La verdadera carga de Dios se expresa en un genuino servicio a los santos.

…y además de otras cosas, lo que sobre mí se agolpa cada día, la preocupación por todas las iglesias. ¿Quién enferma y yo no enfermo? ¿A quién se le hace tropezar, y yo no me indigno?”.

– 2ª Cor. 11:28-29.

A la luz de estos versículos, vemos que el apóstol Pablo tenía un sufrimiento interior profundo, pero que no era debido a sus muchos padecimientos. La causa de su aflicción eran las iglesias, los problemas que había entre los hermanos. Lo otro, esa serie de padecimientos que él experimentó, y que se mencionan en el contexto de estos versículos, los menciona casi al pasar. La tristeza de su alma, los desvelos de su corazón, todo, era por las iglesias.

¿Qué es la obra de Dios en un determinado lugar? La obra de Dios no es un slogan. No es un mero decir. No es algo tan místico o abstracto. La obra de Dios en un determinado lugar son personas, hombres y mujeres que sufren. Son hombres y mujeres relacionándose juntos, y con el Señor. Por lo tanto, los siervos del Señor tenemos delante de Dios la responsabilidad de ayudar a los hermanos, bendecirlos, estar con ellos, sufrir con ellos. Si es necesario, llorar; si es necesario, padecer.

La carga de Dios

La carga de Dios en un siervo no es querer exhibir sus conocimientos o ser reconocido por sus dones. La carga de Dios tampoco es criticar la obra en un determinado lugar. A veces menospreciamos y criticamos a los hermanos y tenemos incluso la osadía de decir: “Es que el celo de Dios por su casa me consume, y por eso digo esto”. Pensamos que es celo de Dios, que es carga espiritual, pero eso no es carga de Dios. Eso es una crítica que sólo contribuye a desalentar a los hermanos.

La carga de Dios en los obreros no consiste en hacerse superiores a sus hermanos, ni en tener siempre la última palabra. No; la carga de Dios es sufrir por causa de la obra cuando ésta no prospera, es sufrir por las familias que sufren, o por los hermanos que no se reciben unos a otros. La carga de Dios en los siervos no es querer reprender a un hermano y avergonzarlo delante de toda la iglesia. Es tener un dolor por dentro, como el Señor Jesucristo al ver que los suyos estaban dispersos, por más que él quería juntarlos como la gallina a sus polluelos. La carga de Dios es sufrir de verdad por la obra en un determinado lugar, es padecer con los hermanos, es sentir preocupación por ellos cada día. Es unir los corazones que se menosprecian. Es ser un pacificador entre hermanos que están en discordia.

La carga de Dios en los siervos del Señor no es querer exhibirse predicando sermones hermosos para favorecer nuestro ministerio. Muchas veces no hay tiempo para predicar, ni para preparar mensajes. A veces, no hay tiempo ni siquiera de leer la Escritura: hay que clamar de rodillas, porque es tal la carga que es mejor orar y esperar en el Señor. Entonces hay que salir a visitar, no con la Biblia bajo del brazo, sino con la ternura de Cristo en el corazón, con la cual él se compadece de los suyos.

A menudo malinterpretamos la carga de Dios, el celo de Dios. Pensamos que el que golpea más fuerte la mesa es el más celoso por la obra de Dios. O que el que parece que tiene las cosas más claras, y muestra rasgos de líder, ¡él sí que tiene carga de Dios! Pero la carga de Dios es otra cosa.

“¿Quién enferma y yo no enfermo?”. El verdadero siervo vive lo mismo que está viviendo la iglesia. Si una familia está enferma –sea de alguna enfermedad física o del alma–, él también está enfermo. Su ánimo casi desmaya, no porque él en sí mismo sea tan débil, sino porque hay alguien padeciendo.

“¿Quién enferma y yo no enfermo?”. ¿Cómo le pueden pedir a un siervo de Dios que se olvide de sus hermanos, si él sabe que no están bien? ¿Cómo le pueden pedir a un siervo que no se preocupe por una localidad, cuando él sabe que allá hay un problema, y que necesitan ser visitados? En realidad, los que tienen carga de Dios no pueden dormir tan tranquilos sobre sus almohadas. A veces hay suspiros que sólo Dios conoce. Pareciera que van contentos, pero por dentro van a veces desgarrados por una situación que se está viviendo.

“¿A quién se le hace tropezar, y yo no me indigno?”. Esta indignación pudiera tomarse como un mero enojo. No; es un poco más de corazón, es un poco más de adentro. Tal indignación va acompañada de una profunda tristeza, por causa de que la obra está sufriendo deterioro. No es ir y poner los puntos sobre las íes y tratar de arreglar la situación, utilizando textos bíblicos, y reprendiendo a ese hermano porque estamos indignados con él. Es cierto, muchas veces deberemos usar la autoridad que el Señor nos ha concedido, pero si tenemos que alzar la voz, ese gesto tendrá que ir acompañado de un amor profundo, de un anhelo de tocar con esa palabra su corazón a fin de que él sea sanado, se vuelva de la locura, y camine otra vez tras el Señor.

En ocasiones, los siervos del Señor nos centramos demasiado en nosotros mismos. “Es que los hermanos no me entienden; mira lo que estoy padeciendo, mi esposa está enferma, mi situación económica está mal. Los hermanos no me entienden.” Aunque eso es legítimo considerarlo, cuando uno tiene carga de Dios no se vuelve egoístamente sobre sí mismo, sino que mira por los demás. Y entonces los problemas familiares y los conflictos personales, no son tan importantes. Sus hermanos valen más; ellos son la principal preocupación.

Para hacer la obra de Dios no se necesitan siervos críticos, sino verdaderos colaboradores que ayuden a llorar por los hermanos, a sufrir por ellos, que tengan un dolor genuino. Siervos que, cuando lleguemos a verlos, nos alienten diciendo: “Hermano, hay una situación difícil; y estoy sufriendo por esto. Inclinémonos, oremos al Señor”. Pero no de aquellos que nos hacen oír sus planteamientos y sus prejuicios por una o dos horas. Que el Señor libre a los hermanos, que el Señor nos libre a todos, porque todos estamos expuestos, mayormente los que servimos. Que el Señor nos ayude.

Sólo Timoteo se interesaba sinceramente

Cuando escribió a la iglesia en Filipos, el apóstol Pablo estaba viviendo una situación especial: él estaba preso. Y desde allí sufre, desde allí llora, desde allí gime, desde allí dice estas palabras. Había un solo hombre, Timoteo, que parecía ser el único que tenía carga de Dios en el corazón. ¿Y los demás colaboradores? ¡Qué fuerte es el versículo 21!: “Todos buscan lo suyo propio, no lo que es de Cristo Jesús”. ¿Cuántos colaboradores habría allí, que se reunían, que testificaban, que estaban en comunión con los hermanos, pero no pasaban más allá de eso? ¿Cuántos hermanos habrá entre nosotros, que nos reunimos, cantamos, abrimos las Escrituras, a veces hasta leemos un salmo o compartimos unos versículos, y pareciera que con eso lo hemos hecho todo?

El apóstol se daba cuenta. Por eso decía: “No tengo a ninguno de buen ánimo para que vaya, que sinceramente se interese por ustedes, excepto a Timoteo”. La carga de Dios se refleja en el interés por los hermanos. Cuando alguien se interesa así, está preocupado, está pensando qué hacer para ayudar.

¿Qué pasa con los demás? ¿Será suficiente con predicar, reunir a la iglesia los miércoles o viernes, y preparar un mensaje para el domingo? ¿Sinceramente usted, siervo de Dios, se está interesando por la obra? ¿O está como adormecido? Pareciera que algunos piensan que colaborar en la obra es venir a reunirse, oír una palabra y volver a la casa a sentarse, satisfechos.

Los siervos del Señor hemos esperado que los hermanos se acerquen a nosotros para decirnos: “Hermano, quisiera dedicar un día domingo, o dos días en el mes, para servir en la obra. Puede contar conmigo donde haya necesidad. ¿Dónde quiere que vaya? ¿Dónde supliré yo alguna necesidad?”. Muchas veces hemos sufrido por esta causa, porque no hay quién ayude. A veces llamamos por teléfono: “Hermano, ¿usted puede ir?”. “No, hermano, es que, ¿sabe?, tengo un cumpleaños justo ese día, tengo invitados…”.

Es necesaria una decisión radical

Ruego al Señor que al menos algunos de los hermanos que están aquí en este Retiro se vayan marcados por Dios en su corazón. Que puedan llegar a su casa y meditar, que puedan olvidarse de otras cosas importantes en su vida o del dolor que están viviendo personalmente, y se acuerden de la obra. Y digan: “Hay tanta necesidad, y yo he estado dormido”. Ruego al Señor y espero en el Señor que haya siervos dispuestos a servir.

Hemos venido oyendo que todos somos colaboradores, que todos somos siervos, que todos somos útiles, que todos somos sacerdotes. ¡En verdad tenemos mucho conocimiento! ¡Oh, Señor, qué tremendo va a ser aquel día en el Tribunal de Cristo con tanto conocimiento y tanta revelación, si es que no tomamos una decisión radical en el corazón! Lo digo hoy aquí, para que en aquel día no se me diga: “No dijiste estas cosas”. Sufriremos pérdida en aquel día si de aquí no salimos con una decisión radical en el corazón, estimando como basura lo nuestro, para poner los ojos en la obra de Dios.

Y cuando digo la obra de Dios, pienso en los hermanos. ¿Qué es esto sino Cristo mismo, el cuerpo de Cristo, y todo lo relacionado con él? Esta es la obra de Dios.

Que el Señor nos ayude, que el Señor nos bendiga.