Muchos bienes realizó el Señor entre los hombres, pues tenía compasión de ellos. Su corazón se encendía de conmiseración, porque los veía como ovejas sin pastor. A muchos sanó: a unos, por intercesión de amigos; a otros más desvalidos aún, sanó por iniciativa propia, sin que ellos ni siquiera lo pidiesen. Pero hay algunos a quienes él atendió de acuerdo a los términos de la propia solicitud de ellos. Es decir, concedió lo que le pidieron.

Cierta vez, un leproso se le acercó y le dijo: “Señor, si quieres, puedes limpiarme”. El Señor le contestó: “Quiero, sé limpio”. Aquel hombre creía que si tan solo el Señor lo quería, él sería sano.

Otra vez, unos ciegos se le acercaron, y el Señor les dijo: “¿Creéis que puedo hacer esto?”. Ellos le dijeron: “Sí, Señor”. Entonces el Señor Jesús les dijo: “Conforme a vuestra fe os sea hecho”. Esta vez el Señor puso la atención en la fe de ellos.

El Señor le dijo a Bartimeo: “¿Qué quieres que te haga?”. Bartimeo contestó: “Maestro, que recobre la vista”. El relato agrega: “En seguida recobró la vista”. La petición de Bartimeo fue muy específica, y él recibió de acuerdo a lo que había pedido.

Cuando el padre del muchacho endemoniado se acercó al Señor para decirle: “Si puedes hacer algo, ayúdanos”, el Señor le contestó en los mismos términos: “Si puedes creer, al que cree todo le es posible”. El hombre dudó que Jesús pudiera hacer algo, entonces el Señor, usando sus propias palabras, le respondió. Nada habría podido hacer el Señor si no hubiese clamado luego: “Ayuda mi incredulidad”.

Estos ejemplos confirman la enseñanza de nuestro Señor, quien dijo: “Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá”. Y también la enseñanza de Santiago, que dice: “No tenéis, porque no pedís”. ¿Cómo estamos pidiendo nosotros? ¿O ni siquiera pedimos?

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