Significado y proyección del mandamiento universal de Cristo a todos los creyentes.

Antes de que el Señor diera esta comisión a sus discípulos, se había dirigido a ellos en tono de seria reprensión. Él se apareció a los once cuando estaban sentados a la mesa, «y les reprochó su incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los que le habían visto resucitado» (v. 14).

Esta reprensión puede ser un llamado de atención a nosotros, pues la incredulidad incapacita al cristiano para el servicio. En la medida en que tenemos una fe personal en el evangelio, nos convertimos en testigos idóneos para enseñarlo a los demás. Cada uno de nosotros, si fuera realmente sincero, debería repetir las palabras de David: «Creí; por tanto, hablé», pues de lo contrario nuestra falta de fe le quitará a nuestro testimonio todo su poder en las personas que nos oyen.

Sin duda, una de las razones por las cuales el cristianismo no es tan agresivo y no ejerce hoy la influencia que tuvo en los tiempos apostólicos, es la debilidad de nuestra fe en Cristo comparada con la total seguridad de fe que poseían los hombres de aquella época. La actitud que deberíamos mostrar y la fuerza que nos debería guiar es una confianza firme en el poder del Espíritu Santo, y una profunda convicción del poder de la verdad que se nos pide que entreguemos.

Si esperamos un avivamiento de la fe, esto debe comenzar en casa. Nuestras propias almas deben primero que nada estar llenas de una santa fe y deben arder de entusiasmo, y después seremos fuertes para realizar proezas y ganar almas para el Señor.

Habiendo hecho así una observación acerca del contexto, vamos al pasaje paralelo en Mateo. Allí se registra que, al darles esta comisión, nuestro Señor argumentó una razón notable para ella, y una que le concernía de manera íntima. «Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id (vosotros) y haced discípulos a todas las naciones».

Estas palabras estaban adaptadas para fortalecer la fe de sus discípulos, de quienes acababa de hacer la observación de «su incredulidad». ¿Notan el punto de este anuncio? Jesús de Nazaret, habiendo sido resucitado de los muertos, dice a sus apóstoles que ha sido investido ahora con la supremacía universal como el Hijo del Hombre. Por lo tanto, él emite un decreto de gracia, llamando a todo el mundo a creer ese evangelio que tiene promesa de salvación personal para todo aquel que cree.

Este mandato está revestido de tal autoridad, y es tan imperativo el deber de todos los hombres de arrepentirse, que aquellos que no creen reciben la advertencia del castigo seguro de la condenación. Él hará que se publique esta ordenanza real a través de todo el mundo; pero ordena que todos quienes llevan el mensaje sean marcados por completo con la soberanía de quien los envía. «Por tanto, id».

Una observación más. La comisión que estamos a punto de tratar fue la última que el Señor dio a sus discípulos antes de ser separado de ellos. Si valoramos mucho las últimas palabras de sus siervos que parten, ¿cómo podremos valorar lo suficiente las palabras de despedida de nuestro Señor en su ascensión? Debemos tomarlas con santa reverencia. Puesto que él las ha dejado al partir, ellas deben ser guardadas con amor y obedecidas fielmente.

Ahora, presten toda su atención al mandamiento que el Señor nos da aquí: «Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura». Fue dado a los apóstoles de manera representativa. Ellos representan a todos los fieles. Este mandamiento es dado a cada hombre o mujer convertidos.

Concedo que hay un llamado especial para quienes son equipados y llamados a entregarse de lleno a la obra del ministerio, pero su oficio en la iglesia visible no es una excusa para no desempeñar las funciones que pertenecen a cada miembro del cuerpo de Cristo en particular. El mandamiento universal de Cristo a cada creyente es: «Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura» (Mar. 16:15).

¿Qué es el evangelio?

El evangelio que debe decirse a toda criatura es la grandiosa verdad que «Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo mismo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación».

Dios ha mirado con compasión al hombre pecador. Él ha enviado a su Hijo para asumir la naturaleza del hombre. Su Hijo ha venido en carne, y ha obrado una justicia perfecta por su vida de obediencia. Él ha muerto en el madero, el justo por los injustos, para que aquel que confíe en él pueda ser perdonado. Luego viene el punto y la esencia del evangelio: Cree en él y sé bautizado, y serás salvo; si lo rechazas, entonces tu peligro es inminente, pues Dios lo declara así – debes ser condenado.

Entonces, al anunciar el evangelio, debemos declarar a los hijos de los hombres que ellos están caídos, llenos de pecados, perdidos, pero que Cristo ha venido «a buscar y a salvar lo que se había perdido».

Predicar el evangelio es predicar a Cristo. No es predicar algún credo en particular, o las cosas necesarias para quienes han oído y recibido el evangelio. El primer mensaje que se debe predicar a cada criatura, es que hay un Salvador: Vida al instante, a todos los que miran al Crucificado. Este es el evangelio.

¿Qué significa la palabra «predicar»? Algunos pueden predicar literalmente, es decir, actúan como heraldos, anunciando el evangelio como el pregonero proclama en la calle el mensaje que se le ha encargado. El predicador del evangelio es un heraldo, pregonando en voz alta la verdad de Cristo.

No creo que Cristo nos pida ir para ser oradores frente a toda criatura. Tal mandato no sería práctico para la mayoría de nosotros. Nuestra labor es declarar el evangelio de manera sencilla y clara.

En realidad no predicamos el evangelio a un hombre si no logramos que entienda de qué estamos hablando. Si nuestro lenguaje no desciende a su nivel, podrá ser el evangelio, pero no es el evangelio para él.

El predicador debe adecuar su lenguaje a todos, esforzándose por instruir, fortalecer, explicar, exponer, suplicar y hacer entender al corazón y a la conciencia de cada hombre, la verdad que más allá de todo argumento y de toda duda tiene el sello y la marca de la revelación divina.

Aunque no todos los miembros de la iglesia pueden predicar literalmente en este sentido, sin embargo, si este mandamiento es para todos, entonces todos deben dar ese testimonio al mundo de alguna u otra manera que sea clara. Algunos deben predicar por medio de sus vidas santas. Otros pueden predicar hablando a una o a dos personas, como el Maestro junto al pozo, que predicaba de igual manera cuando conversaba con la mujer de Samaria como cuando se dirigía a la multitud a la orilla del mar.

Otros deben predicar distribuyendo la verdad impresa para su circulación; y este es un servicio muy noble, especialmente cuando la palabra pura de vida, la propia Biblia, es sembrada ampliamente en esta y en otras tierras.

Si no podemos hablar con nuestra propia lengua, debemos pedir prestadas las lenguas de otros hombres; y si no podemos escribir con nuestras propias plumas, debemos pedir prestadas las plumas de otros hombres; pero debemos hacerlo de una forma o de otra.

La esencia de este mandamiento es que debemos dar a conocer el evangelio a toda criatura por un medio o por otro, dejarlo enfrente del camino de cada quien, hacerle saber que hay un evangelio, y provocar su curiosidad para saber lo que significa.

No podemos hacer que lo acepte, o que lo crea. Esa es la obra de Dios. Pero sí podemos y debemos darles a conocer el evangelio y suplicarles que lo reciban, sin sentirnos culpables si ellos no lo reciben.

Hagan todo lo que esté a su alcance para dar a conocer a toda criatura lo que es el evangelio, de tal forma que, si no lo aceptan, no obstante, el reino de Dios les habrá sido traído muy cerca. La responsabilidad de su aceptación o su rechazo será luego problema de esas criaturas, y no de ustedes.

Esta es la comisión de Jesucristo a sus discípulos: «Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura».

Y para que no nos equivoquemos en cuanto a la fuerza y la esencia del evangelio, Cristo lo ha dicho con palabras muy sencillas: «El que cree y es bautizado será salvo».

Es decir, si un hombre quiere participar de la plena salvación que Cristo ha logrado, debe creer en Cristo, debe confiar en él, debe creer que Cristo es el Salvador designado por Dios, y que es capaz de salvarle. Debe actuar sobre la base de esa creencia, y confiarse a los brazos de Jesús, y si lo hace así, será salvo.

Más aún, el texto dice que debe ser bautizado. No es que haya alguna virtud especial en el bautismo. Pero Cristo espera que un hombre que confía haber sido salvado por él, debe dar testimonio de su unión con él, debe estar preparado para reconocer en público que él está del lado de Cristo.

El bautismo se convierte así en una señal del discipulado, el símbolo externo de la fe interna, por medio del cual un hombre dice a todos los que lo ven: «Me confieso muerto para el mundo; me confieso sepultado con Cristo; me confieso resucitado a una nueva vida en él; piensen lo que quieran o ríanse tanto como quieran, pero en la fe de Jesús como mi Señor, lo he abandonado todo para seguirlo a él».

El alcance de la gran comisión

Teniendo claro cuál es nuestra tarea: proclamar y explicar a cada criatura el evangelio de Jesucristo, consideremos solemnemente cuál es el alcance de esta comisión.

En tanto que haya una iglesia en el mundo, la obligación de anunciar el evangelio estará vigente. Debe predicarse todo el tiempo; y hasta que Cristo mismo venga, y se cierre la dispensación, la misión de la iglesia es ir por todo el mundo proclamando el evangelio a cada criatura.

No hay ningún límite establecido en cuanto a dónde debe predicarse el evangelio. Debe predicarse en «todo el mundo». En nuestro vecindario como en el continente más alejado, en todas partes, en cada lugar; ninguna nación debe quedar fuera, ninguna raza debe ser olvidada. La misión de la iglesia trata con naciones conocidas y con tribus remotas. No debe existir ninguna omisión en ninguna parte.

«Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura». Conforme a este mandato, es obligación de la iglesia dar a conocer el evangelio «a toda criatura». Cada creyente, individualmente, por supuesto, no puede darlo a conocer a toda criatura, pero cada uno, en casa y fuera de ella, de acuerdo a su esfera de acción y a su capacidad, debe esforzarse al respecto. Tan pronto como estemos listos para entenderlo, debemos estar listos con este evangelio de Jesucristo para ellos.

La iglesia cristiana debe ir tras el rico. El rico necesita el evangelio, tal vez más que cualquier otro grupo en la comunidad. Muy pocas veces lo oyen, y lo poco que oyen es un material diluido. Nadie se atreve a decirles sus pecados en su cara, ni son censurados como lo son los pobres. Deben ser buscados por la iglesia; y aunque es difícil tener acceso a ellos, sin embargo no habremos cumplido nuestro deber hasta que no hayamos hecho lo que podamos por ellos. Los pobres deben ser cuidados. Una de las glorias del evangelio es que debe ser predicado a los pobres.

El evangelio debe de ser predicado a quienes se congregan el domingo. Es grato recordar que muchas personas quieren venir para escuchar el evangelio, pero la responsabilidad del ministro no se limita a aquellos que se congregan voluntariamente dentro de cuatro paredes. Debemos predicar el evangelio también a los que se quedan en cama los domingos, los que leen la prensa en su edición dominical, los que se pasean por las tardes con negligente indiferencia, los que ignoran lo que significa la fe cristiana.

No has cumplido el mandato del Señor hasta tanto no los hayas alcanzado a todos ellos, y les hayas dado a conocer, los hayas forzado a conocer lo que es el evangelio. Es un pobre deportista el que se sienta en su casa y espera que la actividad deportiva venga a él. Quien quiere practicarla debe salir fuera y buscarla, y quien quiere servir al Señor debe salir a las plazas y a los caminos y forzarlos a entrar.

Mandato que sobrecoge

Quiero enfatizar de manera personal que nosotros, como iglesia, con tantas ventajas, debemos participar de este mandamiento, extendiendo nuestros esfuerzos a tantas criaturas como podamos.

No podemos cumplir con la obra que Dios nos ha encomendado, hasta que no hayamos buscado por los caminos y las plazas, procurando llevar el evangelio de Jesucristo a todos sus habitantes. ¿Han sido ustedes el instrumento de conversión de cincuenta personas? Eso no es aún «toda criatura». Continúen siendo instrumentos. ¿Se agregaron cien personas a la iglesia últimamente? Eso no es «toda criatura». Hay millones aún que no conocen a Cristo. Prediquen, entonces, el evangelio en todas partes.

La majestad de este mandato nos sobrecoge. Nunca fue dada una comisión tal, antes o después. El Señor ha dado a la iglesia un trabajo casi tan inmenso como la creación de un mundo; más aún, es un trabajo mayor que eso; es recrear un mundo. No puedes hacer nada efectivamente, a menos que el Espíritu Santo bendiga tu labor. Pero eso hará él, y si te ciñes los lomos, y tu corazón está involucrado en ello, podrás todavía predicar a Jesucristo a toda criatura bajo el cielo.

Será suficiente si pongo un pensamiento en sus corazones, que para la sirvienta y para la duquesa, para el que limpia chimeneas y para el diputado, el habitante de una pobre casa o el de un palacio, debemos sentirnos obligados por Cristo a predicarles el evangelio según nuestra capacidad, sin limitar la esfera de nuestra actividad donde se pueda encontrar una oportunidad para llevar el evangelio a toda criatura.

Alicientes para ir y predicar

Ahora, en tercer lugar, algunos de ustedes se estarán preguntando acerca de los alicientes para enrolarse en este servicio, y obedecer este mandamiento.

¡Oh, si la iglesia cristiana pudiera tener la convicción del «Dios lo quiere», que ahora, en este año de gracia, toda criatura oiga el evangelio! Creo que tenemos un número suficiente de cristianos aquí para lograr que nuestra ciudad oiga el evangelio.

Tenemos suficientes convertidos, hombres y mujeres, si todos tuvieran la suficiente motivación, para hacer que esta ciudad resuene de extremo a extremo, como le ocurrió antes a Nínive. Un hombre despertó a Nínive con la monótona proclamación: «¡De aquí a cuarenta días Nínive será destruida!». Seguramente miles serían como carbones en medio del grano, si tuviéramos la convicción acerca de este grandioso mandamiento. Creyente: Dios te exige esto, ¿no es suficiente?

Pero si buscamos argumentos, recordemos que la predicación del evangelio es en todas partes una delicia para Dios. La predicación de Cristo es la verdadera ofrenda. Dios percibe un aroma agradable dondequiera que el nombre de Jesús es fielmente proclamado. «Porque para Dios somos olor fragante de Cristo en los que se salvan…» (2 Cor. 2:15).

Dondequiera que se predica a Cristo, Dios está gozoso. Él es honrado, Cristo es honrado. Aun si no hay ningún resultado (¡imposible suposición!), aun así la sola predicación de Cristo es como olor de incienso vespertino que sube hasta Dios, y él lo acepta.

Más aún, recuerden que se les pide predicar a toda criatura, a cada uno de ustedes, hasta donde puedan, porque es por este medio que los elegidos van a ser reunidos de entre los hijos de los hombres. Ustedes no saben quiénes son ellos, por tanto prediquen a Cristo a todo mundo. Ustedes no saben quién lo aceptará; ustedes no saben qué corazones van a ser quebrantados por el martillo divino. Solo les corresponde a ustedes probar el martillo de la verdad golpeando el duro corazón.

Hermanos y hermanas, prediquen el evangelio de Jesucristo para beneficio de ustedes mismos, si no hubiera otra razón. Pueden estar seguros de ello, su propio vigor espiritual será fortalecido por sus obras de amor y su celo por el servicio de Cristo. Este es un termómetro invariable por el cual se puede medir la espiritualidad del corazón. Si está haciendo algo por Cristo, se verá reflejado en su vida y conversación.

El gozo de ganar un alma

¿Alguna vez experimentaron el gozo de ganar un alma para Cristo? Si es así, no necesitan un mejor argumento para intentar difundir el conocimiento de Su Nombre entre todas las criaturas. No hay gozo fuera del cielo que lo sobrepase, cuando alguien te toma la mano y te dice: «Por tu medio yo fui trasladado de las tinieblas a la luz, y llevado a amar y servir a mi Salvador». Las pruebas y penas de la vida son algo superficial allí donde los triunfos de la gracia están presentes. Les suplico, por su propia felicidad, que traten de enseñar a otros lo que el Señor les ha enseñado primero a ustedes.

El Señor lo quiere. Por tanto prediquen su evangelio a toda criatura. Viene el día en que el evangelio será conocido en todo el mundo. La luz que brilla en la colina de Sion adornará las cumbres de todas las montañas. Toda la tierra verá los pies de los mensajeros que anuncian las buenas nuevas de salvación.

A pesar de las profecías de algunos hombres en nuestros días, yo aún me apego a la vieja fe de la iglesia, que habrá un triunfo universal de nuestra santa fe. Los dioses de los paganos serán sacudidos de sus pe-destales. El día de la venganza de nuestro Dios por la sangre de los mártires todavía ha de venir, y Cristo no terminará este conflicto hasta que no haya descargado su espada de doble filo sobre la cabeza de su adversario, y lo haya dejado tumbado en el polvo.

¡Tengan paciencia! Las cosas se van desenvolviendo de manera adecuada. Nuestros corazones pueden llenarse de ánimo. Hemos visto lo que la diestra de Dios ha hecho por la libertad en esta tierra nuestra. Ahora el gran pulso del tiempo late animado y con salud, y por la buena gracia de Dios y su providencia que gobierna, muy pronto se verá que: «El día de la libertad vendrá al fin, el día señalado del Señor».

Pero, si va a venir algún día, debe venir por medio de los esfuerzos de los hijos de Dios, pues Dios siempre usa instrumentos, y lo seguirá haciendo. Siervos de Dios, cumplan su labor con diligencia, con perseverancia, predicando continuamente a toda criatura, pues ustedes son colaboradores de Dios; son los labradores de Dios, sus amigos y servidores.

Los recursos para realizar la obra

Ahora, para concluir, tenemos la labor ante nosotros, y tenemos a nuestro Dios que nos ayuda, y aceptamos el reto. Hermanos y hermanas, los convoco a ustedes de la misma manera que el capataz convoca a sus camaradas cuando hay un trabajo por realizar y dice: «Esto es lo que debemos hacer: ¿Qué recursos tenemos para realizar nuestro trabajo, y cómo podemos hacerlo?».

Los que hemos recibido un llamado especial para predicar el evangelio debemos asumir nuestra parte, y predicar con todo nuestro poder. Pero no se debe cargar todo en un solo hombre. El ministerio de un solo individuo es una maldición para cualquier iglesia, si ese es el único ministerio de la iglesia. Todos los ministerios deben usarse.

¿Acaso muchos de ustedes no podrían predicar? Que ningún hombre que posea dones se los guarde para sí. Allí están las calles. Al aire libre, hay muchos que oyeron el evangelio, que nunca lo hubieran oído si los doce apóstoles hubieran estado predicando solo en los lugares de culto. Usen sus habilidades en otros lugares si pueden, y que toda lengua que pueda hablar, lo haga.

No todos tienen habilidad de predicar. Algunos pueden enseñar a los jóvenes. ¿Están ocupados en esa tarea? ¿No podrían algunos hacer el bien en su propia casa? Las reuniones en las casas constituyen una manera de ser útiles. «¿Cuántos panes tenéis?», preguntó el Señor. Creo que hay algunos panes que no han sido traídos aún a la canasta; hay oportunidades que no han sido puestas a su servicio. Investiguen y vean.

Cuánto bien harían muchos de ustedes escribiendo a otras personas acerca de Cristo, o compartiendo la palabra escrita: Biblias, tratados evangélicos y mensajes capaces de beneficiar a ciertas personas si leyeran esa literatura. Puede ser que a algunos se les haya confiado el talento del dinero. Cualesquiera que sean los dones que posean, obtengan intereses, como el siervo bueno, para su Señor.

Algunos de ustedes tal vez no tienen capacidad de hablar o de dar, pero que su santidad, y cada uno de los poderes que tengan, de conformidad a su habilidad y oportunidad, contribuyan al gran resultado de la predicación del evangelio a toda criatura.

Hay algunos aquí de quienes no me da vergüenza hablar, cuya piedad es apostólica, cuya generosidad y celo se compara al de los primeros cristianos; pero hay otros de quienes hablamos con duda, pues si se han consagrado de alguna manera al Señor, la consagración parece haber tenido un efecto mínimo. Son diligentes en el negocio, pero en cuanto a un espíritu ferviente, ¿dónde está? ¿En qué aspectos se puede decir de ellos que sirven al Señor?

Pregúntese cada uno: «¿Qué he hecho para obedecer el mandato del Señor?». Y si el inventario refleja un resultado lamentable, no se quede ahí parado perdiendo su tiempo con vanos remordimientos, sino humíllese y pídale a Dios que la sangre de ninguno sea depositada a su puerta.

Glorificando Su Nombre

Les exhorto, a cada uno de ustedes, a poner en el futuro la totalidad de su fortaleza por Aquél cuyo sudor sangriento, y cruz y pasión, los han convertido a ustedes en deudores hacia él a causa de sus vidas. Por aquél que murió en ese madero, maldito por ustedes, por aquél que se ha ido para preparar un lugar para ustedes, y que está intercediendo todavía a la diestra de Dios, con un celo incesante, a favor de ustedes, vengo en Su Nombre y a causa de Su mandamiento para pedirles, para exhortarlos a gastar y ser gastados para glorificar Su Nombre en medio de los hijos de los hombres.

Investiguen y vean lo que pueden hacer y lo que sea que su mano encuentre para hacer, háganlo con todas sus fuerzas. No bendeciremos al mundo utilizando grandes esquemas, teorías poderosas, planes gigantescos. Poco a poco crecen los arrecifes de coral sobre los que luego crecen los jardines. Poco a poco debe venir el reino, y cada hombre debe traer su pequeña porción y ponerla a los pies de Jesús. Así también viene la luz. Viene con un rayo después del otro. Una a una vienen las flechas del arco del sol, y al fin huye la oscuridad. Así vendrá la mañana eterna.

Aunque la labor sea lenta, es segura. Dios verá la obra terminada, y al clarear el día, la noche ya no podrá regresar, y la oscuridad se desvanecerá para siempre. El sol de justicia ya no se ocultará. El día de la mañana del mundo no se demorará. El tiempo de sus días felices vendrá, cuando la luz del sol será como la luz de siete días, y el Señor Dios habitará entre nosotros, y manifestará su gloria. Amén.