Testimonios irrefutables de una Voluntad creadora y sustentadora del universo.

El vuelo de los gansos: una alegoría de mutualidad

El próximo otoño cuando veas los gansos dirigiéndose hacia el norte para pasar el invierno, fíjate en que vuelan formando una V. Tal vez te interese saber lo que la ciencia ha descubierto acerca del por qué vuelan de esa manera. Se ha comprobado que cuando cada pájaro bate sus alas, produce un movimiento en el aire que ayuda al pájaro que va detrás de él. Volando en V la bandada completa aumenta por lo menos un 70 % su poder de vuelo que si cada pájaro volara solo.

Cada vez que un ganso se sale de la formación siente inmediatamente la resistencia del aire, se da cuenta de la dificultad de hacerlo solo y rápidamente regresa a la formación para beneficiarse de la ayuda del compañero que va adelante.

Cuando el líder de los gansos se cansa, se pasa a otro de los puestos de atrás y otro ganso toma su lugar. Los gansos que van detrás graznan para alentar a los que van delante a mantener la velocidad.

Finalmente, cuando un ganso se enferma, o es herido por un disparo, otros dos gansos se salen de la formación y lo siguen para ayudarlo o protegerlo. Se quedan acompañándolo hasta que está nuevamente en condiciones de volar o muere, y sólo entonces los dos acompañantes vuelven a su bandada o se unen a otro grupo».

El milagro de Dios en la savia de los árboles

«Las hojas de los árboles necesitan muchos litros de agua cada día a fin de mantenerse verdes. Ninguna bomba inventada por el hombre podría impulsar esa cantidad de agua a través de los densos troncos de madera de los árboles. Sin embargo, Dios permite que sus raíces ejerzan una presión muy fuerte de doscientos kilógramos por centímetro cuadrado sólo para impulsar el agua hasta las hojas, sin tener en cuenta la resistencia de la madera».
Citados  en 503 ilustraciones escogidas, de J. L. Martínez.

El mundo vegetal nos enseña cómo depender de Dios

«El mundo vegetal fue creado para dar al hombre una lección objetiva de entera dependencia ante Dios, y su seguridad en esta dependencia. Él viste los lirios mucho mejor que a nosotros. El que da a los árboles y a las parras su belleza y su fruto, haciendo de cada uno aquello que debe ser, mucho más hará de nosotros lo que debemos ser. La única diferencia es que Dios obra en los árboles con un poder del que ellos no son conscientes. Él quiere trabajar en nosotros con nuestro consentimiento. En esto consiste la nobleza del hombre, que tiene una voluntad que puede cooperar con Dios para entender, aprobar y aceptar lo que Él se ofrece para hacer». Andrew Murray, en La Vid Verdadera.

El «espíritu» de las abejas

«Sucede con las abejas lo que con la mayor parte de las cosas de este mundo. Observamos algunas de sus costumbres y decimos: hacen esto, trabajan de este modo, sus reinas nacen así; sus obreras permanecen vírgenes; enjambran en tal época. Creemos conocerlas y nos damos por satisfechos. Las miramos ir presurosas de flor en flor; observamos el agitado movimiento de la colmena; esa existencia nos parece muy sencilla y limitada, como las otras, a los cuidados instintivos de la comida y de la reproducción. Pero si miramos más de cerca y tratamos de darnos cuenta de lo que entonces vemos, se nos presenta la complejidad espantosa de los fenómenos más naturales, el enigma de la inteligencia, de la voluntad, de los destinos, del fin de los medios y de las causas. La organización incomprensible del menor acto de la vida».
Mauricio Maeterlinck, en «La vida de las abejas».

La perfección del universo declara que es obra de Sus manos

En el universo, todas las cosas están destinadas para un propósito. Consideremos la masa y el tamaño de este planeta en que hemos sido colocados. Son justamente los correctos, para recibir del sol la cantidad correcta de calor y de luz. Si la tierra estuviera más lejos, nos congelaríamos; y si estuviera más cerca, no podríamos sobrevivir.

Ninguno de los otros planetas está inclinado como el nuestro: a 23 grados. Si no fuera así, se acumularían grandes masas de hielo en los polos, y la parte central de la tierra se volvería intensamente caliente.

Si alguien sacara a la luna alguna vez de su órbita, toda la vida se acabaría en la tierra. Dios ha provisto la luna como una sierva para que limpie los océanos y las costas de todos los continentes. Sin la mareas que crea la Luna, todos nuestros puertos y playas se convertirían en un pozo lleno de basura. Con las mareas, las olas rompen en las costas y airean los océanos, proveyendo oxígeno para el plancton, fundamento de la cadena alimenticia.

Tenemos la maravilla de la atmósfera. Ninguna otra atmósfera contiene las mismos elementos que la nuestra, los cuales se van mezclando en forma continua mediante los efectos de marea que la luna produce sobre ella. Aunque el hombre descarga una tremenda cantidad de dióxido de carbono en la atmósfera, éste es absorbido por el océano, y el hombre puede continuar viviendo.

También tenemos la maravilla del agua. Este asombroso líquido existe como hielo, que resquebraja las piedras y produce suelo. Como nieve, almacena agua en los valles. Como lluvia, riega y purifica la tierra. Como vapor en la naturaleza, provee humedad para la mayor parte de las tierras arables. Existe como cubierta de nubes, precisamente en la cantidad correcta: 50 % de la superficie terrestre está cubierta por ellas en cualquier tiempo, lo cual permite que pase la correcta cantidad de luz solar. Cuando se congela, es más liviana y flota. Si no fuera así, los lagos y ríos se congelarían desde el fondo hacia arriba y matarían todos los peces. Las algas quedarían destruidas y nuestra provisión de oxígeno se acabaría, y la humanidad moriría.

Aun el polvo realiza una increíble función a favor de la humanidad. Si no fuera por el polvo, nunca veríamos el cielo azul. A 27 Km. por encima de la tierra, no hay polvo de la tierra, y el cielo es siempre negro. Si no fuera por el polvo, nunca llovería. Una gota de lluvia se compone de ocho millones de minúsculas gotitas de agua, y cada una de esas gotitas envuelve una ínfima partícula de polvo. Sin éstas, el mundo se resecaría y la vida dejaría de existir.
Extractado de: James Kennedy, en Por qué creo.