El proceso de la transformación –o metamorfosis– del cristiano a la semejanza de Cristo comienza con la renovación del entendimiento.

Lectura: Romanos 12:1-2.

La carta a los Romanos tiene una división en dos partes: una primera,  que comienza en el capítulo 1 y termina en el capítulo 11, y una segunda, que comienza en el capítulo 12 y va hasta el final de la carta, en el capítulo 16. Romanos, al igual que Efesios, tiene una primera parte dedicada a los aspectos de la revelación de la obra de Dios en Cristo, y una segunda parte, que es la aplicación de la primera.

Los que conocen los escritos de Pablo se habrán dado cuenta de que el apóstol se preocupa mucho de que lo que ha sido revelado tenga siempre una aplicación en la práctica. No se contenta con declarar los hechos, las cosas que Dios ha hecho en Cristo, sino que a él le interesa que estas cosas se traduzcan en experiencia para la vida de la iglesia.

Nunca hay una instrucción o una enseñanza sobre la vida práctica que no esté fundamentada en la revelación. Pero, por otra parte, nunca hay una verdad revelada de Dios en Cristo que no esté luego aplicada a la experiencia práctica. Son como las dos alas de un ave; se necesitan ambas para volar.

Entonces, en esta segunda parte de Romanos, el apóstol Pablo nos introduce en la vida cristiana práctica; pero esa vida cristiana práctica se fundamenta en los otros once capítulos que él ha escrito.

Las misericordias de Dios

El versículo 1 del capítulo 12 comienza con la expresión: «Así que…». Esta es una expresión que recorre toda la carta. En otras partes se traduce «Por tanto…», o «Por lo tanto…», pero la expresión griega es la misma. Y eso significa que lo que él va a decir está basado en todo lo que se ha dicho hasta este momento, que incluye los primeros 11 capítulos de Romanos.

Ahora, vea qué importante esto, porque lo que ha dicho hasta aquí es realmente abundante en revelación. Y ese «Por tanto…» es la puerta de entrada a lo que viene a continuación: la vida cristiana práctica.

«Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios…». La primera parte de Romanos, entonces, trata de las misericordias de Dios. ¡Qué maravilloso! Una de esas misericordias es la elección de Dios. Pero Pablo nos dirá que no solo la elección divina es un acto misericordioso de Dios, sino que la totalidad de la vida cristiana se fundamenta en las misericordias de Dios.

Él va a mencionar por lo menos cinco grandes misericordias que Dios ha hecho con nosotros en Cristo Jesús. Y ellas tienen un propósito, son los fundamentos de la vida cristiana. Cuando usted quiere edificar una casa, primero coloca fundamentos. Si la vida cristiana práctica es la casa, los fundamentos de aquella son estas misericordias de Dios. Sin ellas, no se puede edificar.

Muchos de los problemas que tenemos en nuestra vida práctica se deben a que nuestros fundamentos no han sido colocados de manera adecuada. En 1ª Corintios 3:10, Pablo dice: «Yo, como perito arquitecto, puse el fundamento». Luego dice: «Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo» (v. 11).

Poner ese fundamento requiere de cierta pericia, que no cualquiera tiene. Por eso dice: «Yo, como perito arquitecto…», aunque la palabra arquitecto más bien debiera traducirse como constructor. El arquitecto es el que hace los planos, pero aquí está hablando del que construye.

Para poner fundamentos, usted tiene que saber. Y con mayor razón en un país como Chile, que es sísmico. El mismo Señor enseñó, en el Sermón del Monte, cuán importante el asunto del fundamento sobre el cual se edifica la casa, en este caso, nuestra vida cristiana.

Después del terremoto de febrero de 2010, viajamos con algunos hermanos a Concepción, y pasamos el único puente que quedaba en pie sobre el río Biobío, que justo cruza por el lugar donde se desplomó un edificio. Era un espectáculo realmente aterrador: aquel inmenso edificio completamente acostado en el suelo. Y, cuando los expertos vinieron a investigar la causa de la caída, se descubrió un gran problema: el edificio se había construido literalmente sobre la arena. Esto es una comprobación de la parábola del Señor Jesús.

Ahora, otros edificios también fueron levantados allí, pero con ellos se cavó lo suficiente, hasta encontrar la roca. Sin embargo la gente que construyó aquel edificio, no lo afirmó sobre la roca. «…Y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina» (Mat. 7:27), porque estaba edificada sobre la arena.

En estas palabras, detectamos algo muy importante. El Señor dijo: «…vinieron ríos, y soplaron vientos…». Siempre e inevitablemente, soplarán los vientos y vendrán los ríos contra nuestra vida. El Señor lo dijo; no se puede evitar. Usted quisiera que no hubiera vientos, inundaciones, peligros; pero el Señor lo dijo. Nuestra vida va a ser probada.

Tu vida, mi vida con el Señor, va a ser probada. Porque la única forma de saber si los fundamentos están bien colocados es poniéndolos a prueba.

Hermanos amados, lo que el Señor busca en nosotros es realidad. Lo que Dios quiere en tu vida son cosas reales; aunque sea poco, pero que sea real. No quiere apariencias, no quiere cuestiones falsas, erróneas. Y, como él quiere que la verdad esté en tu vida, él va a conmover una y otra vez los fundamentos de tu vida.

En Hebreos dice que, el Dios que un día conmovió la tierra con su voz, nuevamente conmoverá la tierra y los cielos; y todas las cosas que sean movibles serán conmovidas, para que queden las inconmovibles. Si pudiéramos describir la vida cristiana, yo diría que es eso. Dios conmueve todo en nuestra vida, para que quede lo que no puede ser conmovido.

Por eso, los fundamentos son esenciales. Si tu vida no tiene buenos fundamentos, inevitablemente, vas a sufrir y vas a tener problemas. Por eso, el apóstol Pablo ha dedicado 11 largos capítulos de su carta a los Romanos, para hablar de los fundamentos o de las misericordias de Dios.

Y cuando Pablo comienza a decir: «…os ruego por las misericordias de Dios», está haciendo alusión a todos esos fundamentos, que son esenciales para la vida cristiana; y para la edificación no solo de la vida personal de cada uno de los creyentes. Si usted sigue leyendo verá que, a partir del versículo 3 del capítulo 12, Pablo nos va a hablar de la iglesia, que es el cuerpo de Cristo. Porque el lugar donde se vive y se realiza la vida cristiana es, según el diseño de Dios, la iglesia.

Colaborando con Dios

En el versículo 2, dice algo más: «No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta». La palabra comprobar significa conocer por experiencia. Y, cuando Pablo habla de la buena voluntad de Dios, se está refiriendo al propósito eterno de Dios (Rom. 8:28-29), ahora conocido y experimentado por nosotros.

Una cosa es la revelación del propósito de Dios, pero ahora Pablo habla de experimentar, o vivir en ese propósito. Porque Dios no solo quiere que lo conozcamos intelectualmente; él quiere que vivamos por medio de su propósito. Si usted solo sabe su voluntad, pero no vive en esa voluntad, no sirve de nada. Entonces, Pablo dice: «…para que comprobéis…», lo cual quiere decir: «para que conozcáis y viváis la buena voluntad de Dios».

«…a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos» (Rom. 8:29). Esa es la voluntad de Dios. Pero ahora está hablando de que esa voluntad de Dios se convierta en nuestra experiencia. A esto fuimos llamados. ¡Gloria al Señor!

Por eso, Pablo dice: «No os conforméis a este siglo, sino transformaos…». La expresión«transformaos», en el griego, está en lo que se llama ‘voz media’. En español, tenemos dos voces. Cuando decimos que ejecutamos algo, usamos la llamada voz activa: «Yo hago, yo actúo». Cuando digo que yo recibo sobre mí la acción de otro, entonces usamos la voz pasiva. Pero el griego tiene una tercera voz, la voz media. ¿Cuál es ésta? Cuando yo quiero decir que hago algo y, simultáneamente, que otro hace también en mí, es decir, la acción la ejecuto yo y a la vez la ejecuta otro sobre mí, uso en griego la voz media.

Esto es muy importante, porque la transformación, el proceso por el cual nos convertimos de la nada a la gloria de los hijos de Dios, es un proceso que hace Dios, pero en el cual nosotros también tenemos una parte. Por eso, se usa la voz media. «Transformaos…». No dice: «Sed transformados…», porque esto significaría que tenemos que quedarnos sentados y esperar que Dios lo haga todo. El énfasis no está en que Dios lo hace todo; ni tampoco dice que yo tengo que hacerlo todo solo, porque sería imposible. Dios hace, y yo respondo también a lo que él hace.

En estos días, se nos habló de la gracia y la responsabilidad, y se nos mostró que estas dos cosas no se pueden separar. La vida cristiana no es solo gracia ni solo responsabilidad. Si fuera solo gracia, se convertiría en libertinaje, y si fuera solo responsabilidad, se convertiría en legalismo. Pero la vida cristiana es gracia y responsabilidad – en ese orden. Es gracia que busca una respuesta de parte nuestra; nuestra colaboración. Eso significa responsabilidad.

Transformados

La palabra griega que ha sido traducida aquí como «transformaos»,  se utiliza habitualmente en el estudio de los insectos, y es metamorfosis. Ésta aparece dos veces más en el Nuevo Testamento. Una en 2ª Corintios 3:18: «Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados –metamorfoseados– de gloria en gloria en la misma imagen…». Y el otro texto está en Mateo 17:1-2: «Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan su hermano, y los llevó aparte a un monte alto; y se transfiguró–se metamorfoseó– delante de ellos…». El Señor se transfiguró delante de sus discípulos, es decir, adoptó una figura distinta;  reveló su gloria. Ellos ya no le vieron con el velo de la carne, sino transfigurado.

Cuando vemos a Jesús transfigurado, en aquella gloria con la que se apareció a sus discípulos, nosotros vemos el propósito de Dios para nuestra vida. Jesús glorificado; esa es la imagen a la cual Dios nos quiere transformar. ¿Se da cuenta de todo lo que Dios tiene en mente? Ese Señor transfigurado es la imagen a la cual Dios nos predestinó, para que seamos semejantes a él. Nosotros, que somos menos que nada, pobres, miserables, pecadores, ciegos, desnudos… predestinados, para un día ser hechos semejantes a Jesucristo.

Pero uno se pregunta: ‘¿Cómo? ¿Llegaré yo allá algún día? ¿Será posible que yo sea transformado?’. Si observamos nuestra vida cristiana, ¿no nos parece que todo el asunto es demasiado lento? ¿No nos parece que no cambiamos nunca? ¿Y que pasan los años, y los mismos errores, debilidades y fracasos siguen allí? Pues, la mayoría de nosotros avanzamos lentamente.

Pero yo creo que Dios quiere, y que es su voluntad que seamos transformados a la imagen de su Hijo Jesucristo. Lo creo, porque está escrito, y Dios no puede mentir. Porque para eso nos creó, para eso nos predestinó, y es por eso que lo queremos. Usted quiere cambiar y quiere ser diferente, no porque usted es bueno. Esto no nació de usted. ¡Dios lo plantó en su corazón! Es el deseo de Dios que arde en nosotros, porque somos sus hijos.

Entonces, hermanos amados, yo creo que el Señor, en su misericordia, nos da una clave esencial para la vida transformada aquí en Romanos 12:1-2.

Pablo nos está diciendo algo importante: la transformación es una obra de Dios, pero también es una obra nuestra. Hay una parte que Dios hace, pero hay una parte que hacemos nosotros. La más importante,  la esencial, es la que Dios hace. La parte de Dios está contenida en esa pequeña frase: «las misericordias de Dios». Ellas contienen la parte que Dios hace en nuestra transformación.

La parte nuestra es la que viene a continuación: «No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento…» (12:2). El apóstol Pablo coloca aquí una frase clave para la vida cristiana práctica, y que pienso es algo que nosotros pasamos por alto constantemente.  De alguna manera, no nos damos cuenta con facilidad de esto. Dice: «Transformaos…», y nos dice cómo: «…por medio de la renovación de vuestro entendimiento».

La importancia de la mente

La Escritura nos dice que la transformación, la metamorfosis, en la vida cristiana, ocurre por medio de la renovación de nuestro entendimiento. Nuestra mente, nuestro entendimiento, juega un papel vital en la vida cristiana práctica. Y, si nosotros lo descuidamos, descuidamos toda nuestra vida.

Puesto que estamos hablando de los fundamentos, vamos a tratar de ponerlos en orden. Según Tesalonicenses, el ser humano está constituido de tres partes: espíritu, alma y cuerpo. La parte más interior de la naturaleza humana es el espíritu, que fue creado para tener comunión con Dios, y también es el órgano consciente de la ley moral de Dios.

El espíritu está consciente de las cosas de Dios, y entiende el lenguaje del Espíritu Santo. Y no solo eso, el espíritu es la morada, la habitación del Espíritu Santo en el hombre.

Cuando nosotros nacemos en este mundo, debido a que todos somos hijos de Adán, llegamos con un espíritu muerto. Cuando lo digo así, no me refiero a que esté literalmente muerto, sino que está carente de función para Dios. Es decir que, en cuanto a Dios, el espíritu está muerto por causa del pecado. Por esta razón, el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios (1ª Cor. 3).

Así como un ciego no percibe la luz ni los colores, así también un hombre cuyo espíritu está muerto no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios. El Espíritu de Dios puede ser un viento que sopla con fuerza alrededor de él, pero él no lo percibe.

El día en que usted creyó en Jesucristo ocurrió un milagro maravilloso en su vida: Usted fue regenerado. Eso significa que el Espíritu de Dios entró en su espíritu y lo restauró a su función original. Y, desde ese momento en adelante, su espíritu está vivo y funcionando para Dios. Ahora usted percibe las cosas que son del Espíritu de Dios; usted está vivo, siente esa agitación de la vida en su interior, siente la voz del Espíritu adentro. Esto se debe a que su espíritu ha sido regenerado por el Espíritu de Dios.

Pero, observe, todavía no ha pasado nada con su alma. Lo que fue renovado es su espíritu, y usted ahora está interiormente despierto para las cosas de Dios. Pero la obra de transformación de la que habla el apóstol Pablo no se refiere a nuestro espíritu – se refiere a nuestra alma.

Es allí donde debe efectuarse el cambio, la transformación; es allí donde debemos ser conformados a la imagen de Jesucristo. En nuestra alma, que es el asiento de la personalidad; ahí donde está el yo, donde están los pensamientos, los recuerdos, la voluntad, las emociones y la mente. Y ahora viene otra clave: la entrada a la vida del alma no es la voluntad ni son las emociones; es la mente. Todo pasa a través de la mente.

Si su espíritu ha sido regenerado, pero su mente no se renueva, la vida nueva que está en su espíritu no puede alcanzar su alma. Es una clave absoluta en la Escritura. Por eso el énfasis – la mente tiene que ser renovada.

La mente como una ventana

Cuando venía hacia acá, en el camino, me di cuenta que la ventana trasera de mi auto estaba horriblemente sucia y no podía ver casi nada. Así también,  si su mente no se renueva, es como una ventana sucia. Usted trata de mirar a través de ella, y no ve nada. Usted trata de apropiarse de las cosas espirituales, y no puede. Si su mente no se renueva, usted nunca se podrá apropiar de las cosas que Dios ha hecho en Cristo. Por eso Pablo enfatiza tanto este punto.

Todas las misericordias de Dios son cosas reales, son verdaderas; todas están allí, pero usted no tiene cómo alcanzarlas. Podrá oír predicación tras predicación, pero su mente es vieja y todavía  no se ha renovado; aún es terrena y humana. Usted todavía tiene la mente del Adán caído, del Adán terrenal.

Es imposible que usted o yo podamos vivir la vida cristiana con una mente que no se ha renovado; no hay transformación posible. La Escritura pone un énfasis central en esto.

Veamos Efesios 4. Cuando Pablo habla de la vida cristiana práctica, parte otra vez con el mismo asunto.«Esto, pues, digo y requiero en el Señor: que ya no andéis como los otros gentiles, que andan en la vanidad de su mente…» (Ef. 4:17). La vida que viven los gentiles es vana, porque viven en la vanidad de su mente. Su mente es vana, llena de pensamientos vanos, sin propósito, sin destino, sin asunto; sin conocimiento de Dios, ni de los caminos, ni de los pensamientos de Dios.

«…teniendo el entendimiento entenebrecido –en tinieblas–, ajenos de la vida de Dios» (v. 18). Es una mente que no tiene la más mínima capacidad de percibir las cosas de Dios. Dios no existe para ellos.«Dice el necio en su corazón: No hay Dios» (Sal. 14:1). La expresión no se refiere a una negación teórica. El necio no lo dice en sentido filosófico teórico, al estilo de Nietzsche y otros. El necio es aquel para quien Dios no existe en la vida práctica. Hasta puede ser que crea que existe un dios por ahí, pero eso no hace ninguna diferencia para su vida práctica. En la vida real, Dios está ausente. Ese es el necio, según la Escritura.

«…ajenos de la vida de Dios», porque su mente está en tinieblas. «…por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón; los cuales, después que perdieron toda sensibilidad, se entregaron a la lascivia…» (Ef. 4:18-19). Observe, este es el camino de los pecadores. Cuando la mente está entenebrecida y se vuelve vana, los hombres se vuelven esclavos de deseos desordenados.

Hermanos amados, los que son pastores, recuerden esto: Cuando una persona está dominada por un deseo desordenado, compulsivo, que no puede manejar, el problema no está en el deseo mismo – está en su mente. Es su mente la que necesita ser renovada para que sea liberada. Porque la Escritura lo dice claramente: la lascivia es un deseo desordenado y compulsivo, que usted no gobierna, sobre el cual no tiene poder; pero esa es la consecuencia de una mente entenebrecida y vana.

La mente produce ese efecto sobre la voluntad y sobre las emociones, porque, en el orden de creación de Dios, la mente debe gobernar la voluntad y las emociones. Si la mente está en tinieblas, la voluntad también está en oscuridad, y los deseos se apoderan de ella.

La importancia de la Verdad

Pero el versículo 20 dice: «Mas vosotros no habéis aprendido así a Cristo…». Observe el énfasis y la manera en que Pablo habla de Cristo aquí. Usted recuerda las palabras del Señor cuando él dijo: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida» (Juan 14:6). Y Pablo, aquí, nos habla de uno de esos tres aspectos – Cristo como «la verdad». Observe, porque él está hablando de la mente. Y la manera en que la mente aprehende a Cristo, se apropia de Cristo, es conociéndolo como la verdad. No olvide esto: El espíritu se apropia de Cristo como vida; pero la mente se apropia de él como verdad.

Cristo es tan completo. Él no es solo la vida; también es la verdad. Y, siendo él la verdad, puede renovar nuestra mente. Por eso dice: «…si en verdad le habéis oído, y habéis sido por él enseñados, conforme a la verdad que está en Jesús». ¿Usted conoce la verdad que está en Jesús? ¿Conoce a Jesucristo como la verdad, y no solo como la vida o como poder? Porque lo único que puede renovar su mente es Cristo, la verdad.

Y entonces dice: «En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad» (Ef. 4:22-24). Porque ese es el asunto – la verdad está en Jesús.

Si usted lee Romanos 6, que es una de las misericordias de Dios, uno de los fundamentos de la vida cristiana, descubrirá que allí dice que «nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él(Cristo)» (Rom. 6:6). Ese viejo hombre está en tiempo pasado. Algo que ya ocurrió; un hecho definitivo, completo, acabado en el pasado.

Lo menciono, porque, cuando usted lee en Efesios 4:22, parece que dijese una cosa distinta. Dice:«Despojaos del viejo hombre…». Entonces, la pregunta es: ¿qué diferencia hay entre que mi viejo hombre fue crucificado, y el que Pablo diga ahora que nos despojemos del viejo hombre? Vea la diferencia: Allá es algo que ya ocurrió; acá es algo que tiene que ocurrir. En Romanos 6 es un hecho completo, acabado; pero aquí se dice que es algo que todavía tiene que ser realizado.

Pero, recuerde, al principio dijimos que la revelación y la enseñanza son las dos alas necesarias para volar. La primera ala es que nuestro viejo hombre «fue crucificado»; y la segunda: «despojaos». ¿Qué significa eso? Pablo quiere decir que, el viejo hombre, en términos absolutos, desde el punto de vista de la verdad, ya fue crucificado con Cristo y terminó su carrera. Ese es el hecho, esa es la verdad.

Pero, todavía el viejo hombre habita en mi mente. Aquí, mi mente, es todavía la mente del viejo hombre. Entonces –aunque está crucificado y fue crucificado con Cristo–, en mi experiencia, está aquí, en la medida que vive en mi mente. Si mi mente es todavía la mente de Adán, la mente caída del viejo hombre, todavía el viejo hombre está aquí.

Entonces, ¿qué tiene que ocurrir? Tengo que despojarme del viejo hombre. ¿Y esto se refiere a qué cosa? A sacar al viejo hombre de mi mente, esto es, los pensamientos, conceptos y creencias asociados con él. Cuando nacemos, nuestra mente es como una hoja en blanco. A medida que crecemos, el mundo que nos rodea va escribiendo en ella, y la va estructurando a su imagen. Sus ideas, conceptos y creencias se graban profundamente en nuestras mentes, y luego gobiernan nuestras emociones  y voluntad. Este mundo yace bajo el pecado, y así, a través de nuestra mente, el pecado se apodera de nuestra vida.

Sin embargo, ahora en Cristo estamos libres del poder del pecado, y, por medio del Espíritu, tenemos el poder de renovar nuestra mente, y con ello toda nuestra vida interior, vale decir nuestra voluntad y emociones. Al hacerlo, al renovarnos en la estructura fundamental de nuestra mente, o como lo dice Pablo, «el espíritu de nuestra mente», toda nuestra vida práctica será afectada y transformada por la vida divina. La voluntad por sí misma es incapaz de tomar decisiones, a menos que sea alumbrada por el entendimiento y energizada por las emociones. Por ello, si nuestro entendimiento está entenebrecido, la voluntad yace esclava de los deseos desordenados de nuestro cuerpo.

La Escuela de Cristo

Necesitamos, por tanto, saber de qué manera práctica colaboramos con la renovación de nuestro entendimiento. El gran teólogo puritano John Owen afirmó que el Espíritu Santo obra en nosotros y connosotros, pero nunca sin nosotros. Comprender esto es fundamental. Como dijimos al principio, Dios desea que colaboremos con él en nuestra transformación. Y aquí cobra una importancia esencial el uso de nuestros cuerpos. Por ello, lo primero que debemos hacer, a fin de renovar nuestras mentes, es presentar nuestros cuerpos a Dios en holocausto vivo, según Romanos 12:1.

De hecho, nuestros cuerpos han sido desde el principio el lugar donde el pecado reside y realiza sus actos. Nos hemos convertido, a lo largo del tiempo, en pecadores habituales, pues nuestros cuerpos se encuentran casi automáticamente orientados a hacer lo malo. En otras palabras, estamos condicionados por un sinnúmero de hábitos pecaminosos que residen en nuestros cuerpos.

Por esto, la transformación requiere de la adquisición de un conjunto enteramente nuevo de hábitos espirituales. Y esto es algo que debemos hacer nosotros, aunque fundamentados en las misericordias de Dios en Cristo. Dios nos ha dado todos los recursos espirituales para que seamos hechos conformes a la imagen de su Hijo. Pero el hacer un uso adecuado de estos depende de nosotros.

¿Cómo podemos, luego, renovar nuestras mentes? La respuesta  del apóstol, en la línea de lo que se ha dicho hasta aquí, podría ser llamada la «escuela de Cristo». En ella Cristo es tanto el maestro como el contenido a ser aprendido. En Efesios, como hemos visto, Pablo nos dice que en ella somos enseñados por Cristo según la verdad que está en Jesús (4:21).

Es interesante observar que el apóstol usa aquí el nombre «Jesús» para referirse al Señor. ¿Por qué razón? Porque éste tiene en mente a Jesús como  hombre perfecto (el nuevo hombre), a quien somos llamados a seguir e imitar como sus discípulos o aprendices. En el mundo antiguo, los alumnos no solo debían aprender la enseñanza de su maestro, sino también su forma de vida. Esto era básicamente un discípulo. Y de ello se trata la «escuela de Cristo».

Por cierto, para entrar en esta escuela necesitamos, como punto de partida, un conjunto de habilidades y capacidades espirituales totalmente nuevas, que el hombre natural (y pecador) simplemente no posee. Pero estas nuevas habilidades nos han sido concedidas y garantizadas por las misericordias de Dios. Estamos, por tanto, en condiciones de enfrentar la tarea de ser discípulos de Cristo y ser conformados a él en todo. Se trata de conformarnos en todo a Jesús, tal como él fue y anduvo mientras vivió en este mundo. Ser semejantes a él en su vida y en su muerte.

Aprendiendo de Jesús

Sobre esto habría mucho que decir, pero al menos podemos fijarnos en dos o tres puntos básicos:

 En primer lugar, en hacer de la práctica de la comunión con Dios nuestra ocupación principal, puesto que esto es lo que hacía Jesús. Los evangelios nos dicen que el Señor se apartaba habitualmente para estar a solas con Dios, a veces muy temprano en la mañana. Nada era más importante para él. De hecho, antes de tomar algunas decisiones muy importantes, pasaba la noche entera en oración. De modo que, cuando afirmaba no hacer nada por sí mismo sino lo que veía hacer al Padre, se refería también a su práctica habitual de pasar tiempo a solas con Dios. Estos son hechos que pasamos normalmente por alto, pensando equivocadamente que el Señor estaba exento de estas prácticas. Pero no era así.

La encarnación del Hijo significó que éste decidió recorrer el camino del hombre, y relacionarse con Dios como hombre.  De esta manera él se convierte en nuestro Maestro y ejemplo de vida espiritual. Si queremos ser como él, nos dice Juan, debemos andar como él anduvo. O, en palabras de Pedro, debemos seguir su ejemplo y andar en sus pisadas.

En consecuencia, el tiempo a solas con Dios implica el disciplinar nuestros cuerpos para dedicar tiempo a la comunión a solas con Dios, y hacer de esto la meta principal de nuestra vida cristiana.

En segundo lugar, necesitamos meditar en la palabra de Dios habitualmente. Esto debe ser una práctica disciplinada y constante. Pues solo la palabra de Dios tiene el poder de desnudar y remover de nuestra mente los hábitos de pensamiento del viejo hombre. El salmo 1 nos habla de que meditar en la ley de Dios de día y de noche es la condición esencial para una vida de abundancia espiritual. Pues al hacerlo, obligamos a nuestras mentes a sintonizarse con las cosas y realidades del Espíritu.

Renovando la mente

Nuestras mentes están habituadas a recorrer de manera automática los caminos, conceptos y creencias falsas de este mundo. Por lo tanto, necesitamos ejercitarlas de manera consciente para pensar según la verdad que está en Jesús. Cada día y a cada momento debemos traer nuestras mentes a la verdad que está en Jesús y rechazar los pensamientos antiguos que solían gobernar nuestra vida y conducta, hasta que hábitos completamente nuevos de pensamiento se formen en ellas.

En otras palabras, necesitamos traer, junto con nuestros cuerpos, nuestras mentes al Señor. Para muchos de nosotros, acostumbrados a lo rápido e instantáneo, todo esto puede parecer demasiado extraño y esforzado. Pero, no existen atajos en el camino de la transformación espiritual. En la medida en que la verdad renueve nuestra  mente, la realidad de la cual ella nos habla se convertirá en nuestra experiencia.

Las misericordias de Dios solo se harán parte de nuestra vida y experiencia cuando aprendamos a pensar y ver todas las cosas a través de ellas. Nuestra mente debe ser renovada por ellas. Y para ello, necesitamos aprender a fijar nuestras mentes en la palabra de Dios, memorizarla y repetirla constantemente a nuestro corazón. De esta manera, los viejos hábitos de pensamiento serán cambiados por el poder de esa palabra, que es la espada del Espíritu, capaz de examinar y desnudar nuestros pensamientos y creencias más profundas. Entonces, la vida que está en nuestro espíritu fluirá hacia nuestra alma y nuestro cuerpo mortal.

El Cuerpo

En este camino, finalmente, necesitamos vivir en comunión y sujeción al cuerpo de Cristo. Aprender a confiar nuestras luchas, dudas y dificultades a otros y a esperar dirección, sabiduría y consejo divinos de parte de ellos. Esto es parte fundamental de la escuela de Cristo.

La disposición para ser enseñados, corregidos y ayudados por Cristo a través de nuestros hermanos, forma parte esencial de nuestro seguir a Cristo como discípulos, para aprender de él y ser enseñados por él. De hecho, éste será el asunto a tratar por Pablo en el texto que sigue a las misericordias de Dios (Rom. 12:3 ss.).

Finalmente, es necesario decir que la gracia no es contraria al esfuerzo, sino al mérito. Nada de lo dicho hasta aquí nos hará más justos o aceptables delante de Dios. Esto es un don gratuito de Dios en Cristo, de acuerdo con la primera parte de Romanos. No obstante, existe, de acuerdo con el mismo apóstol Pablo, la necesidad de esforzarnos en la gracia que es en Cristo Jesús (1ª Tim. 2:1). Sin este esfuerzo «en la gracia»,  las maravillosas misericordias de Dios y todo lo que ellas implican, permanecerán como un ideal, un anhelo o una hermosa enseñanza, pero nunca se convertirán en algo que hemos probado y comprobado por experiencia.