Una visión científico-bíblica de la longevidad humana.

La longevidad de los seres humanos ha variado considerablemente en los últimos 400 años. Si miramos a la Europa de los alrededores de 1600, el promedio de vida no superaba los 30 años, mientras que en el siglo veinte, el ciclo de vida del hombre aumentó a más del doble, según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Por ejemplo en EE. UU., se pasó desde una expectativa promedio de vida de 50 años en los inicios del siglo XX, a un promedio de 77 años a comienzos del siglo XXI, esperándose que ésta se incremente hasta los 85 años en el 2125 (Roberts & Rosenberg. 2006).

La OMS predice que si ahora hay en el mundo 380.000 personas que han sobrepasado la frontera de los 100 años, dentro de cincuenta años serán más de 3 millones los que alcancen una longevidad igual. Este tema de la longevidad tiene actualmente una relevancia crucial en la ciencia, siendo abordado con múltiples líneas de investigación.

Teorías sobre la longevidad

Los científicos llevan años debatiendo sobre la longevidad humana y el proceso del envejecimiento. Enormes cifras de dinero se gastan en investigación en laboratorios de países desarrollados sobre este tema. Los factores involucrados son variados, destacando los genéticos, ambientales y la calidad de vida (alimentación y ejercicio físico).

Desde mediados del siglo pasado han surgido teorías acerca de cómo llegamos a envejecer. Una de las primeras fue la teoría nerviosa, la cual señala que este proceso ocurre desde el nacimiento, debido a la muerte de células nerviosas que en su mayoría no se reproducen. Una segunda teoría es la de las mutaciones; esta se basa en las alteraciones que experimenta el ADN de nuestras células a lo largo de la vida, y que dependiendo del ambiente más o menos contaminado en que nos haya tocado vivir, o del tiempo que hayamos sido expuestos a algún tipo de radiación ionizante, habrá más o menos mutaciones en nuestras moléculas de ADN. El ADN es el que tiene la información clave del ser vivo, ya sea para regenerar células y tejidos que se van dañando, o para producir moléculas importantes para la célula.

Recientemente han surgido teorías un poco más complejas, como la de los radicales libres; moléculas que se generan continuamente en nuestro organismo como resultado del metabolismo celular. Estas moléculas tienden a reaccionar con otras moléculas y dañarlas. Entre las víctimas de estos radicales libres están el ADN, las proteínas y los lípidos, es decir, las estructuras vitales de las células. Como resultado, se producen enfermedades asociadas con la edad como el Alzheimer, la arteriosclerosis, o con desórdenes en el funcionamiento celular como el cáncer. Algunos estudios indican que una dieta rica en sustancias antioxidantes (vitaminas E, C), presentes en frutas y verduras, podrían retardar el envejecimiento y algunas enfermedades que se le asocian. Se ha comprobado además que las dietas pobres en calorías disminuyen la generación de radicales libres con los consiguientes beneficios sobre la longevidad.

Los años y los telómeros

Pero sin duda, la teoría que ha suscitado la mayor atención de los biólogos moleculares, con una profusa investigación de excelente calidad, es aquella referida a unas importantes estructuras ubicadas muy al interior de las células, las que se denominan telómeros (Zakian 1995, Chong et al. 1995, De Lange 1998, Vogel 2000, Sinclair & Guarente 2006). Los telómeros protegen los extremos de los 46 cromosomas que están en el núcleo de nuestras células, en donde se encuentran los genes con su valioso ADN.

Para entender mejor la forma y función de esta pequeñísima estructura, se ha hecho una analogía muy práctica entre un cromosoma con sus telómeros en los extremos y un cordón de zapato con sus trozos plásticos en las puntas. En ambos casos las protecciones de las puntas evitan que se desintegre el cromosoma o que se deshilache el cordón. Los telómeros al mantener íntegro el cromosoma, permiten que éste posibilite una división celular adecuada. Si no hay división celular, no se pueden reponer los millones de células que se pierden constantemente en nuestro tubo digestivo o en nuestro sistema sanguíneo, por ejemplo.

Hace unos años se descubrió que con cada nueva división celular, se perdía una pequeña fracción de estas secuencias protectoras o telómeros. Así los telómeros se van acortando con cada división de las células hasta que llega un momento en que ya no pueden mantener la estabilidad de los cromosomas y la célula muere. Por esto las células de una persona adulta tienen menor capacidad para dividirse que las células de una persona joven.

De este modo los telómeros controlan el envejecimiento, funcionando como un reloj de la división celular, y jugando un rol fisiológico fundamental en la mantención de diferentes procesos malignos. Por ello, algunos científicos creen que durante la vejez, aumenta la vulnerabilidad a las enfermedades y a la muerte, debido a que las mismas células se encuentran ya en el límite de sus posibilidades, con sus telómeros muy reducidos. Pero curiosamente, este mecanismo no funciona así en algunas células como las embrionarias o las cancerosas, las cuales se dividen sin límites, convirtiéndolas en células prácticamente «inmortales» (King et al. 1994, Shay 1998, Pérez et al. 2002). Ello da pie a pensar que las otras células del cuerpo pudieran tener o haber tenido una capacidad similar de reproducción y con ello, permitir una longevidad al ser humano mucho mayor.

El envejecimiento humano actual se nota muy claramente en la piel, en el debilitamiento de la musculatura corporal y en la atrofia de cartílagos y huesos, pero los numerosos estudios realizados apuntan a que los responsables últimos de estos procesos de deterioro son los telómeros cromosómicos. Esto último ha abierto una importante línea de investigación científica por medio de la cual se espera dentro de pocos años utilizar medicamentos que controlen la longitud e integridad de los telómeros y con ello, tratar distintas enfermedades. Por ejemplo, la artrosis podría ser controlada por medio de sustancias potenciadoras de la enzima telomerasa, restituyendo la actividad reproductora de las células, en tanto que para frenar el cáncer, cuyas células se reproducen sin control, se utilizarían inhibidores de la telomerasa para que dejaran de reproducirse y de este modo, ya no formen tumores.

Si se llegaran a controlar en forma adecuada algunas de las variables que influyen en la longevidad (factores genéticos, radicales libres, telómeros), la esperanza máxima de vida a la que podría aspirar un ser humano, aumentaría considerablemente. De acuerdo al registro Guinness, la persona más longeva que ha vivido hasta la fecha, y de la cual se tiene su registro oficial de nacimiento, ha sido la francesa Jeanne-Louise Calment, quien alcanzó a vivir 122 años y 164 días (1875-1997).

Curiosamente, esta edad coincide con el registro bíblico, el cual señala que son 120 años la edad máxima a la que podría llegar una persona (Génesis 6:3), aunque en promedio, el Salmo 90 declara que la vida del hombre es 70 años. Por cierto que la edad máxima de Génesis, Dios la establece después de concluir que el aumento de la población humana traía consigo un aumento también de la maldad. Antes de esta etapa, en los albores de la humanidad, las personas podían vivir hasta 8 veces más de lo que vivió la francesa Jeanne-Louise Calment, quien tiene el récord de longevidad. ¿Suena irracional esto de vivir 900 años?.

¿Edad literal o simbólica?

Con cierta frecuencia la Biblia es denostada porque ciertos pasajes se refieren a temas que parecen inverosímiles o que no se ajustan al conocimiento científico vigente, aunque muchas veces no se hace el esfuerzo por relacionar ciertos hallazgos de la ciencia con relatos bíblicos que han sido estigmatizados en otro tiempo, y por tanto, han quedado marcados con una etiqueta de absurdos. En Génesis se señala que antes del diluvio, las edades a las que podían llegar las personas eran varias veces más de las que podemos alcanzar en la actualidad. Allí se registra que Adán murió a los 930 años (Génesis 5:5), que Set vivió hasta los 912 años (5:8) y Matusalén (el más longevo de esa época) alcanzó hasta los 969 años de edad (Génesis 5:27).

Es cierto que a primera vista, y con nuestra experiencia del ciclo de vida actual, resulta difícil aceptar estas enormes edades para el ser humano: es como vivir un promedio de 8 vidas respecto a lo que vivimos hoy. Se ha escrito bastante al respecto, sin embargo todos los esfuerzos que se han hecho para explicar esta gran longevidad de manera distinta a la forma literal en que se señala en La Biblia, han fracasado. Se ha dicho, por ejemplo, que un año equivaldría a un mes o a tres meses (Siculus 1985), porque se habría usado el ciclo lunar para establecer las edades.

Este argumento se desarma por varias razones, pero sólo dos de ellas bastan para desecharlo. En primer lugar, al rebajar la edad de este modo, varias personas de esa época terminan siendo padres con edades infantiles; por ejemplo si dividimos por 12 (1 año = 1mes), Enoc, habría engendrado a Matusalén entre los 5 y 6 años de edad (Génesis 5:21), Set, habría sido padre de Enos con alrededor de 9 años de edad (Génesis 5:6). En segundo lugar, el término «año» nunca es usado en función del ciclo lunar en el Antiguo Testamento.

Otro argumento en contra de una interpretación literal de los años en Génesis 5, ha sido que el registro bíblico no representaría edades personales sino dinastías o líneas familiares (Borland 1990). Pero esta teoría se derrumba cuando descubrimos relatos bíblicos de encuentros y relatos personales entre padres e hijos como es el caso de Génesis 5:32; «y siendo Noé de 500 años, engendró a Sem, a Cam, y a Jafet», y posteriormente aparecen coexistiendo dentro del arca en Génesis 7:13; «en este mismo día entraron Noé, y Sem, Cam y Jafet, hijos de Noé…..».

Tampoco concuerda esta postura con otros pasajes tales como Hebreos 11:5,7, en donde se hace referencia a las personas (Enoc y Noé en este caso) y no a sus clanes o familias.

Se ha dicho también que la visión de tiempo hebrea en el periodo que se gestan los hechos señalados en Génesis (más de 2000 años A. C.), se basaba en el sistema de numeración sexagesimal sumerio o babilónico (de donde provienen las unidades del tiempo, por ejemplo), y no en el sistema con base decimal, que habrían adoptado después, cuando Abraham, luego de abandonar Mesopotamia, habitó Palestina, donde él y sus descendientes entraron en contacto con los egipcios, quienes usaban el sistema decimal (Hill 2003).

El resultado de la larga edad de los patriarcas, según esta propuesta, sería simbólica y no literal, en donde se ha de hacer una rebuscada multiplicación y suma de la edad cronológica de la persona con números considerados preferidos (el 3 y 7 por ejemplo). Esta laberíntica y subjetiva propuesta ha sido cuestionada al hacerse los cálculos con algunas edades. Por ejemplo, la edad de Lamec (Génesis 5:31), sube de 777 años de acuerdo al registro bíblico, a 3333 años, al convertirlo a la notación numérica con base 6 (Godfrey 2005). Además, se ha de tener en cuenta que el escritor de Génesis fue Moisés, formado con los más altos estándares de la cultura egipcia, teniendo por tanto el sistema decimal como base numérica.

Otras críticas apuntan generalmente a que no existen evidencias científicas para corroborarlo. Sin embargo, la enorme cantidad de estudios realizados sobre genética y reproducción celular, algunos de los cuales han sido citados a propósito en este artículo, aportan evidencias más que suficientes para replantear la veracidad literal del relato bíblico. Por ejemplo, el rol que cumplen los telómeros en la división celular, el cual está estrechamente ligado con la longevidad del ser humano, y corroborado por las células embrionarias y cancerosas que se dividen casi sin limitaciones. Esta capacidad enorme de reproducción celular bien pudo haberle ocurrido no sólo a algunas sino también a las demás células del organismo al inicio.

Nos sobra ADN

Otros interesantes trabajos realizados en la Universidad de Glasgow, en el Reino Unido (Monaghan and Metcalfe, 2000, 2001), han descubierto una relación significativa entre la longevidad de un organismo y el tamaño del genoma (conjunto de ADN que guarda la información para «construir» el organismo entero). Son estudios complejos que han de aclarar aún varias dudas, pero que ya han arrojado importantes resultados. Estos trabajos analizaron la variación entre el tamaño del genoma y la longevidad en 67 especies de aves y encontraron que las aves con genomas más largos viven más tiempo que aquellas aves en que su genoma es más corto. ¿Qué relación tiene esto con nuestro genoma? Tiene una importante relación a la luz de los resultados de un enorme y largo estudio conocido como «Proyecto Genoma Humano». Este estudio ha mostrado que los humanos tenemos un genoma muy extenso, sin embargo el ADN activo o útil de nuestras células es sólo de un 3% (Glad 2006). Es decir, existe un 97 % de nuestro ADN que esta inactivo o que no codifica (hablando en lenguaje genético), el cual engloba diversos tipos de secuencias, tanto únicas como repetidas.

¿Para qué sirve esta gran cantidad de genoma inactivo? La ciencia no lo tiene claro. Lo cierto es que el informe científico sobre el desciframiento del genoma humano, en particular sobre este ADN inactivo, está repleto de términos como «misterioso», «función desconocida», «enigma no resuelto» (Murphy et al., 2001). A este ADN de función desconocida se le llamó en principio ADN selfish (egoísta) y luego, con el avance de las investigaciones, y el tal vez aumento de la frustración por no llegar a comprender su función, se le ha llamado ADN «junk» (desperdicio o chatarra).

¿Tiene sentido biológico que la mayor parte de nuestro ADN sea desperdicio? Tal vez habría que formular la pregunta de otra forma. Este enorme ADN que está hoy inactivo en nuestras células, ¿pudo alguna vez ser funcional, en cierta etapa de la historia humana en que las células pudieran haberlo ocupado, por ejemplo para codificar proteínas y prolongar la vida del hombre mucho más tiempo de lo que vive ahora? Algunos biólogos evolutivos podrán plantear diversas hipótesis al respecto, pero creo que también es perfectamente válido plantear la hipótesis que esa gran cantidad de ADN pudo utilizarse en un porcentaje mucho mayor alguna vez en la historia biológica humana, para posibilitar una longevidad varias veces superior a la actual; ateniéndose estrictamente a la evidencia científica.

Si los biólogos moleculares dentro de poco podrán regular la longevidad humana a través del control de la reproducción celular, ¿habrá podido el Autor de la vida en la tierra, condicionar una larga vida primero a sus criaturas y luego dejarla delimitada por medio de estos factores que hemos visto? (telómeros y longitud del genoma), porque éstas no respondieron a su plan primigenio de morar con el hombre en comunión largamente. El Señor nos recuerda en Isaías cual es el propósito por el cual Él creó a los que debían ser su pueblo, «….Para gloria mía los he creado, los formé y los hice» (43:7); Contrariamente, sus criaturas sólo deseaban separarse de su Creador y practicar lo malo, por lo que Dios antes del diluvio muestra su desencanto con ellas, y pensó eliminar de la tierra al género humano (Génesis 6:7), pero Noé halla gracia antes los ojos del Señor, quien decide darle al hombre una nueva oportunidad (Génesis 6:8).

El Señor dio muestras, en la Biblia, de regular la cantidad de años de sus hijos en función de si éstos son o no obedientes a sus mandatos. Una importante proposición de prolongación de la vida humana en la tierra, está establecida como mandamiento desde el inicio de la relación entre Dios y aquél que será su pueblo. Se trata de una poderosa promesa en los momentos en que se establece el pacto de Dios con el pueblo hebreo, luego de su liberación de Egipto. Leemos en Éxodo 20: 12: «Honra a tu padre y a tu madre para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová, tu Dios, te da». Con esto el Señor nos señala en forma categórica, que la longitud de la vida humana está bajo su control, por encima de factores tales como la genética u otros, los que quedan relegados a segundo plano.

El freno de la vida

El Señor enuncia en Génesis 6:3, 5 que el ser humano continuamente mostraba inclinación al mal, por consiguiente perdía sentido el que viviese tanto tiempo, y por ello modifica su plan original, disminuyendo la edad del hombre hasta un máximo de 120 años. Además de las probables modificaciones biológicas a nivel celular y molecular (ADN) que habrían acortado la vida, algunos cambios ambientales importantes ocurridos después del diluvio pudieron haber afectado también la longevidad humana. Las condiciones atmosféricas prediluvianas habrían sido muy diferentes a las actuales, debido a que la atmósfera tenía incorporada una gran cantidad de agua, seguramente en forma de vapor (Gén. 1:6-8), la cual actuaba como un filtro natural ante ciertas radiaciones cósmicas y solares dañinas que limitan fuertemente la vida. Esta capa de agua atmosférica habría precipitado durante el diluvio (Gén. 7:11-12), dejando a los organismos vivos sobre la superficie terrestre más expuestos a mutaciones y daño celular por radiación.

El hecho de que esté tan marcadamente expuesta la fecha de muerte en varias partes del capítulo 5 de Génesis, sugiere que Moisés al escribirlo, fue especialmente dirigido así por Dios, para que pudiésemos hacer la diferencia entre las dos etapas de la historia humana en la tierra. Una en los inicios, con el primer plan de Dios, en que el hombre viviría por muchos años, incluso después de la caída de Adán y Eva en desobediencia; y otra, en una segunda etapa, la que producto de la enorme multiplicación de la maldad humana, el Señor decide disminuir los años de vida del hombre a alrededor de un 10% de la edad considerada originalmente, cambiando incluso sus hábitos alimentarios de vegetariano, a incluir en la dieta alimento animal (Génesis 9:3).

Esto último también trajo una serie de consecuencias nefastas para su salud, como el aumento de radicales libres dañinos, acortando con ello su vida y acarreando otras importantes alteraciones en la naturaleza creada inicialmente perfecta por Dios, pero desvirtuada por el hombre, las cuales se expresan claramente en la ecología y zoología actuales (Bravo 2005).

Edad milenaria restaurada

Las importantes evidencias provenientes de la biología molecular, en el sentido de que puede existir una biología distinta respecto al funcionamiento celular y la longevidad humana, apuntan a otorgarle credibilidad literal a las largas edades vividas por personas antes del diluvio, reseñadas en la Biblia. Sin embargo, tan o más importante aún, es el hecho que al enfatizarse vez tras vez en Génesis 5 los largos años de vida del hombre al comienzo, permite relacionar el propósito inicial del Señor de vivir en armonía en la tierra con su criatura especial por largo tiempo, con su promesa apocalíptica de retomar este propósito primigenio de reinar con el hombre, ahora restaurado por el sacrificio de Cristo, en la era milenial descrita en Apocalipsis 20. Si se recuerda que Matusalén vivió cerca de un milenio, tiene mucho sentido el paralelo de estos párrafos bíblicos de inicio y final de la Escritura.

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