Iluminación, golpes y comisión: El trabajo de Dios en el apóstol.

En el evangelio de Lucas capítulo 5 vemos cómo el Señor empezó a trabajar en la vida de Pedro, y cómo él empezó primeramente a trabajar a base de luz, de revelación de sí mismo, intercalado con el trabajar de Dios a base de golpes, de tratamientos, para liberar esa realidad interior que había sido depositada en Pedro.

Tres clases de luz

Nuestro Dios trabaja a base de luz, cada vez nos ilumina, y su revelación y su luz es progresiva. Es vista en una figura del Antiguo Testamento, la del tabernáculo. Cuando el sacerdote percibía una luz en el atrio, era la luz del sol, porque allí no había techo. Más adelante, en el lugar santo, él experimentaba otra clase de luz, que era la luz del candelero; y más adentro percibía una luz que era la luz de la gloria shekinah. Son tres clases de luces, de manera gradual: es como el Señor va revelándose a nuestras vidas.

Esa luz del atrio, por cuanto no había techo ahí, no había cubierta, allí iluminaba el sol, y en la noche la luna y las estrellas, está muy bien mostrada en el Salmo 8: «Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste, digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites? Le has hecho poco menor que los ángeles…». Aquí el salmista está anunciando que así como esa luz del atrio iluminaba, nosotros también somos iluminados por primera vez, cuando vinimos a este mundo antes de ser creyentes, por medio de las cosas creadas. Nosotros vemos su grandeza, su poder, su eterna deidad, por las cosas manifiestas en la creación, de tal manera que no tenemos excusa para decir que no hay Dios.

Pero esta clase de luz es una luz rudimentaria, inicial, con que Dios muestra lo que él es, su eterno poder y deidad, mediante estas cosas creadas.

Más adelante vemos que la luz del candelero que queda en el Lugar Santo, más hacia adentro, más íntimo, tipifica la luz que la iglesia produce en el creyente. Cada creyente, cuando entra a la vida de la iglesia, es expuesto, es iluminado, es redargüido por todos, es tocado por el Señor. La vida de la iglesia es para ser expuesto lo que nosotros somos y ver lo que Dios es en parte.

Y más adelante, en el Lugar Santísimo, donde no alumbra el candelero, donde no alumbra el sol ni la luna, allí está la gloria shekinah. Es la revelación de Dios mismo en nosotros.

Pedro fue iluminado poco a poco por estas tres clases de luces, y, al mismo tiempo, fue golpeado cada vez que recibía luz.

Digo esto porque esta es nuestra vida, igualmente que la de Pedro. Nos gusta ver a Pedro, porque al ver a Pedro en los evangelios nos vemos a nosotros. Tal como era Pedro: terco, soberbio, con mucha confianza en sí mismo, así somos nosotros – ni más ni menos.

La luz del atrio

«Aconteció que estando Jesús junto al lago de Genesaret, el gentío se agolpaba sobre él para oír la palabra de Dios … Y entrando en una de aquellas barcas, la cual era de Simón … enseñaba desde la barca a la multitud. Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar. Respondiendo Simón, le dijo: Maestro, toda la noche hemos estado trabajando, y nada hemos pescado; mas en tu palabra echaré la red. Y habiéndolo hecho, encerraron gran cantidad de peces, y su red se rompía … Viendo esto Simón Pedro, cayó de rodillas ante Jesús, diciendo: Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador. Porque por la pesca que habían hecho, el temor se había apoderado de él, y de todos los que estaban con él, y asimismo de Jacobo y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Pero Jesús dijo a Simón: No temas; desde ahora serás pescador de hombres. Y cuando trajeron a tierra las barcas, dejándolo todo, le siguieron» (Lucas 5:1-11).

Vemos aquí que Pedro fue iluminado por medio de las cosas creadas. El Creador, nuestro Señor Jesucristo, había sometido en cierta manera a una restricción económica a los apóstoles. Ese era un pequeño golpe que el Señor estaba dándoles a ellos. Toda la noche habían pescado en vano, pero cada vez que el Señor nos golpea o nos restringe, es para mostrar su gloria, y también para mostrar lo que hay dentro de nosotros. La luz tiene estas dos cosas, por un lado muestra quién es el Señor, y también por otro lado muestra quiénes somos nosotros.

Aquí Pedro fue iluminado por las cosas externas, por una luz del atrio, se puede decir así, acerca de esta pesca que hubo, a través de las cosas creadas como son los peces. Y esta restricción llevó a que el Señor hiciera un milagro de provisión. Y entonces Pedro, viendo esto, cayó de rodillas y dijo: «Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador». Allí, por primera vez, Pedro fue iluminado.

Cada vez que somos iluminados, somos expuestos en nuestra vida interior. Ahí el Señor nos muestra cuán indignos somos. Pero lo más precioso es que también, al mismo tiempo, Pedro, Jacob y Juan, a pesar de haber recibido las dádivas, esta cantidad de peces, no obstante, dice en el 11: «Y cuando trajeron a tierra las barcas, dejándolo todo, le siguieron».

Pedro fue expuesto por un lado; y por otro lado Cristo se manifestó como el Señor de la creación, como aquel que puede dominar los peces del mar. Y por esta luz, Pedro fue expuesto, por un lado, pero por otro lado, él no se quedó con el don, sino con el dador del don, y esto es un gran avance.

Más adelante vemos que el Señor sigue su avance en nuestras vidas de una manera gradual, porque un ciego que ha sido sanado de su ceguera no puede ser expuesto de súbito a toda la luz. Tiene que ser acostumbrado gradualmente a ver la luz.

La luz del candelero

«Viniendo Jesús a la región de Cesarea de Filipo, preguntó a sus discípulos, diciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? Ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de los profetas. El les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella» (Mateo 16:13-18).

Aquí vuelve el Señor a iluminar al apóstol y a los que estaban con él. Aquí Pedro recibe una luz un poco mayor que la que recibió con la pesca milagrosa. Se le revela quién es Jesús, que Jesús es el Cristo, quien dice al apóstol: «…Y sobre esta roca…», no sobre Pedro, sino que sobre la confesión de Pedro, que es el fundamento de la iglesia.

Entonces ahí vemos una luz de candelero. Dios le reveló quién era Jesucristo: el Hijo del Dios viviente.

«Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos. Entonces mandó a sus discípulos que a nadie dijesen que él era Jesús el Cristo» (Mateo 16:19-20). Aquí también sacamos conclusión de que cada vez que somos iluminados y somos golpeados, también cada vez el Señor nos encomienda algo. A Pedro se le encomienda algo: «A ti te daré las llaves del reino de los cielos».

A Pedro le fueron dadas las dos llaves del reino: la llave para abrir el reino de los cielos a los judíos, que fue utilizada el día de Pentecostés. Y en casa de Cornelio, Pedro usó la segunda llave. El reino de los cielos se abrió y el Espíritu Santo cayó sobre los gentiles por primera vez.

Cada vez que somos iluminados, nos es encomendado algo por parte de Dios y también al mismo tiempo somos golpeados. ¿Qué cosa, no? Esta parte no nos gusta, pero es necesaria. Vemos el golpe desde el verso 21: «Desde entonces comenzó Jesús a declarar a sus discípulos que le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día. Entonces Pedro, tomándolo aparte, comenzó a reconvenirle, diciendo: Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca. Pero él, volviéndose, dijo a Pedro: ¡Quítate de delante de mí, Satanás! Me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres. Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará».

Aquí, después de Pedro ser iluminado, Jesús anuncia su propia muerte, y Pedro empieza a reconvenirle. Después de ser iluminado, empieza a surgir la habilidad natural de Pedro. Pedro, aconsejando a Dios hecho carne, la criatura aconsejando al Creador. Cuán necio era Pedro. Yo creo que nosotros diferimos muy poco de Pedro. Entonces el Señor le dice: «Quítate de delante de mí, Satanás». Realmente era Pedro siendo usado por Satanás.

Satanás estaba detrás de todo esto, tocando la vieja naturaleza de Pedro, no permitiendo que Cristo fuera a la cruz, porque ese fue el empeño de Satanás desde que Cristo nació. Siempre Satanás trataba de llevar al Señor Jesucristo a que no actuara como hombre, sino como Dios. ‘Si tú eres el Hijo de Dios, ¿por qué no haces esto? Si tú eres el Hijo de Dios, ¿por qué no haces aquello?’. Porque realmente quien iba producir la victoria sobre Satanás no era Jesucristo como Dios, sino como hombre. Y aun hasta última hora en la cruz del Calvario decía el mismo Satanás a través del soldado: «Si tú eres el Hijo de Dios…». A través inclusive del malhechor que crucificaron al lado: «Si tú eres el Hijo de Dios…».

Ese ‘Si…’ cuestionador no es más que la voz de Satanás, pero de ninguna manera el Señor Jesús accedió. Igualmente Satanás usó a Pedro: ‘Señor, si tú eres el Cristo, nada te acontezca de esto’. Esta es una manera como trabaja en nuestras vidas. Cada vez que somos tentados, él mismo nos dice: ‘Si tú eres hijo del Rey de reyes, ¿por qué no haces esto, porque no haces aquello?’. Y es un negarnos continuamente, porque esa es nuestra arma.

No hay lugar más seguro para el cristiano que la cruz. No tenemos un lugar más seguro que estar crucificados juntamente con Cristo. Es el lugar de reposo, nuestro refugio, realmente, la cruz. Ser trabajados por el Señor, ser golpeados por el Señor. Allí Pedro fue golpeado, fue reprendido por el Señor.

La luz del Lugar Santísimo

Más adelante, en el capítulo 17, Pedro vuelve a ser iluminado. «Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan su hermano, y los llevó aparte a un monte alto; y se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz. Y he aquí les aparecieron Moisés y Elías, hablando con él. Entonces Pedro dijo a Jesús: Señor, bueno es para nosotros que estemos aquí; si quieres, hagamos aquí tres enramadas: una para ti, otra para Moisés, y otra para Elías. Mientras él aún hablaba, una nube de luz los cubrió; y he aquí una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd» (Mateo 17:1-5).

El Señor llama a Pedro, Jacobo y Juan, y los lleva a un monte alto. Aquí el Señor se está revelando a sí mismo ante ellos. Es una revelación, ya no de atrio ni de Lugar Santo, sino una revelación que pertenece al Lugar Santísimo, una revelación que pertenece a la luz shekinah. El mismo Dios hecho carne se está manifestando allí tal como él es, y se transfigura, tanto que Pedro en su segunda epístola, él todavía, a pesar de haber pasado los años, se acuerda y menciona este pasaje.

«Porque no os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas, sino como habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad. Pues cuando él recibió de Dios Padre honra y gloria, le fue enviada desde la magnífica gloria una voz que decía: Este es mi Hijo amado, en el cual tengo complacencia. Y nosotros oímos esta voz enviada del cielo, cuando estábamos con él en el monte santo» (2ª Pedro 1:16-18). Allí, Pedro fue tocado por la realidad espiritual; allí, por primera vez, Pedro no ve un Cristo según la carne, sino un Cristo transfigurado conforme al Espíritu. Y él fue iluminado.

Este hombre tenía que ser iluminado en cuanto a algo. Él tenía un problema de religión, un problema de judaísmo en su corazón, muy arraigado, y que aún más tarde todavía, en Antioquía, le sale a flor de piel. El apóstol Pablo le reprende en Antioquía acerca de este problema de ser judaizante. Por lo tanto, Pedro tenía que ser iluminado y tenía que ser liberado a través de un golpe. El Señor tenía que trabajar en Pedro.

Aquí en el monte el Señor se muestra, se transfigura. Y Pedro dice en el versículo 4: «Señor, bueno es para nosotros que estemos aquí; si quieres, hagamos aquí tres enramadas: una para ti, una para Moisés, y otra para Elías». Aquí realmente Pedro estaba haciendo alusión a la fiesta de los tabernáculos. Todavía estaba en la tipología, y estaba, de paso, poniendo al mismo nivel a Jesucristo con Moisés y Elías. No lo exaltaba, lo ponía igual como si fuera un profeta más, o alguien igual a Moisés.

Pero aquí es golpeado una vez más. La voz del Padre desde la nube dijo: «Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia…». Este, Jesús; no Moisés, no Elías. «Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd». ‘No escuchen a Pedro’. Prácticamente el Señor estaba diciendo así. O sea, Pedro fue acallado por Dios, y esto es un golpe grande para Pedro. Allí Pedro empezó a ser liberado realmente de la religión judaizante. Pedro tenía que poner por encima de Moisés y Elías al Señor Jesús. No hacer una enramada al mismo nivel, no encerrar o encasillar al Señor Jesús igualmente que a Moisés y Elías.

Destruyendo la autoconfianza

Vemos más adelante que el Señor siguió trabajando con el apóstol. Pedro, aparte de tener problemas de judaísmo en su corazón, también tenía mucha confianza en sí mismo. Y una de las cosas que el Señor requiere para que le adoremos en espíritu y para que le sirvamos en el cuerpo, es librarnos de toda nuestra autoconfianza, problema que tenemos todos aquí. Confiamos mucho en nuestras habilidades, en lo que somos, en lo que tenemos, y con todas estas habilidades y todas estas mañas naturales pretendemos servir a la iglesia del Dios vivo, y no puede ser así.

Cuando nosotros nos presentamos para servir a la iglesia de Dios, no nos podemos presentar en nuestra propia fuerza, en nuestro propio intelecto, en nuestra propia confianza, en nuestras propias habilidades. Nos presentamos con temor y temblor delante de la iglesia del Dios vivo, la casa de Dios, columna y baluarte de la verdad. Pedro estaba lleno de confianza, y el Señor tenía que trabajar en él para destruirla.

Mateo capítulo 26. Este pasaje es muy conocido por todos nosotros. En el verso 69 hay un subtítulo: «Pedro niega a Jesús». Ahí el Señor le da un golpe fuerte, muy fuerte a Pedro. Ahí lo trabajó, destruyó toda la confianza que tenía. Pedro era una persona que aparentaba ser valiente, una persona que podía dar la vida por el Señor. Estaba lleno de mucha confianza en sí mismo, de mucha presunción. El Señor no necesita ser defendido, así como el arca del testimonio no necesitó ser defendida cuando estaba en manos de los filisteos, sino que la misma arca se defendió.

En tierra de los filisteos, el arca hizo que el dios Dagón se doblara y cayó la estatua del dios Dagón. A los filisteos les salieron úlceras. La misma arca, el testimonio que tipificaba a Cristo, se defendió sola. Aun no necesitaba que Uza metiera la mano para que no cayera. Nosotros somos igual que Uza y Pedro. ¿Verdad, hermanos?

El Señor necesita trabajar en nosotros. Él muestra que no necesita ayuda. Él desea involucrarnos en su obra por amor a nosotros. No porque él necesite del hombre, sino que Dios quiere darnos participación para el servicio de él. No es un favor que le hacemos a Dios de servirle en espíritu y en realidad. Es un favor que Dios nos hace a nosotros. Por lo tanto, nos sentimos honrados de servirle, de que el Señor nos ocupe. Para nosotros es de gran honra.

«Pedro estaba sentado fuera en el patio; y se le acercó una criada, diciendo: Tú también estabas con Jesús el galileo. Mas él negó delante de todos, diciendo: No sé lo que dices. Saliendo él a la puerta, le vio otra, y dijo a los que estaban allí: También éste estaba con Jesús el nazareno. Pero él negó otra vez con juramento: No conozco al hombre». Imagínense, él lo conocía… «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente». Y ahora dice: «No conozco al hombre». Un poco después, acercándose los que por allí estaban, dijeron a Pedro: Verdaderamente también tú eres de ellos, porque aun tu manera de hablar te descubre. Entonces él comenzó a maldecir, y a jurar: No conozco al hombre. Y en seguida cantó el gallo. Entonces Pedro se acordó de las palabras de Jesús, que le había dicho: Antes que cante el gallo, me negarás tres veces. Y saliendo fuera, lloró amargamente» (Mateo 26:69-75).

De aquí en adelante ya Pedro no podía confiar en sí mismo. Fue confrontado por el Señor, fue trabajado por el Señor. De allí en adelante el Señor empieza a trabajar en Pedro después de la resurrección.

Veamos Juan 21:15. Sigue el Señor trabajando en Pedro, y ojalá siga Dios trabajando en nuestras vidas. La cruz no es algo que nosotros debamos temer. De las cosas mejores que Dios nos puede dar es la cruz, el trato de Dios con nosotros.

«Cuando hubieron comido, Jesús dijo a Simón Pedro: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos? Le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo. El le dijo: Apacienta mis corderos. Volvió a decirle la segunda vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo. Le dijo: Pastorea mis ovejas» (Juan 21:15-16).

Miren que el amor de Dios se manifiesta de una manera práctica, cuando amamos al Cuerpo. El Señor le está preguntando: «¿Me amas?», y le dice: «Apacienta a mis ovejas». Porque el que ama a la Cabeza, ama al cuerpo. El que ama al Pastor, ama a las ovejas. En eso conocemos que amamos al Señor: porque amamos a nuestros hermanos.

«Le dijo la tercera vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro se entristeció de que le dijese la tercera vez: ¿Me amas? Y le respondió: Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo. Jesús le dijo: Apacienta mis ovejas» (v. 17).

Cuando Jesús le dice por tercera vez las cosas, es porque le está dando conciencia, para que Pedro perciba que él no puede amar al Señor por su fuerza natural, como trató de hacerlo cuando sacó la espada y le cortó la oreja a Malco. Él trató de cortarle la cabeza a Malco, pero no pudo. Acá el Señor Jesús lo está llevando a que él perciba una realidad espiritual que le ha sido dada a Pedro, y esa realidad espiritual es el amor de Dios que ha sido derramado en Pedro.

Sin embargo, Pedro no está percibiendo; le está contestando: «Sí, Señor, te amo», de una manera natural. Jesús se lo repite varias veces, para que Pedro sea consciente de que al Señor se le ama desde el espíritu, no desde el alma; no con el amor natural, sino con el amor de Dios que ha sido derramado.

El Señor está tratando de despertar esa percepción espiritual, esa realidad espiritual que hay en Pedro. De esa manera, el Señor ha venido logrando un trabajo en Pedro grandemente.

¿Y cómo pudo el Señor intercalar la iluminación con los golpes? Cada vez que el Señor lo iluminaba, lo golpeaba y le daba una comisión, una responsabilidad en el propósito de Dios. Y así es para nosotros. Cada vez que el Señor se revela a nuestras vidas, después nos da un golpe, un golpecito pequeño o grande, depende de la dureza de nuestros corazones, y al mismo tiempo nos da un encargo. Él nos carga con su propósito y cada día nos capacita y luego nos envía.

El Señor añada a su palabra. Que esta palabra sea hecha carne y sangre en nuestra vida. Amén.

Hernando Chamorro
Síntesis de un mensaje impartido en Callejones, en enero de 2008.