Reflexionando sobre la iglesia como el lugar donde los cielos y la tierra se encuentran.

Esto te escribo, aunque tengo la esperanza de ir pronto a verte, para que si tardo, sepas cómo debes conducirte en la casa de Dios, que es la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad».

– 1ª Tim. 3:14-15.

En el caminar de la iglesia, hay un gran peligro en que las verdades espirituales se transformen en mera retórica, en una religión muerta, vacía y sin sentido. De esta manera, los mensajes, las reuniones, el partimiento del pan, la adoración, la comunión, todas esas cosas, pueden adquirir un carácter superficial.

Sal insípida

Podemos, inconscientemente, endurecer nuestro corazón a las verdades cristianas, y de cierta forma perder la sensibilidad, el discernimiento espiritual, de manera que todas las cosas espirituales se vuelvan una mera rutina en nuestras vidas. Esto es muy peligroso. Si no somos ayudados por el Espíritu Santo, si él no tiene camino en medio de nosotros, nos volveremos una sal insípida.

Entonces, en un tema como éste, necesitamos estar llenos del temor del Señor y tomar con mucha seriedad la palabra del Señor, procurando aplicarla a nuestra vida personal y congregacional. Necesitamos osadía para hacer esto, porque nuestro enemigo trabaja en todo tiempo para mantenernos en la superficialidad; todo su esfuerzo es para diluir la verdad y conformarnos con cosas triviales. La vida cristiana, el mensaje, las reuniones, por más gloriosos que ellos sean, se volverán solo mero entretenimiento para nuestra satisfacción religiosa.

El Señor nos ayude a tomar este asunto con mucho celo. Este no es un tema para entretenimiento, sino para clamar al Señor a fin de que nos dé la realidad de esto en nuestras vidas, a partir de nuestros relaciona-mientos más íntimos, en nuestro propio hogar, en la comunión de la iglesia, en todas las esferas.

Realidad más elevada

Ya hemos visto en 1ª Timoteo 3:14-15 que la iglesia es la casa de Dios. Pablo usa dos figuras para ilustrar esto – la columna y el baluarte. La columna tiene que ver con la conexión entre los cielos y la tierra, y el baluarte tiene que ver con esa estructura indestructible. La iglesia tiene esta conexión celestial y esta firmeza indestructible. Eso, por sí solo, nos dice que la iglesia es algo especial, algo que no tiene nada que ver con el carácter de este mundo. Su naturaleza no es mundana, su vivir no tiene nada que ver con los patrones de este mundo, su mentalidad no debe ser secularizada.

Toda la realidad de la vida de la iglesia es estrictamente celestial y espiritual. Por más que tengamos realidades prácticas, y aunque estemos limitados por el tiempo y por el espacio, nosotros debemos tener una única certeza – la iglesia vive en una esfera más elevada, en una realidad espiritual más elevada.

El sueño de Jacob

Entonces, el Espíritu Santo nos va a conducir por su Palabra. Y el primer ítem que agregamos a esta verdad que Pablo menciona está en Génesis capítulo 28, en la maravillosa experiencia del sueño de Jacob. Aquél no es meramente un sueño, sino una gran revelación de Dios.

Jacob vio una escalera que tocaba los cielos y la tierra, vio a Dios sentado en la cima, y asombrado dijo: «Este lugar es casa de Dios y puerta del cielo». Aquí tenemos un ítem más. La iglesia no es solo la conexión entre los cielos y la tierra, no es solo esta fortaleza, sino que ella es aquí en la tierra una puerta celestial, donde están ocurriendo grandes movimientos celestiales.

Nuestra vida cristiana práctica, en todas sus esferas, está limitada a esto. Solo cuando entendemos este cielo abierto, cuando entendemos que estamos en una posición elevada en este mundo, a pesar de que nuestros pies estén aquí, nuestro corazón está en una posición más elevada. Si así vemos la iglesia y la vida cristiana, entonces estamos de acuerdo con los pensamientos de Dios, con el patrón de Dios.

En el capítulo 1 del evangelio de Juan, a partir del versículo 43 hasta el 51, el Señor traduce para nosotros lo que él le mostró a Jacob, en aquel encuentro del Señor Jesús con Natanael.

A primera vista, Natanael no le dio mucha importancia a la invitación de Felipe. «¿De Nazaret podrá salir algo bueno?». Felipe le dijo: «Ven y ve». Y cuando se acercaban al Señor, en su omnisciencia perfecta, él reveló algo del corazón de Natanael. Jesús dijo que en aquel corazón había un hombre sincero. Natanael quedó muy sorprendido con las palabras del Señor, y le dijo: «Señor, ¿de dónde me conoces?».

El Señor no solo desveló su corazón, sino que le mostró que él lo conocía desde antes. Tal vez asombrado como Jacob, allí estaba Natanael ante el Señor. Y entonces el Señor dijo: «De cierto, de cierto os digo: De aquí en adelante veréis el cielo abierto, y a los ángeles de Dios que suben y descienden sobre el Hijo del Hombre».

Nuestro Señor Jesús lanza luz al interpretar el sueño de Jacob. Pero no solo eso. Él pone un ítem de realidad espiritual en la interpretación de aquel sueño. Esto es importante para nosotros desde el punto de vista práctico, porque lo que el Señor Jesús describe aquí es lo que está aconteciendo con nosotros ahora.

Cielo abierto

Si vamos a Hebreos capítulo 10:19-25, veremos esta realidad de manera más amplia. En este texto, el autor dice que tenemos que usar de osadía, de confianza, de intrepidez, para entrar en el Lugar Santísimo, por el camino nuevo y vivo que el Señor Jesús nos abrió a través de su cuerpo. En esta sección de Hebreos 10, nos queda claro que, entre nosotros –la iglesia del Señor Jesús– y el trono de Dios, hay un cielo abierto.

¿Y por qué es que ese cielo está abierto? Porque hay una escalera, y esa escalera es el camino. El Señor Jesús dice: «Yo soy el camino». Pero hay algo muy glorioso detrás de este camino. Nosotros tenemos este camino, porque tenemos un gran sumo sacerdote sobre la casa de Dios. Entonces, al examinar con cuidado los versículos 19 al 25 de Hebreos 10, vemos un camino abierto, los cielos abiertos, y vamos a encontrar la casa de Dios y a ese gran sumo sacerdote.

Él está aquí, porque él es la garantía de nuestra osadía. Solo tenemos confianza, esta gran libertad de entrar en los más altos cielos, por causa de él. Porque dos cosas siempre impidieron que nosotros tuviésemos comunión con Dios – nuestros pecados, y la culpa.

Muchas veces hemos mirado el pecado de una manera errada. Nosotros buscamos entender la cuestión del pecado, tanto de «el pecado» en singular, que habla de nuestra naturaleza, como de «nuestros pecados», que son los frutos de nuestra propia carne. Pero existe otro problema que muchas veces no vemos.

Venciendo la culpa

A veces, inconscientemente, nos sentimos inseguros, afligidos y, a causa de este mal oculto, perdemos nuestra osadía, y nos quedamos mirando al pecado. El problema no es el pecado, sino la culpa. Satanás pone un peso de culpa. Y esa culpa provoca dudas, como si tú no confiases que Dios te perdonó. Pero él ya nos perdonó, y su perdón es para siempre, total e incondicional. Eso es maravilloso. Nuestros pecados han sido perdonados; hemos sido liberados de nuestra culpa.

Cuando la Biblia dice que Dios ha enviado nuestros pecados al mar del olvido (Miqueas 7: 18-19), que él no se acordará nunca más de ellos (Hebreos 10:17), no es que Dios tenga problemas de memoria, sino que él nunca más nos cobrará una deuda que él ya pagó. Entonces podemos entrar y regocijarnos, porque los cielos están abiertos sobre este lugar. Podemos acercarnos a Dios y hablar con él cara a cara. ¡Gracias a Dios por Cristo Jesús!

«Éste templo»

Esos han sido los puntos ya abordados. Ahora necesitamos el capítulo 2 del evangelio de Juan, para poder  entender de manera más clara lo que el Señor nos dice en el versículo 51 del capítulo 1.

«Estaba cerca la pascua de los judíos; y subió Jesús a Jerusalén, y halló en el templo a los que vendían bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas allí sentados. Y haciendo un azote de cuerdas, echó fuera del templo a todos, y las ovejas y los bueyes; y esparció las monedas de los cambistas, y volcó las mesas; y dijo a los que vendían palomas: Quitad de aquí esto, y no hagáis de la casa de mi Padre casa de mercado. Entonces se acordaron sus discípulos que está escrito: El celo de tu casa me consume. Y los judíos respondieron y le dijeron: ¿Qué señal nos muestras, ya que haces esto? Respondió Jesús y les dijo: Destruid este templo, y en tres días lo levantaré. Dijeron luego los judíos: En cuarenta y seis años fue edificado este templo, ¿y tú en tres días lo levantarás? Mas él hablaba del templo de su cuerpo. Por tanto, cuando resucitó de entre los muertos, sus discípulos se acordaron que había dicho esto; y creyeron la Escritura y la palabra que Jesús había dicho» (Juan 2:13-22).

Existen algunos detalles en este pasaje que necesitamos extraer con sumo cuidado. Primero, en el versículo 14, vemos la palabra templo. Aquí, significa un lugar sagrado para sacrificios. En el original, el término significa solo eso, un lugar separado para sacrificios. Sin embargo, en el versículo 19, Jesús dice: «Destruid este templo», y el término que usa aquí es diferente al anterior. Esta vez, la traducción es la misma de Apocalipsis 11:1, «santuario de Dios». En Juan 2:19, la palabra templo es la descripción del Lugar Santísimo. Note las diferencias de estas dos palabras. Esto es muy importante.

A veces ocupamos unos segundos en leer esta porción de las Escrituras, pero si tú buscas conocer la mente de Dios, son necesarios muchos más que algunos minutos. Se necesita tiempo a los pies del Señor, para que él ponga inspiración en el corazón y nos dé revelación de esto. Cuando él te dé revelación, te dará la interpretación, te llevará a la aplicación y así crecerás espiritualmente en la Palabra. Nosotros no leemos la palabra de Dios para tener conocimiento, sino para tener experiencia con Dios mismo.

Vean la diferencia entre estos dos vocablos. Cuando el Señor Jesús dice: «Destruid este templo», él se está refiriendo al santuario de las moradas del Altísimo. Vean en el versículo 21. Juan dice que él estaba haciendo referencia a su propio cuerpo, porque, cuando él estuvo aquí en la tierra, él era el lugar de la habitación del Padre, el lugar donde los cielos y la tierra se encontraban.

Durante el bautismo del Señor, los cielos se abrieron sobre él. El Espíritu Santo vino en la forma corpórea de una paloma, y la voz de Dios vino sobre él. «Este es mi Hijo amado, en el cual tengo complacencia». La expresión «en quien tengo complacencia» significa «que en mí provoca emociones».

Cuando el Señor Jesús estuvo en la tierra, él era el santuario de la morada de Dios, el único lugar en la tierra donde el Padre se sentía emocionado. En él, el Padre tenía toda su satisfacción. Porque durante toda la eternidad, cuando no había nada ni nadie, sino solo el Padre, el Hijo y el Espíritu, estas tres benditas personas vivían una gloriosa comunión, la mayor descripción de un relacio-namiento que existe.

El Padre y el Hijo vivían el uno para el otro; no había diferencia alguna entre ellos. El Padre tributando amor eterno a su Hijo como el objeto eterno de su amor, eternamente. El Padre nunca necesitó de nada, porque todo su deseo era satisfecho en su Hijo. Pero un día el Padre se despojó de todo ello, por causa de ti y de mí. Él se despojó de su único Hijo, de su mayor placer, por causa de nosotros.

Pericoresis

Quien quiera estudiar la historia de la iglesia, lea la historia de los llamados ‘padres capadocios’, Gregorio de Nisa y Gregorio Nacianceno, que escribieron sobre este grandioso asunto, buscando entenderlo de manera más íntima. No hubo otros eruditos que pudiesen tocar esto de manera más profunda. El nombre de esta relación eterna es pericoresis (gr. peri: entorno; coresis: danza), y se refiere a la comunión del Padre con el Hijo como la danza del uno en torno del otro. Es algo muy maravilloso.

Algunos teólogos latinos mencionan una palabra similar, que significa que había una fuerte interpenetración de estas benditas personas en sus afectos, en su amor, en su gloria. Esto es algo muy precioso, porque, cuando tú puedes estudiarlo, empiezas a darte cuenta del propio corazón de Dios; por qué fue que él se despojó para alcanzarnos a ti y a mí.

El perdón de nuestros pecados no es el punto más elevado de esta redención. Pero sí es verdad que un día, tú y yo podremos ser parte eternamente de esta gran pericoresis. Un día, nosotros también estaremos eternamente con ellos, siendo amados de la misma forma que el Señor Jesús fue amado por el Padre. Qué tremenda realidad es ésta. Y esta realidad tan gloriosa solo puede ser experimentada en la vida de la iglesia, la casa de Dios.

Doctrina profunda

La casa de Dios no es un tema retórico, sino una doctrina muy profunda y gloriosa. Nos falta conocimiento para poder entrar en las esferas más profundas de esta doctrina; pero, hasta donde el Espíritu nos esté permitiendo ver, nos deja asombrados. El Espíritu Santo nos ayude, para que podamos captar esto y tener un mayor gozo en el corazón, porque no solo veremos la iglesia, sino que buscaremos vivir la vida de iglesia de una manera más centrada en Cristo Jesús.

En los versículos 15 al 17, vemos al Señor Jesús haciendo un azote y expulsando a todas aquellas personas del templo. Para muchos, esto es curioso, porque él estaba viendo una cosa, pero la realidad era mucho mayor que aquello. Allí había un templo real, pero había una realidad mucho mayor que aquel templo físico, y aquella realidad mucho mayor estaba dentro de Jesús, en el pensamiento del Padre.

Nuestro Señor Jesús vio aquel templo y aquel tráfico de personas vendiendo animales para sacrificio, mientras otros cambiaban dinero. Había gran movimiento de dinero; las personas venían de todos los lugares a aquel mercado. El Señor los expulsó a todos. ¿Será que él estaba preocupado con aquel edificio? De ninguna manera.

El versículo 17 dice: «El celo de tu casa me consume». Cuando nuestro Señor Jesús estuvo aquí en la tierra, había algo que le consumía – el celo por la casa de Dios. ¿Por qué esto le consumía? Porque era muy importante para él, y era muy importante para el Padre. No era algo trivial; era un asunto vital de su ministerio.

Levantar

Otro detalle. En el versículo 19, Jesús dice: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré». La palabra levantar aparece 134 veces en el Nuevo Testamento. Especialmente en el evangelio de Mateo, en el original, aparece 33 veces, y 11 de ellas se refieren a la resurrección. Entonces, él está diciendo aquí que este cuerpo de su carne, este santuario de Dios, entraría en la muerte.

Fue necesario esto, que el Señor no solo venciera al mundo y a la carne, sino también a la muerte. En la cruz, no fue la muerte quien le mató, sino él quien mató a la muerte.

Para tener esta casa espiritual, según el pensamiento de Dios, el Señor venció al mundo, a la carne y a la muerte, y también al diablo y su imperio. Por esta razón, él dice que las puertas del Hades no prevalecerán contra esta casa espiritual.

Él entró en la muerte. «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu… Consumado es». Gracias a Dios por eso. El entró en la muerte, y resucitó. Y ahora hay una casa espiritual, que fue generada en el poder de la vida de resurrección.

Esta es la mayor expresión del poder de Dios – el poder de la resurrección.

La casa de mi Padre

Ahora necesitamos un pasaje más para poder interpretar los textos que ya hemos citado. Vemos la conexión que existe aquí. Necesitamos de esta porción del capítulo 2 de Juan para tener más luz sobre los versículos 50 y 51 del capítulo 1.

Un detalle más, antes de seguir avanzando. En el versículo 16, cuando él dice: «No hagáis de la casa de mi Padre casa de mercado», hay un principio interesante. Los eruditos de la Palabra, al examinar el evangelio de Juan, descubrieron muchos aspectos de este evangelio que no se hallan en otro lugar de la Biblia, ni aun en los otros evangelios. Por eso, el evangelio de Juan es llamado «el evangelio místico».

Entre los asuntos intrigantes de este evangelio, se descubrió que existen en él algunas palabras y frases que solo figuran dos veces en toda la Biblia. Cuando ellos percibieron esto, vieron que estas expresiones formaban un conjunto, como si una fuese una puerta y la otra una llave. Y, cuando se logra juntar estas dos palabras, se tiene una apertura para una revelación.

La frase «la casa de mi Padre», aparece una vez más. Podemos usarla como un puente para avanzar en el evangelio de Juan y buscar más luz sobre lo que él está diciendo en el capítulo 2 y en el capítulo 1. Entonces, cuando lees el capítulo 1, tienes la interpretación del capítulo 28 de Génesis. Cuando lees el capítulo 2, tienes una realidad mayor de aquello que él interpretó en el capítulo 1. Porque él va a poner fundamentos, y va a hacer, a partir de lo que habla en el capítulo 2, que este asunto de la casa de Dios se manifieste en mayor grandeza en todo el Nuevo Testamento.

Ahora, en el capítulo 14 del evangelio de Juan, leemos: «No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros» (Juan 14:1-2).

Presten atención a los detalles en estos dos textos. Primero, en la frase «la casa de mi Padre». Él habla en el capítulo 2 sobre «la casa de mi Padre», la cual es él mismo, es el santuario de su cuerpo, el santuario que entró en la muerte y resucitó.

Una casa, muchas moradas

Ahora, tenemos aquí algo muy especial, porque el Señor describe algo más. «En la casa de mi Padre muchas moradas hay». Descubrimos que esta es una casa que tiene muchos ambientes. Solo tiene un morador, el Padre. Esta casa del Padre puede ser descrita de maneras diferentes.

Por ejemplo, para el Padre es una familia constituida de muchos hijos hechos a imagen de su Hijo. Para su Hijo, es una novia, para su satisfacción eterna. Y para el Espíritu Santo, es un santuario, para su gloria y habitación eterna. Esta es la perspectiva eterna de la casa del Padre.

«En la casa de mi Padre muchas moradas hay», porque cada uno de nosotros componemos este cuadro. Cada uno de nosotros somos parte de esas moradas. Si la casa es del Padre, es él quien va a habitarlas. Cuando yo era niño, en la escuela bíblica, la lección sobre la nueva Jerusalén era que nosotros iríamos a morar en ella. Pero esa no es la verdad bíblica. La verdad es que nosotros seremos la nueva Jerusalén, la obra maestra del Hijo de Dios, y el propio Dios nos habitará eternamente.

Preparar

Veamos algunos detalles. Observen la frase: «Voy a preparar lugar para vosotros». Subrayen la palabra «preparar». En el Nuevo Testamento hay dos textos que, de manera muy especial, amplían la comprensión de esta palabra. Porque el sentido de esta palabra, de acuerdo con el original, es algo muy glorioso.

Hebreos 11:16. «Pero anhelaban una mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad». Ahora, Apocalipsis 21:2 interpretará Hebreos 11:16. «Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta (preparada) como una esposa ataviada para su marido». Aquí, la palabra «preparada» es el mismo término.

Al leer estos dos textos y volver a Juan capítulo 14, oímos al Señor Jesús decir: «Voy a preparar lugar para vosotros». Esto, por sí solo, ya es una frase muy profunda. Tenemos que estudiar todo el capítulo 21 y 22 de Apocalipsis, para entender la palabra «preparar». Porque Hebreos 11:16 tiene que ver con esta santa ciudad, la nueva Jerusalén, la novia, la esposa del Cordero. Qué cosa tan preciosa tenemos en Juan 14:2. Solo un versículo, pero con tanta grandeza y profundidad.

El que me ama…

Pongan atención a la palabra «moradas». Una palabra de significado muy especial. Al estudiar el evangelio de Juan, ella aparece solo una vez más en el capítulo 14. El versículo 23, dice: «El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él».

No podemos leer nada en la palabra de Dios de manera simplista. Necesitamos mucha ayuda del Espíritu Santo, porque todo está conectado. Este Libro es único, y aquello que nuestro Señor Jesús dice es un grado elevado de revelación mucho más profundo.

Pongan atención a estas palabras. «El que me ama…». Aquí hay un ítem importante, que revela nuestros afectos. ¿Tú amas a Dios? ¿Cuál es la prueba de tu amor por él? ¿Cómo podemos, de hecho, probar nuestro amor por Dios? ¿Leyendo la Biblia, buscando la comunión unos con otros, orando, adorando? Esas cosas son muy importantes; pero ellas son consecuencias de un verdadero vivir cristiano.

Existe algo que el Señor nos advierte. Él dice: «El que me ama, mi palabra guardará». Este «guardará» tiene el sentido de tomar alguna cosa muy preciosa y ponerla en un lugar elevado, para que no se pierda, para que no quede tirada. Esta es una palabra muy importante. «El que me ama, mi palabra guardará». ¿Cuál es la consecuencia de guardar, de tener celo por su palabra? Es ser esta morada de Dios. Hermanos, guarden esto. Esto es muy serio.

Figura  tenebrosa

No puedo dejar de agregar algunas cosas. ¿Ustedes recuerdan la carta a Laodicea en Apocalipsis 3? Aquella iglesia es una figura del cristianismo degradado, de una iglesia fría, indiferente, aunque era una iglesia que se sentía rica, quizás no solo en un sentido material, porque ella no sentía falta de nada, ni siquiera de valores espirituales, creyendo tenerlo todo. Ella parecía tener muchos dones, quizás estaba muy feliz con su vida de oración, pensando haber llegado a los niveles más altos de la oración.

Laodicea era muy próspera; todos sus miembros estaban felices. Todo funcionaba para ellos. Pero había un detalle. Al comparar Laodicea con Filadelfia, el Señor dice a Filadelfia: «He puesto delante de ti una puerta abierta». Esta puerta abierta, al mirar a Génesis 28 o a Juan capítulo 1, es el propio camino celestial. En Filadelfia, los cielos y la tierra se encontraban.

El Señor les dice que, aunque eran una iglesia que se sentía muy débil, ellos amaban y guardaban la palabra de Dios. Pero al mirar a Laodicea, vemos que el Señor está afuera. Este es el cuadro más triste, la figura más tenebrosa de la Biblia. Si la casa es suya, ¿por qué él está tocando para entrar? ¿Quién le cerró la puerta? La indiferencia, la frialdad, el orgullo espiritual, apartan al Señor de nosotros.

Esto es muy triste. Cuando lees Apocalipsis 3:20, y consigues ver según los ojos del Señor, no puedes evitar el llanto. Ves al Señor afuera, llamando a la puerta de su propia casa, la casa que él mismo edificó y por la cual él dio su vida. ¿Será así nuestro corazón? ¿Será esa nuestra vida? ¿Será que tenemos un corazón endurecido de falsa espiritualidad? ¿Será que tenemos un ateísmo inconsciente dentro de nosotros, una religiosidad periférica, una fe superficial?

Hermano o hermana, si tú te encuentras hoy en este estado, ve a los pies del Señor; permite que él destrabe tu corazón, y que él pueda entrar y cenar contigo hoy. Hoy puede ser un día especial. No sigas con ese corazón de Laodicea.

Guardando su Palabra

Hay otro punto acerca del cual quiero llamar también tu atención. El Señor dice: «El que me ama, mi palabra guardará». Esto es algo muy serio. En Mateo capítulo 7, hay algo muy importante, cuando el Señor está concluyendo su Sermón del Monte. Antes de eso, él hace dos advertencias.

«No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad» (v. 21-23).

A partir del versículo 24, él dice: «Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca … Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena; y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina» (v. 24, 26).

El Señor habla de cosas prácticas. Observen la expresión: «…y fue grande su ruina». La palabra ruina, aquí, es la expresión que describe el último estado de un cuerpo en descomposición. Me impresiona mucho que el Señor utilice esta palabra, porque es una descripción muy triste. Esto nos indica cuán seria es la palabra del Señor.

Nosotros no podemos solo amar a los hermanos e ir a las conferencias simplemente para encontrarnos con los hermanos. Eso es agradable, pero tiene que haber algo más. Debemos tener responsabilidad con el hablar del Señor; debemos albergar su Palabra de manera íntima dentro de nosotros. Esto es muy serio, porque si menospreciamos la palabra del Señor, él también nos despreciará.

Cuando unimos los versículos 21 al 23 con los versículos 24 al 29, vemos que el Señor está abordando las mismas cosas. Solo hay una forma de hacer la voluntad del Señor – edificando nuestra vida sobre la Roca. ¿Cuál es la característica de una vida edificada sobre la Roca? Aquel que ama la Palabra, procurará practicarla, porque el propósito de ella es la práctica espiritual de la vida de Dios. Nosotros no somos capaces de eso; pero el Espíritu Santo nos ayuda, pues él camina con nosotros.

Para concluir, quiero dejarles un pasaje para leer con sumo cuidado. Jeremías 36. Este capítulo nos explica el sentido práctico de lo que el Señor dice en Mateo capítulo 7 sobre aquellos que oyen sus palabras y no las practican. El Señor nos muestra aquello que está en Juan 14, porque aunque vivamos la vida cristiana con todas nuestras fuerzas, si no amamos la Palabra y no somos serios al respecto, no tendremos un compromiso firme con ella.

La ruina de Joacim

Antes de ir a Jeremías, examinemos algo notable en Mateo 1:11. «Josías engendró a Jeconías y a sus hermanos, en el tiempo de la deportación a Babilonia». Ahora, veamos 1 Crónicas 3. Si eres celoso en el estudio de la Palabra, coloca junto a Mateo 1:11 este versículo, porque algo tiene que llamar tu atención aquí.

1 Crónicas 3:15-16: «Y los hijos de Josías: Johanán su primogénito, el segundo Joacim, el tercero Sede-quías, el cuarto Salum. Los hijos de Joacim: Jeconías su hijo, hijo del cual fue Sedequías». Vemos que en Mateo 1, Josías engendró a Jeconías. Y la genealogía de Crónicas es la misma genealogía de Mateo 1. Entonces, no fue Josías quien engendró a Jeconías, sino Joacim. ¿Por qué Joacim no aparece en la genealogía del Señor Jesús? Se necesita de 1 Crónicas capítulo 3 y luego Jeremías 36, para entender Mateo 1:11.

La Biblia dice que, en el cuarto año del rey Joacim, el Señor dio una palabra a Jeremías, y pidió que uno de sus compañeros la escribiese. Judá vivía entonces el peor estado de su apostasía. Esta palabra fue escrita, y leída delante de todo el pueblo.

Al oírla, hubo gran conmoción en todo el pueblo, y aun los príncipes de Judá quedaron muy impresionados, y a su vez pidieron que ella fuese leída delante del rey Joacim.

Sin embargo, el rey tomó el rollo, lo rasgó con un cortaplumas y lo arrojó al fuego. «Y no tuvieron temor ni rasgaron sus vestidos el rey y todos sus siervos que oyeron todas estas palabras» (ver Jer. 36:20-24).

Entonces, ¿por qué Joacim fue quitado de la genealogía del Señor Jesús? Porque él despreció la palabra de Dios. El Señor dice: «…y fue grande su ruina», y «Nunca os conocí; apartaos de mí hacedores de maldad». No hay mayor ruina que ésta.

Este asunto de la casa de Dios es algo muy glorioso, que estremece nuestros corazones; pero también es un tema que implica grandes exhortaciones. Que el Espíritu de Dios triunfe sobre nuestras vidas, a través de su Palabra. Amén.

Síntesis de un mensaje oral impartido en Rucacura (Chile), en enero de 2014.