Cada pasaje de las Sagradas Escrituras tiene su propia grandeza; no obstante, hay capítulos que destacan por sobre los demás por lo que apelan al corazón humano.

Lucas capítulo 2

La grandeza de este capítulo reside en el hecho de que contiene el relato de los primeros treinta años de la vida de nuestro Señor, y es la única memoria que tenemos de esos años; pero también es grande por el método que usa Lucas. Si lo miramos simplemente como obra literaria, es casi único por su belleza.

El método que usa el escritor es al mismo tiempo científico y artístico. Lucas fue en su época un hombre de ciencia y un artista; y ambos dones de su personalidad fueron consagrados a la tarea santa de delinear la personalidad de Jesús.

Se observa el método científico en la forma que trata el asunto. En primer lugar, comienza con el nacimiento de la Persona; dicho nacimiento, con todos sus detalles, ocupa los primeros treinta y nueve versículos; luego, en frases breves, describe el crecimiento del Niño hasta los doce años (versículo 40).

Después se detiene en el siguiente punto de importancia en el desarrollo de la personalidad, que en nuestra terminología moderna llamamos adolescencia, cuando el Niño ha cumplido doce años; y nos da un retrato de él, lleno de fascinante belleza (versículos 41-51).

Finalmente, en otra exposición igualmente breve de frases sencillas y sublimes, nos habla del desarrollo de la personalidad desde la adolescencia hasta la juventud (versículo 52).

No intentaremos examinar este capítulo en detalle, sino mas bien nos esforzaremos en adquirir a grandes rasgos un conocimiento de su revelación. Al hacerlo, veremos, como ya lo he indicado, a la ciencia y al arte consagrados a la presentación de los primeros treinta años en la vida de nuestro Señor.

Debemos detenernos aquí para decir que el valor central de este capítulo se enfoca en un solo versículo: «Porque os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor».

En estas palabras tenemos la suma total de la verdad con respecto al hecho del nacimiento; y recordándolas, llegamos a entender más claramente la historia del crecimiento y del desarrollo de la Persona.

Desde el punto de vista de la economía de Dios –y con esto quiero decir el gobierno de Dios en el mundo y en los asuntos humanos– esta es la declaración central.

Antes de proceder al examen del capítulo es necesario que recordemos que nada nos dice en relación con el recién nacido, sino simplemente que nació. No puede haber una comprensión adecuada de las cosas apuntadas en este capítulo, a menos que estemos al tanto de los hechos prenatales apuntados en el capítulo anterior.

El método de Lucas

Cuando Lucas se propuso estudiar la persona de Jesús a fin de escribir una biografía de él, comenzó por donde todos los verdaderos escritores de biografías comienzan: investigando los acontecimientos prenatales. Es así como en el capítulo anterior se nos dice que el Niño fue el hijo de una virgen, y que fue concebido por obra del Espíritu Santo y bajo la sombra del Altísimo.

De esta manera estamos considerando la historia de una persona que entra en la naturaleza e historia humanas, por obra de Dios; lo cual, usando el término en nuestro sentido ordinario, solo puede ser descrito como sobrenatural.

Vamos a examinar el capítulo en dos partes; la primera se relaciona con el nacimiento y la segunda con el desarrollo. Al estudiar el nacimiento, y aun a riesgo de incurrir en repeticiones, es de suprema importancia que recordemos la declaración a que ya me he referido: «Os ha nacido un Salvador». No se dice que ha nacido un maestro o un ejemplo, aun cuando eso es cierto en gran manera. Aquel a quien se nos llama a contemplar durante estos treinta años es Uno designado por el cielo como «un Salvador».

Bajo la autoridad romana

Hay tres puntos de vista desde los cuales ha de considerarse el gran acontecimiento; son ellos el de Roma, el del Cielo y el de Jerusalén.

Todo está relacionado con Roma en las primeras frases. «Y aconteció en aquellos días que salió edicto de Augusto César». El punto de vista de Roma abarca los primeros siete versículos. El versículo 8 comienza: «Y había pastores en la misma tierra que velaban… y he aquí el ángel del Señor vino sobre ellos». Es la interpretación del Cielo, y abarca desde el versículo 8 hasta el 14. Desde el versículo 15 hasta el 39, encontramos la interpretación de Jerusalén y del Templo.

Consideremos pues, en primer lugar, aquello que se relaciona con Roma. César Augusto había expedido un decreto para que todo el Imperio Romano fuera empadronado.

Lucas tiene cuidado de proporcionarnos la fecha exacta de este empadronamiento; por muchos años hubo desacuerdo respecto de la fecha que Lucas proporciona, pero los estudios más recientes le han dado toda la razón.

Obedeciendo el decreto de Augusto, dos personas emprenden el viaje hacia la ciudad de Belén. El César a que se hace mención fue el primer emperador romano; había sido el más afortunado entre los emperadores o generales, y había conquistado el dominio del mundo.

Obedeciendo a un decreto dado por este emperador, contemplamos a un hombre y a una mujer viajando por el camino que va de Nazaret a Belén. Si pudiéramos escuchar a través de los siglos, oiríamos la marcha de millones de pisadas de hombres y de mujeres que se dirigían a diversos centros en obediencia a este mandato; entre todos ellos iban estos dos rumbo a Belén, por edicto de César.

Contemplando de nuevo a estos dos viajeros a la luz del capítulo anterior y empleando el lenguaje hermoso y delicado de Lucas, nos damos cuenta que la mujer «estaba encinta» y que estaba próximo el tiempo cuando «había de dar a luz».

Roma no se dio cuenta de estos dos y no se preocupó de ellos sino para fines del cumplimiento de su decreto. No obstante, aquella mujer que iba por el camino era el templo del Hijo de Dios, ya que llevaba en sus entrañas la forma humana necesaria para realizar Su misión, y contribuyó a formarla y modelarla. Las colinas de Judea no se dieron cuenta de esto, y Roma ni siquiera lo sospechó; la Autoridad Suprema nacía de esta manera, a lo largo de los caminos romanos.

Al llegar a Belén, se nos dice que no hubo lugar para ellos en el kataluma. He adoptado el término griego porque no da la idea de una posada o mesón. El kataluma era una especie de recinto en donde se guardaba el ganado por la noche; siempre había agua allí, pero no había ni alimento ni mesonero. Esta kataluma de Belén no brindó hospitalidad a aquella mujer, y ella se refugió en alguna dependencia de una vivienda donde había un pesebre.

Es de esta manera como contemplamos al Hijo de Dios entrando a la historia humana en forma de hombre. Al hacerlo, atravesó la ciudad de César y pasó cerca del palacio de Herodes; pasó junto a las moradas aristocráticas de los ricos y cerca de las cabañas de los pobres; y entró a la vida humana, teniendo solo una madre y un pesebre.

Tal es la historia del nacimiento de Cristo desde el punto de vista de la autoridad romana. Fue obedeciendo el edicto de César que ella se vio obligada a emprender el penoso viaje; y en la hora de las horas, que debía ser la más sagrada, se encontraba sola; no hubo ningún médico que la atendiera, ni una mano de mujer que la ayudara. Lucas, con una delicadeza de artista, nos pinta así el momento: «y parió a su hijo primogénito, y le envolvió en pañales, y le acostó en un pesebre».

Con piadosa reverencia digo que no tenemos por qué entristecernos por la forma en que nació el Niño; encontró al venir a la vida sobre la tierra, todo lo que cualquier niño necesita: una madre, y un pesebre. La dignidad de su entrada se hace manifiesta; él pasó por alto todas las posiciones humanas elevadas, y entró en la vida humana en un nivel tan bajo, que ningún recién nacido ha podido igualarle.

La actitud del Cielo

Lucas sigue adelante mostrándonos la actitud del Cielo hacia el nacimiento de Jesús. Su mensajero, «un ángel del Señor», acompañado por una multitud de los ejércitos celestiales, anunció el significado real de lo que había acontecido. El ángel cantó él solo: «Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador que es Cristo el Señor».

De pronto las huestes celestiales celebraron el significado del acontecimiento. La primera nota de su canto le atribuye la gloria a Dios: «Gloria a Dios en lo alto». Era esta la atribución de alabanza a Aquel que ocupó la más alta posición de autoridad muy por encima del trono de los Césares.

Luego en el canto se celebró el significado del nacimiento en lo que a la tierra concierne: «Y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres». De esta manera los ángeles no solo estaban celebrando el nacimiento del Niño, sino saludando a la nueva raza que resultaría del advenimiento de aquel Niño en la historia humana. Ellos comprendieron que la expresión final de ese nacimiento sería el renacimiento de los hombres que cumplirían el propósito divino, y que serían del agrado de Dios; y su canto declaró que en linaje semejante se realizaría la paz.

En todo el mundo se habla hoy de la paz y seguramente que se la desea, aun cuando todo el tiempo el mundo se prepara dondequiera para la guerra. Es bueno recordar este canto de los ángeles y comprender que el mundo nunca encontrará la paz, sino como resultado de un linaje de hombres que agraden a Dios, según el modelo del Hombre que está a su diestra. De este modo, el canto de los ángeles abarcó todos los siglos desde el nacimiento del Niño hasta la consumación.

En el templo de Jerusalén

Finalmente, Lucas presenta el nacimiento de Cristo desde el punto de vista de Jerusalén. Comienza el relato mencionando a los pastores, que eran sin duda pastores del Templo, que velaban sobre los rebaños destinados al sacrificio.

Después de ocho días de nacido, el Niño fue circuncidado y recibió su nombre de acuerdo con la ley judía. Nunca debe perderse de vista que, por el rito de la circuncisión, todo niño hebreo entraba en la corriente de la vida nacional, y que era en esta ocasión cuando se le daba nombre.

Cuando el Niño tuvo cuarenta días fue llevado a Jerusalén y presentado en el Templo. Nos detenemos aquí para darnos cuenta, con todo cuidado, de la manera en que Lucas refiere el hecho: «Y como se cumplieron los días de la purificación de ella, conforme a la ley de Moisés, le trajeron a Jerusalén para presentarle al Señor. (Como está escrito en la ley del Señor: Todo varón que abriere la matriz, será llamado santo al Señor)».

Las palabras entre paréntesis tienen un enorme significado. Si abrimos las Escrituras hebreas, en los libros de Éxodo y de Números, nos encontramos con que, de acuerdo con el primer propósito divino, el primogénito de cada familia debía ser separado para el servicio de Jehová; es decir, para entrar en el sacerdocio. Más tarde, según nuevos planes divinos, fue designada la tribu de Leví para tal oficio, y un levita llevó la representación de un primogénito. Cuando se puso este plan en práctica se encontró con que no había número suficiente de levitas para llenar las exigencias, y se hicieron nuevos arreglos.

Con esta referencia histórica en mente, podemos darnos cuenta de que Jesús fue presentado en el templo de acuerdo con el primer propósito divino. No fue él un sacerdote según el orden de Aarón; no pertenecía tampoco a la tribu de Leví, pero era el Primogénito. Es así como le contemplamos desde el punto de vista de Jerusalén y del Templo, siendo recibido en la vida nacional por el acto de la circuncisión; dándosele un nombre escogido por el cielo para representar su función como Salvador, y presentado delante de Dios como el Primogénito.

Crecimiento

Luego Lucas nos presenta a Jesús a los doce años. Dice: «El niño crecía». El crecimiento es siempre la consecuencia de la vida y es algo que se realiza sin esfuerzo; por ello quiero decir que es algo que se lleva a cabo sin ningún impulso volitivo. Durante el período del crecimiento no hay responsabilidad. Lucas, sin embargo, con todo cuidado, analiza el crecimiento, refiriéndose primero al crecimiento físico: «crecía en estatura»; luego, al crecimiento mental; «y en sabiduría»; y finalmente al espiritual: «y en gracia para con Dios y los hombres». Y en esta forma se nos hace la presentación de él en sus doce primeros años, en los cuales él crecía de manera natural.

A la edad de doce años todo muchacho judío llega a su Bar-mitzvah, es decir, al momento cuando se convierte en un hijo de la Ley. ¿Puede haber alguna duda en cuanto a que Jesús haya tenido su Bar-mitzvah en la sinagoga de Nazaret, y que por medio de este plan divino se haya convertido en un Hijo de la Ley? Esto significaba que ya no estaba por más tiempo bajo responsabilidad de otros, en materia de religión.

Entre los doctores de la Ley

Lucas nos lo describe en este momento de su vida. Su estadía en Jerusalén fue voluntaria. Le vemos en el templo, en presencia de los doctores, o mejor dicho, de los maestros, haciendo lo que como hijo de la Ley tenía perfecto derecho de hacer.

Es probable que él era uno entre un grupo de muchachos que estaban allí en aquella ocasión. Estos muchachos hacían preguntas a los doctores, y respondían a las preguntas que los doctores les hacían. No tenemos apuntada ninguna de las preguntas que estos doctores le hicieron a Jesús, ni tampoco ninguna de las que él les hizo a ellos; lo que Lucas nos dice es que estaban maravillados de él; que estos maestros de la ley, respetuosos y eruditos, estaban sorprendidos de su entendimiento y de sus respuestas.

María y José aparecen aquí en forma por demás interesante. Habían emprendido el viaje hacia el hogar sin Él. Nunca puedo leer este pasaje sin sentir que en este incidente está demostrada la confianza que habían depositado en él; sin embargo, cuando se dieron cuenta de que no iba entre la compañía, regresaron a Jerusalén con inquietud. Cuando le encontraron, María se dirigió a él con una expresión de ternura que encuentra su mejor traducción en la palabra escocesa «bairn», que significa el que yo he dado a luz. La palabra griega que usó María es un equivalente de ésta.

Luego encontramos las primeras palabras de Jesús que el evangelista recoge: «¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me conviene estar?». En estas palabras hay conciencia de parentesco, «Mi Padre»; y el reconocimiento de la responsabilidad que tal parentesco trae aparejada: «En los negocios de mi Padre me conviene estar». Estas primeras palabras de Jesús constituyen la clave de todo lo que vino después en su vida y ministerio.

Sabiduría, estatura y gracia

Llegamos al final de este capítulo, caracterizado por una brevedad extraordinaria, y por una revelación igualmente notable. «Y Jesús progresaba en sabiduría y estatura, y en gracia para con Dios y los hombres».

Por doce años Jesús había crecido sin responsabilidad volitiva; desde esta hora, como un hijo de la Ley, tuvo que obrar por su cuenta y abrirse camino sin ayuda; y esta actitud se refiere a toda su personalidad. Aquí se manifiesta otra vez el método científico de Lucas. «Progresaba en estatura», es decir, en lo físico. Fue necesario que observara las reglas de la salud, y así lo hizo; tuvo que buscar la cultura por medio de la sujeción, y así lo hizo también.

Finalmente, «progresaba en gracia para con Dios y los hombres». La vieja traducción «En favor para con Dios y los hombres», es una traducción desacertada. Pues está muy lejos de ser éste el significado de las palabras que usa Lucas; el mismo término «gracia» se usa aquí, tal como fue usado por Lucas al afirmar que durante los primeros años la gracia de Dios era con él. La preposición griega traducida «con», es para, que significa al lado de; de donde lo que dice Lucas es que Jesús progresaba en gracia al lado de Dios y de los hombres; mantuvo su compañerismo con Dios, y también con los hombres, y tal compañerismo fue caracterizado por la gracia.

Propósito

Esta narración que hace Lucas de los treinta años de la vida de Jesús, en lo que tiene de esencial, es condensada en las palabras del amigo y maestro de Lucas, Pablo, cuando en frases sencillas y sublimes escribe: «Mas venido el cumplimiento del tiempo, Dios envió su Hijo, hecho de mujer, hecho súbdito a la ley».

Y luego agrega otras palabras reveladoras declarando que el propósito de este nacimiento y de esta vida fue: «Para que redimiese a los que estaban debajo de la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos. Y por cuanto sois hijos, Dios envió el Espíritu de su Hijo en vuestros corazones, el cual clama: Abba, Padre».

De estas palabras de Pablo tomo dos frases; la primera abarca toda la narración de Lucas: «Dios envió su Hijo»; y la segunda, muestra el resultado de ese acto de Dios: «Dios envió el Espíritu de su Hijo en vuestros corazones».

De Grandes Capítulos de la Biblia