La elección del pueblo de Israel, como también su larga historia, es un ejemplo que habría de mostrar en el futuro los tratos de Dios con su iglesia. De la misma manera, la elección y los tratos con Moisés son proféticos y tipos de las cosas futuras, como se dice en Hebreos 3:5: «Y Moisés a la verdad fue fiel en toda la casa de Dios, como siervo, para testimonio de lo que se iba a decir». Moisés hizo las cosas según el modelo de Dios, pero esas cosas eran un testimonio de lo que se iba a decir.

Naturalmente, se refiere a las cosas que hoy nosotros los cristianos vivimos, no ya como sombras o figuras, sino como realidades definitivas, eternas. Así que las figuras de Israel y de Moisés, sus hechos, sus tratos, adversidades, sus fracasos e infidelidades, como también la fidelidad de Moisés, son cosas que hemos de mirar atentamente para entender mejor nuestro propio camino.

Ahora bien, hemos de preguntarnos preliminarmente: ¿Por qué Dios escogió a ese pueblo, y a ese hombre? Sabemos que con respecto a Israel hay un pasado ligado a Abraham y a Isaac que explica la elección, pero si centramos nuestra atención en el pueblo mismo, nos preguntamos, siendo un pueblo de príncipes, destinado a poseer la tierra, ¿por qué Dios lo llevó por la senda de la esclavitud, y por qué a Moisés lo condujo por la senda de un proscrito?

La elección de Abraham debió pasar muy claramente de padres a hijos. Isaac debió estar muy consciente de ella; lo mismo Jacob. Cuando Jacob –ya Israel– bendice a sus hijos, y profetiza acerca de su futuro, muestra especialmente a Judá y a José un camino muy glorioso (Gén. 49:10, 25-26).

El destino profetizado aquí a los hijos de Israel es glorioso; sin embargo, lo primero que Dios hace con este pueblo es llevarlo a Egipto para que llegara a ser un pueblo de esclavos. Sabemos la forma cómo llegó a Egipto, y de qué manera Dios providenció para él días de bonanza mientras vivió José. Sin embargo, los tiempos cambiaron, y literalmente, Israel, el pueblo escogido, llegó a ser un pueblo de esclavos, y con la peor clase de esclavitud imaginable.

De la misma manera Moisés, habiendo nacido como un niño hermoso, no solo para sus padres, sino también para Dios (Hech. 7:20), y después de haberse criado en el palacio real, cayó hasta el grado más bajo de la honra humana. Un príncipe de Dios llegó a ser un homicida, prófugo de la justicia por más de cuarenta años.

Hay en estos hechos que reseñamos someramente un misterio muy grande. Es como si Dios, que favorece a los suyos, los honra y los levanta, los hubiera dejado caer. Es como si su mano se hubiera apartado de ellos, los hubiera dejado solos, y entonces la confusión los envolvió y perdieron toda esperanza. ¿Qué propósito tenía Dios con todo ello? Lo veremos mañana.

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