La cruz de Cristo no es sólo un hecho restringido a la tierra. Ella tiene alcances universales y eternos.

Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo … Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga».

– Gál.5:14; Mat.11:29-30.

La Cruz de Cristo es eterna

La cruz de Cristo es eterna, porque es la forma de vida que estuvo eternamente ligada al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.  El Padre, al darnos a su Hijo, experimentó la cruz porque se privó de lo más precioso y placentero que tenía para darnos: su Único Hijo. Al entregar todos los juicios al Hijo, el Padre pone en él todo el poder y esto también es una forma de cruz para el Padre.

El Hijo, en los días de su carne, no hizo nada de sí mismo, sino todo lo que veía de su Padre, y no dijo nada de sí mismo, sino lo que oía de su Padre. La vida que Cristo vivió en la tierra fue la del Padre; no vivió por su cuenta sino por la vida de Otro – la del Padre; y nos recomienda a nosotros que hagamos lo mismo: “Como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por mí” (Jn.6:57) En estas palabras está revelada la forma como tienen que vivir los cristianos; vivir por otro – por Cristo; de modo que la cruz para un cristiano es Cristo en él.

El Espíritu Santo, del mismo modo que el Padre y el Hijo, revela la cruz al no glorificarse a sí mismo, sino a Cristo. El Espíritu Santo se niega, y le da la pasada a Otro – esto es, a Cristo.

La relación intratrinitaria ha estado marcada eternamente por la cruz. La cruz es su estilo de vida. La cruz ha regulado la unidad entre ellos. Es tal la perfección de su santidad que jamás la unidad ha sido violada. Es por esta razón que el Padre abandonó a su Hijo en la cruz, por un instante único en toda la historia, porque en ese momento Jesús cargaba con el pecado de toda la humanidad. No teniendo pecado en sí mismo, su muerte fue representativa de la humanidad de todos los tiempos. Cristo fue visto como un maldito, hecho pecado por nosotros. Fue y será la única vez que la Deidad estuvo separada. No fue por su causa, sino a causa nuestra, y en eso se puede apreciar la belleza de la santidad de la Deidad.

La cruz histórica la asumió el Hijo para revelarnos la cruz espiritual. Sí; más allá de salvarnos, Él quiere revelarnos la cruz eterna; aquel estilo de vida que forma parte de la naturaleza misma de la Deidad.

Siendo que la cruz es eterna y es parte intrínseca de la naturaleza de Dios, no se podrá prescindir de ella jamás. Nos acompañará por el resto de la eternidad. Hoy estamos en proceso de asimilarla; nos duele todavía, porque no hemos visto la necesidad de que ella esté encarnada en nosotros. El enemigo nos miente y nuestra carne se resiste haciéndonos huir del dolor de la cruz. Pero así como Ismael -el hijo de la esclava- debe salir fuera, así también la carne debe ser echada fuera de nosotros por la operación de la cruz.

Así que, no sienta usted pena ni compasión por su carne: cuanto más pronto acepte la operación de la cruz, más pronto gozará de la vida de resurrección.

La Cruz de Cristo es gloriosa

Para Pablo, había un sólo motivo de gloria y éste era la cruz de Jesucristo. Pablo había conocido por revelación divina que en la cruz histórica había acabado la antigua creación, y que a partir de allí había empezado una nueva.

Note que Pablo dice: “Por quien (Jesucristo) el mundo me es crucificado, y yo al mundo” (Gál.6:14 b). Pablo separa lo que es la obra de la cruz de el camino de la cruz. En la obra de la cruz Cristo muere por nosotros; en el camino de la cruz Cristo vive en nosotros. Es porque Cristo vive en mí que estoy muerto para el mundo, y por lo mismo, el mundo está muerto para mí.  Por eso mismo es que no busco ya las glorias del mundo. Como dice el himno: “Prefiero a Cristo… antes que ser rey de dominios mil… prefiero a Cristo”. Ningún título humano puede tener la gloria, el honor y la dignidad de la cruz de Jesucristo.

Esto fue lo que Moisés experimentó 1600 años antes de Cristo: “Por la fe Moisés, hecho ya grande, rehusó llamarse hijo de la hija de Faraón, escogiendo antes ser maltratado con el pueblo de Dios, que gozar de los deleites temporales del pecado, teniendo por mayores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de los egipcios; porque tenía puesta la mirada en el galardón” (Hb.11:24-26).

El mundo puede intentar atraernos, pero no existimos para el mundo porque tanto el mundo como el yo han sido crucificados mediante Jesucristo. El mundo no sólo tiene pecados groseros para tentarnos; también tiene sus glorias; pero ninguna de ellas se puede comparar a la gloria del Cristo que nos revela la cruz.

En la cruz histórica de Cristo todos morimos junto con él. Pero es necesario que esa obra que Cristo consumó, en la que fuimos incluidos, se verifique por la fe en todos los que son de Cristo. Es la fe la herramienta que apropia y actualiza lo que Cristo ya conquistó para nosotros. Pablo dice: “ …el mundo me es crucificado»; no dice “… el mundo me fue crucificado”; lo que implica que Pablo estaba haciendo suyo en el presente algo que Cristo había hecho en el pasado con toda la humanidad, esto es, llevarnos a todos en su muerte.

La forma práctica de llevar a cabo en el presente aquello que había ocurrido en el pasado, es teniendo la naturaleza de Aquel que encarnó la cruz. Es por eso que dice que “el mundo me es crucificado … en la cruz de nuestro Señor Jesucristo”. Aquí está haciendo referencia a la cruz espiritual; a Cristo mismo que ahora –por vivir en el cristiano– le impele a la crucifixión, despojándolo de su hombre viejo y de su hombre natural. Su yo es completamente reducido y apartado para que Cristo ocupe su lugar. Este es el modo práctico de hacer presente la verdad de lo que ocurrió en la cruz histórica.

Cuando nuestros ojos espirituales son abiertos para ver esta verdad, no podemos menos que gloriarnos en la cruz de nuestro Señor Jesucristo; pues ella encierra el poder y la sabiduría de Dios. No hay poder más grande que el que Dios nos demostró en la cruz, permitiendo que Cristo muriera, y fuese de allí levantado en gloriosa resurrección.

No hay sabiduría más grande que aquella por la cual Dios somete a su Hijo a la más extrema debilidad y de allí lo levanta triunfante sobre principados y potestades. Esto es lo que Pablo dice en Corintios 1:24-25: “Cristo poder de Dios, y sabiduría de Dios. Porque lo insensato de Dios es más sabio que los hombre y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres”. Si no hay poder más grande ni sabiduría mayor que ésta, entonces tampoco hay gloria más grande.

Cuando Cristo nos invita a descansar en él trayendo nuestras cargas, nos dice que llevemos su yugo y aprendamos de él, porque su yugo es fácil y ligera su carga. Este aprender no es entenderlo con la mente, sino aprehender de él; es tomar de él, ya que él mismo es la carga que nos ofrece; la carga de su vida; la carga de su testimonio, la carga de su imagen.

Cargar con Cristo es cargar con su cruz. ¿Puede haber algo más glorioso que llevar a Cristo en nosotros? El nos carga a nosotros y nosotros a él. ¡Quitémosle el terror a la cruz! ¡Dejemos de soslayarla! Lo que más nos conviene es canjear nuestra vida por la vida de Cristo.

La Cruz de Cristo es vituperio

“Tenemos un altar … Por lo cual también Jesús, para santificar al pueblo mediante su propia sangre, padeció fuera de la puerta. Salgamos pues, a él, fuera del campamento, llevando su vituperio …” (Hb. 13:10-13).

En el texto citado se señala que los cristianos tenemos un altar. Claramente está haciendo referencia al altar donde Cristo fue sacrificado, es decir, la cruz, en relación al altar de la religión judía donde morían los animales en sacrificio por los oferentes.  Esos animales eran “quemados fuera del campamento”. Jesús, al igual que aquellos animales, murió fuera de la puerta. Luego viene la invitación: “Salgamos, pues, a él …”. Es decir, salgamos a Cristo, al altar de su cruz, a Cristo mismo, fuera del campamento; esto es, fuera del mundo y de los sistemas religiosos que no consideran la cruz de Cristo.

Hay que salir de aquellos lugares donde se ha hecho de Cristo una mistura entre mundo y religión. Donde Cristo ha sido acomodado y contemporizado con la cultura imperante. Salir de aquellos ambientes donde se canta a un Cristo sin cruz y sin sangre.

Salir fuera del campamento es echarse al mundo encima: la crítica, la burla, el escarnio, la calumnia, el menosprecio. Es exponerse a que digan lo que quieran. Así fue con los profetas, lo fue con el Maestro, lo ha sido con sus discípulos, y lo seguirá siendo hasta que llegue la mañana gloriosa en que venga con poder y gloria a establecer su reino en este mundo.  Este es un día para padecer por Cristo y con Cristo; llevar su vituperio es sufrir el menosprecio que el mundo hace de él. Este no es un día para ser coronados; el mundo no aplaudirá jamás a los que son de Cristo; los aborrecerá como hicieron con él; pero cuando él venga, entonces él mismo pondrá las coronas sobre los siervos fieles.

Hay tantos que han salido de los sistemas para después formar otros sistemas; el asunto no es salir de un campamento para entrar en otro; el caso es que hay que venir a Cristo, donde todo es espiritual. ¿Estás en el lugar correcto? Si estás en el campamento del mundo, o en una mezcla de mundo y religión, debes salir de allí y venir a Cristo.

¡Hay tantos que están buscando la iglesia verdadera! Si primero ves al Cristo real y verdadero, sin duda que después hallarás su iglesia. La iglesia es ese lugar donde venimos a perdernos en el cuerpo de Cristo, amasándonos con los hermanos, abandonando la vida individualista, y asumiendo que somos miembros del cuerpo de Cristo cada uno en particular, pero también miembros los unos de los otros. Un lugar donde la cruz es real; tan real como Cristo mismo, pues – como ya dijimos– Cristo es la cruz. Un lugar donde existe una sola mente, un solo corazón, un alma … la de Cristo; donde todos tienen un mismo parecer y hablan una misma cosa; donde Cristo y la iglesia son una misma realidad espiritual, pues la iglesia ha llegado a ser Cristo en forma corporativa.

Esto no es un ideal; es una bendita realidad. Esto es posible tan sólo por la operación de la cruz, pues para llegar a esa realidad de iglesia es necesario morir a uno mismo y dejar que Cristo sea en todos.

¡Dios bendiga tu búsqueda y te dé fe para creer que es posible arribar a esta realidad espiritual!