Un aprendizaje de fe

Siendo un joven alumno de la Cruzada Evangelística Mundial, en Glasgow (Escocia), el hermano Andrés debió realizar su primer viaje de instrucción en evangelismo. Este tipo de viajes –según lo estipulaba el reglamento– era considerado «un aprendizaje para confiar en Dios». Cada estudiante recibía una libra esterlina, con la cual debería pagar su movilización, alojamiento, comida, arriendo de salones para reuniones, etc. durante las cuatro semanas de la gira. Por supuesto, era una formidable prueba para su fe, porque, además, al final de las cuatro semanas, ¡deberían reintegrar el dinero recibido! Un requisito importante consistía en que no les estaba permitido levantar ofrendas ni manipular de ninguna manera para obtener dinero. Los cinco jóvenes que componían su equipo resolvieron respetar dos reglas: nunca mencionar en voz alta ninguna necesidad, y entregar siempre el diezmo de lo que recibían tan pronto como lo recibían.

Nunca les faltó la provisión, aunque muchas veces llegó en el último minuto, cuando ellos ya desesperaban. Ellos percibieron, además, que, tan pronto como ellos pagaban los diezmos, el Señor era más rápido aún para proveer sus necesidades. Al fin de la gira, tuvieron dinero hasta para mandar a la obra misionera de la Cruzada.

En El contrabandista de Dios.

Dios nunca llega tarde

Una vez un amigo mío tenía urgente necesidad de obtener ciento cincuenta dólares. En aquella época vivíamos en una aldea ribereña china y las lanchas no hacían el servicio los días sábado y domingo. Ya era sábado y necesitaba el dinero para el día lunes. Oró a Dios y sintió seguridad de que el dinero llegaría el lunes. Al salir a predicar el Evangelio se encontró con la persona que limpiaba los vidrios de su casa, quien le recordó que le debía un dólar por un trabajo efectuado. De manera que le pagó, y se quedó tan sólo con un dólar en el bolsillo. Un poco más adelante se encontró con un mendigo quien le pidió una limosna. El último dólar que le quedaba le parecía muy precioso, pero sintió que se lo debía dar al mendigo.

Al salir el dólar de su bolsillo, el Señor entró. Se sintió muy feliz sin tener en qué o en quién confiar, sino sólo en Dios. Volvió a su casa y durmió en forma muy apacible. El domingo estuvo muy ocupado como siempre en el servicio de Dios. Llegó el lunes y le llegaron los ciento cincuenta dólares por vía telegráfica, a pesar de ser éste un medio muy costoso para transferir dinero.

Quizá Dios no llegue temprano, pero nunca llega tarde. Siempre está perfectamente a horario.

Watchman Nee, en Aguas refrescantes