La parte de la historia de la Iglesia que no ha sido debidamente contada.

Durante las severas y sistemáticas persecuciones que los paulicianos sufrieron a manos del Imperio Bizantino, varios grupos, como se señaló en nuestro artículo anterior, se trasladaron hacia el occidente y fijaron su residencia en los Balcanes. Las semillas de aquellos sufridos mártires germinaron nuevamente en territorio europeo, donde fueron conocidos con el nombre de bogomiles o tomraks, que en idioma eslavo quiere decir ‘Amigos de Dios’.

La primera gran migración se produjo bajo los auspicios del emperador Constantino V, enemigo de las imágenes, quien trasladó a algunos de ellos hasta Tracia. Después, a mediados del siglo X, otro emperador, Juan Zimisces, quien liberó a Bulgaria del dominio ruso, condujo una segunda gran migración de hermanos hacia los recién anexados territorios. Allí estos nuevos inmigrantes de Asia Menor se expandieron rápidamente y fundaron numerosas iglesias en las que buscaban ceñirse a la fe bíblica y las prácticas sencillas del Nuevo Testamento. Y en occidente, entraron en contacto con otros hermanos de similares características, tales como cátaros, valdenses y albigenses.

«Peores que demonios»

Las iglesias que los bogomiles fundaron en Europa central fueron objeto de acerba persecución tanto del imperio Bizantino como de la Cristiandad Occidental. Las comunes acusaciones de herejía (el ya consabido maniqueísmo), malignidad y depravación moral no se hicieron esperar. Un escritor del siglo X, llamado Eutimio, dice lo siguiente: «Ellos (los bogomiles) invitan a aquellos que escuchan sus doctrinas a guardar los mandamientos del evangelio, a ser mansos y humildes, y a mostrar amor fraternal. Así, seducen a los hombres enseñándoles cosas buenas y doctrinas útiles, pero los envenenan gradualmente y los arrastran a la perdición». Cosmas, un presbítero de la iglesia organizada búlgara, dice así: «Más horribles y peores que demonios… Ustedes pueden encontrar herejes callados y pacíficos como corderos.. pálidos por sus ayunos hipócritas, que no hablan, ni ríen demasiado». Y, otra vez «cuando los hombres ven su conducta modesta, piensan que sus creencias han de ser verdaderas. Se les aproximan, en consecuencia, y les consultan sobre la salvación de sus almas. Pero ellos, semejantes a lobos que engullen a un cordero de un bocado, inclinan su cabeza, suspiran, y responden llenos de humildad, y se colocan a sí mismos en la posición de conocer lo que ha sido ordenado desde los cielos».

Estas acusaciones de sus perseguidores y otras semejantes, nos recuerdan las palabras de el Señor: «Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros mintiendo» (Mt. 5:12). Tampoco los bogomiles escaparon a la suerte de los hermanos que levantaron el testimonio antes que ellos. El descrédito, la difamación y el martirio por causa de Jesucristo los siguió por dondequiera que fueron.

Una opinión más ponderada

Sin embargo, otras voces, más objetivas y sobrias se levantaron para hablar de ellos. Gregorio de Narek, uno de los así llamados «padres de la iglesia», dice que no se les podía acusar de vidas inmorales, sino más bien de libertad de pensamiento y desconocimiento de la autoridad: «A partir de una consideración negativa acerca de la iglesia, esta secta ha tomado una línea positiva y ha comenzado a investigar el fundamento mismo, la Santa Escritura, buscando allí enseñanzas puras y sana dirección para la vida moral».

De este modo, aun con las voces de sus detractores, nos llega el eco de su vida y testimonio evangélico, en medio de una cristiandad hostil y apóstata. Era precisamente ese testimonio superior de vida y conducta, que sus enemigos caracterizaban de «hipócrita», lo que atraía a tantas personas a sus sencillas iglesias, pues veían y encontraban en ellos una espiritualidad mucho más genuina.

Al igual que sus antecesores, los paulicianos, estos hermanos se reunían en sencillas asambleas presididas por ancianos de carácter probado, rechazaban el culto a las imágenes y a María, y la doctrina de la transubstanciación en la cena del Señor. Tampoco reconocían la autoridad de la Iglesia Oficial.

Prosperidad en Bosnia

La persecución del imperio Bizantino llevó a muchos hermanos más hacia el oeste todavía, hasta Serbia. Y desde allí, perseguidos por la cristiandad oficial, hasta Bosnia. Fue en esa tierra donde tuvo lugar su desarrollo más importante. El rey de Bosnia, Kulin, se convirtió a le fe de los hermanos junto con toda su familia. En ese entonces su número se multiplicó hasta cerca de 10 mil personas. Miloslav, príncipe de Herzegovina hizo lo mismo, y también el obispo de la ciudad. El país entero se apartó de la iglesia oficial, y experimentó un tiempo de prosperidad nunca visto hasta entonces, debido a la laboriosidad ejemplar de los hermanos. Dicha prosperidad llegó a ser proverbial. Por todas partes las iglesias eran dirigidas por ancianos. La reuniones se realizaban por las casas, y los lugares regulares de reunión eran sencillos; sin adornos u ornamentos, sólo una mesa donde se ponía el pan y la copa para conmemorar la cena del Señor. También separaban una parte de sus ingresos para ayudar a los enfermos y apoyar a los hermanos que viajaban predicando el evangelio.

La hora de la prueba

Sin embargo, la reacción no se hizo esperar. La Cristiandad oficial amenazó al rey de Bosnia y sus principales gobernantes con la guerra. Estos, atemorizados, se sometieron al Papa, abjuraron de su fe y prometieron traer al pueblo bajo el domino de la iglesia oficial. Sin embargo, el pueblo rehusó aceptar la decisión de su rey, pues habían aprendido a obedecer a Dios antes que a los hombres. Por otra parte, el país se había convertido en una ciudad de refugio para hermanos perseguidos de otras latitudes. Hasta allí llegaban los albigenses del sur de Francia, que escapan al horror de la cruzada de exterminio emprendida en su contra. También valdenses perseguidos del norte de Italia, y otros de Bohemia y Alemania.

Entonces, el Papa, al ver que el Rey bosnio era incapaz de someter a sus súbditos bajo la iglesia oficial, y que el número de los herejes crecía en forma alarmante en los Balcanes, encargó al rey de Hungría una cruzada para exterminar la herejía, tal como lo había hecho unos años antes en el sur de Francia.

La guerra entre Bosnia y Hungría duró muchísimos años, con suerte cambiante. El país entero fue devastado, aunque las asambleas de hermanos continuaron existiendo por, al menos, dos siglos más. Entre tanto, un nuevo terror se sumó a la guerra: la Inquisición, que, fundada en 1291 en el Concilio de Toluse, contaba con amplios poderes para perseguir, torturar y quemar «herejes». Así, la persecución continuó por al menos todo el siglo XIV y el XV. Finalmente el país, cansado de tanta guerra, casi sin oponer resistencia, abandonó a su rey para rendirse al dominio turco en el año 1463. Y, de este modo, con la llegada del Islam, la historia de los valientes «amigos de Dios» pareció llegar a su fin en las tierras balcánicas. En Bulgaria, en tanto, algunos bogomiles, cansados de las persecuciones de la Cristiandad Oriental, se pasaron a la Cristiandad Occidental, aunque conservaron algunos recuerdos de su pasado y sus prácticas, especialmente en lo concerniente a reunirse para comer todos juntos.

Prácticamente nada quedó de la literatura y los escritos de los hermanos. Todo fue barrido por la furia de la persecución y la guerra. No obstante, se sabe que sus prácticas distaban mucho de ser uniformes, pues no adherían a un credo dogmático común o a un gobierno centralizado, sino más bien a una fe sencilla y bíblica. Sin embargo, es evidente que se esforzaron por vivir una vida conforme a la enseñanza de la Escritura y rechazaron como extrañas todas las prácticas paganas introducidas por la iglesia oficial. Al mismo tiempo, fueron conscientes de la existencia de muchos hermanos que, en diversas latitudes, habían escogido el mismo camino que ellos. De este modo, crearon una poderosa corriente de influencia espiritual al servir de puente entre las antiguas iglesias apostólicas de Asia Menor, y las iglesias de hermanos en Francia (cátaros y albigenses), Italia (valdenses) y Bohemia (hussitas).

Su testimonio, sellado tantas veces con la sangre del martirio, en una resistencia heroica que se prolongó por siglos, fue la semilla y el ejemplo que más adelante inspiraría a otros hermanos a tomar el estandarte del testimonio allí donde ellos lo habían dejado, para dejar tras sí tan sólo el rastro de un recuerdo, un aroma, casi un murmullo de su paso por la historia, pero, con todo, inextinguible: el testimonio de su amor por Cristo.