La muerte y resurrección de Lázaro es también una alegoría de la suerte que han de correr los que aman al Señor y desean servirle.

En el capítulo 11 de Juan está el relato de la muerte y resurrección de Lázaro. Esperamos que el Señor nos dé una nueva luz sobre este pasaje tan conocido, y que sea útil para los que desean servir al Señor.

Un hogar en Betania

Había en Betania un hogar especial. Un hogar donde el Señor encontraba descanso después de un día de camino agotador. Cuando llegaba allí, sus pies eran lavados, y su alma era refrescada.

Era el hogar de Lázaro, y de sus hermanas María y Marta. Tal fue el afecto que el Señor tuvo por ellos, que les amó de una manera especial. El Señor llamaba a Lázaro su amigo (11:11). Tres veces se dice en Juan 11 que Jesús amaba a esta familia.

Pues bien, pese a esto, hubo un día en que el sol se puso para ellos. Un día enviaron a Jesús un mensaje muy urgente:

— Señor, he aquí el que amas está enfermo.

Esta expresión «el que amas» no era una presunción. Era verdad: Jesús amaba a Lázaro. Sin embargo, el Señor reaccionó extrañamente a ese llamado. En vez de acudir a él, «se quedó dos días más en el lugar donde estaba».

El Señor Jesús amaba a estos tres hermanos, pero cuando supo que Lázaro estaba enfermo no hizo lo que se esperaba que hiciese. Se esperaba que él se levantase y fuese rápido para impedir que Lázaro muriera. Sin embargo, hizo exactamente lo contrario: se quedó allí dos días más. En vez de tenderle la mano, le dejó caer.

Este es pues, el asunto. Jesús amaba a Lázaro, pero no hizo nada para evitar que muriera. Tan sólo cuando se hubo cumplido el tiempo, es decir, cuando ya estuvo muerto, «vino, pues, Jesús, y halló que hacía ya cuatro días que Lázaro estaba en el sepulcro» (v.17)

Lázaro hedía

Cuando Jesús llegó, Marta fue a encontrarle, y le dijo:

— Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto.

María, su hermana, le dice poco después casi lo mismo:

— Señor, si hubieses estado aquí, no habría muerto mi hermano.

Ellas tenían toda la razón. Siendo el Señor Jesús quien es, era imposible que donde él estuviese pudiese haber muerte. La muerte huía de él, porque él es la resurrección y la vida. Y cuando el Señor Jesús está en un ambiente, la muerte tiene que huir, y la vida fructifica, florece y se expande.

Ellas estaban seguras de esto, porque conocían al Señor. Luego se acercaron al sepulcro, y el Señor dijo:
— Quitad la piedra.
Entonces Marta dijo:
— Señor, hiede ya, porque es de cuatro días.

Si Lázaro hedía, entonces significaba que estaba bien muerto.

Una alegoría

Lázaro nos representa a todos nosotros. Lázaro somos tú y yo. Después de haber recibido la visita del Señor en nuestra casa por algún tiempo; después de habernos sentado a la mesa con él y de haber gozado de su afecto y de su palabra, llega un momento en que el Señor se aleja de nosotros. Mejor dicho, nosotros lo alejamos.

Es como lo que sucedió con aquella mujer sulamita en el libro de los Cantares. (cap.5:2-3). En un momento en que ella dormía, oyó que la voz de su amado la llamaba, y le decía:

— Ábreme, hermana mía, amiga mía, paloma mía, perfecta mía, porque mi cabeza está llena de rocío, mis cabellos de las gotas de la noche.

El Señor venía como siempre, amable, afectuoso, diciéndole dulces palabras, e invitándole a que le abriera. Sin embargo, ella le responde:

— Me he desnudado de mi ropa; ¿cómo me he de vestir? Me he lavado mis pies; ¿cómo los he de ensuciar? Ella se ha acostumbrado tanto al Señor, y a sus afectos, que llega un momento en que lo menosprecia. Ella está cómoda en su cama, se ha lavado, y yace plácidamente recostada. Él, en cambio, viene con su calzado sucio, y cubierto con el rocío de la noche. Es una molestia pararse y abrir la puerta.

Así también sucede con nosotros. Habiendo disfrutado de la amistad del Señor, de pronto nos envanecemos, y lleguemos a pensar que nosotros le hacemos un favor con servirle. Nos hemos afanado sólo en su obra, y nos ha ido tan bien en ello –aparentemente–, que nos parece que podemos seguir realizándola, sin necesitar de él.

Llegamos a ser expertos, y podemos dictar conferencias sobre nuestros éxitos. Entonces, en éste que parece ser nuestro mejor momento, el Señor se aleja por algún tiempo, y entonces la obra, que es nuestra gloria, se comienza a marchitar, y nosotros nos empezamos a morir.

El corazón –que es engañoso— no siempre reacciona para ir tras él, como lo hizo la sulamita. Entonces el desdén se transforma en una indiferencia tal, o en una porfía a seguir en nuestro camino, que nos lleva espiritualmente a la muerte.

Entonces, el Señor se queda lejos dos días más. Hasta que nosotros, y todos los que nos rodean, sepan que hemos muerto.

Llega la desesperanza

Es posible que quienes están a nuestro alrededor desesperen. La esposa se da cuenta primero, y después los hijos. Ellos preguntan:

— ¿Qué pasa contigo?

Es que hay una gran insensibilidad, una dureza de corazón o una angustiosa incapacidad de salir del atolladero. El Señor está lejos. Pareciera que él se ha escondido, que su mirada está vuelta hacia otra parte. Entonces, la situación se vuelve dramática, la muerte nos rodea. Nos damos cuenta –un poco tarde— que sin él todo es tinieblas. Sin él, las fuerzas del mal se nos abalanzan y amenazan con tragarnos.

Sin él no hay gozo, ni fe, ni esperanza. No hay limpieza de conciencia. Se ha secado en la garganta esa alabanza que fluía de nosotros mientras andábamos en la calle. Hay sequedad, esterilidad, desierto. Hay hastío y pesadumbre.

Entonces los que nos ven en esa condición, le dicen al Señor:
— Señor, las cosas han ido muy lejos.
Y añaden, con lágrimas:
— Si tú hubieses estado aquí … Si hubieses intervenido … ¿Por qué no lo salvaste? ¡Señor, ha muerto!

La mañana de la resurrección

El relato de Juan 11 dice que, al ver el Señor a las hermanas llorando, él lloró también. Esto significa que él no se alegra con nuestra muerte y con el dolor de los que nos rodean. Él no se alegra con nuestro sufrimiento, más bien, se conduele con nosotros.

El Señor lloró. El Señor sintió profundamente el dolor por su amigo Lázaro muerto. Sin embargo, él le había dejado morir. Pero tras la noche oscura del alma, tras el túnel de la muerte, hay una luz que resplandece. Más allá de los cuatro días hay una mañana de resurrección.

Y llega el momento en que el sepulcro se estremece, en que el ángel de la muerte se aparta, y los demonios huyen. ¿Cuál es la causa? El Señor Jesús ha dicho, simplemente:

— Lázaro, ven fuera.

Cuando ya no había esperanza; cuando Marta había postergado la resurrección para el día postrero, y cuando todos ya habían llorado en sus funerales, el Señor sacó a Lázaro, atadas las manos, los pies con vendas, el rostro envuelto en un sudario. A Lázaro, y también a nosotros. A ti y a mí.

Para un amigo de Jesús, la muerte no es el fin de todo. Siempre más allá de ella hay un mañana de resurrección. Los hombres temen la muerte, porque no ven nada más allá de ella. No tienen esperanza. Pero para los que aman a Jesús, la muerte es sólo el paso a una vida superior. Es recién el comienzo de todo.

Los amigos también tienen que morir

Juan 11:51-52 nos dice que Jesús tuvo que morir para salvar a la nación y para congregar en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos. Jesús hizo lo que tenía que hacer. Él murió. Eso está muy claro. Ahora les corresponde a sus amigos hacer lo propio.

Lázaro era un amigo del Señor. Pero no sólo él lo era. El Señor les dijo en otra oportunidad a todos sus discípulos:
— Vosotros sois mis amigos …
Y eso nos lo dice también a nosotros.
— Vosotros sois mis amigos.
Si tú eres su amigo, tienes que saber esto:
— Los amigos también tienen que morir.
Tal vez tú digas:
— Esto es absurdo. ¿Por qué tengo que morir?
O:
— Esto es para otros.

Mientras tú estás en el pináculo de la gloria, o en el monte de la transfiguración, podrías pensar que no es necesario que mueras. Sin embargo, Lázaro murió, y todos los demás amigos de Jesús también tienen que morir.

Catalepsia

Hay algo muy parecido a la muerte. Se llama catalepsia. ¿Qué significa? La catalepsia es la pérdida de la sensibilidad exterior y del movimiento, pero sin pérdida de conciencia. Una persona que está en estado de catalepsia está aparentemente muerta, pero razona.

Es posible que en algún momento lleguemos a entender la doctrina acerca de nuestra muerte y la aceptemos. Es posible que estemos de acuerdo en que el Señor quiere que muramos. Y entonces hacemos arreglos para producir nuestra muerte, y –mejor– para que parezca realmente que morimos. Sin embargo, al Señor no lo podemos engañar. Él no permitirá que nos conformemos con un simple adormecimiento. Él se alejará de nosotros todo el tiempo necesario hasta que estemos bien muertos.

¿Cuánta revelación, cuánta vida, cuánta comunión está siendo impedida porque algunos de nosotros no estamos dispuestos a morir de verdad? Lázaro murió, y todos los amigos del Señor tienen que morir.

Ser un simpatizante es fácil, porque él va, escucha y se vuelve. Y luego dice:
— Estuvo linda la enseñanza.
— Buena la predicación.
— Fue hermosa la alabanza.

Pero ser un amigo del Señor, es algo mucho más delicado, y también comprometedor. Lázaro murió. Y en Juan 15:14 dice:
— Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando.
¿Y cuál es su mandato para usted y para mí? Hoy el Señor nos manda a morir, y a morir de veras.

El Señor se quedó otros dos días más lejos de Betania, para que quedara muy claro que Lázaro no sufría de catalepsia. El mal olor de su cuerpo indicaba que no tenía catalepsia. Lázaro estaba realmente muerto.

Los frutos del morir

La muerte de Lázaro provocó uno de los hechos más prodigiosos del ministerio del Señor Jesús: la resurrección de Lázaro. Sin la muerte de Lázaro no podía haber resurrección. ¿Y qué pasó cuando Lázaro resucitó? «Entonces muchos de los judíos que habían venido para acompañar a María, y vieron lo que hizo Jesús, creyeron en él» (v.45).

Si no dejamos morir a Lázaro, no habrá resurrección, y si no hay resurrección, no creerán los incrédulos que esperan ver proezas y milagros. Cuando Lázaro resucita por el poder de Dios, entonces la noticia se esparce y muchos llegan a ver. El versículo 51 dice que Jesús tenía que morir por la nación y también para congregar en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos. Y él murió.

En estos días, hay mucho pueblo de Dios que está disperso. Hay muchos que están extraviados, que se sienten lejos del redil. Otros están hambrientos y sedientos. Dios los quiere reunir.

Si Lázaro se niega a morir, Dios no podrá usarlo para alcanzar a otros. Porque –usted debe saberlo– hay una obra que Dios está haciendo hoy: él está salvando a muchos, y está congregando a todos los dispersos en uno. Pero para realizar esta obra, tú, al igual que Lázaro, debes morir.

Ellos no quieren morir

Hay muchos por ahí comiendo algarrobas. Hay muchos que no conocen la Casa de Dios. Para reunirlos en uno, el Señor Jesús tuvo que morir. Y para que él los pueda reunir en uno hoy, sus amigos tienen que morir. Necesitamos romper las ligaduras de impiedad; necesitamos abrir camino, orar intensamente, por las mañanas y las noches.

Pero hay hijos de Dios que aman el dormir. Ellos no quieren morir. Es preciso negar los apetitos de la carne, pero hay hijos de Dios que no quieren morir. Hay lazos de impiedad que no se rompen, porque el pueblo de Dios no ayuna. Hay ofensas que se reciben, hay pequeñas cosas que hacen que el corazón, o el alma se duela, hay rencores, hay rencillas. Pero los hijos de Dios no quieren morir.

Hay pequeños sacrificios que hacer, pero los hijos de Dios no quieren morir. Por tanto, los dispersos seguirán dispersos, y los hambrientos seguirán hambrientos. Hay hijos de Dios que trabajan de sol a sol, porque tienen muchas cosas que comprar, y muchas deudas que pagar. Ellos no quieren restringirse. Ellos no quieren morir.

Ellos viven para trabajar y para ganar mucho dinero. Aunque con la mitad tendrían lo suficiente para sus gastos y los de su familia, ellos sienten que necesitan ganar más. Tienen que mantener un estándar de vida, un cierto ‘status’. Tienen que cambiar el auto y mejorar la vivienda. Ellos no quieren morir. Entonces, que los que están afuera, sigan congelados; que sigan muriendo de hambre. Que sigan estando con el estómago vacío. Que sigan dispersos los hijos de Dios, porque estos Lázaros no quieren morir.

Amados: ¡Esto no es sólo una interpretación de Juan 11! Esto es un llamado al corazón del pueblo de Dios. A los amigos de Jesús. No es para los extraños: es para los amigos.

Los Lázaros no quieren morir. Ellos se esfuerzan por aparentar que están bien, aun lejos del Señor. El Señor ya no da testimonio en sus corazones, ni respalda la obra de sus manos, pero ellos no quieren morir. Se aferran desesperadamente a su vida y a su gloria.

Si esa es tu condición, amado hermano, debes saber que El Señor se va a quedar lejos dos días más, hasta que mueras. ¿Por qué? Porque tú eres su amigo, porque él te ama y porque quiere ocuparte.

Tomado del libro homónimo, por Eliseo Apablaza.