pasó para que las examináramos. Y él me preguntó: ‘¿Qué le parecen?’. Yo le dije: ‘Bueno, las dos me parecen buenas’. Y él me dijo: ‘Una vale 50 centavos y la otra vale 20 dólares’. Y luego me dijo: ‘Le voy a mostrar la diferencia’. Entonces tomó una copa y le dio un golpecito con su dedo. Se produjo un largo sonido: ¡Piiiiiing! Luego tomó la otra copa. Era idéntica. La golpeó y hubo un sonido seco. ¿La realidad? Veinte dólares. La copia no vale nada.

El Señor quiere oír ese ¡Piiiiiing! El Señor mira a la asamblea. Él no está interesado en los números. Él quiere su novia, que lo ama, que le quiere decir que lo ama, que está dispuesta a levantarse y… ¡Piiiiiing! Eso es lo que él quiere escuchar. ¡Oh, que el Señor nos ayude!

Tercer mensaje de una serie de cuatro impartidos
en la 3ª Conferencia Internacional «Aguas Vivas» (Santiago de Chile, Sept. 2005).