¿Quiénes son los que siguen al Cordero? Aquellos –y aquellas– que no se han contaminado con otro amor. Los que han pasado largas vigilias de la noche suspirando por el Novio. Ellos son los que tienen el corazón de la novia.

Lectura: Apocalipsis 14:1-5; 14-16.

Hermanos amados, hoy no quisiera intentar una interpretación escatológica del Apocalipsis, sino simplemente rescatar de él algunos principios que son válidos para la iglesia en cualquier tiempo y circunstancia, pero especialmente en nuestro tiempo. Creo que estamos viviendo un tiempo en que nos aproximamos a un fin de todas las cosas. Pero también creo que ese fin no es algo automático, ni mecánico; algo que simplemente viene de manera cronológica como una fecha marcada en rojo en el calendario de Dios, sino que está asociado profunda, íntima, y –por decirlo de alguna manera– orgánicamente a la obra y al servicio de la iglesia, y sobre todas las cosas, a su crecimiento y madurez sobre la tierra.

Acerca de esto quisiera hablar hoy: la necesidad que tiene Dios de contar con una compañía de hijos suyos que exprese su voluntad, para que él pueda desarrollar y cumplir a cabalidad su propósito para la presente dispensación. Esta dispensación es el tiempo que comenzó cuando el Señor ascendió a los cielos, y que va a finalizar cuando él regrese a buscar a su novia celestial, la iglesia.

Un asunto de amor

De hecho, me propongo hablar de la íntima relación que existe entre la venida del Señor y la madurez de la iglesia. Como saben, el mensaje de Apocalipsis está impregnado del persistente anuncio del Señor de que él viene pronto. Cada cierto trecho del libro, el Señor interrumpe, por decir así, la narración para decirnos: “Yo vengo pronto”. Y esto fue escrito hace dos mil años. Pero el Señor no estaba pensando en una cantidad de tiempo cronológico, sino en qué es lo que se necesita de parte de la iglesia para que él venga, para que nosotros vivamos con esa esperanza y expectativa en el corazón.

Recuerdo a la hermana Barber. Ella fue quien formó al hermano Watchman Nee cuando era joven. Y ella vivía constantemente con la esperanza de la venida del Señor y traspasó esa esperanza al hermano Nee. Hay un poema de él que se llama “Betania”. Es un poema muy hermoso donde el hermano expresa su deseo de que el Señor venga. Comienza así: “Señor, ¿por qué ha pasado tanto tiempo, y tú no has venido?”. No es una cuestión de fecha, de escatología: es una cuestión de amor. La venida del Señor es algo que debe ser forjado en el corazón de la iglesia, porque es una cuestión de amor. ¡Es la venida del novio por la novia!

La hermana Barber, como decía, un día caminaba muy triste por la calle, donde la encontró el hermano Nee, y le dijo: “Hermana, ¿por qué estás tan triste?”. Y ella le dijo: “¿Por qué crees que ha pasado un año más y el Señor no ha venido? ¿Crees que vendrá este año?”. Ustedes pueden decir: “La hermana es ingenua, no sabe profecía, no sabe que primero los judíos tienen que venir a Jerusalén, tiene que venir la apostasía, el anticristo, el templo tiene que ser reedificado… No sabe nada esta hermana”. Pero no, amados hermanos, no es cuestión de profecías, sino de amor.

¡Oh, que cada uno de nosotros pudiera decir cada día de su vida, con un suspiro de amor del corazón: “Señor, ¿por qué ha pasado otro día más, y tú no has venido?”! ¿O estamos tan apegados a ciertas empresas, a ciertas cosas que tenemos pendientes en el mundo, ciertas tareas que todavía no hemos cumplido? “Todavía tengo que criar a mis hijos, todavía tengo que terminar la universidad, déjame que primero saque adelante mi empresa, deja que termine primero mi ministerio, tenemos que llenar todo del evangelio”. Pero, hermanos, nada de eso es comparable a que él venga. Ese es el deseo del corazón de la novia, es lo que distingue a la novia, y es la marca de la novia.

¿Quieres saber dónde está la novia? Mira allí, donde algunos claman, y anhelan, y suspiran y dicen: “Señor, ¿por qué ha pasado otro día más, y tú no has venido?”.

Dos escenarios

Cuando empezamos a leer Apocalipsis 14, encontramos un cuadro de contrastes. En el capítulo 13 ustedes ven a los santos perseguidos y destruidos por la bestia. La bestia es el instrumento humano que Satanás levanta para destruir a la iglesia. Puede ser cualquier medio que haya utilizado a lo largo de la historia y que seguramente al final va a tener una manifestación más completa y definitiva. Pero de todas maneras, cualquier instrumento que el maligno ha levantado a través de la historia –instrumento político, instrumento humano– para perseguir a los santos y destruirlos, puede ser identificado en parte con esta bestia.

Entonces, tenemos dos perspectivas. Desde una perspectiva terrenal, la iglesia está sufriendo, los santos están siendo perseguidos, están siendo entregados a muerte, a espada, y parece que no hay ningún poder que los defienda, y ninguna fuerza que los proteja contra el poder despiadado de esta bestia. Una bestia que parece invencible. Los moradores de la tierra se asombrarán viendo a la bestia, y dirán: “¿Quién como la bestia, y quién podrá luchar contra ella?”. Tal es el poder, la majestad, la fuerza que tiene esta bestia en la carne, en la naturaleza humana, y en el poder que Satanás le ha dado.

Eso en la tierra. En ella, los santos aparecen perseguidos, y, de alguna manera vencidos. Porque dice: “…le fue dado hacer guerra contra los santos y vencerlos”. Pero es una victoria aparente. El capítulo 14 nos muestra la realidad. “Después de esto miré, y he aquí el Cordero estaba en pie sobre el monte de Sion”. El monte de Sion representa el testimonio de Dios. El origen de Jerusalén fue el monte de Sion. Allí se edificó la ciudad de David y por eso se la llamó la ciudad del gran Rey. Sion es el principio de Jerusalén, el corazón y la esencia de Jerusalén.

En Apocalipsis, Sion representa el testimonio de Dios, el corazón del propósito de Dios, sostenido por los santos y llevado adelante, en medio de toda la adversidad, persecución y oscuridad que los rodea.  Vemos al Cordero de pie sobre el monte de Sion, la ciudad del Gran Rey, el monte de la victoria. El Cordero está de pie, el primero de todos los vencedores… Él venció a Satanás. El primero en vencer a la muerte, a todas las fuerzas del pecado, de la muerte y los poderes de la oscuridad. Todos ellos fueron derrotados por nuestro Señor Jesucristo. Él enfrentó la cruz, la muerte, la adversidad, ¡y venció! ¡Bendito sea su nombre!

Es el Cordero que fue inmolado, que derramó su sangre, pero que ahora vive, y vive en victoria. “Yo he vencido”, dice el Señor. Pero no sólo él ha vencido, sino que dice: “…estaba de pie sobre el monte de Sion, y con él 144.000 que tenían el nombre de él y el de su Padre escrito en la frente”.

El testimonio de la Iglesia

Hermanos, leamos 1 Juan 5:11-12: “Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida”. ¡Aleluya, ese es el testimonio de la iglesia de Jesucristo! Por ese testimonio, hermanos, la iglesia sufre, por ese testimonio la iglesia es perseguida, es atacada y aparece como vencida.

El Señor nos ha dado un testimonio: “Dios nos ha dado vida eterna; y esa vida está en su Hijo”. La vida que Dios nos ha dado es inseparable de Cristo. No es que Dios nos dio una vida aparte de Cristo. La vida que Dios nos dio es una vida que está unida a Cristo. Tenemos vida porque estamos en él, tenemos vida porque somos miembros de él, y porque él tiene vida, nosotros también tenemos vida

Pero algo más, hermanos, si Dios nos dio vida eterna en su Hijo, lo hizo con un propósito. La razón por la cual nos dio vida eterna en su Hijo no es simplemente la inmortalidad. Es mucho más profundo que eso. Tiene que ver con su propósito: Que la vida de su Hijo crezca, se desarrolle y madure en nosotros, como el pámpano, que está unido a la vid para madurar y fructificar.

¿De qué sirve un pámpano en la vid si no madura y fructifica? La vid es Cristo, nosotros somos los pámpanos. La vid siempre le está dando su vida al pámpano; toda la vida de la vid está fluyendo constantemente hacia el pámpano. El pámpano no tiene que hacer ningún esfuerzo especial; es la vid la que se ocupa de sus pámpanos. Si tú estás en Cristo, él te está impartiendo su vida para que madures, crezcas, y lleves fruto.

El testimonio de Dios no es simplemente una confesión de labios que dice: “Yo tengo vida, porque tengo a Cristo”, sino la expresión de esa vida en nosotros. Lo que Dios busca sobre todas las cosas es un pueblo que sea la expresión de su Hijo; su carácter y santidad. Un pueblo que lleve la imagen de su Hijo. Y eso no es algo meramente exterior, sino una obra hecha profundamente en nuestro interior por el Espíritu Santo, al extender en nosotros la naturaleza de Cristo, para que seamos semejantes a él.

Ahora bien, esta compañía que aparece junto a Cristo, ¿quiénes son? Dice: “…tienen el nombre de su Padre y el del Cordero escrito en sus frentes”. Eso significa que toda su vida está gobernada por Cristo. Ellos no pertenecen a la bestia, ¡ellos pertenecen a Cristo! No pertenecen al mundo, pertenecen a Cristo. Por eso son perseguidos, porque su vida entera le pertenece a Cristo, como el pámpano pertenece a la vid. Son parte de Cristo, son miembros de Cristo, son una sola cosa con Cristo.

Los vencedores

Pero algo más: “Y oí una voz del cielo como estruendo de muchas aguas, y como sonido de un gran trueno; y la voz que oí era como de arpistas que tocaban sus arpas. Y cantaban un cántico nuevo delante del trono, y delante de los cuatro seres vivientes, y de los ancianos; y nadie podía aprender el cántico sino aquellos ciento cuarenta y cuatro mil que fueron redimidos de entre los de la tierra” (Apoc. 14:2-3).

Hermanos, ¿por qué nadie podía aprender el cántico de ellos? Porque este es un cántico que no se aprende sino viviendo y siguiendo a Cristo. No puedes cantar de la cruz si no has vivido la cruz. No puedes cantar de la gloria de padecer por Cristo si nunca has padecido por Cristo. No puedes cantar de la gloria que significa haber seguido al Cordero por dondequiera que va si nunca has seguido al Cordero por dondequiera que va.

¿Por qué cantan este cántico? Hermanos amados, el Apocalipsis fue escrito en un tiempo de decadencia. Y la voz del Espíritu dice: “Al que venciere…”. Y ése es el llamado: “Al que venciere…”. Es un libro entero escrito para los vencedores.

Y, ¿quiénes son los vencedores? No son gente especial, no son gente destacada según los cánones y los estándares del mundo. No son gente reconocida, pero delante de Dios sí son conocidos. ¿Por qué? ¡Porque han seguido a Cristo por dondequiera que va! Porque en el tiempo de la oscuridad y de la apostasía, cuando todos se relajaban, daban pie atrás, evitaban la cruz, y acallaban el testimonio, ellos levantaban en alto la antorcha de Cristo y decían: “¡Todavía Cristo es el Señor, todavía Cristo es la vida de la iglesia, todavía Cristo reina en la iglesia!”.

Cuando todos volvían atrás, ellos prosiguieron adelante; cuando todos se detuvieron, ellos continuaron; cuando la cruz asustó y espantó a muchos, siguieron adelante. Por eso son vencedores con Cristo. Y aún más, ellos tienen el corazón de la novia de Cristo. Ellos han amado a Cristo, ellos han llorado por Cristo, han sufrido por Cristo. Y porque han sufrido, y han llorado, y han suspirado por Cristo, ¡reinarán también con Cristo!

Amados hermanos, Dios no necesita sólo gente salva. Tenemos un concepto equivocado. Creemos que lo que Dios está buscando es salvar a una gran cantidad de gente y nada más. Por supuesto, él quiere salvar a todos, porque ama a todos, y quiere que todos los hombres procedan al arrepentimiento. Sin embargo, lo que él busca, el propósito más profundo de su corazón, no es la salvación de los hombres.

Y los vencedores, esta compañía que ha vencido, son aquellos que han entendido el corazón de Dios. Salvados hay muchos. Pero, ¿cuántos han avanzado con él? ¿Cuántos se han movido con él? ¿Cuántos han madurado con él? ¿Cuántos han sufrido con él? A través de la historia, quizá los menos.

Versículo 4: “Estos son los que no se contaminaron con mujeres, pues son vírgenes”. Pienso que esto no se refiere a que todos son varones, pues así todas las hermanas estarían excluidas de esta compañía de vencedores. Se refiere a que ellos no se han contaminado con otro amor, no han amado a otro novio. Han amado, sufrido, llorado y pasado las largas vigilias de la noche suspirando por el novio. Y debido a ellos, él regresará por su novia. Estos son, hermanos, los que tienen el corazón de la novia.

Luego dice: “Estos son los que siguen al Cordero por dondequiera que va”. A veces el Cordero va por lugares difíciles. A veces, se trata de la cruz. Pero ellos han seguido al Cordero porque no pueden vivir sin él. Piensan: “Si él va por allí, yo voy por allí. ¡Qué más me queda, lo amo y obedeceré! Si él se mete por las piedras, por los valles oscuros, por las cañadas sombrías, ¿qué me queda, si lo amo? Si él se me pierde de vista, ¡me muero! No puedo vivir sin él. Yo tengo que ir”.

Las primicias

Amados hermanos, esta es la vida de Cristo madurada en la iglesia. Por eso son primicias. Las primicias hablan de madurez. No todas las espigas maduran al mismo tiempo; siempre hay un grupo de ellas que madura primero. Esas primeras espigas que maduran son la señal de que pronto todo estará maduro. En el Antiguo Testamento, cuando las primicias de los campos, los dorados frutos del trigo, estaban preparadas, los campesinos las cortaban y las traían a la casa de Dios y las dedicaban al Señor. Todas las primicias le pertenecían al Señor.

“Miré, y he aquí una nube blanca; y sobre la nube uno sentado semejante al Hijo del Hombre, que tenía en la cabeza una corona de oro, y en la mano una hoz aguda. Y del templo salió otro ángel, clamando a gran voz al que estaba sentado sobre la nube: mete tu hoz, y siega; porque la hora de segar ha llegado, pues la mies de la tierra está madura. Y el que estaba sentado sobre la nube metió su hoz en la tierra, y la tierra fue segada” (Apoc. 14:14-16). Amados hermanos, el Señor viene por una cosecha madura. Él no viene a segar trigo verde. Si la iglesia está verde, él no viene. Pero si está madura, él vendrá a buscar a su iglesia. Y, ¿cómo va a madurar la iglesia? Por medio de estas primicias. Porque ellos traen para la iglesia la vida de Cristo, la madurez de Cristo y la victoria de Cristo.

Quisiera dar algunos ejemplos. ¿Han oído hablar de Madame Guyon? Fue una de esas tantas espigas que el Señor cosechó antes de tiempo como primicias. Por su fe, permaneció durante siete años encarcelada en la horrible prisión de La Bastilla. Y ella maduró, soportando largos años de sufrimiento. Nunca se quejó, mientras consideraba que cada uno de sus dolores era una perla preciosa que podía brindar a su Amado. Según el mundo, no valía nada, pero para Dios era una espiga madura.

¿Has oído hablar de Watchman Nee? ¿Has oído hablar de un hermano que haya sido tan usado por Dios en el siglo pasado como él? ¿Y sabías que los últimos veinte años de su vida se consumieron en una prisión y que nunca más pudo salir de allí? Pero cuando él salió, lo hizo para estar con el Señor. Era una espiga madura.

Y porque él, y ella, y tantos otros como ellos, han madurado, hoy nosotros podemos tener más vida. No la tendríamos si ellos no hubieran seguido a Cristo como lo siguieron. Estos son los que siguen al Cordero, hombres y mujeres de Dios. Y él necesita de esos hombres y mujeres.

Síntesis de un mensaje oral.