Una historia de ángeles

El misionero John G. Paton, que ministró en las islas Nuevas Hébridas, da testimonio de la acción protectora de los ángeles. Los hostiles nativos rodearon su casa una noche con la intención de incendiarla y matar a los Paton dentro. El pastor y su esposa oraron toda la noche y al amanecer descubrieron, para su gozosa sorpresa, que los atacantes se habían marchado.

Un año después, el jefe de aquella tribu se convirtió a Cristo. Paton le preguntó un día qué les había frenado en su intento de quemar la casa y matarlos. El cacique le respondió con otra pregunta: “¿Quiénes eran todos aquellos hombres que estaban con ustedes en la casa?”. “Nadie, excepto mi esposa y yo”, respondió el misionero. Pero el jefe de la tribu insistió en que él había visto muchos hombres montando guardia alrededor de la casa. Hombres fuertes con vestiduras resplandecientes y espadas en sus manos.

Billy Graham, en «Angeles, agentes secretos de Dios».

Una pregunta obstinada

Una noche que iba por la calle, el evangelista D. L. Moody se acercó a un hombre que estaba apoyado en una luminaria y le preguntó:

— ¿Es usted salvo de sus pecados?

El hombre se enfureció de tal manera que mandó a Moody “a buena parte”.

— Siento haberle ofendido – le contestó Moody – pero creía haberle hecho una pregunta muy apropiada.

— ¡Cuídese usted de su propio trabajo! – exclamó el hombre.

— Pues éste precisamente es mi trabajo – respondió Moody.

Tres meses después, al rayar el alba, un día de frío intensísimo, llamaron a la puerta de Moody.

— ¿Quién es y qué quiere usted? – se le preguntó.

— Busco la salvación – fue la respuesta. Se le abrió y con gran sorpresa de Moody se encontró con aquel sujeto que le había maldecido antes.

— No he vivido tranquilo desde aquella noche – dijo —. Sus palabras me han perseguido y turbado. Anoche no podía dormir y decidí venir para que usted ore a Dios por mí.

Así se hizo, y no sólo fue un convertido, sino que fue “recibido a misericordia” para ser un obrero de la viña del Señor.

Citado en «Dwight L. Moody, Arboleda», de E.Lund

La multiplicación de los panes

La visitación que Dios hizo a la isla de Timor (Indonesia) en la década de los setenta estuvo llena de hechos portentosos. Mel Tari, en su libro “Como un viento recio”, cuenta cómo el fuego evangelístico se extendió desde la ciudad de Soe, por todas las islas de Indonesia.

Tari cuenta que en cierta ocasión un equipo evangelístico de 20 personas llegó a un pequeño pueblo llamado Nikinki. Apenas llegaron se dirigieron a la casa del pastor buscando acogida. La esposa del pastor se sintió muy cohibida porque no tenían cómo alimentar a tantas personas. Era tiempo de escasez en Timor. El hermano que dirigía el grupo le dijo:

— Señora, Dios me ha dicho que usted tiene cuatro mandiocas (yuca) en su alacena y que debe cocinarlas. Será suficientes para todos.

— ¿Cómo sabe que tengo cuatro mandiocas? – le preguntó ella.

— El Señor me lo ha dicho – dijo él.

Ella fue a la cocina y cocinó las cuatro mandiocas.

Después, el hermano le dijo:

— Le ruego que traiga agua para hacer té.

Ella tenía tenía apenas té y azúcar para dos o tres tazas, pero obedeció.

— Ponga el agua, el té y el azúcar en la jarra y prepárelo para que beba la gente mientras come la mandioca.

Ella lo hizo así. Luego, ella formó una especie de pan de la mandioca hervida, lo puso en un plato y oró. El hermano también oró. Después de orar, Dios le dijo que se le entregara a cada uno de los huéspedes un plato, y así se hizo. Luego se repartieron las tazas.

El hermano dijo:

— Parta la mandioca en pedazos y repártala entre la gente hasta llenar los platos.

Ella pensó: “Esto es imposible, porque no hay suficiente mandioca para llenar un plato.” Pero, no obstante, obedeció.

El primero en acercarse con el plato pensó que era afortunado porque tendría algo para comer. Pero el que estaba al final no pensaba así. Él oraba: ”Señor, soy el último. A menos que realices un milagro, quedaré sin comer, y tengo mucha hambre.”

Ella tomó el pan y lo partió. Y, contra toda lógica, la mitad que estaba en su mano derecha se convirtió en un pan entero. El Señor le dijo que pusiera la mitad que estaba en su mano izquierda en el plato. Luego partió de nuevo el pan que tenía en la mano derecha, y al hacerlo comenzó a llorar porque comprendió que ocurría un milagro en sus manos. De manera que alabó a Dios, y siguió partiendo el pan, y llenando platos.

Todos se dieron cuenta de lo que estaba sucediendo. Pero eso no fue todo. Después de haber comido pan de mandioca, fueron todos a servirse té al mismo tiempo. Cuando se come mandioca dan unas tremendas ganas de beber. La esposa del pastor quería poner sólo un poco de té en cada taza para que alcanzara para todos, pero el Señor le dijo:

— Llénalas hasta el borde.

Ella obedeció de nuevo, y hubo suficiente té para llenar todas las tazas. Algunos incluso tomaron dos o tres tazas de té. Todos quedaron satisfechos.

Mel Tari, en «Como un viento recio».