Las funciones, estructura y la dinámica de la familia cristiana son esenciales para el desarrollo de cada uno de sus miembros.

Aquellos que ya tenemos algunos años a nuestro haber, registramos sucesos de nuestra vida que recordamos con cierta nostalgia. Sobre todo, aquellos que tienen que ver con nuestra vida familiar, tales como convivencias, cumpleaños, etc. Son situaciones en las cuales evocamos amigos, vecinos y seres queridos ¿Quién no recordará situaciones jocosas vividas con sus hermanos o vecinos de barrio? o ¿El primer día de clases en el colegio? o ¿Alguna de las reprimendas de sus padres? En fin… registros que quedan grabados en nuestra memoria, con los cuales aprendemos a convivir y que, en muchos casos, tenemos también que dejar que el Señor redima para vivenciar una completa restauración.

La vida familiar es muy amplia y compleja, y el efecto que puede provocar en los que participan de ella es profundo y hasta determinante para su futuro. La imagen que nos entregan nuestros seres más cercanos y queridos, junto con los vínculos afectivos que se desarrollan al interior de la vida familiar, son de vital importancia para nuestra vida como personas individuales, especialmente en lo que tiene que ver con nuestra vida psíquica.

Dentro de los recuerdos familiares anteriormente mencionados, viene a mi memoria un evento que nos puede ser provechoso para ilustrar la importancia de las funciones que cumple la familia en el desarrollo integral de sus miembros. Cuando en casa quedábamos a oscuras, alguien gritaba “saltaron los tapones”, o bien, “se quemaron los tapones”. Esto tenía relación con el antiguo sistema eléctrico de las casas, en el que, frente a un determinado desperfecto en el sistema, los tapones, cumplían la función de cortar el paso de electricidad, señalando así que existía un sobreconsumo de energía o un daño a reparar. En general, indicaban que algo serio y atendible estaba ocurriendo en el sistema eléctrico de la casa (cabe señalar que en algunos lugares aún funcionan con eficacia). Actualmente, los sistemas eléctricos son más sofisticados, pero en general todos tienen la misma función. Tanto los tapones, como los interruptores, fusibles, o tableros eléctricos tienen la función de cortar el paso de energía, alertándonos sobre la existencia de un problema en el sistema.

Ahora bien, la familia es como un gran sistema eléctrico que, cuando existe un desperfecto, utiliza la parte más sensible de sí misma para darnos aviso de tal situación. Por lo general, los hijos son quienes cumplen esta función de advertencia. Puesto que están aún en proceso de formación, son los que muestran más fácilmente algún tipo de síntoma, indicando que algo no está funcionando bien en la relación familiar. Los hijos, debido a su sensibilidad, pueden percibir que algo extraño está aconteciendo en la familia, aunque no puedan explicarlo, puesto que mucho de esto les ocurre de manera inconsciente.

Por consiguiente, los padres son quienes deben pesquisar tal situación y planificar los ajustes necesarios para reordenar la convivencia familiar. Si no prestan atención al problema, considerando a toda la familia en conjunto en lugar de “echarle la culpa” al comportamiento individual de los hijos, estos últimos sufrirán las consecuencias. Es decir, la familia tendrá “hijos quemados” (tapones quemados) y serios desperfectos en su funcionamiento.

Quisiera explicar brevemente lo que a mi juicio son algunas de las funciones más importantes de la familia como provisión de Dios para el desarrollo sano de los hijos.

Dios provee a través de la familia el sentido de pertenencia

Para ilustrarlo, podemos pensar en la típica familia de inmigrantes o colonos, donde, producto de la adversidad, todos se sienten parte de todos y el sentido familiar es notoriamente fuerte. El apellido se vuelve valiosísimo. Y cada parte de la familia siente en carne propia cualquier situación que le acontezca a otra parte de ella. La sensación de seguridad y respaldo entre sus miembros es muy fuerte, lo que provoca que sus esfuerzos laborales estén orientados al éxito del conjunto, creando un sólido bloque de dependencia mutua. Esta familia tiene un fuerte sentido de pertenencia, que puede incluso llegar a ser patológico. Ahora bien, en su justa medida, este sentido de pertenencia proporciona ambiente de confianza que es esencial para desarrollar el potencial de cada hijo. Un niño que sabe de dónde viene y a quién pertenece tendrá un punto de referencia que organizará su mapa interior, lo que, a su vez, le permitirá desarrollarse con seguridad en el medio que le rodea. Le otorgará elementos claves de seguridad para la formación de su estructura de personalidad. Una familia que no provea este sentido producirá niños desvinculados, inseguros y necesitados afectivamente.

Dios provee a través de la familia el proceso de “individuación”

Con mucha frecuencia nos encontramos ante conductas derivadas de la escasa capacidad de los padres para diferenciar a sus hijos. Es mas cómodo para la familia aplicar normas generales para todos y no respetar los componentes individuales de cada uno de sus miembros. Cada hijo tiene un modo peculiar de ser, reaccionar y funcionar. Por esta razón, los padres deben descubrir, orientar y facilitar el proceso de individuación y diferenciación en cada uno de ellos. Un hijo necesita sentirse diferente al resto de sus hermanos y, en esa diferencia, sentir el valor que tiene su aporte en el todo. De lo contrario provocará rebelión, aún cuando ésta pueda ser solapada.

Dios provee a través de la familia la vida afectiva

Sin lugar a dudas, podríamos escribir un libro entero respecto de este punto, por lo que quisiera mencionar solamente un aspecto de ella. Un niño aprende a reconocer lo que siente a través de lo que le refleja, como un espejo, su familia. Es la familia la encargada de dar a conocer al niño que aquello que siente en su interior tiene un nombre y una forma de expresión. El niño se conoce a través de su familia y es la madre quien cumple esta función especialmente en los primeros años de vida. Por otro lado, un ambiente que proporciona afecto, manifestándolo en forma objetiva en el trato y el cuidado, ayudará a los niños no sólo a conocerse a sí mismos, sino que también será un patrón de conducta para relacionarse con los demás.  Dios provee a través de la familia jerarquía y límites

Cada integrante de la familia tiene una posición desde donde se vincula con el resto de ella. Esta ubicación lleva en sí misma ciertos límites que deben ser respetados para el buen funcionamiento familiar. De lo contrario el caos reinará en sus relaciones y estructura. Aprender a respetar las normas y la autoridad proporciona la capacidad de dominio propio. Un niño que no tenga un encuentro con la autoridad dentro de la familia no reconocerá autoridad en ningún contexto social. Estará propenso a serios problemas conductuales en sus relaciones, como por ejemplo, en el colegio. Además de estar propenso a desarrollar un tipo de personalidad patológico.

Hermanos, Dios nos ha provisto de un núcleo básico para atender a nuestras primeras necesidades. Allí Dios quiere que nos formemos como hijos, creciendo en sabiduría, estatura, y gracia para con Dios y los hombres.

La provisión de Dios a través de la familia es vasta y generosa. Sus distintas funciones, su estructura y su dinámica, son esenciales para el desarrollo de cada uno de sus miembros. Con todo, la familia no es un fin en sí misma sino que es un medio para alcanzar el propósito de Dios el Padre (Ef. 3:14), quien desea llevar muchos hijos a la gloria. Por lo mismo, requiere más que nuestro mejor esfuerzo humano. Demanda nuestra absoluta y dedicada dependencia de su vida, poder y gracia obrando en y a través de nosotros.

Los que somos creyentes y hemos experimentado el poder transformador de nuestro Señor Jesucristo, hemos sido sanados de todo trauma, y tenemos, por tanto, el equipamiento necesario para tan digna labor. Su poder ha restaurado nuestras insuficiencias forma-tivas, pues en Cristo somos una nueva creación. Dios en Cristo nos ha dado el perdón y la capacidad de perdonar. Su restauración es completa y ya no somos extranjeros sino miembros de la familia de Dios (Ef. 2:19 ). Además, sabemos que su gracia nos capacita para la edificación de su herencia.(Sal 127:3). Ser esposos y padres se convierte así en una de las tareas espirituales más preciosas, ya que Su superabundante gracia opera efectivamente en los que le creen.