El evangelio de Juan nos muestra a Jesús «lleno de gracia y de verdad». A cada paso, él iba derrochando gracia y verdad para con los hombres. Todo iba quedando al descubierto y siendo restaurado a medida que él avanzaba.

Cuando el Señor pasó frente a Juan el Bautista, éste perdió a dos de sus discípulos. Hasta entonces, Juan era, para ellos el maestro, pero cuando aparece el Señor, Juan ya no es más el maestro. Ha llegado el verdadero Maestro, ante el cual Juan ocupa su verdadero lugar, y quien los discípulos tienen que seguir. Cuando aparece el verdadero Maestro, todos los demás maestros se quedan sin discípulos.

Poco después se nos muestra al Señor en las bodas de Caná. A mitad de la fiesta se acaba el vino, de manera que le piden ayuda al Señor. Y él convierte el agua en vino. El vino representa el deleite, el placer del hombre. Cuando aparece el Señor, es necesario que el vino se acabe, pues él es el verdadero gozo del hombre. Todos los demás deleites son pasajeros, y no duran mucho, pero el Señor da un gozo mejor y que no acaba jamás.

Para los judíos, el templo de Jerusalén era el corazón de la nación, porque allí habitaba Dios. Era un lugar fastuoso, era la misma gloria de los judíos. Sin embargo, cuando Jesús entró al templo de Jerusalén, tomó un azote de cuerdas y echó fuera a los mercaderes y cambistas. Ese lugar estaba contaminado y había que limpiarlo. Para los judíos ese era un lugar santo. Para el Señor, había llegado a ser una cueva de ladrones. La realidad del templo quedó al descubierto solo cuando el Señor llegó.

En el capítulo 3 de Juan tenemos a Nicodemo, un maestro de Israel. Él recibía honores como un erudito en las ciencias divinas. Sin embargo, cuando se enfrenta al Señor, él queda al desnudo. En realidad, él ni siquiera era salvo, ni tampoco tenía conocimiento espiritual de las Escrituras. El Señor revela la verdadera condición de su corazón. Cuando el Señor le habla de nacer de nuevo, y del Espíritu, él hace preguntas tan pueriles que revelan su tremenda ignorancia.

En el capítulo 4 está la mujer samaritana, que se ha engañado a sí misma pensando que podía hallar la verdadera felicidad en los muchos maridos que había tenido. Sin embargo, su sed no se había apagado. Era necesario que la Verdad apareciera, y que mostrara el camino verdadero: la sed del alma solo puede ser saciada con el Espíritu de Dios.

Sin embargo, en todo esto no está ausente la gracia, porque Juan habría de ser después honrado por el Señor, porque en las bodas de Caná el Señor convierte el agua en vino, porque las palomas no fueron tocadas en la purificación del templo, porque a Nicodemo, el maestro de Israel, se le mostró el camino de salvación, y porque la mujer samaritana bebió del agua viva. Es el equilibrio perfecto entre la gracia y la verdad.

171