Reflexionando sobre los rasgos más significativos de la iglesia en el principio de su historia.

La iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre”.

– Hechos 20:28.

Antes de su martirio, Pablo escribió la segunda carta a Timoteo. Al final de ella, él menciona a varios de sus colaboradores más cercanos, entre los cuales está Trófimo, un hermano de la iglesia en Éfeso. Al estudiar la iglesia en Éfeso, debemos familiarizarnos con él. Su nombre no es tan familiar, pero está en el corazón del apóstol. «Erasto se quedó en Corinto, y a Trófimo dejé en Mileto enfermo» (2 Tim. 4:20).

Mileto es el puerto donde Pablo se despidió de los ancianos. Allí, todos lloraron al verlo partir. Pablo llevaba prisa y olvidó algunas cosas. Por eso pide a Timoteo que venga en invierno y le traiga su capa y los libros. Pablo era ya maduro, pero aún necesitaba buscar al Señor, aún seguía corriendo la carrera.

Los inicios

La historia de la iglesia en Éfeso tuvo un punto de inflexión. Antes de aquello, Éfeso parecía haber alcanzado la cima. Pablo les instruyó sobre todo el consejo de Dios. Parecía imposible llegar más alto; pero algo ocurrió, y está relacionado con Trófimo. Si ignoramos esto, no entenderemos del todo la carta a los Efesios. Él es la clave para ver más claramente cómo era la iglesia en el principio.

La historia de la iglesia en Éfeso empieza en el libro de los Hechos. Hemos oído acerca de Apolos. En el principio, mientras Pablo estaba en Antioquía, Apolos vino a Éfeso y fue usado por el Señor. Sin embargo, algo le faltaba a él. Eso es lo maravilloso del cuerpo de Cristo. Priscila y Aquila eran simples miembros del cuerpo, que fueron instruidos por Pablo y se trasladaron a Éfeso. De acuerdo al propósito de Dios, ellos fueron a Éfeso porque un día Apolos estaría ahí y Dios lo usaría; pero él necesitaba ayuda.

A menudo, cuando alguien sirve a Dios, puede ayudar a otros; pero él mismo no quiere recibir ayuda. Es tan exitoso, está tan lleno. Pero, no importa cuán elocuente o cuán útil seas, siempre te falta algo y otros pueden ayudarte. Pablo dijo: «Yo soy el menor entre los santos». ¿Puedes tú decir lo mismo? Cada miembro del cuerpo podría ayudar a Pablo. Tal es el espíritu detrás de esa declaración.

Apolos mismo, siendo un obrero, estaba dispuesto a ser corregido o ser confirmado. Él conocía la voluntad de Dios, pero también conocía sus limitaciones. Entonces Dios movió a Priscila y Aquila. Apolos fue alentado a visitar Corinto, y allí sirvió a la iglesia. Apolos y Pablo son espirituales; pero los santos allí son creyentes nuevos. Por eso, algunos de éstos dijeron: «Yo soy de Apolos».

Pablo en Éfeso

Mientras Apolos estaba en Corinto, Pablo vino a Éfeso, como en un cambio de guardia. El Espíritu está detrás de eso. En Éfeso, el apóstol encontró discípulos. Así comenzó todo. Allí, los santos eran conocidos como los del Camino, y los creyentes en Antioquía eran llamados cristianos. El Camino es un término usado por Pablo mismo cuando perseguía a la iglesia.

Al comienzo, Pablo estuvo tres meses en la sinagoga de Éfeso, intentando convencerlos. «Pero endureciéndose algunos y no creyendo, maldiciendo el Camino delante de la multitud, se apartó Pablo de ellos y separó a los discípulos, discutiendo cada día en la escuela de uno llamado Tiranno. Así continuó por espacio de dos años, de manera que todos los que habitaban en Asia, judíos y griegos, oyeron la palabra del Señor Jesús» (Hech. 19:9-10).

Este es un rasgo importante de la iglesia en Éfeso. En la despedida de los ancianos, Pablo describe lo que había estado compartiendo con ellos. «Vosotros sabéis cómo me he comportado entre vosotros todo el tiempo, desde el primer día que entré en Asia, sirviendo al Señor con toda humildad, y con muchas lágrimas, y pruebas que me han venido por las asechanzas de los judíos; y cómo nada que fuese útil he rehuido de anunciaros y enseñaros, públicamente y por las casas» (Hech. 20:18-20).

Éfeso es una iglesia madura, aquella que recibió la más alta revelación; pero no fue edificada de la noche a la mañana. Pablo predicó con denuedo, «porque no he rehuido anunciaros todo el consejo de Dios … Por tanto, velad, acordándoos que por tres años, de noche y de día, no he cesado de amonestar con lágrimas a cada uno» (Hech. 20:27, 31). A pesar de esa inmadurez, Pablo no solo plantó la iglesia; también esperó que creciera. En tres años, la iglesia fue instruida. Pablo puso un fundamento sólido.

Después de dos años, Pablo arrendó el local de la escuela de un filósofo llamado Tiranno. Allí predicó unas cinco horas cada día por dos años, de forma que todos oyeron el evangelio, judíos y gentiles, los que vivían en Éfeso, Colosas, Filadelfia, Sardis y Hiérapolis. Allí, él derramó su ser y todo lo que sabía sobre el eterno consejo de Dios. El Espíritu Santo nos dejó todo lo que juzgó apropiado, en Romanos, Gálatas, 1 y 2 Corintios.

En Romanos vemos la salvación: la justificación por la fe, la santificación por la fe y la glorificación por la fe. Romanos parte de la condición del hombre ante Dios. Estas cartas llevan a los santos a la escuela de Cristo. Su idea central es la palabra de la cruz; no solo la redención, sino también la comunión de la cruz.

Un punto de quiebre

Pero, entonces, algo ocurrió, y a causa de eso, Pablo fue elevado de su nivel original y pudo ver algo mucho mayor. En la prisión romana, los cielos se abrieron para él. Su carta a los Efesios es el mismo evangelio, pero visto desde los lugares celestiales. Y no solo nos muestra los cielos, sino que nos lleva a la eternidad pasada, antes de la fundación del mundo.

La visión de Pablo fue ampliada. Él escribe Romanos a los santos que viven en la capital del imperio. Como judío, él sabía que un día el reino del Dios vendría por medio del Mesías; entonces, su punto de vista era global. Pero, al escribir Efesios, es distinto; ahora su visión es celestial.

Cuando el hermano Austin-Sparks era joven, visitó a F.B. Meyer, un predicador ya maduro. Sparks entró en su oficina y vio una placa en la que se leía: «Mira hacia abajo». Sparks, intrigado, dijo: «Pero los cristianos tenemos que mirar hacia arriba, no hacia abajo». Meyer explicó: «Todo depende de dónde estás, si estás en la tierra, miras hacia arriba; pero si estás en los lugares celestiales con Cristo, sin duda, miras hacia abajo». Todo se inicia en los cielos. Esa es la carta a los Efesios.

Un drama en Jerusalén

Tras su despedida de Éfeso, Pablo llegó a Jerusalén, donde reportó todo lo que había ocurrido con los efesios. «Cuando ellos lo oyeron, glorificaron a Dios, y le dijeron: Ya ves, hermano, cuántos millares de judíos hay que han creído; y todos son celosos por la ley» (Hech. 21:20). La última frase es crucial: «Y todos son celosos por la ley». ¿Es eso la iglesia o es una rama del judaísmo?

«Haz, pues, esto que te decimos: Hay entre nosotros cuatro hombres que tienen obligación de cumplir voto. Tómalos contigo, purifícate con ellos, y paga sus gastos para que se rasuren la cabeza; y todos comprenderán que no hay nada de lo que se les informó acerca de ti, sino que tú también andas ordenadamente, guardando la ley» (v. 23-24).

Pablo era hombre de principios; él predicaba la verdad del evangelio. Pero, bajo la presión de los santos en Jerusalén, Pablo claudicó. Y en este punto, Dios no esperó más. Solo un poco más, y ya no habría más el Camino. Si Pablo seguía la tradición, todos serían cristianos viviendo a la sombra de su pasado.

Pablo conocía bien la verdad evangélica y debió afirmar esa verdad, pero fracasó. Pero, aunque sus siervos puedan fallar, Dios jamás falla. Si aquello continuaba, la iglesia caería bajo el dominio judaizante, y ya no sería el Camino. Entonces, el Señor tuvo que actuar.

«…unos judíos de Asia, al verle en el templo, alborotaron a toda la multitud y le echaron mano, dando voces: ¡Varones israelitas, ayudad! Este es el hombre que por todas partes enseña a todos contra el pueblo, la ley y este lugar; y además de esto, ha metido a griegos en el templo, y ha profanado este santo lugar. Porque antes habían visto con él en la ciudad a Trófimo, de Éfeso, a quien pensaban que Pablo había metido en el templo. Así que toda la ciudad se conmovió, y se agolpó el pueblo; y apoderándose de Pablo, le arrastraron fuera del templo, e inmediatamente cerraron las puertas» (Hechos 21:27-30).

De allí en adelante, Pablo estuvo en prisión, y así llegó a Roma. Por eso, en Colosenses dice: «Acordaos de mis prisiones», y en Efesios se identifica como «prisionero del Señor».

Una pared de separación

¿Qué ocurrió aquí? Pablo y Trófimo viajaron de Éfeso a Jerusalén. Como judío, sin duda, Pablo conocía bien la ciudad y el templo. Pero todo aquello era nuevo para Trófimo, quien vivía en Asia Menor. Este gentil nunca soñó que un día vería el templo. Su primer día en Jerusalén debió ser sorprendente, pero en el templo también había algo singular.

En el griego del Nuevo Testamento, hay dos palabras para el templo. Una se refiere al templo mismo, el patio exterior, el lugar santo y el Santísimo. La otra expresión alude a todo el conjunto del templo. Aquel templo había sido construido por Herodes el Grande, quien lo amplió hasta dos veces el área original. Hoy, todo está destruido, pero era la más grande plaza religiosa del mundo en su época.

Pablo y Trófimo llegan al área llamada el patio de los gentiles. Aquel era el lugar donde los no judíos podían entrar y orar. En el centro de todo estaba el templo propiamente tal.

Durante las fiestas, los judíos, que pertenecían a la casa de Dios, entraban por la puerta Hermosa hasta el templo mismo. Pero antes de éste, había una pared de separación, no muy elevada, que lo rodeaba.

Ahora, ¿cómo sabes si estás cerca o lejos de Dios? Depende de cuán cerca estás del templo. Solo pertenecían a la casa de Dios aquellos que podían cruzar esa pared. Entonces dirían: «Nosotros estamos muy cerca de Dios». La presencia de Dios estaba solo a veinte metros de distancia, pero ellos olvidaron que, de hecho, estaban a millones de kilómetros de distancia de Dios, pues eran pecadores.

Trófimo era un gentil, y entendió: «Los gentiles estamos fuera del pacto, no tenemos Dios ni esperanza». Por primera vez, él se sintió extranjero, no porque venía de Éfeso, sino que pensó de sí mismo como alguien que venía desde el fin de la tierra.

¿Por qué Pablo fue acusado de introducir a un griego en el templo, contaminándolo? Porque vieron a Trófimo en la ciudad; supusieron aquello, y por eso arrestaron a Pablo. Eso vio Trófimo. Imaginemos sus sentimientos al saber que Pablo había sido arrestado a causa de él. Al principio, Trófimo estaba tan feliz, pero ahora no vería más el rostro del apóstol.

Trófimo volvió a Éfeso. Como testigo ocular, pudo describir lo ocurrido, los edificios que vio, y aquella pared de separación. «Nosotros estamos lejos de Dios, ellos están cerca; esa pared nos divide». Aquel muro de separación es la mayor barrera que existe bajo los cielos.

En Éfeso, estaban todos afligidos, sabiendo que Pablo estaba preso por causa de Trófimo. Por esa razón, esperaban una carta de Pablo. Y gracias al Señor, un día apareció Tíquico. «Para que también vosotros sepáis mis asuntos, y lo que hago, todo os lo hará saber Tíquico, hermano amado y fiel ministro en el Señor, el cual envié a vosotros para esto mismo, para que sepáis lo tocante a nosotros, y que consuele vuestros corazones» (Ef. 6:21-22).

La realidad en Cristo

Al leer el capítulo 2, podemos valorar todo. «Por tanto, acordaos de que en otro tiempo vosotros, los gentiles en cuanto a la carne, erais llamados incircuncisión por la llamada circuncisión hecha con mano en la carne. En aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación» (Ef. 2:11-14).

Trófimo inmediatamente se acordó de aquella pared de división. Toda la iglesia sabía de esa pared que provocó tantos dolores. Pero ahora oigamos lo que Pablo dice.

«…aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades. Y vino y anunció las buenas nuevas de paz a vosotros que estabais lejos, y a los que estaban cerca; porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre. Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios» (Ef. 2:15-19).

Al entrar por esta Puerta Hermosa, entonces sí somos «edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu» (Ef. 2:20-22).

Ahora todo el mensaje se hace vivo a los ojos de los santos. En Efesios, Pablo habla de la esperanza de Su llamamiento, y ese llamamiento ya no es individual, sino corporativo. Antes de Efesios, creíamos conocer todo el consejo de Dios; pero ahora se nos muestra cuando Cristo ascendió a los cielos siendo hecho cabeza de todas las cosas. Todas las cosas están bajo sus pies. Y entre la cabeza y los pies está el cuerpo de Cristo, la iglesia, «la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo» (Ef. 1:23).

La iglesia redimida está ahora en la posición de Adán antes de su caída, en la idea original de Dios. Él creó al hombre un poco menor que los ángeles. Adán podía tomar del árbol de la vida, si permanecía al lado de Dios, y Dios pondría al enemigo en vergüenza. Pero, por desgracia, el hombre cayó.

Según la voluntad de Dios, Adán sería el rey de la tierra. Cuando él estuviera bajo el Señor como cabeza, Dios sería el todo en todos. El hombre traería todas las cosas de vuelta a Dios mismo. En Efesios 1 vemos el propósito eterno de Dios: todo el universo, cielos y tierra, reunidos bajo el señorío de Cristo. Cuando la iglesia está realmente sujeta a Cristo como cabeza, ella predica el evangelio, gana las almas para Cristo y pone todas las cosas bajo Sus pies. De esa manera, Dios recuperará todo aquello que se había perdido.

En los lugares celestiales

Esta es la visión celestial. Pablo pasó por la disciplina, sus ojos se abrieron, y ahora él nos muestra que la iglesia es el cuerpo de Cristo. Pero no solo eso. En su discurso de despedida, él habló acerca de la palabra de la gracia. Esta palabra implica recibir una herencia. ¡Qué maravilloso! La palabra de gracia nos fue confiada para que podamos disfrutar a Cristo como nuestra herencia y esa frase también se repite en el capítulo 1 de Efesios: «Hemos obtenido una herencia».

Cuando todo aquello ocurrió, Pablo fue encarcelado y la iglesia en Éfeso sufrió mucho; pero ahora llegan noticias alentadoras. Pablo estuvo con Cristo en los cielos y también vio que nosotros estamos sentados con Cristo en los lugares celestiales. Al principio, él no entendía por qué perdió su libertad. Pero un día, la palabra vino a Pablo y gradualmente vio el significado de la prisión.

Antes que una mariposa pueda volar, solo es una oruga, un gusano que solo se mueve en un terreno de dos dimensiones. No logra ver aquella dimensión llamada cielo, como Jacob. Dios le dijo: «Gusano  de Jacob», y le mostró la escalera celestial. Incluso hoy, los ojos del pueblo judío solo ven esta tierra. Para ellos, un día el reino mesiánico llenará la tierra física. Ellos no conocen la dimensión llamada cielo.

Si tú tienes la realidad de una mariposa, la vida está ahí, y ella se manifestará. Por eso, Pablo habla sobre el poder sin el cual nada puede ser realizado: el poder de resurrección y el poder de ascensión. Él estaba con Cristo en los cielos, aunque en su experiencia estuviese en prisión. Pero, por la vida de ascensión, al vivir el cielo en la tierra, él pudo escribir las cartas a los Efesios, Colosenses, Filipenses y Filemón.

Es posible experimentar la vida de resurrección sobre la tierra, pero cuando estás en medio del conflicto, solo el poder de ascensión te levantará y te pondrá en un punto en que verás todo desde los cielos.

Cuando los misioneros al interior de China fueron perseguidos, en 1900, la nuera de Hudson Taylor, escribió: «En los días más terribles, por supuesto, había temor; sin embargo, teníamos una maravillosa comunión con el Señor. Al mirar hacia atrás, no sabemos si aquellos días eran en la tierra o en el cielo».

La herencia de Dios

La vida de ascensión nos permite mirar todo desde arriba, y así entender cuál es «la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos». Pero antes de esta frase, hay otra que es sorprendente: «…cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos».

En Efesios 1:11, «tuvimos herencia». Eso lo entendemos sin problema. Pero, ¿cómo entender la herencia de Dios en los santos? Sí, nosotros disfrutamos a Cristo como nuestra herencia, pero hay otra parte: Dios deberá recibir su herencia en los santos. Tú dices: «Pablo aquí quizás se equivocó. Entendemos cómo Cristo puede ser nuestra herencia, ¿pero me dirás que Dios tendrá una herencia en nosotros?».

La palabra herencia permea toda la Biblia. En la primera parte del Antiguo Testamento, cuando se habla de herencia, siempre se refiere a la tierra prometida. Esa era su esperanza. Pero la tierra es solo un medio para alcanzar un fin. Entrar en ella es disfrutar a Cristo como su herencia. Pero en la parte final del Antiguo Testamento, la herencia alude al pueblo de Dios. Cuando el pueblo madura y obedece la voluntad de Dios, esa es la herencia de Dios. Es la misma idea en el lenguaje del Nuevo Testamento.

No solo Cristo es nuestra herencia, sino también nosotros seremos Su herencia. Humanamente, eso es imposible. Por eso Pablo habla del poder de resurrección y el poder de ascensión. En Efesios 3, ese es el poder con que Dios obra en nosotros. Hoy conocemos a Cristo como nuestra herencia, pero un día nosotros llegaremos a ser Su herencia, y eso ocurrirá cuando él se presente a sí mismo la iglesia gloriosa.

En Efesios, como en Colosenses, Pablo usa a menudo la palabra plenitud. Tras ella siempre hay un vaso en mente. La plenitud de Cristo es tan grande, y Dios sabe que solo el cuerpo de Cristo puede contenerla.

Amor y plenitud

Efesios 1:15 dice: «Por esta causa también yo, habiendo oído de vuestra fe en el Señor Jesús, y de vuestro amor para con todos los santos…». Por tres años, Pablo no solo había oído; él había visto. Después que Pablo deja Éfeso, la iglesia creció sin la presencia de él. «Habiendo oído de vuestra fe … y de vuestro amor para con todos los santos». Así era la iglesia en el principio, una iglesia llena de amor.

«Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre … para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu; para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor…» (Ef. 3:14, 16-17).

EL primer amor no es algo emocional; es un amor elevado, con una base firme. «…seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura…» (Ef. 3:18). Los eruditos dicen que Pablo se quedó sin palabras para describir el amor de Cristo. Es como un océano. Solo puedes citar la anchura, la longitud, la profundidad y la altura.

Tú, solo, nunca experimentarás la dimensión del amor, pero cuando la iglesia se reúne, sí lo conocerás. Muchos místicos amaron al Señor, pero fueron solo individuos. Madame Guyon hablaba del amor como un océano, pero ¿cuánto podía ella apreciarlo? Por eso, necesitamos congregarnos. Solo cuando todos los santos se reúnen es posible entender y conocer el amor de Cristo que excede a todo conocimiento.

El misterio de Dios y de Cristo

Gracias al Señor, en Efesios 1 vemos que el misterio de Dios es Cristo; en el capítulo 3, el misterio de Cristo es la iglesia. Ese es el propósito eterno de Dios: en el capítulo 1, el propósito eterno de Dios en sí mismo, y en el capítulo 3, el propósito eterno de Dios en la iglesia.

Colosenses nos enseña a comportarnos como padre, madre, marido y mujer. En Éfeso, ellos amaban a Dios al máximo, y no vivían su propia vida. Los maridos amaban a sus esposas de acuerdo a la enseñanza de Pablo. El varón, por un lado era el marido y por otro lado, representaba a Cristo. De igual manera, las esposas tenían temor de representar mal la iglesia, pues ésta debía obedecer a Cristo.

Cuando hablamos del matrimonio, no solo debes amar a tu esposa, sino amarla como amas a tu cuerpo. Esto nos lleva al principio, en Génesis. Cuando Adán durmió, algo de su costado fue tomado y de ahí salió Eva. Dios trajo a la mujer ante Adán, y cuando él la vio, nació el primer poema en la historia: «Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne», es decir, «esto es mi cuerpo; salió de mí, y regresa a mí».

Efesios 4 habla de crecimiento y madurez. La iglesia es el cuerpo de Cristo. Cuando Eva fue creada, ya era madura. «Hueso de mis huesos y carne de mi carne» es la presentación. Finalmente, ambos son una sola carne. «Grande es este misterio; mas yo digo esto respecto de Cristo y de la iglesia» (Ef. 5:32).

En el capítulo 1, el misterio de Dios es Cristo; en el capítulo 3, el misterio de Cristo es la iglesia. ¡Cuán dichosos son los santos en Éfeso! Podemos imaginar cómo vivían aquel tipo de vida. Todo es plenitud. Esto es alcanzar el estándar de Dios. Esa es una iglesia madura a los ojos de Dios.

El camino celestial

Al mirar la historia, es triste cómo el vino nuevo es puesto en odres viejos. En el principio ellos partían el pan; pero un día pensaron que solo una persona partiese el pan y ofreciera la copa. Entonces la mesa del Señor se transformó en un altar, y el altar y todo el edificio se convirtieron en un templo.

¿Cómo pudo ocurrir aquello? El Señor ya había visto eso; por eso él dijo: «Vosotros sois todos hermanos».

No hagas de la iglesia algo conectado con el judaísmo. Esa es una tragedia. Gracias a las cadenas de Pablo, fuimos libres de las tradiciones y podemos servir con libertad al Señor. Todos y cada uno de los miembros del cuerpo de Cristo deben estar funcionando. Gracias a Dios por este nuevo vaso celestial lleno de la plenitud de Cristo y del amor de Dios. Este es el primer amor, el cual nunca debemos dejar ir.

La palabra amor en Efesios es maravillosa, pero ellos pagaron un precio. «Por esta causa yo Pablo, prisionero de Cristo Jesús por vosotros los gentiles…» (Ef. 3:1). Pablo nos está recordando lo que ocurrió. Versículo 13: «Por lo cual pido que no desmayéis a causa de mis tribulaciones por vosotros, las cuales son vuestra gloria».

Todo esto se refiere a aquel hecho en Jerusalén. Debido a las cadenas, los ojos de Pablo fueron abiertos. Ahora la iglesia tiene un camino; no el camino de los griegos ni de los judíos, sino el camino celestial. La iglesia es el cuerpo de Cristo y por medio de ella, aun los ángeles deben aprender una lección. Ellos deben saber el secreto de la multiforme sabiduría de Dios. Así era la iglesia de Éfeso en el principio.

El Señor hable a nuestros corazones. Amén.

Síntesis de un mensaje oral impartido en Temuco (Chile), en septiembre de 2012.