La conversación del Señor Jesús con la mujer samaritana revela aspectos inéditos de la sabiduría de Dios. Ninguno de los encuentros del Señor con otros diversos personajes nos permite obtener lecciones tan profundas acerca del alma humana y de la gracia de Dios.

Una mujer, y más encima samaritana. Dos características negativas, dados los prejuicios de la época. Sin embargo, el Señor se hace el tiempo y el ánimo de hablarle con la mayor atención, representando en ella toda la profunda hondura del alma humana insatisfecha.

Ella traía un largo historial de afectos y desencuentros. Cinco maridos había tenido, y el que ahora tenía no era su marido. Su vanidad femenina debió de sentirse halagada cada vez que un nuevo pretendiente llegaba a su puerta, y buscaba su amistad. En el fondo de ser su ser, ella llevaba, sin embargo, un drama. Había intentado por todos los medios obtener la felicidad, sin hallarla.

La mujer llegó al pozo, como todos los días, a una hora en que no se toparía con el desprecio de sus conocidos. Pero se encontró con Alguien a quien nunca esperó. Ella no sabía qué le esperaba ese día, y que lo haría distinto a los demás días. Por su parte, el Señor sí sabía con quién se encontraría, y pudo haberlo evitado si hubiese querido, pero él no eludió hablar con una persona de una moral tan controvertible.

Él, Emanuel, Dios con nosotros, le pide agua a aquella mujer desdichada, y ella tiene la oportunidad de darle, en su pobreza, algo a Dios mismo. Junto al pozo de Jacob, se unen los dos extremos del universo de una forma extraña; él, el Dador por excelencia, pide agua; y ella le da a él lo que le pide.

Pero, ¿qué es lo que pide Dios del hombre? No es el agua, ciertamente. Él le pide aquello que solo sacia fugazmente, para darle lo que lo saciará definitivamente. Es un trueque de lo transitorio por lo eterno. Cuando Dios pide algo al hombre, es para devolverle multiplicado. Es un acto que se inicia en Dios, pero que concluye siempre con el hombre satisfecho, pleno en Dios. Cuando Dios solicita algo, es solo la excusa para dar de vuelta.

Si Nicodemo nos muestra la inutilidad del vano conocimiento natural de las cosas de Dios, esta mujer nos muestra la vaciedad que producen en el alma los deleites de la carne. A Nicodemo, el Señor le ofrece un nuevo nacimiento; a la mujer samaritana, el Señor le ofrece darle de beber de un agua que no se agota y que le saciará para siempre. He aquí dos caracteres, muy representativos de toda la raza humana.

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