Los ministros de la Palabra no son llamados a ser figuras rutilantes, sino servidores por medio de los cuales la iglesia es capacitada para cumplir «la obra del ministerio».

Preparando la ayuda idónea

Para comprender el papel que les corresponde a los ministros de la Palabra en este tiempo, es preciso revisar una vez más cuál es el propósito de Dios. No podemos, a la vista de los pequeños objetivos, extraviarnos del objetivo general, que da sentido y coherencia a todos los demás.

A la manera como hace un ingeniero vial, cuando traza un tramo del camino, debe hacerlo a la vista de la dirección de la carretera completa, para que su tramo se acople correctamente en su inicio y en su término al de la obra mayor, así, los hijos de Dios hemos de ver, al menos cada vez que hacemos revisión de lo realizado, o al trazar las líneas de lo que vendrá, cuál es el propósito mayor, aquel que Dios se propuso desde el principio, para que nuestro tramo en la obra que realizamos conecte adecuadamente con lo que Dios ha venido haciendo, y con lo que quiere hacer en lo futuro, para que así nuestro trabajo no se pierda, y podamos, aunque sea mínimamente, colaborar en su obra.

La preeminencia del Hijo

Aunque es profusamente dicho, y sostenido, la preeminencia de Jesucristo el Hijo de Dios, es el gran propósito de Dios. Todo fue creado por Él y para Él, y todo ha de glorificarle a Él.

Alguna vez entenderemos detalladamente cómo todo fue creado por Él y para Él, tanto lo macrocósmico, como lo microcósmico; tanto el diseño de las megaestrellas como el instinto más pequeño de la más pequeña ameba. Cada aspecto y cada énfasis, cada forma y cada color, cada configuración, cada estructura, cada sistema viviente, cada dimensión de vida, cada ser por simple o por complejo que sea, todo, absolutamente todo, fue creado por Él para Él.

No podemos entender esto cabalmente, como no puede una oruga entender el complejo sistema filosófico de Aristóteles, o de Kant. No podemos entenderlo: apenas lo barruntamos.

Pero hay algunas figuras que nos ayudan. Consideremos a un rico padre terreno. Él tiene un hijo único, y posee las más grandes extensiones de tierra, la mayor cantidad de recursos y de criados, ¿no lo pone todo, acaso, a los pies de su hijo? ¿Tendrá otro norte, otro propósito que el de darlo todo en herencia al amado de su corazón?

Miremos a Abraham e Isaac. He aquí dos nombres que no pueden dejar de hablarnos del Padre y del Hijo. El amor del padre por ese hijo nacido en la vejez, acrecentado por la larga espera; las riquezas del patriarca, la rica herencia que deja en manos de su hijo, y que no acepta que sea compartida con los demás; todo ello y mucho más nos hablan de ese sólo y gran afecto que el Padre tiene: el Hijo de su amor. El gozo del Padre en su Hijo, el diseño de todo lo creado para su deleite y gozo; la herencia de todas las cosas para su Único heredero. Todo nos habla de la preeminencia del Hijo en el propósito de Dios.

No hay otro ambiente, ni persona ni cosa que Dios ame cómo a Él. Nada ni nadie goza de su favor, si no es por su Hijo; sólo en Él -y lo dejó en claro en, al menos, tres veces- encuentra contentamiento.  (Mateo 3:17; 17:5; Juan 12:28). No hay forma suficientemente excelsa de expresarlo, no hay lengua humana que sea capaz de describirlo. El propósito de Dios sólo halla su explicación y sentido en Jesús, el bendito Hijo de Dios.

No es bueno que el Hombre esté solo

Adán está en el huerto. Aun no ha entrado el pecado. La belleza del entorno es esplendente. Nada puede opacar la gloria de esa creación primera. Los aires están limpios, le pureza reina.

Adán luce magnífico en el huerto que Dios puso bajo sus pies. «Le hiciste un poco menor que los ángeles, le coronaste de gloria y de honra, y le pusiste sobre las obras de tus manos; todo lo sujetaste bajo sus pies» (Hebreos 2:7-8 a).  Sin embargo, Adán está solo.

Magnífico en toda su grandeza, pero solo. Todo obedece a su deseo, todo ha sido supeditado a su designio; pero está solo.  «Y dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él.» (Génesis 2:18).  Si relacionamos el salmo 8, con Hebreos 2:5-9, Efesios 5:31-32, y el pasaje de Génesis 2:18-24, podemos hallar esta extraordinaria verdad: Adán es un tipo de Cristo, y así como no pareció bien a Dios que Adán estuviera solo, así tampoco parece bien a Dios que su amado Hijo esté solo.

De manera que el propósito de Dios no sólo tiene que ver con su Hijo amado, sino que además tiene mucho que ver con la iglesia, porque ella, lo mismo que Eva para Adán, es la ayuda idónea para Él, porque fue formada de su mismo cuerpo.

Nadie puede ser la ayuda idónea de Cristo sino la iglesia, es decir, aquello que sale de él, de su costado herido. No puede serlo una institución hecha a la medida del hombre, y con el molde de las instituciones humanas; no puede serlo una organización religiosa o filantrópica, por muy loable que sean sus objetivos. Sólo Eva fue ayuda idónea para Adán, (no un maniquí, o una caricatura de mujer), porque ella fue tomada de él mismo. Sólo Eva estaba capacitada para entenderlo y ayudarlo. Sólo ella podía comprender sus deseos más íntimos, y satisfacerlos.

Así es también la iglesia, esta Novia que suspira por su Amado todavía ausente. Sólo esta novia que hoy es también a la semejanza de su cuerpo, puede colaborar con Dios para que Cristo tenga en todo la preeminencia.

El complemento de Aquel

El capítulo 1 de Efesios es, lo mismo que Juan 1, una ventana abierta a la eternidad pasada, para ver el corazón de Dios y conocer sus designios. Pues bien, en los versículos 9 y 10 se habla de la voluntad eterna de Dios, que consiste en reunir todas las cosas en Cristo (o, como puede también traducirse, «hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza», Biblia de Jerusalén). Pero al finalizar el capítulo, después de hablar acerca de la obra preciosa del Trino Dios a favor del hombre, la mirada recae en la iglesia, afirmando que Cristo fue dado «por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud (o «complemento», B. De Jerusalén) de Aquel que todo lo llena en todo».

El objetivo de Dios del versículo 10 comienza a cumplirse en el magnífico hecho referido en el versículo 22. Cristo es ahora Cabeza de la iglesia (v.22), para mañana serlo de todas las cosas (v.10). Cristo tiene hoy su cuerpo (la iglesia) en la tierra para que, por medio de ella, pueda ser posible que mañana Cristo sea Cabeza sobre todas las cosas.

De manera que tiene que cumplirse primero un objetivo básico para que mañana pueda cumplirse uno mayor. Lo primero y básico es la edificación del cuerpo de Cristo, con aquella otra serie de propósitos afines que aparecen en Efesios 4:12-16. Si los hijos de Dios trabajan en este tiempo sólo para la salvación de las almas, pero no para el cumplimiento de estos propósitos fundamentales, ¿cómo Dios tendrá una esposa para su Hijo? ¿Cómo este Abraham podrá encontrar una esposa para su Isaac?

Sin la iglesia, Cristo está como Adán sin Eva. Magnífico en su soledad, en su vastísima herencia, pero sin una compañera idónea. Cristo precisa de este complemento que es la Iglesia.

¿Cómo la iglesia puede llegar a ser esa ayuda idónea?

Para alcanzar la serie de objetivos de Efesios 4:12-16 es preciso que exista primero un antecedente, que es, a la vez, causa y principio: los ministros de la palabra que aparecen en el versículo inmediatamente anterior a este pasaje: el 4:11.

Los objetivos de Efesios 4:12-16 sólo se podrán cumplir en la medida que esos ministerios estén funcionando coordinadamente, en sujeción a la Cabeza.

¿Dónde están los apóstoles hoy? ¿Dónde los profetas? ¿Dónde los evangelistas? ¿Dónde los pastores y maestros? Al mirar alrededor en la cristiandad actual nos cuesta identificar ministerios que estén verdaderamente puestos al servicio de estos altos objetivos de Dios. Más bien vemos una miríada de ministerios de la más variada índole, la mayoría de los cuales tienen sus propios objetivos, sus propias metas y planes, sus propios proyectos.

Aunque hay muchos que, sin duda, Dios utiliza grandemente, también hay otros que, simplemente, quieren hacerse un nombre en el vasto universo del ‘christianity show today’. Para éstos ¿qué importancia tienen los objetivos de Dios y la gloria de su precioso Nombre?

Muchos ministerios hoy buscan introducirse en los ambientes cristianos, pero que tienen muy poco que ofrecer de parte de Dios y para la gloria de Dios. Ellos tienen para ofrecer sólo su nombre y muy poco más.

La iglesia sólo puede llegar a ser la ayuda idónea que Cristo precisa en este tiempo, si los hombres a quienes Dios ha encomendado estos ministerios tienen esta visión, están conscientes de la responsabilidad que ello significa, y la cumplen en medio del cuerpo de Cristo. No bajo banderías particulares, no como buscando medrar con la Palabra de Dios, sino teniendo en vista la necesidad de Dios y la gloria de su Santo Hijo Jesús.

No fines, sino medios

Los ministros de la Palabra son, pues, medios que Dios prepara y utiliza para bendición de todo el Cuerpo, y no un fin en sí mismos.  En el pasado, muchos ministros alcanzaron un lugar de privilegio y mucha notoriedad. Creemos que eso estuvo bien, en su momento. Sin embargo, el propósito de Dios ha avanzado desde entonces hasta acá. No es este el día de resucitar a los Moody y a los Spurgeon. Los Billy Graham no se repetirán, pese a que la masificación de las comunicaciones podrían catapultar a alguno con mayor relevancia todavía. Pero eso tal vez ya no sea posible. 1

Los nuestros son días más bien de una reversión histórica. La antorcha tiene que pasar de los pocos a los muchos. La pirámide (con sólo unas pocas súper estrellas arriba) tiene que invertirse. Ahora el lugar predominante lo han de ocupar los miles y miles de creyentes de un talento, miembros hasta ahora olvidados y desplazados, sólo espectadores del trabajo de unos pocos.

El ministerio de los «gigantes» espirituales está cediendo su lugar al servicio más modesto y silencioso de los muchos que desean servir al Señor. Las grandes figuras están desapareciendo. Y aun las que han intentado encumbrarse, han caído, muchas de ellas envueltas en escándalos o descréditos de proporciones. El perfil del tele evangelista, del predicar masivo, se ha sido desfigurando. Las desnudeces de muchos de ellos han quedado al descubierto. Sus ministerios están muy cercanos a la farándula circense de la televisión, con todos sus males 2.

Hoy nos aproximamos a la normalidad. Hoy estamos empezando a ver que tanto los dones, como los ministerios que ellos producen, son «medios» para la edificación del Cuerpo y, sobre todo, para que se manifiesten los servicios de cada miembro.

El creyente no ha de ser más un mero oyente de buenos e inspirados discursos, sino un agente activo en la obra total del ministerio. El propósito de Dios hoy es restaurar la iglesia para que ella alcance la estatura de la plenitud de Cristo, y para que desde ella, el Espíritu Santo pueda alcanzar a una humanidad dolida y sufriente, esquilmada por el Devorador.

El Espíritu de Dios está conduciendo a los que se han rendido a Él para hacer su voluntad y para servirle como Él quiere, al sacerdocio universal de cada creyente. Esta verdad, que no es nueva, porque se habló de ello ya en la Reforma del siglo XVI, ha experimentado, en la práctica, un lento avance en los siglos siguientes. Hoy estamos, gracias a Dios, más cerca de su realización.

El propósito de los dones y los ministerios

Hay una interesante correspondencia entre 1ª Corintios 12 y Efesios 4. En 1ª Corintios 12:4-6 se habla de dones, ministerios y operaciones. Estos tres aparecen asociados, respectivamente, con el Espíritu, con el Hijo y con el Padre. El orden, como puede verse, es ascendente. Del menor hasta el mayor. De aquí podemos derivar que ese es el orden de importancia de los dones, los ministerios y las operaciones. Los dones existen para que existan los ministerios, y los ministerios existen para que existan las operaciones.

Es importante aquí el orden y la secuencia en que ocurren, porque los dones son antes que los ministerios y los ministerios antes que las operaciones. Los dones preexisten a los ministerios y éstos preexisten a las operaciones de los miembros del Cuerpo en particular. La máxima importancia se concede, entonces, a las operaciones.

Los dones relacionados con la Palabra capacitan a unos pocos para bendecir a todo el Cuerpo. ¿Cómo?  Efesios capítulo 4 nos ayuda. En Efesios también están los dones, los ministerios y las operaciones, en ese mismo orden. Los dones son dados a los hombres (4:8), para que puedan desempeñar los ministerios (4:11), por cuya función el cuerpo recibe la capacidad de alcanzar los objetivos de Dios. Desde el versículo 12 al 16 de Efesios 4 tenemos el desglose de ellos. Pero las operaciones, a diferencia de los ministerios, no tienen que ver con sólo unos pocos especialmente dotados, sino con todos los creyentes. Dice: «Según la actividad propia de cada miembro» (4:16). 3

El objetivo principal de Dios apunta hoy a que el Cuerpo recupere su funcionamiento, porque ello representa la posibilidad de recuperar el propósito de Dios. Y el cuerpo entero recuperará el funcionamiento cuando reciba la ministración adecuada de los ministerios.

En Efesios hay una dirección muy clara. Las oraciones de Pablo en los capítulos 1 y 3 se van abriendo desde lo individual a lo colectivo, para concluir en el capítulo 4 en la actividad de cada miembro, que dará lugar a la plenitud del cuerpo.

Siguiendo este mismo desarrollo, en el capítulo 3:16-18 tenemos la plenitud en el amor, y en el capítulo 4, la plenitud por medio de las diversas operaciones de los miembros de todo el cuerpo. La primera es una cuestión subjetiva, interna; la segunda, en cambio, es una cuestión objetiva y práctica.

Ahora bien, si tomamos el capítulo 4, veremos que la línea de pensamiento no se detiene en el versículo 8, como para que nosotros nos quedemos detenidos en los dones. Tampoco se detiene en el versículo 11, como para que nos quedemos detenidos en los ministerios. La línea de pensamiento termina en el versículo 16, en que «todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor.» (4:16).

¡Es por medio de «la actividad propia de cada miembro» que el cuerpo recibe su crecimiento para edificarse en amor»! Es por la pluralidad de servicios y operaciones. Una iglesia restaurada al modelo de Dios es aquella en que todos los miembros, sujetos a la única Cabeza, realizan sus operaciones respectivas.

La atención de Dios no está centrada hoy en los dones como fines en sí mismos, y como una ocasión de alarde personal; tampoco está centrada en los grandes y solitarios ministerios, como lo fue en tiempos pasados. La atención de Dios se centra en las operaciones del cuerpo, que es la meta final de la obra de Dios para hacer posible el propósito de Dios.

Muchos cristianos añoran con volver a los tiempos de los grandes hombres, de los gigantes espirituales, y se preguntan: ¿Cuándo tendremos un Moody, o un Spurgeon? O como algunos dicen: ¿Cuál será el hombre del consenso, que sea capaz de concitar la atención de todos los cristianos, de reunir todas las voluntades y producir la unidad del pueblo de Dios?

Lamentablemente no habrá un hombre (individualmente hablando); pero la solución de Dios es infinitamente mejor; sí, habrá -felizmente-  un hombre colectivo, un solo y nuevo hombre, del cual Cristo mismo es la Cabeza.

Las naciones esperan un hombre individual que les solucione sus problemas, (y sabemos que eso pavimenta el camino para el Anticristo). El pueblo de Dios no busca un hombre individual (sería demasiado frágil para liderar al pueblo de Dios en los tiempos que se habrán de vivir), sino espera la restauración de la iglesia -columna y baluarte de la verdad- contra la cual no pueden prevalecer las puertas del Hades.

El pueblo de Dios se levantará, como un solo Hombre, poderoso y fuerte. Será débil en apariencia, y seguramente menospreciado, pero será totalmente efectivo en el día malo, inclaudicable, sostenido por Aquel que está sentado en el trono de los cielos.

***

Así pues, el propósito de los ministerios, entonces, es aclarar por medio de la Palabra a los hijos de Dios cuál es la esperanza a que han sido llamados, cuál es su herencia y cuál es el poder que tienen en Dios (Efesios 1:18-19), y para que, haciendo uso de estos recursos, ellos puedan funcionar cada uno en su lugar y de acuerdo a sus talentos, aclarados sus corazones acerca de cuál es el servicio que Dios les llama a prestar, y cuáles son las obras que Dios ha preparado de antemano para que anden en ellas. (Efesios 2:10). En otras palabras, es aclarar a todos cuáles son las operaciones que están llamados a hacer y darles la oportunidad de hacerlo.

Una iglesia así edificada estará en condiciones de enfrentar los desafíos que el mundo, Satanás y la carne le presenten. Una iglesia así premunida de los recursos de Dios podrá estar en condiciones de afrontar con firmeza los difíciles días que se avecinan.

Pero, sobre todo, una iglesia así edificada, podrá ser la ayuda idónea que Cristo necesita, para que nuestro postrer Adán, nuestro segundo Hombre, no esté solo (1 Corintios 15:45, 47).

1 El mismo Graham dijo, como adelantándose a ello, en el encuentro de líderes «Amsterdam 2000» que él no necesitaba un sucesor, sino  muchas manos decididas a aceptar la antorcha para la nueva generación.   Dijo bien, porque es preciso, no un solo hombre especialmente dotado, sino muchos cuyas manos estén dispuestas a laborar.
2 Al respecto, el libro El Síndrome de Lucifer, de Caio Fabio, ( Ed. Logos, 1994) abunda en detalles.
3 La palabra «actividad» se puede traducir también como «operación».