No sólo nosotros tenemos una herencia en Cristo, sino que Dios tiene una herencia en los santos. Cristo no sólo es el heredero de todas las cosas, sino que lo es, sobre todo, de la Iglesia, su plenitud. Así como Canaán fue la herencia de Israel, y Hebrón era lo mejor de Canaán, así la Iglesia es lo mejor de “todas las cosas” como herencia de Cristo.

La finalidad de todas las cosas y el misterio de la voluntad de Dios

¿Cuál es el misterio de la voluntad de Dios? Nosotros lo vemos muy claramente en la Palabra de Dios. Estas palabras no han sido expresadas únicamente como signos y presentadas como meras ilustraciones, sino que, en Efesios 1-3, el Espíritu Santo nos habla claramente de cuál es el misterio de la voluntad de Dios. Esto es, que en la plenitud de los tiempos todas las cosas que están en los cielos y todas las cosas que están sobre la tierra serán reunidas en Cristo.

Pero, Pablo no termina aquí. Él continúa hablando para que comprendamos cuál es la sustancia del misterio de la voluntad de Dios. Ef.1:11 nos dice que en Él también nosotros obtuvimos una herencia. Cuando se habla acerca de reunir todas las cosas en Cristo, se dice también que asimismo nosotros obtuvimos una herencia en él. Y se afirma, además, que el Espíritu Santo nos ha sido dado como las arras de nuestra herencia. El Espíritu Santo vive en nosotros hoy, como las arras de nuestra herencia con miras a la redención de la posesión adquirida por Dios, para alabanza de su gloria (1:14).

En el pasaje de Ef.1:10-18, hay dos puntos a considerar en la palabra “herencia”. Uno es nuestra herencia, el otro es la herencia de Dios. En muchas ocasiones, cuando leemos las Escrituras, consideramos nuestra herencia: el que hemos sido salvos y alcanzado salvación. La salvación y todo lo que ella conlleva se convierte en nuestra herencia. Después de ser salvos, tenemos gozo y paz. Dios es nuestra propia herencia. Donde Dios está, allí está el cielo. El cielo es cielo porque Dios está allí. El infierno es infierno porque Dios no está allí. Así que, una vez salvos, aunque estamos aún sobre la tierra, sentimos cual si estuviésemos en el cielo. Todos podemos ver y experimentar cuán buena es nuestra herencia. Una vez salvos, nuestro primer pensamiento es: ¡Qué grande es la herencia que hemos heredado! Sobre la tierra, algunos son pobres y otros son ricos. Pero, una vez salvos, todos somos millonarios, porque nuestra herencia es sobreabundante.

La herencia del pueblo terrenal de Dios

En el Antiguo Testamento leemos también sobre una herencia. Mas, si leemos a través del Antiguo Testamento cuidadosamente, encontraremos que para significar “herencia” se usan dos palabras diferentes en hebreo. Una de esas palabras nos muestra que esta herencia es un don; un don gratuito. Dios otorgó la tierra de Canaán a Abraham y sus descendientes como un regalo gratuito. Abraham no tuvo que hacer nada. La tierra de Canaán es una tierra que fluye leche y miel. La leche es la esencia de los animales; la miel es la esencia de las plantas. Cuando usted combina las dos, tiene la esencia de la vida. La palabra herencia aparece 273 veces en el Antiguo Testamento: de ellas, 188 se refieren a la tierra de Canaán. Así que, usted puede hacer esta palabra casi equivalente a la tierra de Canaán. Si el pueblo de Israel nos tipifica, entonces el que Dios les haya dado la tierra de Canaán para que fuese su herencia, en el lenguaje del Nuevo Testamento significa que, aunque para ellos ese pedazo de tierra era algo terrenal, para nosotros es algo celestial. Como Pablo dijo, hemos obtenido una herencia en él.

Nuestra Herencia

Si Canaán tipifica a Cristo y sus riquezas, entonces nosotros ya estamos en Canaán. Ya estamos pisando sobre Canaán. Ya estamos en Cristo. En él ya hemos ganado una herencia. Esta herencia es nuestro don. Pero, en el texto hebreo existe otra palabra utilizada para “herencia”, la cual aparece 255 veces. Dentro de esas 255 veces, 210 veces ella expresa una acción de tipo militar. Por tanto, la pregunta a realizar es: ¿Cuándo el Espíritu Santo usa esta palabra? Ella es utilizada precisamente antes de que los israelitas entraran en Canaán y conquistaran la tierra. Esto nos muestra que, en la mente de Dios, la herencia es por una parte una gracia, y por otra, una recompensa. Nosotros tenemos que poseerla. Tenemos que conquistarla. ¿Recuerda usted lo que Dios dijo a Josué? “Todo lo que pisare la planta de vuestros pies, os lo daré en herencia”.

Sin embargo, cuando Josué y el pueblo de Israel pusieron sus pies sobre la tierra, notaron que había otras pisadas. Ellos tenían que arrojarlas fuera. Tenían que conquistar esa tierra para que finalmente pudieran poseerla. Por tanto, en el Antiguo Testamento, la palabra “herencia” se traduce como “posesión” al español. El énfasis está puesto en que debemos conquistar para poseer. Ella es, por consiguiente, una recompensa.

A los ojos de Dios, por tanto, una herencia es tanto un don como una recompensa. Por una parte, nosotros ya estamos en Cristo; por otra, Pablo nos dice que debemos correr hacia la meta de ser hallados en Él. No comprendemos estas palabras hasta que leemos el Antiguo Testamento, donde Dios nos da un cuadro tras otro, con el fin de mostrarnos qué es una herencia. En la plenitud de los tiempos, todas las cosas en los cielos y en la tierra serán reunidas en Uno, en Cristo. Gracias a la obra de Cristo, nosotros ya hemos obtenido una herencia. Estamos en Cristo ¡Alabado sea el Señor! Sin embargo, él continúa trabajando aún en nosotros. Hasta su retorno, la tierra de Canaán no sólo es nuestra como un don, pues, en la misericordia de Dios, debemos también esforzarnos para entrar en el reino de Dios. Cuando somos salvos por gracia, no tenemos que hacer ningún esfuerzo. Todo es por gracia. Pero, a causa de que hemos recibido tanta gracia, podemos negarnos a nosotros mismos y cargar la cruz para seguir al Señor.

Así podemos ganar al Señor como nuestra herencia. Cuando yo era joven, estaba asombrado con la clase de coronas que recibiría. Comúnmente, esperamos recibir una corona un día. Pero, más temprano que tarde, vemos que la corona más grande que podemos recibir es nuestro Señor mismo. Si nosotros ganamos al Señor, ninguna recompensa será más grande que eso. Así que, vemos que en él hemos obtenido una herencia.

Por consiguiente, en 2ª de Pedro capítulo 1, aprendemos que tenemos que ser diligentes. Ya tenemos una herencia, pero debemos asirnos a ella como si aún no la hubiésemos ganado. No significa que no la hayamos ganado. Sí, ya la hemos ganado; ya estamos en Cristo. Pero, existe otro lado de la herencia. Tenemos que conquistar Canaán y poseerla. Esto es lo que Pablo quiere decir cuando menciona el obtener una herencia en Cristo. Todos sabemos que Cristo es nuestra herencia. En el Antiguo Testamento, la tierra de Canaán tipifica las inescrutables riquezas de Cristo, según la expresión del libro de Efesios. Pero en el libro de Hebreos, encontramos que esta herencia es una recompensa.

La Herencia de Dios

Si hemos descubierto cómo el Espíritu Santo usa la palabra “herencia” en su primer significado, tal como se ha mencionado más arriba, comenzaremos desde el libro de Génesis, luego avanzaremos hacia los libros de Éxodo, Deuteronomio, Josué, Jueces y el libro de Rut, y hallaremos que en nueve de diez ocasiones se refiere a la tierra de Canaán. Pero, cuando llegamos a los Salmos y avanzamos hacia los Profetas, parece como si el Espíritu cambiara su dirección. Se utiliza la misma palabra, pero parece estar hablando de algo distinto. En aquellos libros más tempranos, se nos cuenta cómo el pueblo de Israel obtuvo una herencia. Mas, cuando venimos a los Salmos y a la última parte del Antiguo Testamento, el Espíritu cambia de dirección y, cuando usa la misma palabra, no habla más de ella significando a Canaán. Es como si Dios tuviera otra parte de su obra que sacar a luz. Luego, se nos comienza a mostrar la herencia de Dios. Pero, ¿cuál es la herencia de Dios? La Biblia nos muestra muy claramente que los escogidos de Dios son su herencia.

Así que, a menudo pensamos que es suficiente con que seamos salvos. Ahora hemos sido salvos. Dios nos ha dado su gracia. Estamos gozosos. Estamos mucho mejor que los no creyentes. Estamos en la tierra como si estuviésemos en el cielo. Pensamos que esto es todo. Esto era lo que Abraham pensaba en un principio. Al comienzo, él no tenía nada, pero Dios le dio a Isaac. Todo era gracia. El tenía lo que siempre había deseado y estaba satisfecho. “Isaac” significa “risa”. Ahora, Abraham podía reír. Antes, Abraham se sentía vacío a pesar de todos los rebaños que tenía. Pero ahora, Dios le había dado a Isaac. Él ahora podía reír. Sin embargo, él había olvidado preguntarse a sí mismo: ¿Dios ganó lo que había deseado ganar?

Cuando Dios llamó primero a Abraham, le dijo: “Yo te bendeciré”. Isaac era la suma total de esa bendición. Cuando Abraham ponía sus ojos sobre Isaac, veía toda la bendición que Dios le había dado. Sin la bendición de Dios, no podemos vivir. Abraham tenía ahora las bendiciones de Dios. Él podía vivir. Él podía seguir la voluntad de Dios. Pero la palabra de Dios no se detuvo aquí. La meta principal de Dios era hacer de Abraham una bendición para todas las naciones. Todas las naciones serían bendecidas por medio de la simiente de Abraham. Abraham pensaba que Isaac era su meta. Pero fracasó en comprender que Dios deseba convertirlo en una bendición para todas las naciones.

¿Cómo podía Abraham ser una bendición para todas las naciones? Él no podía bendecirlas por sí mismo. Pero, alabado sea el Señor, él engendró a Isaac. Isaac engendró a Jacob, y así, generación tras generación, hasta que Jesús nació en Belén. Ahora, nosotros entendemos que “la simiente de Abraham” se refería a Cristo. Esto es lo que Pablo nos muestra. Así que, Isaac no era la meta. Él era sólo un medio para un fin. ¿Por qué Dios quiso que Abraham le ofreciera a Isaac? Si él no hubiese ofrecido a Isaac, tampoco habría hecho de la bendición de Dios su único propósito. Abraham habría obtenido su herencia, pero Dios no habría ganado la suya. Un día, cuando Jesús naciera en Belén, todas las naciones serían bendecidas por medio de Jesucristo.

Muchas veces, nosotros sólo preguntamos si acaso tenemos nuestra herencia. Pensamos que el misterio de Dios consiste en que obtendremos una herencia. Mas, también Dios tiene una herencia que ganar. A menos que Dios obtenga su herencia, Él no puede completar la revelación del Antiguo Testamento. Y no sólo eso, Él también nos da el Nuevo Testamento para que nuestros ojos puedan ser abiertos.

Cuando hablamos acerca de la herencia, invariablemente nuestras mentes se vuelven hacia la tierra de Canaán. Cuando hablamos acerca de los tipos, pensamos que la tierra de Canaán tipifica nuestra herencia. Pero, como ya he mencionado, Dios tiene un propósito eterno. Sí, es el propósito de Dios que Abraham tenga a Isaac. Pero Isaac no es ese propósito eterno. El único propósito eterno es Jesucristo.

Por tanto, Abraham debía ofrecer a Isaac para comprender que Isaac tenía por propósito revelar a Cristo. Si el Señor nos bendice, y si nos da una herencia, el propósito es que al final Él obtenga su herencia. Hoy debemos preguntarnos: ¿Ha obtenido el Señor su herencia?

Alabado sea el Señor porque nosotros ya hemos ganado nuestra herencia; y no la perderemos. Si hoy su voluntad es que estemos junto a El, entonces no debemos tener temor. Sin embargo, si pudiésemos ver realmente el pleno propósito de Dios, no nos atreveríamos a dejar este mundo ni siquiera un minuto antes de que él haya alcanzado su meta en nuestras vidas. Tenemos que preguntar constantemente si el Señor ha ganado su herencia. ¿Si nuestra herencia nos trae un gran gozo, el corazón del Señor está satisfecho con la suya?

Por ello, cuando Pablo nos habla sobre nuestra herencia, él ora para que los ojos de nuestro corazón puedan ser alumbrados, para que podamos conocer la esperanza a la que hemos sido llamados. A continuación, la sentencia que sigue es una gran sorpresa para nosotros: él ora para que nosotros sepamos cuales son las riquezas de la gloria de su herencia en los santos.

El Heredero de Todas las Cosas

Ahora, aquí se levantan algunas preguntas. ¿Cuál es su herencia? ¿Cómo va a obtener Él su herencia en los santos? El Antiguo Testamento nos muestra las figuras de las cosas por venir, para que al llegar al Nuevo Testamento podamos comprender. Dicho de otro modo, nosotros vemos sólo una parte, y no el cuadro completo. Como resultado, cuando leemos acerca de la tierra de Canaán, pensamos únicamente en nosotros mismos. Cuando leemos sobre la simiente de Abraham, pensamos en nosotros mismos. Pero, cuando Pablo lee el Antiguo Testamento, comprende que la simiente de Abraham es singular y se refiere a nuestro Señor Jesucristo.

¿Qué significa “la Simiente de Abraham”? Aquí significa específicamente “heredar una herencia”. Dios dio a Abraham una porción de tierra, pero él no tenía un hijo. Ismael no podía recibir la herencia. Los hijos de Abraham con sus concubinas no podían recibir la herencia. Sólo uno podía heredar la herencia, y ése era Isaac. Así que, “la simiente de Abraham” no se refiere sólo a su descendencia, sino en especial al único que heredaría la herencia.

Por esta razón, Pablo nos muestra que en este universo Dios tiene un único heredero de todas las cosas. ¿Por qué creó Dios todas las cosas? Hebreos 1:2 nos dice que Dios constituyó a su Hijo heredero de todo. Todas las cosas creadas en el universo han sido dadas a nuestro Señor. Él es heredero de todo. En el Antiguo Testamento, el pueblo de Israel fue el heredero de la tierra de Canaán. Pero, en el Nuevo Testamento, nosotros vemos que Cristo es el heredero de todo. Así como Dios dio la tierra de Canaán al pueblo de Israel, El dio también todas las cosas a su Hijo Jesucristo. ¡Esto es verdaderamente asombroso!

Canaán dentro de Canaán

La totalidad del universo es como la tierra de Canaán. Dios lo ha dado a su Hijo Jesucristo como su herencia. Sin embargo, cuando leemos sobre la tierra de Canaán, especialmente en el libro de Josué, ¿Podemos encontrar una porción particular de buen suelo dentro de la tierra de Canaán? Después de que el pueblo de Israel entró en la tierra, comenzó a heredar la tierra que fluye leche y miel. Pero, debía existir una porción de esta tierra que era la mejor. Si la tierra de Canaán es una figura del cielo, luego esa mejor porción sería el cielo de los cielos. A continuación, la toma de posesión de esta mejor porción de tierra conduciría al pueblo a alcanzar la gloria. Efesios 1:18 habla de “las riquezas de la gloria de su herencia en los santos”. Pues, la herencia otorgada al Hijo de Dios incluye todas las cosas, al igual que en la figura se incluía la totalidad de Canaán. Pero, dentro de Canaán existe un Canaán celestial, un cielo de los cielos.

En el Antiguo Testamento, Caleb dijo a Josué cuando tenía 85 años: “Dame ahora ese monte”. La tierra que él pidió era una tierra que fluía leche y miel, pero tenía gigantes en ella. El pueblo de Israel resultó tan atemorizado como para huir de esa porción de tierra 45 años atrás. Ahora, Caleb pide esa particular porción de tierra, la más difícil de obtener. Esta porción de tierra representa a la totalidad de Canaán, porque fue éste el mismo lugar donde espiaron los doce espías 45 años antes.

Una vez, mientras visitaba la tierra de Canaán, contraté personalmente los servicios de un guía privado para que me llevara hasta Hebrón. Este es en verdad un país de colinas repletas de viñas. El guía turístico me dijo: “¿Sabía usted que este trozo de tierra representa la totalidad de Canaán?”. Éste es el trozo más fértil. Ella es, de verdad, una tierra que fluye leche mezclada con miel.

Cuando usted lea la Biblia cuidadosamente, comprenderá que, cuando Jacob vino a la tierra de Canaán, él vino hasta Hebrón. Ciertamente, en la Escritura Hebrón representa a la tierra de Canaán. De la totalidad de Canaán, Caleb obtuvo la mejor porción de tierra. Cuando la planta de sus pies se posó sobre la tierra, él la conquistó. El echó fuera a todos los enemigos y ganó esta porción de tierra como su herencia.  Hebrón es, en verdad, un lugar lleno de montañas; lleno de dificultades. La palabra “Hebrón” significa “comunión”. Aquí usted puede tener la comunión más íntima con el Señor. Así que, en Canaán existía esta mejor porción de tierra, esto es, Hebrón. Si lo traducimos al lenguaje del Nuevo Testamento, debemos ir al libro de Efesios, pues allí todas las figuras mencionadas más arriba vendrán al pensamiento.

Ellas son la explicación de Efesios 1 al 3. Esta Canaán dentro de Canaán es la verdadera porción que Dios va a obtener en sus santos. En toda la creación, al igual que en la totalidad de Canaán, existe sólo una porción mejor, la cual Dios obtendrá en sus santos. Luego, ¿cuál es su herencia? La respuesta está dada en el último versículo capítulo 1: La iglesia, “la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo”.

¡Alabado sea el Señor! El Padre ha dado todas las cosas a su Hijo. Pero, ¿cuándo veremos una herencia que no sea solamente la plenitud de la gloria, sino también las riquezas de la gloria, para que nuestros corazones sean satisfechos? En el tiempo en que Dios recibirá su herencia, porque su Hijo no será únicamente el heredero de todas las cosas, sino que también obtendrá su Iglesia gloriosa, tal como el pueblo de Israel no sólo conquistó la tierra de Canaán, sino que Caleb conquistó también Hebrón dentro de Canaán. Cuando acabemos de leer el libro de Efesios, si el Espíritu Santo abrió nuestros ojos, exclamaremos con fuerza, “¡Qué gloria!”. Cristo glorificado lo ha llenado todo en todo. La Iglesia es el cuerpo de Cristo. La Iglesia no es sino un vaso cuyo fin es ser llenado por Cristo.

¿Qué significa ser llenado? Significa “poseerlo todo”. Cuando Cristo lo llene todo en todo, Él llegará a ser heredero de todo. Cuando la iglesia exprese verdaderamente la plenitud de Cristo, Dios obtendrá su herencia. Entonces, Él declarará las riquezas de la gloria de su herencia en medio del universo.

El Poder de la Resurrección y de la Ascensión

La oración de Pablo menciona las riquezas de la gloria de su herencia en los santos. Pero, ¿cómo podemos obtener esto? ¿Cómo podemos ver una iglesia gloriosa antes de que el Señor retorne? Dios desea obtener su herencia, que es la plenitud de las riquezas de la gloria. Si hubiésemos obtenido la totalidad del universo, nos sentiríamos muy gloriosos. Pero, nuestro Señor lo ha ganado todo. Ninguno es más glorioso que Él. Alabado sea el Señor, pues, en esta herencia abundante, el Espíritu Santo enfatiza que su herencia en los santos no es solamente gloriosa, sino que es la plenitud de las riquezas de la gloria. ¡Qué gloria! Tal es el glorioso cuadro que nos entrega Efesios 1.

Pero, ¿cómo obtendrá Dios esta herencia? ¿Cómo puede él obtener una iglesia gloriosa? La respuesta se encuentra en la oración de Pablo: La supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos. Para obtener esta herencia, para conquistar esta tierra, necesitamos ese poder. Pablo ora para que nuestros ojos sean abiertos, a fin de que podamos ver cuán grande es este poder. ¿Qué poder es éste? Este poder operó originalmente en Cristo. Es un gran poder. En este universo, el poder nuclear es algo grande. El poder de Dios en la creación se expresa particularmente en el poder nuclear. Pero, éste no es el poder más grande en el universo. Dos mil años atrás, había un poder manifestado en Cristo. Ese poder es el que operó en él levantándolo de los muertos. ¿Cuán grande es este poder?

Alguien describió el cielo que vemos como la tapa superior del interior de un ataúd, y la tierra como la parte inferior del ataúd. Ningún hombre había sido capaz de salir del ataúd. Ninguno tenía el poder de dejar el ataúd. Pero, alabado sea el Señor, 2000 años atrás, después de que el Señor completó la obra de salvación sobre la cruz, el poder que operaba en él lo levantó de la muerte. Él fue el primero en dejar la tumba.

¿Cómo puede Dios obtener su herencia? Existe la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos. Este mismo poder que operó en Cristo, operará también en nosotros. ¿Por qué hay una resurrección de entre los muertos? Porque el universo está moribundo. Todas las cosas se mueven en dirección a la muerte. Pero, cuando recibimos la salvación, este poder de resurrección opera entonces en nosotros, y la dirección hacia la muerte se revierte. Este poder está en nosotros hoy, no solamente conduciéndonos a vivir mejor, sino que también guiándonos a la consumación del plan eterno de Dios. Este es realmente un gran poder. Esta es la forma en que Dios puede obtener su herencia.

El proceso de la resurrección es un proceso de reversión que capacita a todas las cosas para que sean reunidas en Uno. Este proceso ya ha comenzado hoy y operará hasta que el Señor regrese. ¡Alabado sea el Señor! ¡Qué grandioso poder! ¡Qué supereminente poder! Este poder no es tan sólo un poder de resurrección, sino también un poder de ascensión. Este poder de ascensión es tan grande que se encuentra por encima de todas las cosas. Cuando venimos a Efesios 4, leemos que Cristo ha sido levantado para llenarlo todo en todo. Sólo a Josué le fue prometido por Dios que obtendría toda la tierra de Canaán sobre la cual pisara la planta de sus pies. Cuando Cristo ascendió a lo alto, llevó cautiva toda la cautividad (Ef.4:8).

La totalidad del sistema solar y otras partes de nuestro espacio exterior están saturados de poderes malignos. Ahora, el Señor llevó cautiva la cautividad. Dondequiera que nuestro Señor ha pisado, todo ha venido a ser suyo. Él ascendió a lo alto para poder llenarlo todo en todo. Cuanto más alto él subió, tanto más pudo llenar. El ascendió a lo alto hasta alcanzar al Padre. El libro de Apocalipsis nos permite ver que, cuando Cristo ascendió al trono del Padre, le fueron entregados todos los títulos de propiedad del universo. Solamente él era digno de abrir el libro con siete sellos. Esta es la forma en que nuestro Señor llegó a ser heredero de todas las cosas.

El misterio de la voluntad de Dios

Ahora bien, nosotros también tenemos este poder de ascensión en nuestro interior. El poder que nos llevará hasta la gloria. Toda la creación está bajo sus pies, por lo cual él se convirtió en la cabeza, sobre todas las cosas, de la Iglesia (Ef.1:22). El Espíritu nos muestra que ella es la Canaán dentro de Canaán.

La iglesia es el cuerpo de Cristo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo. La manera en que él obtiene su herencia es la misma en que obtiene su Iglesia gloriosa. Así que, vemos que el Señor es Señor de Señores y Rey de Reyes. Y la Iglesia es el cuerpo de Cristo. ¡Qué gloria! Esta es la Iglesia gloriosa.  Efesios 1 nos revela esta iglesia gloriosa y nos dice cómo Dios obtiene su herencia. Efesios 3 nos dice que el gran poder de la resurrección y de la ascensión ya está en nosotros. Esto tiene lugar sobre la tierra. Estamos viviendo sobre la tierra. Dios puede hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos (Ef.3:20). Por tanto, “a El sea la gloria en la iglesia en Cristo Jesús” (Ef.3:21). Esta iglesia es la iglesia gloriosa. ¿Cuál es la misión de la iglesia? Efesios 3:10 dice, “para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada a conocer, por medio de la iglesia, a los principados y potestades en los lugares celestiales”. Así que, ahora los hombres pueden contemplar en la iglesia la sabiduría de Dios. Esta es la iglesia gloriosa “conforme al propósito eterno” que Dios hizo en Cristo Jesús nuestro Señor.

¿Cuál es el misterio de la voluntad de Dios? Encontramos la respuesta en Efesios 1 y 3. En Efesios 1:9 lo expresa: “Dándonos a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo”. Este es Cristo. ¿Y cuál es el deseo que se propuso en Cristo? Este es la Iglesia. En Efesios 5, vemos que existe un gran misterio que atraviesa el universo, el cual es Cristo y la Iglesia.

Que el Señor tenga misericordia de nosotros. Por medio de Efesios 1 y 3 podemos ver ahora la iglesia gloriosa. Nosotros oramos al Señor. ¿Por qué tenemos que mirar hacia lo que fue antes? Porque hemos caído y tenemos muchos fracasos, pues hemos intentado usar nuestra fuerza para cumplir la voluntad celestial. Queremos utilizar nuestros caminos para alcanzar la iglesia gloriosa. No es nada asombroso el que tengamos un fracaso tras otro. Pero, nuestro Señor nunca falla. Nosotros veremos ese día en que arribará el día de gloria. Que el Señor pueda edificarnos por medio de estas palabras. Que esperemos y apresuremos la venida del día de Dios.