El papel del “hijo varón” en las postrimerías de esta era.

El libro de Apocalipsis es esencialmente un libro de revelación – la revelación de Jesucristo. Cuando leemos este libro no debemos olvidar jamás que ese es el asunto.

Pero esa es una revelación que debe ir siempre en aumento. No es que simplemente Dios nos reveló a su Hijo en el pasado, como un evento definitivo, completo y cerrado, sino que él comenzó a revelarnos a su Hijo, continúa revelando a su Hijo y va a seguir revelándolo hasta el fin, hasta que alcancemos el conocimiento pleno del Hijo de Dios.

El tiempo se acaba

Vamos a ir directamente a nuestro asunto. Dice el apóstol en el capítulo 10:1: «Vi descender del cielo a otro ángel fuerte…». Este ángel que aparece aquí es un ángel especial, porque cuando usted lee la descripción que el apóstol hace del ángel, descubre que algunas de sus características son las mismas del Señor Jesucristo.

Entonces, aunque no podemos asegurar que este ángel sea el mismo Señor, sí podemos decir que él viene representando al Señor. Y dice así: «Tenía en su mano un librito abierto; y puso su pie derecho sobre el mar, y el izquierdo sobre la tierra…». La tierra y el mar representan el mundo creado. El poner los pies sobre uno y otro significa que el ángel está tomando posesión de ambos de parte del Señor.

«…y clamó a gran voz, como ruge un león…» (v. 3). ¿Quién es el León de la tribu de Judá? El Señor Jesucristo. El ángel clama con la voz del león, porque lo que va a expresar es la autoridad del Señor Jesucristo. «Y el ángel que vi en pie sobre el mar y sobre la tierra, levantó su mano al cielo, y juró por el que vive por los siglos de los siglos, que creó el cielo y las cosas que están en él, y la tierra y las cosas que están en ella, y el mar y las cosas que están en él, que el tiempo no sería más» (10:5-6).

¿Recuerdan las palabras del Señor, el sentido de urgencia del libro cuando dice: «Ciertamente, vengo en breve»? El tiempo se acaba, y él viene. Y aquí el ángel dice que el tiempo no será más. ¿Qué tiempo es ése? Por supuesto, no se refiere al tiempo cronológico, sino al tiempo determinado para que el Señor establezca su propósito eterno.

¿Cuándo va a ocurrir esto? Versículo 7: «…en los días de la voz del séptimo ángel…». Aquí el ángel nos da una clave. No sólo nos dice que viene en breve, sino también nos dice cómo va a ser que el Señor vendrá en breve. Y nos dice que ese tiempo determinado por Dios para que se consume su plan y su Hijo Jesucristo regrese, se va a terminar cuando el séptimo ángel comience a tocar la trompeta.

La consumación del misterio de Dios

¿De qué trata ese misterio? Toda la obra de Dios que está en curso en este momento, lo que está siendo desencadenado desde el trono, lo que el Cordero de Dios está haciendo cuando desata los sellos y comienza a dirigir el rumbo de la historia, todo eso puede ser englobado en la expresión «la consumación del misterio de Dios». El misterio de Dios se está consumando, y nosotros somos parte de eso.

Vamos a ver de qué se trata ese misterio. Vamos a leer en Efesios, donde se nos habla del misterio de Dios de manera más clara y amplia en el Nuevo Testamento.

Efesios 1:9: «…dándonos a conocer el misterio de su voluntad…». La palabra misterio quiere decir algo que está escondido en el secreto del corazón de Dios, y que es inaccesible para cualquier criatura, incluida la raza humana. Nadie puede acceder al secreto de Dios, a menos que él mismo lo permita.

Cuando contemplamos las cosas que Dios ha creado, nos maravillamos, pero no sabemos por qué, a menos que Dios nos diga el por qué. Y el por qué está aquí, y esto es lo que él nos ha revelado. Dios ha dado a conocer este misterio al cuerpo de Cristo, a nosotros, que somos sus hijos. Y la razón de eso es porque nosotros tenemos un lugar especial en ese misterio.

«…dándonos a conocer el misterio de su voluntad … de reunir todas las cosas en Cristo…». ¿Cuándo? «…en la dispensación del cumplimiento de los tiempos…». ¿Qué dijo el ángel? «…que el tiempo no sería más». Una dispensación es un periodo de tiempo, una administración divina con un propósito determinado. Esa dispensación es la que estamos viviendo hoy, y es la dispensación del cumplimiento de los tiempos, es decir, aquella en que todo el misterio de Dios está siendo llevado a cabo hasta que se consume.

¿Y qué debe ocurrir? Dios se ha propuesto algo en este tiempo, en esta edad. Ésta es la obra presente de Dios: «Reunir todas las cosas en Cristo». Es el misterio que explica todas las obras de Dios desde el principio del tiempo hasta el final del tiempo. Es el misterio de las edades. ¿Cuál? Su Hijo Jesucristo.

«…el misterio de Dios se consumará…» (Ap. 10:7). Si el propósito de Dios es reunir todas las cosas en Cristo, quiere decir que cuando el misterio quede consumado todas las cosas se habrán reunido en Cristo, y Cristo será cabeza de todas las cosas.

Por eso dice: «…pero todavía no vemos que todas las cosas le sean sujetas» (Heb. 2:8). Cuando usted mira el mundo, ve que las cosas van de manera desordenada; cada hombre hace lo que quiere; parece que en el mundo la guerra, el dolor, el sufrimiento es lo que impera. Los hombres van y vienen, hacen una cosa y otra, pero no están sujetándose al Señor Jesucristo.

No hay nación que obedezca al Señor hoy día en este mundo. El trono del Señor está en el cielo; pero en la tierra los gobernadores de este mundo no obedecen al trono que está en los cielos. Y sin embargo, en eso está trabajando el Padre. Llegará el día en que todos los reinos de este mundo vendrán a ser del Señor Jesucristo.

Al final de esta dispensación, ¿qué va a ocurrir? «El séptimo ángel tocó la trompeta, y hubo grandes voces en el cielo, que decían: Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos» (11:15). Ahí se consuma el propósito, el misterio de Dios. El propósito de Dios es que finalmente toda autoridad, todo dominio humano, toda potestad, sea suprimida; que sólo haya una cabeza, un Señor, un Rey, que gobierne sobre todo y en todos – nuestro bendito Señor Jesucristo. ¡Gloria al Señor!

El misterio de Cristo

Pero necesitamos entender algo más. Porque Dios tiene preparado un instrumento, un medio, para conseguir ese fin. Ciertamente, el Señor Jesucristo tiene la autoridad para descender del cielo en este mismo momento y suprimir todo poder y dominio y sujetarlos a él mismo, y sentarse como Rey y Señor y gobernar sobre la tierra. Él puede hacer eso, pero no lo hace. ¿Por qué no lo hace?

Debemos conocer y entender los medios y las razones que permiten que el Señor Jesucristo descienda y venga a reinar a esta tierra.

El capítulo 11, cuando nos muestra la séptima trompeta, es como una visión de lejos; no se ve cómo esos eventos se desencadenan. Pero, a partir del capítulo 12, esa misma visión se va aproximando, y ahora sí vemos los eventos que harán que finalmente que los reinos de este mundo vengan a ser del Señor y de su Cristo.

Y aquí encontramos algo fundamental. Si el misterio de Dios es el Señor Jesucristo, también el Señor Jesucristo tiene un misterio. Y ese misterio es el que aparece aquí, y esto es lo que nos toca a nosotros en este tiempo.

«Apareció en el cielo una gran señal: una mujer vestida del sol, con la luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas» (12:1). Esta mujer que aparece aquí es una señal, y es un misterio. Tiene que ver con la consecución de ese misterio, para que Cristo llegue a ser cabeza, y todo sea suprimido y sometido al Señor Jesucristo. Y esta mujer forma parte del logro de ese propósito.

¿Quién es esta mujer? Es la iglesia, la novia de Cristo. La iglesia está llamada a jugar un rol fundamental en la consecución de este misterio. Y esta mujer aparece «…vestida del sol, con la luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas». Estos símbolos que aparecen asociados a esta mujer representan el carácter celestial de la iglesia.

Ella está vestida del sol. La iglesia existe y fue creada para expresar la gloria del Señor Jesucristo. Es una visión celestial, es la iglesia según los pensamientos de Dios.

El Padre revela al Hijo, y el Hijo revela a la iglesia. El Padre tenía un misterio escondido en su corazón desde las edades; ese misterio era su Hijo. Y el Hijo también tiene un misterio escondido; ese misterio es la iglesia.

Y también dice: «…con la luna debajo de sus pies». Ahora, observe, ¿qué son el sol y la luna? En el capítulo 1 de Génesis se nos dice que Dios hizo dos grandes lumbreras: la lumbrera mayor que es el sol, para gobernar el día, y la lumbrera menor que es la luna, para gobernar en la noche. La noche es el tiempo de las sombras, y el día es el tiempo de la plena revelación de la naturaleza de las cosas.

El sol representa al Señor Jesucristo. El Señor Jesucristo es la realidad. El sol tiene luz propia. La luna no tiene luz propia; ella simplemente refleja la luz del sol. Entonces, esta mujer representa la obra de Dios a través del tiempo, porque hay un Antiguo Pacto y un Nuevo Pacto; hay un pacto que es de la sombra y de la figura, y hay un pacto que es de la realidad.

Ese es un misterio que ahora es revelado, que de los dos pueblos Él hizo uno; que nosotros, los gentiles, somos coherederos y miembros del mismo cuerpo, y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio. De manera que esta iglesia gloriosa que aparece aquí resume en sí misma toda la obra de Dios en el mundo.

«…y sobre su cabeza una corona de doce estrellas». El número 12 representa el número del pueblo de Dios. En el Antiguo Pacto, el pueblo de Israel estaba constituido por doce tribus, y en el Nuevo Pacto, el nuevo Israel está fundado sobre doce apóstoles. Y así, la nueva Jerusalén, la expresión final de la iglesia, tiene doce puertas con los nombres de las doce tribus de Israel, y doce fundamentos, con los nombres de los doce apóstoles. Así es la iglesia en el propósito eterno de Dios.

La mujer encinta

Pero el versículo 2 nos dice algo fundamental. Esta mujer, gloriosa como es, llena de las riquezas de Cristo, esta mujer estaba encinta, y clamaba con dolores de parto.

Hay dolor, hay sufrimiento en ella. No sólo es gloriosa; la gloria está acompañada de dolor. Es un sufrimiento de parto. Y mientras más intensos y más próximos son esos dolores, significa que más pronto está para nacer el niño. Pero es una angustia que está acompañada de gozo, porque ella sabe que a través de ese dolor, un niño vendrá al mundo.

Para entender a esta mujer, vamos a ir a un ejemplo del Antiguo Testamento, en el primer libro de Samuel, capítulo 1.
Antes del libro de Samuel está Rut, y antes de Rut hay otro libro que es el punto donde comienza la historia de Samuel – el libro de los Jueces.

El último versículo del libro de los Jueces es el resumen del libro. «En estos días no había rey en Israel; cada uno hacía lo que bien le parecía» (Jueces 21:25). Cuando usted lee el libro de los Jueces, se va a dar cuenta de una gran tragedia: «Pero murió Josué … y toda aquella generación también fue reunida a sus padres. Y se levantó después de ellos otra generación que no conocía a Jehová, ni la obra que él había hecho por Israel» (Jueces 2:8, 10). Lo que había sido de tanta gloria, el establecimiento poderoso de la nación, comandados por Dios mismo, todo eso se había olvidado, y la nueva generación no sabía nada, ni conocía a Dios. Y entonces todo Israel cayó en una profunda depresión y derrota espiritual. Dios levantaba de tanto en tanto un juez para libertarlos; pero aun esos jueces no eran personas que llenaban una medida para Dios.

Pero observen: al principio de este libro hay una mujer: Ana. Una mujer que no puede tener hijos, y sufre. Al observar la situación de Israel en ese momento, esa mujer estéril representa a la nación misma de Israel, una nación que es incapaz de dar fruto para Dios.

Ana representa a esa nación, pero a la vez representa el dolor de Dios por esa nación. Porque el dolor de Ana por tener un hijo es el dolor de Dios por tener frutos a través de su pueblo. Ana llora, pero es Dios quien llora en Ana. Lea el cántico de Ana y va a descubrir que ella no sólo lloraba por tener un hijo, sino que lloraba por la tragedia de la nación.

Hay hombres y mujeres que son como Ana, que ven la necesidad de Dios, que lloran por lo que Dios llora, que gimen por aquello que el corazón de Dios gime: el deseo de Dios de producir un fruto para la gloria de su Hijo Jesucristo.

Pero observen lo que ocurre. El llanto de Ana atrae la atención de Dios sobre ella. Y Dios le da un hijo. Y Ana lo trae al templo siendo pequeñito, y lo entrega al sacerdote. Ana renuncia a su hijo y se lo da a Dios. Y ese niño crece en el templo.

«El joven Samuel ministraba a Jehová en presencia de Elí; y la palabra de Jehová escaseaba en aquellos días; no había visión con frecuencia» (1 Samuel 3:1). ¿Qué dice la Escritura cuando no hay visión? Cuando no hay visión, el pueblo perece. Se muere. Pero Dios llamó a Samuel siendo pequeño, siendo un joven.

«Samuel estaba durmiendo en el templo de Jehová, donde estaba el arca de Dios; y antes que la lámpara de Dios fuese apagada, Jehová llamó a Samuel; y él respondió: Heme aquí» (1 Sam. 3:3-4). Había una orden a los sacerdotes sobre la lámpara que ardía en el templo: no podía apagarse. Ellos debían mantener la lámpara encendida. Esa lámpara representaba el testimonio de Dios en la nación. Si ella se apagaba, significaba que la nación había muerto a los ojos de Dios.

Estaba a punto de morir, pero antes de que se apagara, allí había un niño, concebido en el dolor y la angustia de una mujer. Y ese niño fue usado por Dios para mantener la lámpara encendida.

«Y Samuel creció, y Jehová estaba con él, y no dejó caer a tierra ninguna de sus palabras. Y todo Israel, desde Dan hasta Beerseba, conoció que Samuel era fiel profeta de Jehová. Y Jehová volvió a aparecer en Silo; porque Jehová se manifestó a Samuel en Silo por la palabra de Jehová» (1 Samuel 3:19-21). Dios volvió a aparecer en medio de su pueblo.

El hijo varón

Ahora, en Apocalipsis 12, la mujer está encinta, clamando con dolores de parto. Ella va a dar a luz un niño que es como Samuel. Es un niño que viene para continuar adelante con los propósitos de Dios.

Pero, ahora, ¿qué es lo que da a luz la iglesia? Algunos hermanos, cuando leen esta parte del Apocalipsis, dicen: ‘Bueno, ese niño aquí es el Señor Jesucristo’. Claro, en cierto sentido, el Señor Jesucristo es el niño varón que nació de la mujer, de María, y se sentó en el trono de Dios. Pero acá, no es María – es la iglesia. Y la iglesia también tiene que dar a luz algo. ¿Y qué da a luz?

«También apareció otra señal en el cielo: he aquí un gran dragón escarlata, que tenía siete cabezas y diez cuernos, y en sus cabezas siete diademas; y su cola arrastraba la tercera parte de las estrellas del cielo, y las arrojó sobre la tierra. Y el dragón se paró frente a la mujer que estaba para dar a luz, a fin de devorar a su hijo tan pronto como naciese» (v. 3-4).

Este dragón es el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás. ¿Por qué se para frente a la mujer? La mujer va a dar a luz un niño, y ese niño tiene un propósito, tiene un destino marcado por Dios – va a ser arrebatado para Dios y para su trono.

Ese dragón es descrito con ciertas características. Tiene siete cabezas y diez cuernos. Eso nos habla de su poder mundial. Y él va hacer todo lo que esté en su mano para impedir que se consume el misterio de Dios en la tierra.

Y aquí está lo importante. La clave para que esto se consiga, para que Cristo se establezca finalmente como Rey supremo y Señor, y todas las cosas se sometan a él, es el niño que nace de la mujer.

Versículo 5: «Y ella dio a luz un hijo varón, que regirá con vara de hierro a todas las naciones…». El dragón lo quiere destruir, pero en el momento en que nace, «…su hijo fue arrebatado para Dios y para su trono».

Vamos a Apocalipsis 3:21 para ver un poco más esto. «Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono…». Aquí el Señor está diciendo algo más. No sólo él está sentado en el trono – él quiere que todos nos sentemos juntamente con él en el trono. Usted y yo, hermano, hemos sido llamados por el Señor a sentarnos con él en su trono.

«Al que venciere…». Por supuesto, para sentarse en el trono con el Señor, hay una condición, un requisito – hay que vencer. Por eso está el dragón, porque el niño antes de subir al trono tiene que vencer al dragón, y luego subir al trono.

¿Y qué dijo el apóstol Pablo? «Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en nosotros». El niño que nace de la mujer es Cristo formado en nosotros. La mujer da a luz hijos para Dios; la iglesia lleva en su vientre a los hijos que se sentarán a reinar con Cristo en su trono. Cristo reinará a través de su iglesia – los niños de Dios, que deben madurar, que deben alcanzar la estatura del varón perfecto, para reinar juntamente con Cristo.

Entonces, ¿podemos ver lo que el Señor está haciendo en este tiempo? Esta visión de Apocalipsis 12 es para la iglesia. Dios nos quiere mostrar algo de su corazón; él quiere formar a su Hijo en nosotros.

Esto es algo que debe ir de generación en generación, porque es el Señor quien quiere venir a ser formado en su iglesia, y por eso el hijo varón tiene que nacer. Pero recuerde, hay dolores de parto para que eso ocurra; tiene que haber un corazón quebrantado por el deseo del corazón de Dios. Como decía Pablo: «Porque el amor de Dios nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron…». ¿Para qué? «…para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos» (2a Cor. 5:14-15).

¿Para quién vives, hermano amado? ¿Para quién tienes familia? ¿Para quién tienes todo lo que tienes? ¿Es para el Señor? ¿No murió él y resucitó para ser Señor de todos?

Y aquí necesitamos otra advertencia. El mayor error que puede cometer cualquier persona que va a la guerra es subestimar a su enemigo. Nuestro enemigo es formidable. No es todopoderoso, ni es invencible; pero es formidable. Él tiene el dominio de los reinos de este mundo. Y no sólo eso: con su cola arrastra la tercera parte de las estrellas del cielo – una tercera parte de los poderes angelicales. Poderes superiores a todo lo que usted se imagina están al servicio del dragón y operan en este mundo para llevar a cabo sus planes malignos de destrucción, y están sobre la iglesia respirando amenaza y muerte sobre los niños de Dios.

No lo olviden, es una batalla que no ha terminado. Nunca un soldado debe relajarse en medio de la batalla. El que se relaja puede morir en cualquier momento. No dejemos que el enemigo nos gane ventaja.

Pero vamos a ver ahora la victoria del hijo varón. El versículo 12:5 nos aclara mejor el asunto. «Y ella dio a luz un hijo varón, que regirá con vara de hierro a todas las naciones». ¿Qué dice la Escritura sobre Jesucristo? Que él regirá con vara de hierro. Pero ahora nos dice que el hijo varón también regirá con vara de hierro.

El reino de Dios va a venir a la tierra a través de la iglesia. Esos hijos deben ser formados en el campo de batalla, en medio de la tribulación, en medio de una enorme presión.

Entonces, ¿cuándo el tiempo va a terminar? Cuando él tenga su reina preparada para reinar con él. El Señor necesita a la iglesia, y ese es el hijo varón que sube a reinar.

Entonces, aquí está la clave. El hijo varón sube, es colocado en el trono y como consecuencia de eso, dice el versículo 9: «Y fue lanzado fuera el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero; fue arrojado a la tierra». Eso significa que pierde su posición de dominio, y es finalmente despojado y arrojado a la tierra por medio de ese hijo varón. «…y sus ángeles fueron arrojados con él». No sólo él, sino sus potestades.

«Entonces oí una gran voz en el cielo, que decía: Ahora ha venido la salvación, el poder y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de su Cristo; porque ha sido lanzado fuera el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba delante de nuestro Dios día y noche» (12:10).

Recuerden cuál es el misterio de Dios que se consuma: «Los reinos de este mundo han venido a ser del Señor y de su Cristo…» (11:15). Pero ahora tenemos una visión de más cerca. Es por el hijo varón que sube al trono que el dragón es arrojado. Entonces, la venida del reino de Dios significa también la expulsión definitiva de Satanás de este mundo y de todos sus poderes asociados. Todo eso debe ocurrir por medio de la iglesia.

Las claves de la victoria

El versículo 11 nos da la clave de cómo vencer la batalla a la que somos llamados.

¿Cómo han vencido? «Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero…» (12:11). ¿Sabe qué significa eso? La preciosa sangre que nos limpia de todo pecado. Pero, ¿por qué está aquí la sangre? Porque la sangre significa que nosotros somos absoluta y totalmente impotentes para justificarnos a nosotros mismos delante de Dios.

Nunca tendremos méritos, nunca tendremos nada que presentar ante Dios para ser recibidos, acogidos y amados por Dios. La sangre significa que Dios, gratuitamente, nos recibe en Cristo Jesús.

Pero, ¿saben qué significa eso en una aplicación más práctica? Significa que no podemos venir a tener comunión con Dios a menos que vengamos vestidos de ese manto de justicia que Dios tejió para nosotros. No nuestras buenas obras, no nuestro buen comportamiento, sino la justicia de él. Pero en una aplicación más amplia significa que jamás vamos a tener méritos propios que presentar a los ojos de Dios.

Esto es algo muy sutil. Porque es tan fácil –y Satanás trabaja sobre eso– que comencemos a pensar que somos algo, que hay algo en nosotros de valor, que el Señor nos escogió porque algo encontró en nosotros, que él nos mira y nos ama porque encuentra que somos un poco diferentes, más obedientes o quizás más fieles, o porque quizás reaccionamos mejor a la palabra de Dios. Pero no es por eso; nunca va a ser por eso, porque no tenemos mérito alguno delante de Dios.

El día en que nuestros ojos se quiten de la sangre de Cristo, y dejemos de pensar que somos justificados sólo por el valor precioso de esa sangre, y somos amados, acogidos y recibidos sólo por esa misericordia y esa gracia incomparable de Dios, ese día vamos a comenzar a perder todas las cosas.

Segundo elemento: «…la palabra del testimonio de ellos…». ¿Cuál es nuestro testimonio? ¿Cuál es la palabra del testimonio de la iglesia? ¿Qué confesamos? Que Jesús es el Cristo. ¿Cuál fue la confesión de Pedro? «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente». Esa es la confesión que vence a Satanás.

¿Qué dijo el Señor? «Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia» (Mat. 17:17-18). ¿Qué roca? ¿Pedro? No, no es Pedro. La roca es la confesión de Pedro, el hecho de que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios viviente. «…y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella».

¡Todo el poder del infierno, todo el poder del Hades se puede estrellar contra la Roca, y no va a moverla un solo centímetro, porque es la Roca inconmovible y eterna de los siglos, es el bendito Señor Jesucristo, para siempre invencible! Satanás nos puede vencer todas las veces que quiera si nosotros nos paramos delante de él en nuestra fuerza, en nuestro poder y en nuestra capacidad; pero si usted se presenta en Cristo, no será removido jamás.

Esa es nuestra victoria. No es sólo la confesión. Es el hecho de vivir en esa confesión. Si decimos que Jesús es el Cristo, ¿qué queremos decir? Que es el Señor, que es el dueño, que es el Rey. Que él gobierna, que él domina. Entonces, no basta con decir: «Jesús es el Cristo». Tenemos que vivir en esta vida bajo la autoridad del Señor Jesucristo.

¿Por qué en estos años, en su gracia y en su misericordia, el Señor nos ha insistido tanto sobre la necesidad de que en cada localidad no haya como cabeza un solo hombre, y que en la obra de Dios no haya un solo hombre como cabeza? Porque existe una sola cabeza – Jesucristo. Él es la cabeza de la iglesia. Y para garantizar que él sea cabeza de la iglesia, no debe haber otras cabezas en ella.

No estamos interesados en la eclesiología; estamos interesados en Cristo el Señor. A él amamos. Queremos que él sea cabeza de todas las cosas, y debe comenzar por su casa y por su iglesia.

¿Quién es la cabeza de tu familia? ¡Jesucristo! Si tú no estás bajo la autoridad de Cristo, no eres nada en tu casa. Para eso estamos en este mundo – para que Cristo sea cabeza sobre todas las cosas.

Y el último paso dice: «..y menospreciaron sus vidas hasta la muerte». La obra de la cruz; la necesidad imperiosa de que la cruz trabaje en nuestras vidas. Este es el camino al trono, el camino al reino; es el camino a la madurez y a la plenitud. Pero es el camino de la cruz. Es el camino de la justicia de Cristo y no la propia; el camino del reino de Cristo, y no el propio. Y es el camino de la cruz de Cristo que nos lleva al trono.

¿Qué es la cruz de Cristo? «…menospreciaron sus vidas hasta la muerte». La muerte es el fin de nosotros mismos. Cuando morimos, nos acabamos, nos terminamos. Si usted muere hoy, sus planes, sus proyectos, todo lo que usted tiene pensado, se acaba. No hay más – llegó la muerte.

Para vencer al dragón, para traer la victoria de Cristo a este mundo, hay sólo un camino – menospreciar la vida hasta la muerte. Al ángel de la iglesia en Esmirna se le dice en Apocalipsis: «He aquí, el diablo echará a algunos de vosotros en la cárcel … y tendréis tribulación por diez días». Gracias al Señor, la tribulación está acotada; pero hay tribulación. Pero se le dice algo más. No se le dice: ‘Voy a libertarte, te voy a sacar de la cárcel después de diez días’, sino que se le dice: «Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida».

La corona de la vida está más allá de la muerte. La muerte es el fin de nosotros mismos; pero la muerte debe trabajar en todos los aspectos de nuestra vida, porque es menospreciar nuestras vidas «hasta la muerte».

¿Qué significa morir? Morir significa aceptar la obra de la cruz. La obra de la cruz significa que somos dejados de lado, que no somos tomados en cuenta. Todo eso es obra de la cruz. En la vida de la iglesia, si alguien quiere destacarse, debe saber que este no es un lugar para recibir gloria.

Está bien que nos estimulemos al amor y que nos amemos, pero para que Cristo pueda reinar y pueda formarse en nosotros, debemos menospreciar nuestras vidas hasta la muerte. La muerte tiene el poder de liberar la vida de Dios en nosotros. Si usted quiere conocer qué hay más allá de la muerte, usted tiene que pasar por la muerte.

Ahora, aquí hay un misterio glorioso. Cada uno de los hijos de Dios es como una semilla que tiene vida de resurrección dentro de ella. Pero esa vida no se manifiesta ni se libera hasta que muere. Cuando se muere, se libera la vida de resurrección, y esa vida de resurrección es la vida del reino, es la vida de la autoridad, es la vida del trono. Y entonces Satanás es sometido y es vencido.

Nosotros somos para Satanás como esas minas explosivas sembradas en un campo. Satanás va caminando, y cree que nos va a ganar, y nos está pisoteando, y ocurre que dentro de nosotros hay poder, y en vez de morir, estallamos. La vida que está en nosotros estalla en poder, y Satanás es vencido.

Hermano amado, no temas a la muerte. Los creyentes no debemos temer a la muerte, porque la muerte sólo consigue liberar la vida que está escondida dentro de nosotros. La muerte no te puede destruir.

La muerte simplemente libera el poder de la resurrección que está encerrado en cada uno de nosotros. Tú, hermano; tú, hermana, tienes poder de resurrección, la misma vida que resucitó a Cristo de los muertos está dentro de ti, y si la muerte viene sobre ti, tienes que saber que esa muerte simplemente va a liberar la vida escondida en ti. Amén.

(Síntesis de un mensaje impartido en el Retiro de Callejones, 2008).