El corazón del cristiano es comparado con la tierra que bebe muchas veces la lluvia.

Lectura: Hechos 8:26-40.

Las citas que hemos leído nos hablan de dos tipos de tierra, de una que produce buena hierba o buen grano, y también de una tierra que produce espinos, abrojos o cardos. Hermanos amados, ¿con cuál de estos dos tipos de tierra se identificará nuestro corazón?

Sin Cristo, todos éramos una tierra estéril, éramos como un desierto. Pero bendito es el Señor que dijo que el desierto florecería, lo cual se cumple en nosotros desde el momento que en Cristo pasamos de muerte a vida.

El arado de Dios

Esta tierra, que en Adán fue maldecida (Génesis 3:17-18), por mucho tiempo sólo produjo espinos y cardos. Pero el Señor, en su bondad, ha ido trabajando en ella, pasando su arado una y otra vez. Cual experto labrador, él permitirá que su arado penetre tan profundo como sea necesario, hasta sacar las raíces y pedregales que estorban el crecimiento de su buena semilla.

¿Qué es el arado? Son los tratos del Señor, nuestros fracasos, los tragos amargos. A través de estas experiencias el Señor ha tenido que ablandar el tipo de tierra que es nuestro corazón mediante golpes sucesivos, uno tras otro. Ha pasado el arado, y cuando el arado pasa, hiere la tierra. Es doloroso, no falta la prueba en la familia, en el trabajo o por medio de una enfermedad.

En realidad, es la mano del Señor trabajando en sus hijos, porque él quiere que seamos una buena tierra.

A Adán se le dijo: “Maldita será la tierra por tu causa … espinos y cardos te producirá”. Sin necesidad de sembrar, los espinos salen solos. Basta descuidar un campo, y se llenará de zarzas y cardos. En realidad, eso le pasa a nuestro corazón si no es cultivado, regado y sembrado con la buena semilla. Los cardos van a brotar solos si nosotros descuidamos esta labranza, si no atesoramos la bendita palabra de Cristo.

Basta con dejar de reunirse, basta con descuidar las Escrituras, con menospreciar la comunión con los hermanos, y el mundo va a empezar a sembrar su propia maleza. Entonces volverá la soberbia, la lascivia, la carnalidad, los celos, las iras y las contiendas. El que siembra para la carne, de la carne cosechará corrupción. Éste es el consejo de la Escritura (Gálatas 6:7-8).

¿Qué vamos a escoger nosotros? ¿Qué va a pasar con esta tierra? ¿Qué va a pasar con esta labranza? Que el Señor siga pasando el arado, para que no crezca esta maleza. Pero, sobre todo, para que no crezcan los espinos. ¿Por qué los nombrará tanto la Escritura? En Génesis aparecen los espinos. Y la palabra de Hebreos capítulo 6 también dice que hay una tierra que produce buena hierba, pero hay otra que produce espinos y abrojos. ¿Qué son los espinos?

Alguien puede reclamar: “A mí nadie me visita. ¿Por qué parece que los hermanos se alejan de mí?”. ¿No será que han crecido espinos en tu corazón, y que no es tan fácil acercarse a ti, hermano? Temo que al acercarme a ti recibiré una palabra dura, me parece que voy a recibir una crítica tan ácida que volveré herido. Nadie abraza un espino, pues éstos rasguñan.

Cristo, la buena semilla

Amados hermanos, que crezca el buen grano, que crezca el buen trigo. Porque, ¿quién es el buen trigo? El Señor Jesús es el grano de trigo. (Juan 12:24). ¡Quiero encontrarme con Cristo en ti, y quiero que te encuentres con Cristo en mí! Ésta es la buena semilla sembrada en nosotros ahora: ¡la vida poderosa y bendita del Señor, que no hace daño! Si me encuentro con Cristo en ti, tenemos comunión. ¡Bendito sea el nombre del Señor!

Gracias a Dios que él envía su lluvia sobre nosotros. Hermano, que tu corazón no se seque. Vengamos al río de Dios. Cuán bueno es cuando venimos delante del trono de Dios, porque hay un río que fluye desde allí. Desde el Calvario también fluye un río, porque del costado herido del Señor brotó sangre y agua. La sangre de Cristo está vigente, para que ningún pecado quede anidado en nuestras vidas. La sangre de Cristo viene y se lleva esa maleza y quedamos limpios. ¡Bendito sea el nombre del Señor!

Bendito el Espíritu del Señor, que trae la buena palabra que nos remoja, que nos refresca una y otra vez, para recordarnos que no somos ciudadanos comunes en este mundo: ¡Somos labranza de Dios! Él está trabajando con su arado, está desarraigando las malezas de mi alma, y está plantando la buena semilla que es la vida de Cristo en nosotros.

Qué precioso es cuando empieza a brotar la buena semilla, cuando se empieza a ver algo de la paciencia de Cristo, algo de la mansedumbre de Cristo, algo de la ternura, algo del carácter bendito del Señor.

Que seamos una buena tierra

Nosotros somos una tierra que muchas veces estamos bebiendo la lluvia que cae sobre nosotros. Usted y yo podemos estar en peligro, porque somos una tierra que muchas veces bebe el agua. Recordemos que a quien más se le ha dado, más se le demandará. Entonces, que no se encuentre la maleza, sino que se encuentre en nosotros el buen fruto, el buen árbol, el buen olivo, que es Cristo para nosotros.

Estás bebiendo cada semana, muchas veces, la lluvia del Señor, ¿y qué fruto está produciendo tu tierra? Después de oír una y otra vez la bendita palabra del Señor, ¿todavía hay celos, y envidias, todavía están los frutos de la carne? No es justo, hermanos, nosotros somos esa tierra que muchas veces bebe la lluvia que cae sobre nosotros. El Señor permita que se cumpla esta palabra, que se produzca la “hierba provechosa” y recibamos bendición de Dios.

Nosotros somos colaboradores de Dios y –al mismo tiempo, como iglesia– somos labranza de Dios (1 Corintios 3:6-9). El Señor quiere que haya hierba provechosa, que cuando vengan las manadas de que habla en Salmos capítulo 65:13, se encuentren con verdadero alimento entre nosotros. Que produzcamos mucha buena hierba, para que las manadas hambrientas vengan y se encuentren con Cristo entre nosotros, porque él es el verdadero alimento, él es el verdadero pan.

El Señor permita que cada uno de nosotros sea una buena tierra. Que siga trabajando el Señor en nuestros corazones. Gracias al Señor por cada golpe, por cada prueba. ¡Es el arado de Dios que está entrando profundo, quitando toda raíz de amargura, para que brote sólo la buena semilla regada por el Espíritu del Señor, y más de Cristo se vaya formando en nosotros! ¡Bendito sea el nombre del Señor! Oh, amados hermanos, éste es el verdadero fruto y el verdadero alimento.

“Pero la que produce espinos y abrojos es reprobada…” Una y otra tierra están recibiendo la semilla y el riego. En una se encuentra el fruto, y en la otra se encuentran espinos.

Nuestro corazón es tremendamente productivo. Si no estamos sembrando para el Espíritu, estamos sembrando para la carne; si no estamos reproduciendo el carácter, la vida y las obras preciosas del Señor, si nos descuidamos un poco, pronto la otra semilla comenzará a brotar, porque el mundo cada día está arrojando sus semillas sobre nosotros.

Hermanos amados, que crezca en nosotros solamente la buena semilla que es Cristo, para que cuando venga el Señor o cuando el día llegue en que nos presentemos delante de él, no seamos avergonzados, sino que se cumpla en nosotros este salmo tan precioso: “Irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla, mas volverá a venir con regocijo trayendo sus gavillas” (Salmos 126:6).

¡Gracias, Señor! Sigue trabajando en nuestros corazones, queremos ser esa buena tierra, sin pedregales, ni espinos que ahoguen tu palabra, Te agradecemos porque habiendo sido nosotros un desierto, tu arado pasó profundo, la tierra se hirió, pero cayó un día tu buena semilla. Gracias, Padre, por habernos dado a tu Hijo, gracias porque él está siendo formado en nuestros corazones. Que tu palabra nos siga regando. Amén.

Síntesis de un mensaje oral.