Para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada a conocer por medio de la iglesia a los principados y potestades en los lugares celestiales».

– Efesios 3:10.

La palabra griega que se traduce como ‘multiforme’ aquí puede traducirse más literalmente como ‘multicolor’. Hendriksen la traduce como ‘iridiscente’. Esto, naturalmente se refiere a la infinita variedad y resplandeciente belleza de la sabiduría de Dios. Multicolor, como la túnica que Jacob hizo hacer a José (Gén. 37:3), y que le diferenciaba de sus hermanos.

Ahora bien, la Sabiduría de Dios es Cristo. Lo que se da a conocer por medio de la iglesia a los principados y potestades es el misterio de Cristo, «misterio que en otras generaciones no se dio a conocer a los hijos de los hombres como ahora es revelado a sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu» (Ef. 3:5). La belleza del Hijo de Dios tiene diversas manifestaciones y brillos, y colores tan variados como los colores del arco iris, o como los destellos de una piedra preciosa.

Una de los joyas más iridiscentes, y de hecho la más preciada en el mundo, es el diamante. Un especialista ha dicho: «Un diamante cautiva por sus destellos. La belleza de su resplandor se debe a que posee un alto índice de refracción de la luz y un gran poder dispersivo: al penetrar, los rayos de luz sufren innumerables reflexiones interiores y la luz blanca se dispersa, regresando al interior convertida en un abanico de múltiples colores».

Así también, en Cristo, la luz, que es él mismo, se transforma en ‘un abanico de múltiples colores’, y se ofrece por medio de la iglesia para que ésta lo muestre a los principados y potestades. Cada miembro del cuerpo de Cristo, por decirlo así, expresa un ‘destello’ o un ‘color’ de Cristo. Y cuando la iglesia en su conjunto se reúne como cuerpo, coordinadamente, la belleza de la Joya brilla en todo su esplendor.

Nadie, como creyente individual, puede expresar toda la variedad de gracias y bellezas del Hijo de Dios, por muy dotado que sea. Solo la iglesia puede expresarlo en su belleza multicolor. Porque ella es «la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo».

Por eso, el centro de nuestra atención debe experimentar un cambio. Si hasta ahora hemos puesto los ojos en los grandes ministros, los héroes de la fe, debemos volver nuestra mirada hacia lo que interesa al Señor: la iglesia. Es la iglesia y ningún apóstol, ni siquiera el apóstol Pablo, quien da a conocer esta iridiscente sabiduría a los principados y potestades. Ellos, los apóstoles y profetas, son los instrumentos que ponen los fundamentos, los que dan el ‘vamos’, y desencadenan el flujo de revelación que luego vendrá sobre toda la iglesia.

Como queda claramente demostrado en Efesios capítulo 4, el interés de Dios no está centrado en los dones o en los ministerios, sino en todo el cuerpo, para que llegue a ser un varón perfecto, «a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo».

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