Lecciones básicas sobre la vida cristiana práctica.

Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor”.

– Efesios 6:4.

Los nuevos creyentes, especialmente los que ya son padres y los futuros padres, deben saber que, así como no es fácil ser un marido o una esposa, es aun más difícil ser padre o madre. Ser un esposo o una esposa es, sobre todo, una preocupación personal; ser padre afecta a otros. Un marido o una esposa solo afecta la vida de su pareja, pero los padres influyen en la vida de la próxima generación. El futuro de los hijos depende de los padres. Por lo tanto, la responsabilidad de los padres es grande.

Dios ha entregado en nuestras manos el cuerpo, el alma, los pensamientos, la vida y el futuro de nuestros hijos. Nadie puede influir sobre otra persona más de lo que los padres influyen en el destino de sus hijos. Ellos pueden prácticamente encaminar a su descendencia al cielo o al infierno. Cuán delicada es su responsabilidad. Deben aprender a ser buenos padres, así como a ser buenos esposos, pero su rol como padres probablemente sea más serio que su papel como cónyuges.

Santifícate a ti mismo

  1. Debes santificarte

Todos los padres deben santificarse por el bien de sus hijos. Esto significa que, a pesar de ser libres para hacer muchas cosas, no lo harán por causa de los hijos. Hay muchas palabras que ya no se sienten libres de pronunciar debido a sus hijos. Desde el día en que un niño llega a la familia, los padres necesitan santificarse.

Si no puedes controlarte a ti mismo, ¿cómo podrás controlar a tus hijos? Si no puedes gobernarte a ti mismo, ¿cómo podrás gobernarlos a ellos? Una persona sin hijos solo se perjudica a sí misma por su falta de control, pero aquella que tiene hijos los destruye a ellos tanto como a sí misma.

Por lo tanto, tan pronto como un creyente tiene hijos a su cargo, debe santificarse. Por el resto de su vida habrá dos, cuatro o más pares de ojos mirando constantemente. Aun después de que un padre ha dejado este mundo, aquellos ojos seguirán recordando lo que han visto.

  1. Desarrolla un sentido de responsabilidad sobre tus hijos

El fracaso laboral o el fracaso matrimonial no pueden compararse con el fracaso en la paternidad. ¿Por qué? Porque cuando alguien ya es adulto, está capacitado para cuidarse solo; pero el hijo que ha sido encomendado en tus manos no puede protegerse a sí mismo. ¿Podrías presentarte delante del Señor y decirle: «Me confiaste cinco hijos y perdí tres de ellos», o: «Me encargaste a diez y perdí a ocho»?

La iglesia no puede ser fuerte si carece de este sentido de responsabilidad. ¿Cómo puede el Evangelio ser extendido sobre la tierra si pierdes a aquellos que son tuyos y luego tienes que tratar de recuperarlos del mundo? Al menos, debes traer a tus propios hijos al Señor. Es un error no criarlos en la disciplina y amonestación del Señor. Recuerda, es responsabilidad de los padres criar a sus hijos en el Señor.

  1. No tener un doble estándar

Para llevar a tus hijos a Dios, tú mismo debes caminar con Dios. No pienses que por apuntar con tu dedo hacia el cielo podrás llevarlos al cielo. Tú mismo debes ir al frente y procurar que te sigan. La razón del fracaso de muchas familias cristianas es que los padres esperan que sus hijos sean mejores que ellos; esperan que sus hijos no amen el mundo y sigan al Señor, mientras que ellos mismos se quedan atrás. Tal expectativa es vana. Es importante que los padres tengan el mismo patrón que los hijos. No puedes fijar un estándar para ellos y no vivirlo por ti mismo. Las normas que tú sigues en las cosas espirituales serán eventualmente el modelo de tus hijos.

Los padres deben estar unánimes

Para que una familia sea sólida, el padre y la madre deben pensar del mismo modo. Por amor a Dios, ellos deben aceptar sacrificar su propia libertad y establecer un patrón moral estricto. Ni el padre ni la madre pueden tener su opinión especial.

A menudo el padre y la madre otorgan a sus hijos una ocasión para el pecado, porque ellos mismos no concuerdan entre sí.

Es difícil para los niños seguir una norma definida si los padres no tienen un mismo parecer. Si el padre dice Sí y la madre dice No (o viceversa), los niños recurrirán en todo a quien es más indulgente. Esto aumentará aún más la brecha entre el padre y la madre.

No provoques a ira a tus hijos

Pablo nos muestra que es de suprema importancia que los padres no provoquen a ira a sus hijos.

  1. Utiliza la autoridad con moderación

¿Qué se entiende por provocar a ira a los hijos? Es el uso excesivo de autoridad, dominando a tus hijos con tu superioridad física, financiera, o cualquier otra. En todo sentido, tú eres más fuerte que tu hijo. Puedes abrumarlo con tu fuerza monetaria si lo amenazas: «Si no me obedeces, no te daré dinero», o: ‘’Si no me escuchas, no te daré comida o ropa».

Puesto que tú lo sustentas, puedes presionarlo retirándole el apoyo financiero. O simplemente le puedes someter por tu fuerza física, o por tu voluntad dominante. Tú lo provocas a ira. Lo oprimes a tal punto que él solo espera el día de liberarse. Cuando llegue ese día, él se dejará fuera toda restricción y reclamará su libertad en todo.

  1. Muestra aprecio a tus hijos

Cuando los niños hacen algo bien, los padres deben reconocerlo. Algunos padres solo saben desaprobar y reprender. Esto provoca a los niños fácilmente y desanima a quienes realmente desean comportarse bien. Pablo dice: «No exasperéis a vuestros hijos, para que no se desalienten» (Col. 3:21). Los niños deben ser alentados cuando les va bien. Ellos necesitan tanto ser recompensados como ser disciplinados; de lo contrario, se frustrarán.

Cría a tus hijos en la disciplina y amonestación del Señor

¿Qué se entiende por la amonestación del Señor? Es instruir en cómo alguien debe comportarse. Al instruir a tus hijos, debes tratarlos como cristianos y no como incrédulos. El deseo del Señor es que tú guíes a tus hijos para que lleguen a ser creyentes; por lo tanto, debes tratarlos como tales, e instruirlos según las normas de un buen cristiano.

  1. Canaliza la ambición de los hijos

La ambición es un gran problema con los hijos. Cada niño tiene sus sueños. Si ellos pudiesen imprimir sus propias tarjetas de presentación, muchos escribirían títulos como: «Futuro Presidente», «Futuro Jefe», o «Futura Reina». Si tú eres un padre mundano, tus hijos pensarán naturalmente en ser un presidente, un millonario o un gran profesional. Sea cual sea tu mundo, esa será la ambición de tus hijos. Por esto, los padres creyentes deben esforzarse en corregir y canalizar la ambición de sus hijos.

Tú debes ser un amante del Señor, no un amante del mundo. Inculca en sus corazones jóvenes la comprensión de que sufrir por el Señor es noble, y ser un mártir es glorioso.

Tú mismo necesitas ser un ejemplo para ellos. Háblales a menudo acerca de cuál es tu aspiración. Diles qué clase de cristiano anhelas ser. De esta manera puedes dirigir su ambición hacia aquello que es noble y glorioso.

  1. No estimules el orgullo de tus hijos

Además de la ambición exterior, los hijos también tienen problemas con el orgullo interior. Les gusta jactarse de su inteligencia, talento y elocuencia. Un niño puede hallar muchas cosas de las cuales presumir, imaginándose a sí mismo ser alguien muy especial. Los padres no deben reprimir a sus hijos, pero tampoco alimentar su orgullo.

Muchos padres de familia educan a sus hijos de manera errada, estimulando su vanidad. Cuando las personas elogian a tu hijo delante de él, debes decirle que hay muchos otros niños como él en el mundo. No alientes su orgullo, sino instrúyelo de acuerdo con la disciplina y amonestación del Señor. No dejes que pierda su autoestima, pero tampoco le permitas ser orgulloso. No debes dañar su autoestima, pero debes mostrarle cuándo se ha sobrevalorado a sí mismo.

A veces los jóvenes requieren de diez a veinte años de trato social antes de ser eficientes en el mundo laboral. Esto es una pérdida de tiempo precioso, y todo porque en el hogar fueron tan orgullosos e indulgentes que luego no pueden humillarse lo suficiente para desempeñar bien cualquier trabajo.

  1. Enseña a los niños a elegir

Es bueno dar a los niños la oportunidad de tomar decisiones cuando son todavía jóvenes. No tomes siempre decisiones por ellos en todo. Si haces eso, no sabrán cómo elegir por sí mismos. Por lo tanto, al criarlos, dales oportunidades de escoger. Permíteles expresar lo que les gusta o lo que les desagrada. Muéstrales si lo que ellos aprueban es lo correcto o no. Ayúdales a decidir acertadamente.

A algunos niños les gusta vestirse de un color, otros prefieren otro. Dales ocasión de escoger. Si no tienen este ejercicio no estarán aptos, cuando llegue la edad de casarse, para dirigir sus familias. Dales tanta ocasión como sea posible y también debes instruirlos acerca de su elección.

Conduce a tus hijos al Señor

Una manera de guiar a los niños al Señor es un culto doméstico efectivo. En el Antiguo Testamento, la tienda y el altar estaban unidos. En otras palabras, el hogar y la consagración están conectados; la oración de la familia unida y leer la Biblia en conjunto son indispensables.

  1. Practiquen un culto familiar al nivel de los hijos

Algunos así llamados cultos familiares son un fracaso, ya sea porque son muy largos o muy profundos. Los niños están presentes sin entender nada. No apruebo a las familias que nos invitan a predicar profundas verdades con los niños sentados allí.

A veces una reunión familiar se prolonga durante una hora o dos para considerar una verdad muy profunda. Esto es realmente un suplicio para los niños. Y a veces los padres no son sensibles a ello.

En una reunión hogareña, los niños deben ser la primera consideración. Esta reunión no es para ti, porque tú puedes adorar en la asamblea de iglesia. Nunca eleves el nivel en el culto familiar. Todo lo que se hace en conjunto en el hogar debe adaptarse al nivel de los niños y ser el más adecuado a su necesidad.

  1. Guía a tus hijos al arrepentimiento

Necesitas mostrar a tus hijos lo que es el pecado. Observa si ellos están arrepentidos. Llévalos al Señor. Cuando llegue el momento, ayúdales a aceptar al Señor en forma decidida. Luego, guíalos para que puedan participar en la vida de iglesia. De esta forma los conducirás al conocimiento real de Dios.

Disciplina con sabiduría

Si los niños hacen lo malo, deben ser disciplinados. No castigar a un hijo es un error.

  1. Usa la vara cuando sea necesario

Los niños deben ser corregidos. «El que detiene el castigo, a su hijo aborrece; mas el que lo ama, desde temprano lo corrige» (Prov. 13:24). Esta es la sabiduría de Salomón. Los padres deben aprender a usar la vara, porque es necesario.

  1. Castiga con justicia

Sin embargo, la disciplina debe aplicarse con justicia. Nunca castigues a tu hijo porque has perdido la paciencia o cuando estás de mal humor. Si castigas con ira, tú mismo estás mal. En ese momento no estás calificado para disciplinar a tu hijo. Primero necesitas aplacar tu ira delante de Dios.

  1. Muestra a los hijos su falta

En algunos casos, el azote es necesario. Pero debes advertir a tu hijo por qué él lo merece. Sin duda, él necesita la disciplina, pero también necesita que se le muestre su falta. Cada vez que castigues a tu hijo, debes señalarle cuál fue su error.

Traducido de Spiritual Exercise, cap. 34.