La palabra de Dios habla acerca de la salvación en tres etapas y tres tiempos diferentes.

La salvación no es una cosa simple, sino profunda y compleja. La Palabra del Señor nos habla acerca de la salvación en tres tiempos. Primeramente, nos dice que somos salvos por gracia: «Porque por gracia sois salvos por medio de la fe» (Efesios 2:8 a); o sea, declara un hecho ya cumplido. En segundo lugar, nos habla de ocuparnos de la salvación con temor y temblor: «…ocupaos de vuestra salvación con temor y temblor» (Filipenses 2:12 b); es decir, que hay una salvación que se va dando progresivamente. Por último, nos habla en futuro, de una «salvación que nos traerá» (1ª Pedro 1:5), y de que «seremos salvos» (Romanos 5:9).

De acuerdo con esto, hay versículos que nos hablan de que somos salvos, versículos que hablan de que nos ocupemos de la salvación, y versículos que nos hablan de que seremos salvos. ¿A qué se debe todo esto? Al fin, ¿somos, seremos, o estamos siendo? La respuesta es que somos, estamos siendo y seremos, porque las tres cosas las dice el Espíritu Santo por la Palabra de Dios.

Debido a esto, debemos escudriñar de una manera un poco más detenida el tema de la salvación de Dios lograda por Cristo Jesús y aplicada por el Espíritu Santo. Si hemos comprendido la constitución tripartita de nuestro ser: espíritu, alma y cuerpo, también comprenderemos el por qué de esas tres etapas de la salvación: una relativa al espíritu (sois salvos), otra relativa al alma (estáis siendo salvos), y otra relativa al cuerpo (seréis salvos). Esa es la razón por la cual se habla en pasado, en presente y en futuro.

Tiempo pasado: ya somos salvos en nuestro espíritu

Esta primera etapa la miraremos escudriñando la Escritura primeramente en la epístola del apóstol Pablo a los Efesios 2:1, 4-19:

«Y él os dio (notemos el tiempo pasado) vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados (…) Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio (notemos nuevamente el tiempo pasado) vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), (fijémonos en el hecho consumado) y juntamente con él nos resucitó (en pasado), y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Porque por gracia sois salvos (declara un hecho consumado) por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.»

Aquí con suma claridad el Espíritu Santo por mano del apóstol Pablo está declarando nítidamente que ya somos salvos, es decir, que ya realmente no estamos perdidos. De conformidad con esta declaración bíblica vemos que ya no estamos en las garras de Satanás para irnos al infierno, que ya no estamos bajo el juicio de Dios, que ya el juicio de Dios cayó sobre Jesucristo, sobre el Cordero de Dios. Nosotros nos identificamos con el Cordero, morimos con él, resucitamos con él y nos sentamos ya con él en los lugares celestiales. Espiritualmente ya somos salvos. Nuestro espíritu ya tiene vida, pues tiene la vida eterna, la vida de Dios, la que no tuvo principio ni tiene fin.

En la primera epístola del apóstol Juan, capítulo 5:11-13, leemos: «Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna (no que nos va a dar, ni que nos está dando); y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene (ya la tiene) la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida. Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios (eso no es para todos, sino para los que tienen al Hijo), para que sepáis que tenéis (no que tendréis) vida eterna, y para que creáis en el nombre del Hijo de Dios».

Hermanos, démonos cuenta de que estas declaraciones aquí son rotundas, no admiten dudas; ya tenemos la vida de Dios, ya tenemos al Señor en nuestro espíritu; el Señor nos ha perdonado, y nos dio vida. Estando nosotros muertos, él vino, habló, despertó el oído, despertó la fe; por la Palabra nos dio el Espíritu, por la fe lo recibimos y recibimos vida; es decir, que la vida del Señor ya vino al espíritu nuestro, como dice 1ª Corintios 6:17: «Pero el que se une al Señor, un espíritu es con él».

Nosotros ya lo hemos invocado, le hemos pedido perdón, por lo tanto, el Espíritu de Cristo ya vino y se hizo uno con nuestro espíritu. En consecuencia, ya nacimos de nuevo, y por lo tanto, ya fuimos regenerados, recibimos una vida nueva, un espíritu nuevo, la vida eterna y la naturaleza divina.

Hemos recibido a Dios el Padre porque hemos recibido al Hijo, y hemos recibido al Padre y al Hijo porque hemos recibido al Espíritu. Ya tenemos lo que el Hijo consiguió en su vivir humano, lo cual el Espíritu tomó, y lo que él consiguió ya lo tenemos. ¿Dónde lo tenemos? En nuestro espíritu. Nuestro espíritu ya es salvo, pues ya tenemos la vida eterna. Ya tenemos al Señor, ya tenemos la provisión, y nada de provisión nos falta. Toda provisión la puso Dios el Padre en el Hijo; toda bendición espiritual está en el Hijo, y al recibir al Hijo, recibimos la vida, recibimos al Padre y lo recibimos todo.

Pero tener la vida en el espíritu no significa que esa vida haya crecido en nosotros.

Tiempo presente: debemos ocuparnos en la salvación de nuestra alma

Una cosa es que Cristo sea revelado a nosotros, otra cosa más profunda es que Cristo more en nosotros, otra más profunda aún es que Cristo se forme en nosotros, y otra cosa más profunda todavía es que Cristo se magnificará en nuestra carne.

Cristo ya está, ya vino, ya se reveló. Cristo ahora mora, ya está morando; pero la intención de Dios no es sólo que Cristo more, sino que el que mora se forme en nosotros; nos regenere primero, luego nos renueve, y por la renovación nos transforme y nos configure a la imagen del Señor. Primero estando en la carne, para eventualmente también vivificar después nuestro cuerpo mortal y adoptarlo y glori-ficarnos a la semejanza de su Hijo Jesucristo.

Todo este proceso de Dios va desde adentro hacia fuera. Como creyentes, la vida de Dios vino a nuestro espíritu, pero Dios no quiere tener solamente un ser humano espíritu. Cuando Dios hizo al hombre, lo hizo espíritu, alma y cuerpo; de ahí se deduce que la redención del hombre consiste en perdonar y limpiar su espíritu, su alma y su cuerpo. Vivificar su espíritu, pero también ganar su alma.

Nos llama la atención una frase que usó el Señor, muy seria y bien curiosa, que si no se entiende esto de la salvación ya dada en el espíritu, de esa salvación aplicándose progresivamente a nuestra alma y luego eventualmente a nuestro cuerpo en su venida, entonces esa frase nos parecería rara.

Pero al mirar detenidamente estos aspectos, ya es normal para nosotros. El Señor Jesús dice en Lucas 21:19: «Con paciencia ganaréis vuestras almas». Lo curioso del caso, y digno de ponerle mucho cuidado, es que por una parte dice que por gracia somos salvos, pero por otra parte dice que con paciencia ganaremos nuestras almas. Ya sabemos que el alma es la sede de nuestra mente, de nuestros pensamientos, de nuestras emociones, sentimientos y voluntad. Lo que nos indica que ganar el alma es que no sólo la vida de Cristo se quede en nuestro espíritu, sino que vaya saturando nuestros pensamientos, porque podemos tener al Señor en el espíritu, pero nuestros pensamientos vagan. ¿Cómo enlazar ese potro salvaje de nuestros pensamientos? Esa vida interna, el espíritu, lo agarra y dice: «Caballero (o dama), venga usted, no siga pensando tan locamente». Entonces nuestra mente va siendo sujeta a Cristo, pues nuestros pensamientos son traídos a los pies de Cristo, y esto no se trata de un asunto instantáneo, sino de un proceso.

La regeneración sí es instantánea; la regeneración se da en el momento en que se recibe al Señor, la vida del Señor. El Espíritu del Señor viene a nuestro espíritu y se hace con nosotros un solo espíritu y empezamos a tener vida. Pero esa vida es como una semilla que fue sembrada. Ahora esa vida que ya está completa, con toda su potencialidad, toda programada para hacer un trabajo de completa e íntegra salvación, tiene que empezar a ganar el alma. Es entonces cuando viene el trabajo del alma, que no es tan rápido como el del espíritu. El Espíritu ya recibió vida, pero ¿será que todos nuestros pensamientos son en vida? ¿O algunos sí, de vez en cuando, y otros como que todavía están en oscuridad? Nuestras emociones algunas veces sí están gobernadas y vivas con el Señor, pero otras veces están vencidas por el pecado. O sea, que ganar el alma requiere paciencia y proceso.

Otra cita bíblica importante sobre esto la encontramos en Filipenses 2:12: «Por tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor». La salvación es algo que ya tenemos, pero también es algo de qué ocuparnos; y la ocupación en la salvación es el ejercicio del alma en la vida de Dios. Que el Señor haya dado vida a nuestro espíritu no significa todavía que nuestras emociones, nuestra mente, nuestra voluntad estén renovados. Muchas veces tenemos vida en nuestro espíritu, pero somos flojos en la carne, o lo que es peor, pecaminosos todavía. De ahí que la intención de Dios es que la vida que está en el espíritu pase hacia el alma.

Notemos bien que ese es el sentido del Señor. Todo lo que es de él, por su Espíritu viene a nuestro espíritu, y desde nuestro espíritu tiene que fluir. Recordemos ese pasaje de Ezequiel 47, cuando habla del trono de Dios y de su templo. Dice que debajo del trono, allá en el Lugar Santísimo, fluía el río: es decir, que el río de Dios viene fluyendo de adentro hacia fuera. Eso nos dice que la vida – porque ese es un río de vida – se traduce en aguas vivas que vienen desde el Lugar Santísimo, pasan por el Lugar Santo, luego por el atrio, e incluso salen a las naciones. Y eso es porque el Señor quiere vivificar a toda persona que entre en el río de su Espíritu.

El río de su Espíritu fluye desde el Lugar Santísimo hacia el Santo, hacia el atrio y hacia afuera. Pero tengamos en cuenta que ya el Señor nos dio vida, y ya tenemos esa vida en el espíritu, pero todavía no lo suficiente en nuestra alma ni en nuestro cuerpo – aunque ya estamos alimentando nuestro cuerpo de resurrección, y por eso tomamos la cena del Señor. Por eso dice el Señor en Juan 6:54: «El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero».

Lo curioso de esto también es que hay pasajes como en Efesios 2:6, que dice: «… Y juntamente con él nos resucitó», afirmando que ya fuimos resucitados. Y en otras partes, como en Juan 6:54, dice que nos resucitará; eso significa que la resurrección que él consiguió ya está provista en el Espíritu, y ese Espíritu está ya completo en nuestro espíritu, pero tiene que pasar vivificando, ganando, sometiendo a nuestra alma y renovándola por el Espíritu mismo, y luego, eventualmente, nuestro cuerpo. Lo leemos, por ejemplo, en Colosenses 3:4: «Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria». Este versículo nos confirma que hay un proceso de adentro hacia fuera; el Señor obra de adentro hacia fuera. Lo corrobora el Señor en Juan 7:38: «El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva». ¿Hacia dónde? Hacia fuera, desde el interior hacia el exterior. En cambio, Satanás ataca desde el exterior, tratando primero los sentidos, luego la mente, en seguida ataca las emociones, para poder asaltar la voluntad. Mientras tanto todo es tentación, pero cuando alcanza y doblega la voluntad, ya es pecado.

El diablo ataca de afuera hacia adentro; en cambio, el Señor le resiste desde adentro hacia fuera, y la lucha es en la mente, o en las emociones, o en la voluntad. La lucha es en el alma; ella es el campo de batalla. El Señor está adentro, en el espíritu, y el diablo está afuera, en los aires, y el pecado está en la carne; y el pecado y la carne son la pista donde aterrizó el diablo, el espíritu que opera en los hijos de desobediencia.

Vemos, entonces, que hay que ocuparse de la salvación. No dice en el versículo que la salvación se va a perder, sino que hay que ocuparse, hay que trabajar en la salvación. Hay que aplicar la salvación a nuestras emociones, a nuestros pensamientos, a nuestras decisiones, a nuestra alma. Y eso es una cosa que requiere tiempo.

Así como en Filipenses 2:12 habla de ocuparse de la salvación, en Hebreos 2:3 habla de no descuidarla: «¿Cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande?». Este versículo se corresponde con el de ocuparse con temor y temblor en ella. No descuidar la salvación significa que hay que trabajar en nuestra salvación. Si dijéramos: «El Señor ya me salvó», estamos diciendo una verdad, pero hay que decir toda la verdad completa. También la Palabra de Dios dice que debemos ocuparnos y no descuidar la salvación, y eso significa que hay que trabajar en esa salvación, la cual es un proceso.

Tiempo futuro: la salvación del cuerpo en la venida del Señor

Esta parte se encuentra en varios pasajes de la Biblia. Tomemos primeramente el de Mateo 24:13: «Mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo». Notemos que habla en futuro; o sea, sois salvos en el espíritu, ocupaos en vuestra salvación y no la descuidéis (eso es la aplicación en nuestra alma), pero todavía nuestro cuerpo no está libre de la condición adámica, aunque sí comprado. Necesita ser transformado en el cuerpo glorioso de resurrección que obtuvo Cristo; entonces ese será el momento cuando la salvación completa llegará también a nuestro cuerpo.

Dios quiere salvos el espíritu, el alma y el cuerpo. Ya nuestro espíritu está salvo, nuestra alma lo está siendo y nuestro cuerpo ha de serlo, porque ya fue comprado nuestro ser entero y el Señor nos declara glorificados, como lo dice en Romanos 8:30 b: «…Y a los que justificó, a éstos también glorificó», pero tiene que ser aplicada la vida del Señor que recibimos en el espíritu, que poco a poco va saturando nuestra alma, y por último tiene que llegar a nuestro cuerpo.

En la primera epístola del apóstol Pedro 1:13, leemos: «Por tanto, ceñid los lomos de vuestro entendimiento, sed sobrios, y esperad por completo en la gracia que se os traerá cuando Jesucristo sea manifestado». En esta etapa del proceso ya nuestro entendimiento está ceñido, dominado; es decir, que había que pasar la vida del espíritu al entendimiento, pero ahora hay que seguir. Ceñir los lomos de nuestro entendimiento es la vida del Señor que ya llegó a nuestro ser. Ahora nuestra voluntad está renovada para ceñir el entendimiento, es decir, para poder gobernar ahora sí nuestros pensamientos, porque antes quería, pero no podía. Ahora el Señor pudo; el Señor nos dio la vida, y ahora renueva nuestra alma.

Nuestra alma ahora sí tiene poder en unión con el Señor para decir: «Señores pensamientos, ustedes ya no van a pensar esto, sino esto otro», y lo puede hacer porque se trata de una mente renovada que piensa lo que quiere porque ha recuperado el dominio. Antes lo que no quería pensar, eso pensaba, y de lo que me quería acordar me olvidaba. En cambio, ahora ya el entendimiento está programado, renovado y usado.

Cuando la Palabra dice: «Y esperad por completo en la gracia que se os traerá cuando Jesucristo sea manifestado», allí hay una gracia para el futuro. La Biblia habla de una gracia decidida para nosotros antes de la fundación del mundo, pero manifestada en Jesucristo, y que comienza a operar con la regeneración, y que sigue operando con la transformación y que seguirá operando en nuestros cuerpos. Por eso dice: «La gracia que se os traerá» (futuro). Esta no es la del perdón de los pecados, ni siquiera la de la transformación de nuestro entendimiento, de nuestra alma, sino que es la gracia para la adopción del cuerpo, para la transformación de nuestro cuerpo.

Leemos en Romanos 8:22-23: «Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora; y no sólo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo.» No sólo la creación misma está con dolores de parto, sino también nosotros los que tenemos las primicias del Espíritu. ¿Por qué dice «las primicias»? Justamente para mostrar que aún no estamos en todo; las primicias son un adelanto, pero el adelanto nos tiene que llevar a todo. Este gemido son los dolores de parto; es el proceso del alma desarrollándose con paciencia; los pensamientos muriendo a sí mismos y siendo renovados en Cristo; las emociones muriendo a su independencia, a su desbocamiento, y siendo controladas por el Espíritu; nuestra voluntad dejando de ser obstinada, o dejando de ser abúlica, siéndole fiel al Señor. Eso es un dolor de parto, y eso no es de un momento a otro, pues requiere de una disciplina de toda la vida.

Adoptar nuestro cuerpo, dice el Señor, es tomarlo como suyo. Antes se lo habíamos vendido al diablo – realmente con Adán le habíamos vendido la naturaleza humana, incluido el cuerpo. Y si fue vendido al diablo, está bajo el poder del diablo, y por eso el Señor tiene que adoptarlo, tomarlo como propio.

De ahí que la redención o adopción de nuestro cuerpo tiene dos etapas. Una etapa que se desarrolla aquí, que consiste en ser vivificados en nuestro cuerpo mortal. A veces estamos cansados, estamos enfermos, pero invocamos el nombre del Señor y el Espíritu nos da vida y nos fortalece. Entonces nos levantamos y nos renueva, y es medicina a nuestro cuerpo, a nuestros huesos. Ese es un anticipo; no es todavía la resurrección completa, pero se opera gracias al poder de la resurrección; es decir, es el anticipo de los poderes del siglo venidero. La intención de Dios es que toda la glorificación de Cristo, toda la resurrección que él consiguió en su cuerpo pase a nuestro cuerpo, sea la adopción o glorificación completa de nuestro cuerpo.

En la Biblia hay muchos pasajes para cada una de estas partes, que ahora estamos viendo en forma panorámica, pues nuestra intención no es agotar el tema en este capítulo, pero vale la pena estudiar cada uno de esos pasajes. Por ejemplo, en Filipenses 3:20-21, dice: «Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas». Colosenses 3:4: «Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria». 1ª Juan 3:1-3: «Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él. Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro».

Que ahora somos hijos de Dios, es un hecho; el Espíritu de Dios da testimonio a nuestro espíritu de que ya somos hijos de Dios, y tenemos la vida divina en el espíritu, pero aún no se ha manifestado lo que hemos de ser. Somos hijos de Dios en espíritu, pero Dios no quiere sólo espíritus salvados, sino hijos completos: espíritu, alma y cuerpo en una; inclusive la creación libertada de la esclavitud de corrupción, y por eso se entiende cuando habla de algo que ya es, algo que está siendo y algo que va a ser.

Primero, lo que ya es: Hijos de Dios. Segundo, lo que ha de ser: lo que se va a manifestar. Cuando él se manifieste seremos semejantes a él. Tercero, lo que está siendo. Pero, ¿cuál es la parte de ahora? «Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro». Nótese que no dice que el Señor lo purifica (aunque sí), sino que él se purifica a sí mismo. Ese es el ejercicio del alma, de la voluntad, de nosotros mismos actuando en él, esforzándonos en la gracia para ser salvados de lo que somos, sometiéndonos a la limpieza del Señor.

Hemos visto que la salvación es muy completa y muy compleja. Como el hombre fue afectado en el espíritu, en el alma y en el cuerpo, la salvación llega al espíritu, al alma y al cuerpo. Al espíritu llegó, en el alma está dándose, y al cuerpo llegará.

Gino Iafrancesco