Respondió Jesús y les dijo: Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado».

– Juan 6:29.

Los judíos preguntaron: ¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios? Y la respuesta del Señor vino en seguida: «Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado». Ellos tal vez esperaban una respuesta basada en la ley, de cómo guardarla, o bien que enfatizara ciertos mandamientos; sin embargo, la respuesta fue desconcertante. Por eso, pidieron a continuación alguna señal para creer – como si la fe se basara en el ver.

Cuando Dios envió a su Hijo al mundo, su deseo era que todos le mirasen a él, porque de él habían dado testimonio los profetas, porque él era la Esperanza de Israel. Pero ellos no le vieron. Desde entonces, el deseo del Padre no ha variado. Todo el consejo de Dios, está centrado en su Hijo, y su deseo es que los hombres le miren a él y queden satisfechos, tal como el Padre está satisfecho. Pero el hombre sigue poniendo el acento en las obras, y pregunta: «¿Qué debo hacer?». El Padre dice: «Crean en mi Hijo»; pero el hombre sigue preguntando: «¿Qué debo hacer?».

Creer es imposible para la carne; por eso, el hombre se siente impotente, y echa mano a lo que tiene: la posibilidad de hacer obras para agradar a Dios. Y entonces se esmera por realizar cosas que le hagan merecedor del favor divino, pero una y otra vez fracasa. Su conciencia nunca halla el descanso, porque sabe que no puede agradar a Dios. Pero, como es obstinado, sigue intentándolo, porque piensa que es capaz de lograrlo.

Creer en Jesucristo es más que creer en su existencia, y más que creer en él como Salvador. Es creer que, fuera de él, no podemos hallar a Dios; es creer que no hay nadie más en quien Dios se agrade. Es poner en Cristo toda nuestra confianza, desechando todo aquello que parece digno de fiar; es dejar todo otro apoyo y confiarse plenamente en él.

No solo los judíos necesitaban esta respuesta de parte del Señor. Nosotros también procuramos hacer las obras de Dios, y miramos a nuestro alrededor qué necesidades podemos suplir, qué planes podemos emprender, qué cosas nuevas podemos implementar.

Hacer la obra de Dios es detener el curso de todo lo que estamos haciendo, y que no nos dé seguridad, para esperar cómo Dios pone a Jesucristo en el centro de nuestra vida. Solo entonces estaremos haciendo las obras de Dios. Si nuestra actividad no parte de Jesús, no podrá llegar a él. No podemos iniciar cosas para luego pedir a Dios que las bendiga; tenemos que esperar que él las comience, para asegurarnos así que son suyas, y que él las respaldará. Hacer la obra de Dios es creer de verdad en Jesucristo.

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