Los muchos nombres y atributos del Señor Jesucristo en las Escrituras son también diversas gracias concedidas a su pueblo para satisfacción de cada necesidad.

En esta oportunidad quisiéramos centrar esta palabra en la persona del Señor Jesucristo, y en la revelación de su Nombre. El evangelio de Juan nos revela al Señor Jesucristo, y lo presenta de una manera muy singular. Nos presenta a Jesús en siete “Yo soy”.

“Yo soy” es el nombre de Dios que fue revelado a Moisés en el Antiguo Testamento. “Respondió Dios a Moisés: YO SOY EL QUE SOY. Y dijo: Así dirás a los hijos de Israel: YO SOY me envió a vosotros” (Éxodo 3:14). Alguna vez los judíos tuvieron el sonido del Nombre, pero por respeto al mandamiento que decía: “No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano”, no lo pronunciaban, y tampoco se atrevían a escribirlo. Con el tiempo sólo quedaron las consonantes (YHWH), que al juntarlas no tienen sonido. Los españoles colocaron las vocales, y quedó la expresión “Jehová” (en inglés, Yahweh).

El nombre de Dios se perdió, pero sabemos ciertísimamente que este nombre tiene relación con el verbo SER, con el YO SOY, y que éste es el nombre de Dios. Y Juan nos presenta al YO SOY en Jesucristo. Su persona, su nombre, está asociado con Dios. Jesús es Dios. Es Dios con Dios. Así que pongamos atención en los artículos y en los calificativos del nombre YO SOY.

Los siete “Yo soy”

“Yo soy el pan de vida” (Juan 6:35). Quiero que noten de una manera muy especial el artículo que antecede al sustantivo. Jesús dice: “Yo soy el pan de vida”. Esta es la primera presentación que hace Juan de la persona del Señor Jesucristo, de la revelación de su Nombre.

“Yo soy la puerta de las ovejas” (10:7). Yo soy la puerta. El sustantivo puerta está indicando la función del nombre YO SOY. La puerta, indica lo único.

“Yo soy el buen pastor” (10:11) … “Yo soy la resurrección y la vida” (11:25). “Yo soy la luz del mundo” (Juan 12:1). La expresión la luz del mundo es un calificativo del nombre Yo soy… “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida” (14:6) …“Yo soy la vid verdadera” (15:1).

Todos los YO SOY tienen un artículo y un complemento que indica una función o atributo del nombre, de tal manera que Juan nos presenta una revelación de Jesucristo. Y no es que él sea solamente siete veces YO SOY. Tiene ese número, sólo porque el 7 representa lo perfecto. Si contáramos los nombres que hay en la Escritura respecto del YO SOY, sobrepasamos los doscientos.

Algunos atributos de Jesús

Algunos de estos nombres o atributos del Señor Jesús que aparecen en la Escritura son: El Alfa y la Omega. El Amado. El Amén. El apóstol de nuestra fe. Ancla del alma. Abogado. El Bienaventurado. El buen pastor. El Cristo. El Camino. Consejero. El Cordero de Dios. Cabeza de la iglesia. El deseado de las naciones. Dios fuerte. El don de Dios. El don inefable. El enviado de Dios. Emanuel. El que es y que era y que ha de venir. El escogido. El Fiel y Verdadero. El fundamento. La fortaleza. El gran Rey. El gran sumo sacerdote. Grande y poderoso. Glorioso. El Hijo de Dios. El Hijo del Hombre. El hijo de David. El heredero. La imagen del Dios invisible. Intercesor. El justo. El Juez de vivos y de muertos. El lucero de la mañana. El León de la tribu de Judá. El único Mediador entre Dios y los hombres. Manantial de vida. El misterio de la piedad. El misterio escondido. El Mesías. El nuevo hombre. El Príncipe de los pastores. El Príncipe de paz. La piedra del ángulo. El primogénito de toda creación. El primogénito de entre los muertos. El primogénito de entre sus hermanos. El precursor de la fe. La puerta de las ovejas. El resplandor de la gloria de Dios. El Rey de reyes y Señor de Señores. El Rey de justicia. El Rey de paz. El Redentor. La resurrección y la vida. Santo. Salvador. Sanador. El siervo de Dios. Soberano de los reyes de la tierra. La sabiduría. La santificación. El sol de justicia. El testigo fiel. El Todopoderoso. El Verbo de Dios. Varón aprobado por Dios. Varón de dolores. La vid verdadera. El Ungido… El sólo hecho de pronunciar sus nombres en voz alta nos bendice … ¡Aleluya!

Es interesante lo que el Señor dice de sí mismo. Dice que él es el camino, no un camino; él es la verdad, no una verdad; es la luz, no una luz. No hay otra luz, no hay otro camino. Sólo él es el pan, sólo él es la luz, sólo él es la vida, sólo él es la resurrección.

Pero cuando él habla a los suyos, les dice que ellos son exactamente lo que él es: “Vosotros sois la luz del mundo”. Él es la puerta, pero la iglesia también, de un modo especial, es la puerta. Lo que él es, lo somos también nosotros por posición. Pero, también hemos de serlo por posesión. No solamente porque Dios nos dio una posición en él, sino porque también nosotros nos apropiamos de aquella posición.

Los nombres señalan los oficios

Ahora bien, Cristo es nuestra herencia, él es el don de Dios. Es el regalo de Dios, es la dádiva de Dios. Y miren toda la bendición que hay, todo lo que contienen estos nombres, todos los oficios de Cristo, todos los favores, todas las gracias, todas las virtudes que hay en él. Todo es nuestro. Bendito es el Señor, porque así como él es, somos nosotros en este mundo (1ª Juan 4:17); porque el que es del Señor, un espíritu es con él. De tal manera que nosotros tenemos la vida de Cristo, la naturaleza de Cristo, el sentir de Cristo. Todo Cristo está en nosotros, y tenemos que creerlo por la fe.

¿Cómo es que –siendo Cristo lo que es, y declarando la Escritura lo que nosotros somos en él– muchas veces no tenemos la realidad de esta gracia que Dios nos ha dado en él? Tenemos que ver lo siguiente: Que esta vida, este don inefable que Dios nos ha dado, está al alcance de todos nosotros; porque esta es una vida donada, es una provisión de Dios, una vida dispuesta y al alcance de todos. Es una vida victoriosa, una vida gloriosa, una vida justa, una vida santa.

Los alcances de esta vida que Dios nos dio son tantos como los atributos de su Nombre. Cada vez que usted lea la Biblia y encuentre algún atributo del nombre de Jesús, anótelo, y hallará algún favor, algún oficio de Cristo; algo que Dios quiere dispensar para usted. Y entonces, todo eso es suyo.

Pero hay algo curioso. Aunque el Señor, en la Escritura, tiene muchos nombres, si pudiéramos graficar en un círculo todos estos atributos, a manera de los rayos de una rueda, en el centro hay un solo nombre: Jesús. ¿Por qué este nombre concentra a todos los demás? Porque el nombre de Jesús significa Salvación. Y este es el nombre de Dios.

Jesús dijo: “Padre, yo les he dado a conocer tu nombre”. ¿Cuál sería ese nombre que Jesús dio a conocer a sus discípulos? Yo creo que ese nombre es el nombre de Jesús, que no sólo es el nombre que designa a Jesús solo, sino el nombre que cualifica al Padre y al Espíritu Santo. Porque también dice en Mateo: “Bautícenlos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. No dice “los nombres”, sino “el nombre”. Así que Dios tiene un nombre: el nombre de Dios es Salvación. ¡Aleluya!

Cuando usted invoca cualquiera de estos nombres, usted recibirá salvación. Si lo invoca como el Camino, usted no estará más extraviado. Si lo invoca como la Luz, usted no andará más en tinieblas. Si lo invoca como la Verdad, usted no estará más errado. Si lo invoca como el Pan, usted no tendrá más hambre. Y así, cada uno de esos nombres resultará en salvación para nosotros.

“Ocupaos en vuestra salvación” … ¿Querrá decir que tenemos que trabajar para ser salvos? No, lo que está diciendo es que cada vez que tenga una necesidad, usted va a invocar el nombre del Señor, y será salvo. “Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor será salvo”.

Esta vida que Dios nos ha dado no es un concepto, no es pensamiento, no es emoción, no es doctrina, no es conocimiento, no es religión, ¡es vida, precisamente vida! Y en los siete nombres que revela Juan es el Señor Jesús quien se presenta a sí mismo de esas formas.

Y Juan nos relata un incidente. Cuando los judíos no podían entender las enseñanzas de Jesús –no entendían porque no creían– él les dice: “Si ustedes no creen que yo soy, van a morir en sus pecados”. Ellos se enojaron mucho; tal vez les pareció una presunción. Sin embargo, Jesús es lo que es. Él mismo se presentó de la forma como Juan lo relata: YO SOY. Yo soy el pan. Yo soy la luz. Yo soy el camino. Yo soy el buen pastor.

Sabemos que no es presunción, sabemos que él es lo que dice ser, así que, cada vez que él dice “Yo soy”, nosotros podemos decirle: “Tú eres”. Pedro dijo: “Señor Jesús, tú eres el Cristo, el Hijo del Dios Viviente”. Nosotros podemos proclamar lo que Jesús es. ¡Jesús, tú eres la resurrección y la vida; tú eres la roca eterna de los siglos, tú eres el Señor! A cada nombre del Señor, a cada nombre con que él se identifica, cada nombre en que él se revela, los creyentes dicen: ¡Sí, Señor, tú eres!

Él es la vida de Dios, en calidad y en estilo, la vida eterna, la vida dispuesta para todos, preciosa, victoriosa, abundante, plena, vida donada en herencia. Esta es la vida que Dios ha dispuesto para sus hijos, y contiene todo lo que nosotros necesitamos: todo el poder, toda la gracia, toda bendición. Hemos sido bendecidos espiritual y materialmente. Es una vida plena.  Esta vida está disponible

Y, sin embargo, ¿por qué muchos no ven en nosotros las señales de esta vida? Tenemos que alcanzar la madurez para que Dios pueda expresar en nosotros toda esta vida abundante. Dios está esperando que maduremos. Este es un gran mensaje y una gran esperanza para nosotros. Porque si muchos de nosotros no estamos experimentando esta vida, es porque nos falta madurez. No es que no la tengamos; es que falta que se manifieste. Pero, aunque no seamos tan maduros como para manifestarlo todo, desde el primer día que conocimos al Señor, cada uno de nosotros hemos experimentado más de alguna gracia. Y aunque llevemos dos, tres, cinco, diez o quince años, en nuestro caminar con él hemos comprobado una y otra vez que el Señor es bueno y que para siempre es su misericordia.

Esta vida no es una vida conquistada por nuestros esfuerzos; es una vida donada. No es tampoco una vida que podamos imitar. Cuántas veces hemos dicho: “Señor, yo quiero ser como tú eres”. Cuántas veces hemos juzgado nuestro carácter, hemos juzgado pecados; y nos damos cuenta que nuestra vida no es como la del Señor. La vida del Señor es victoriosa, es santa, es justa. Él es manso, es humilde. Y nosotros no somos como él es.

Cuántas veces hemos hecho resoluciones para corregirnos a nosotros mismos, mediante ayuno, oración continua, o algún tipo de abstinencia; pensando que si nos empeñamos nos vamos a parecer un poco más a Jesús. Pero esto implica que estamos pensando que la vida cristiana es una vida que se puede copiar. Sabemos por experiencia que esto no es así, que es imposible que esta vida pueda ser imitada. Esta vida es la vida de Cristo, es Cristo en nosotros. Pablo nos enseña que la vida cristiana es más bien una negación: no yo, mas Cristo.

Dios permite los fracasos porque quiere que llegue el momento en que digamos: “Señor, yo no puedo, he fracasado; procuro en vano arreglar mi vida”. Él está esperando que tú tengas revelación de esta vida. Entonces, cuando experimentamos el fracaso de no poder ser como Cristo, esto es lo que nos hace bien, nos hace aborrecernos a nosotros mismos, y no nos queda más que decir: “Señor yo no voy a luchar más con esto”, y esperar por completo en él. Todo esto implica la cruz: dejar de hacer esfuerzos vanos, carnales, y asumir la fe, dejar que la cruz haga su operación. Esto es lo que va a conseguir finalmente la victoria.

Quiero alentar sus corazones con respecto a la posibilidad de poseer esta vida. Está dispuesta, al alcance de todos nosotros.

La riqueza de Israel

Y quiero representar esta posibilidad en una analogía relacionada con lo que fue el lugar de adoración en el Antiguo Testamento, en concordancia con el nombre y la persona de Jesús en el Nuevo Testamento.

En el momento de entrar a poseer la tierra, Dios da instrucciones al pueblo de Israel. Y en Deuteronomio 12:5 dice: “…sino que el lugar que Jehová vuestro Dios escogiere de entre todas vuestras tribus, para poner allí su nombre para su habitación, ése buscaréis, y allá iréis”. Dios les dice que él va a escoger un lugar donde va a poner su nombre. Allí el pueblo vendría a reunirse y levantaría oración a Dios. Este lugar geográfico primeramente fue Silo.

Más adelante, Dios permitió que Salomón le erigiera un templo en Jerusalén. El día que fue dedicado el templo, Salomón hace una oración. “Que tus ojos estén abiertos sobre esta casa de día y de noche, sobre el lugar del cual dijiste: Mi nombre estará allí… que oigas el ruego de tu siervo, y de tu pueblo Israel, cuando en este lugar hi-cieren oración, que tú oirás desde los cielos, desde el lugar de tu morada …” Cualquiera fuere la necesidad de Israel, al ser invocado su nombre desde o hacia ese lugar, Dios lo oiría y respondería.

Ahora, hermanos, noten bien las posibilidades de esta promesa, las posibilidades que da Dios a Israel. Al Leer la larga oración de Salomón en 2 Crónicas 6 podemos ver su preocupación de solucionar todos los problemas, los problemas nacionales, los problemas físicos, los fenómenos climatológicos, los problemas de la guerra, la escasez, el hambre, el cautiverio. Los grandes y los pequeños problemas.

Dios está interesado en escuchar y bendecir a su pueblo. Dios compromete su oído para escuchar toda oración. Todo lo que tenían que hacer era creer a la promesa de Dios, y asumir una actitud de fe, inclinarse, mirar hacia el lugar donde estaba el nombre de Dios. Tan sólo tenían que invocar su nombre y extender sus manos, declarar su petición, y estar seguros que Dios respondería su clamor.

Reunidos en su Nombre

Ahora, para nosotros, hay algo mucho más glorioso y más grande. El Señor Jesús dijo a sus discípulos: “Donde están dos o tres congregados en mi nombre…” (Mt. 18:20). Reunidos en el lugar donde está el Nombre. Pueden concertarse en una oración, y pueden estar seguros que cualquier cosa que pidan a Dios, él enviará la respuesta.

¿Podemos creer? Tenemos el lugar, tenemos el Nombre, tenemos la fe para orar. No tenemos ni siquiera que levantar las manos al cielo; solamente creer que el Señor está aquí. Estamos reunidos en Cristo, hemos sido convocados a él. Estamos en él. ¿Alguien tiene una necesidad?

Hoy tenemos una posibilidad tremenda. Tenemos todas las posibilidades de los atributos del Nombre. Tenemos la revelación del Nombre con nosotros. ¡Aleluya! Tú puedes invocar el Nombre según tu necesidad, porque para cada una de tus necesidades, él tiene un Nombre: Yo soy tu sanador. Yo soy tu libertador. Yo soy tu escudo. Yo soy tu refugio. Yo soy tu fortaleza. Yo soy… Yo soy… ¡El YO SOY está con nosotros! ¡Aleluya!

Síntesis de un mensaje oral compartido en Rucacura 2003.