Los  ataques del enemigo permiten la manifestación del poder de Dios en nuestra vida; esto es, el poder de la resurrección de Cristo. Ahí tenemos a un hombre como Pablo, que camina en la voluntad del Señor, que ama al Señor, que está haciendo la obra del Señor como ningún otro quizás en la historia del cristianismo, y de pronto, empieza a sufrir una oleada de terribles dificultades y ataques. Viene a Jerusalén, lo toman preso, lo golpean y lo ponen en una cárcel con acusaciones injustas. Mientras los judíos traman y maquinan cómo matarlo, se pasa dos años en la cárcel y el gobernador, que debería dejarlo libre en justicia –porque no tiene ninguna razón para retenerlo–, lo mantiene encarcelado para congraciarse con los judíos, mientras espera que ellos lo sobornen para matarlo.

Pablo se entera de esto y se da cuenta de que la única manera de mantenerse a salvo es apelando al César. Entonces, el gobernador lo manda a Roma, pero, cuando el apóstol va en camino, se hunde su barco, pasa una noche y un día agarrado de una tabla, y finalmente sale a la playa. Entonces, cuando preparan una fogata para calentarse, lo muerde una víbora. ¡Parece como si todos los demonios se hubiesen dado cita para cazarlo! Finalmente, tras llegar a Roma, lo dejan en una casa alquilada, donde vive durante dos años encadenado. ¡Imagínense qué clase de vida es esa!

Sin embargo, Pablo ve que, detrás de esa adversidad, el Señor está cumpliendo su propósito. Él se da cuenta de que Satanás no puede vencer. Pablo percibe que es el enemigo quien está detrás de él, pero ve que, sobre todo eso, el Señor está obrando y haciendo su voluntad; porque el diablo no puede impedir que Dios cumpla su propósito. Cuando el diablo nos ataca, lo hace bajo el control y la autorización de Dios; nunca puede hacerlo sin Dios, y Dios permite esto por varias razones.

Por qué Dios permite la batalla

Dios quiere que nosotros aprendamos cómo vencer al diablo. Juan dice: «Os escribo a vosotros, jóvenes, porque habéis vencido al maligno», es decir, habéis aprendido cómo vencer al maligno. Los niños aún no pueden, pero los jóvenes son los que ya han alcanzado cierta madurez y saben cómo ir a la batalla y vencer al maligno.

La iglesia está llamada a vencer al enemigo. Cuando la iglesia está en una condición espiritual débil, y no está caminando en el propósito de Dios, Satanás no se ocupa de ella, porque la iglesia no es una amenaza para él en esa condición. Pero, cuando ella empieza a tomar la tierra prometida, a tomar posesión del reino de Dios, a apropiarse de la plenitud de Cristo, entonces Satanás reacciona instantáneamente y comienza la adversidad. Esto es inevitable, porque con cada cosa que ganamos de Cristo, el enemigo pierde.

Si nosotros conocemos a Cristo, Satanás empieza a perder terreno, a perder su lugar. Recuerden el efecto de la misión de los setenta discípulos en el evangelio: «Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo». Cuando la iglesia se apropia de la autoridad de Cristo, Satanás empieza a perder terreno en los corazones y mentes de los hombres. Cada  vez que ustedes oran en autoridad aquí en la tierra, él es desplazado de los lugares celestiales, y pierde su influencia sobre las personas. Mucho de la predicación del evangelio se debe a que ustedes han abierto, por decirlo así, un camino en los lugares celestiales para que la palabra del Señor toque los corazones, han desplazado a los poderes de las tinieblas que mantienen cautiva la mente y el corazón de las personas.

Una parte de la predicación del evangelio es esta batalla que se libra en los lugares celestiales, por medio de la oración. La oración es fundamental. Este es el camino de la victoria, porque la oración es nuestra arma de batalla contra las huestes espirituales de maldad. Mas, Satanás se pone en campaña cuando oramos.

Apocalipsis 12  retrata muy bien la estrategia de Satanás y la manera en que actúa. Aquí aparece la iglesia como una mujer vestida con el sol, con la luna debajo de sus pies y en su cabeza una corona de doce estrellas. Este es el pueblo de Dios, retratado de manera gloriosa. El sol es figura del Señor Jesucristo, y la iglesia está vestida de Cristo. Sin embargo, tiene que dar a luz a los hijos de Dios, a lo largo la historia de este mundo, y por ello está con dolores de parto. Estos dolores describen la tribulación de la iglesia a través de la historia para dar a luz a los hijos de Dios.

Ahora bien, el dragón está de pie frente a la mujer, para devorar a su hijo apenas este nazca. El dragón está frente a ella, con las fauces abiertas, y casi parece que va a ganar la batalla, porque está ahí para devorar al niño. No obstante, cuando nace el niño, para humillación del dragón, el niño es arrebatado para Dios. Entonces el dragón se llena de ira contra la mujer. Pero dice, «y la mujer huyó al desierto», a un lugar secreto donde es guardada por Dios durante 1.260 días.

Preste atención a este hecho: el diablo pelea a muerte; esto no es un juego de niños. El dragón quiere devorar al niño, y luego, cuando no lo logra, quiere destruir a la mujer con un río; pero la tierra acude en ayuda de la mujer. Eso significa que Dios está en control de todo. Satanás puede hacer lo que quiera, pero el Señor nos va a librar; y por ello la tierra se traga el río, que probablemente representa la corriente de la persecución que viene contra la iglesia.

Entonces, «el dragón se llenó de ira contra la mujer». ¿Por qué se llenó de ira? Porque con la acción de la mujer (como después le revela un ángel a Juan), Satanás fue arrojado a la tierra. Cuando el niño varón sube al cielo, Satanás es arrojado a la tierra y pierde su posición de dominio sobre el mundo. Por lo tanto, observen lo que hace el dragón: «…se llenó de ira contra la mujer», y una voz del cielo dice: «Ay de los moradores de la tierra porque el diablo ha descendido a vosotros con gran ira sabiendo que le queda poco tiempo».

La mujer representa la iglesia gloriosa y celestial, concebida en el propósito eterno de Dios; y el niño varón es la iglesia en acción en el mundo, que nace en el mundo y actúa en él. Es lo que Apocalipsis llama los vencedores, es decir, aquellos que vencen al diablo porque toman la visión celestial, la encarnan en el mundo y la llevan a su consumación. La mujer y el niño son una misma cosa vista en dos aspectos distintos. Por supuesto, el niño es Cristo que nace, crece y es formado en nosotros.

El diablo cae hasta la tierra y sabe que le queda poco tiempo. ¿Y qué hace? En Apocalipsis 13, ustedes verán la reacción final de él contra la iglesia. En nuestras traducciones dice: «Me paré sobre la arena del mar», como si el profeta se hubiera parado allí, pero, en el griego de los textos más antiguos dice «Se paró sobre la arena del mar». Es decir, el diablo, con el propósito de hacer guerra contra la mujer, fue y se paró a la orilla del mar y llamó a escena a la bestia y al falso profeta, para descargar toda su ira contra la mujer. Estas son sus armas finales, y él les da toda autoridad para que destruyan por completo a la iglesia.

Esta es una batalla a muerte y sin cuartel. Nuestro adversario nunca se cansa ni descansa, porque es un ser espiritual. Es importante decir, hermanos, que nunca debemos cometer el error de subestimar al enemigo. El diablo no es poca cosa. Piensen por un momento: es el más poderoso de los seres creados por Dios, y nos supera largamente en inteligencia, conocimiento y habilidades.

Si nosotros tuviéramos que pelear esta batalla sin el Señor, estaríamos perdidos; no tenemos ninguna manera de vencer. Satanás engaña y tiene bajo su dominio al mundo entero, a las naciones, a los más inteligentes y a los más sabios. Pero nuestra victoria está en Cristo. Él es el único que lo ha vencido y contra el cual Satanás no tiene poder. Pero, si nosotros nos separamos de Cristo, estamos perdidos y el enemigo ya nos venció.

Veamos lo que dice Apocalipsis 12, después que el Hijo varón fue llevado alcielo. El versículo 7 dice: «Después hubo una gran batalla en el cielo». Apocalipsis es uno de los libros fundamentales de la Biblia. Es el más difícil de entender, probablemente porque en él se revelan los secretos y principios por los cuales la iglesia vence a Satanás y se establece finalmente el propósito eterno de Dios en la historia. Usted tiene que ver aquí profundos principios espirituales en acción, que están actuando en la historia, y que Dios nos está revelando para que sepamos cómo se libra la batalla.

Entonces, el Hijo varón subiendo al cielo significa la iglesia asumiendo su posición celestial. Pero esto no es automático, sino que es producto de una serie de cosas que tienen que cumplirse. Sin embargo, cuando la iglesia asume su posición de autoridad en el cielo, ¿qué ocurre? Hay una gran batalla en el cielo. Es decir que, como producto de lo que ha pasado con la iglesia viene una gran batalla, en la cual Miguel y sus ángeles expulsan al dragón y sus ángeles del cielo, y éstos caen a la tierra. ¿Qué quiere decir esto? Lo mismo que aparece en el evangelio, cuando el Señor Jesucristo estuvo en la tierra: como resultado de la acción del Señor en el mundo, el diablo pierde su lugar y cae a la tierra.

Así también, como resultado de la acción de la iglesia en el mundo, esto es, de Cristo a través de la iglesia, el diablo cae a la tierra. Y esto es un principio en acción, que se cumple toda vez que la iglesia se manifiesta victoriosa, y que va a tener una manifestación definitiva al final de los tiempos, cuando surja la última expresión de la iglesia y la última operación del diablo en su contra. Pero no se cumplirá una sola vez, sino que ha venido cumpliéndose desde que el Señor Jesús vino a la tierra. Es un principio que está operando a través de la historia. Entonces dice: «el diablo cae a la tierra», y no prevalece. Sin embargo, ustedes deben ver a la iglesia por detrás de los ángeles que luchan contra Satanás.

El ejemplo de Daniel

Recuerden que el libro de Daniel nos revela esto mismo; corre un poquito el velo de los lugares celestiales y nos muestra cómo funcionan las cosas allí. Recuerden que Daniel descubre, leyendo la profecía de Jeremías, que ya han pasado los 70 años para que la nación judía regrese a Israel, y reconstruya el templo como estaba profetizado. Entonces él comienza a orar, pidiendo al Señor que se cumpla la profecía. Vean que, a pesar de que Daniel sabe que el profeta Jeremías ya lo dijo, no toma una actitud de decir: ‘Bueno, el profeta lo dijo y se va a cumplir de todos modos’. Él sabe que tiene que orar, porque Dios no hace nada si no es en respuesta a la oración de la iglesia; sobre todo, cuando hay poderes espirituales de por medio, que quieren impedir que estas cosas se cumplan.

Claramente, el diablo no quiere que Israel vuelva a su tierra y reedifique su templo, porque un día, a ese templo reconstruido, va a venir el Mesías, y va a acabar con el imperio de Satanás. Entonces Daniel sabe que estas cosas no son automáticas, porque la voluntad de Dios en la tierra sólo se hace cuando la voluntad humana se une a la voluntad divina. Es un profundo axioma espiritual, porque Dios delegó al hombre el gobierno de la tierra y Dios nunca anula lo que ha hecho.

Dios quiere gobernar la tierra a través del hombre, y siempre lo va a hacer a través de éste; siempre va a buscar un hombre para ejercer su autoridad aquí. Por eso Cristo expresó la autoridad de Dios en la tierra, porque es el Hijo del Hombre (Jn. 5:27), el hombre perfecto, a través del cual la voluntad de Dios se hace en la tierra. Este es un principio espiritual que no puede ser quebrantado. Lo dice claramente en Ezequiel: «Y busqué entre ellos hombre que hiciese vallado, y que se pusiese en la brecha delante de mí, a favor de la tierra, para que yo no la destruyese; y no lo hallé» (Ez. 22:30).

¿Se da cuenta de lo importante que es para Dios encontrar a esos hombres, y en el caso presente, al cuerpo de Cristo? Esta es la función de la iglesia. Por ello, el Señor nos enseñó a orar: «Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre, venga tu reino».  Y cuando dice, «hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo», se nos muestra quees la iglesia la que debe traer la voluntad de Dios a la tierra. Por eso la oración de la iglesia es tan importante.

Vuelvo a la historia de Daniel. Daniel comienza a orar: «Señor que se cumpla tu palabra, que vuelva tu nación a su tierra, porque ya pasaron los setenta años». Una primera respuesta viene con el ángel Gabriel, quien trae la llamada «profecía de las setenta semanas». Sin embargo tras ello, Daniel continúa orando durante tres semanas, sin obtener respuesta. Pero, pasados estos días, vino un ángel y le dijo: «Daniel, desde el primer día que dispusiste tu corazón para orar… fueron oídas tus palabras y a causa de tus palabras yo he venido. Pero tienes que saber que durante 21 días el príncipe de Persia se me opuso…». Es decir: «Había una potestad maligna impidiendo que se responda a tu oración; pero, porque tú perseveraste en oración, finalmente esa potestad fue desplazada y yo pude pasar».

En consecuencia, los ángeles, al luchar contra las potestades malignas, tienen que ser apoyados por la iglesia, porque la iglesia está sobre los ángeles. Escrito está: «…lo dio por cabeza (a Cristo) sobre todas las cosas a la iglesia». Porque la iglesia expresa la autoridad de Cristo y los ángeles actúan en función de esa autoridad. Y si la iglesia no ora y no ejerce autoridad, los ángeles no pueden hacer nada.

Los ángeles actúan cuando la iglesia actúa. Eso es un secreto que nos es mostrado aquí. Miguel y sus ángeles actúan cuando la iglesia actúa, y producto de la oración de Daniel, el príncipe de Persia es desplazado y se abre el camino para que el ángel de Dios llegue con la orden y el mandato de Dios, y entonces viene a cumplirse la profecía.

¿Se da cuenta de lo importante que es todo esto? Esta es la batalla espiritual. No es una batalla simplemente por nuestra salud o bienestar, o nuestras situaciones personales. Esto va mucho más allá, hermanos. Debemos tener una visión mucho más amplia. Estamos luchando para que se cumpla la voluntad de Dios en la tierra, que Satanás sea desplazado y los propósitos eternos de Dios vengan a la tierra.

Entonces esa es la visión del libro de Apocalipsis. Detrás de esta batalla en el cielo, está también el principio de la iglesia, orando y haciendo que las cosas acontezcan, y abriendo un camino para que los ángeles de Dios, por decirlo así, arrojen a Satanás del cielo. Cuando el diablo cae a la tierra, se ensaña aún más contra la iglesia y llama a escena al falso profeta y a la bestia, pero eso todavía está más adelante.

Principios para la victoria

Veamos los principios por los cuales la iglesia vence a Satanás según Apocalipsis 12. Los versículos 10 y 11: «Entonces oí una gran voz del cielo que decía: ahora ha venido la salvación, el poder y el reino de nuestro Dios y la autoridad de su Cristo». Lo que está aquí en juego es esto: que se establezca el reino de Dios y la autoridad de Cristo sobre la tierra, «porque ha sido lanzado fuera el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba delante de Dios día y noche…» Esto es una clara referencia a la historia de Job, y dice «y ellos le han vencido…». ¿Cómo? «…por medio de la sangre del Cordero y la palabra del testimonio de ellos, y… –observen la última condición– menospreciaron sus vidas hasta la muerte». Aquí están los tres elementos con los cuales la iglesia vence a Satanás.

La sangre del Cordero

Primero, la sangre del Cordero. Esto no significa, como algunos creen, que cuando uno está enfrentando las tinieblas tiene que invocar la sangre. No es una cosa mágica. Esto se refiere a que la principal obra que Satanás hace contra nosotros es la acusación.

No hay obra más insidiosa del diablo que la acusación. Él nos acusa constantemente. Como ya no nos puede acusar ante Dios, porque tenemos a nuestro Abogado, llega hasta nuestra mente y nos susurra: ‘Tú eres un pecador, tú no sirves para nada, tú le fallas a Dios’. Y nos va poniendo un peso de culpa que, finalmente, si le hacemos caso, nos lleva a una derrota espiritual. Y lo segundo, que es tan insidioso como lo primero, es que nos acusa a unos contra otros. Satanás no sólo se contenta con acusarme ante mi propia conciencia, sino que va y me acusa con mi hermano y me sugiere: ‘¿Viste lo que tu hermano te hizo?’, sembrando la discordia dentro del cuerpo de Cristo.

Hay una sola manera de defenderse de la acusación del diablo: la sangre de Cristo. Porque la sangre de Cristo implica que el Señor ha cancelado toda mi deuda. Satanás puede acusarnos todo lo que quiera, pero el Señor ya pagó por nosotros. Si peco (y todos pecamos ocasionalmente), tengo que acudir inmediatamente a la sangre, y confiar en ella. Satanás siempre va a tratar de desvalorizar la sangre, porque él sabe que el día que logre minimizar su valor, seremos derrotados. Porque, ¿quién nos puede defender de su acusación, sino la sangre de Cristo?

Recuerden que la acusación del diablo busca desconectarnos de Dios. Cuando yo me siento culpable y pecador, no puedo tener comunión con Dios. Es imposible, debido a que Dios es santo, y, aunque la acusación sea mentira, ya me separa de Dios si la acepto. ¿Cómo puedo caminar con Dios, si me siento pecador?

Por eso, entre otras cosas (hago un paréntesis), en la iglesia primitiva mantenían la cena del Señor como el centro de su reunión, porque es el recordatorio, permanente y constante para todos, de que la sangre de Cristo fue derramada por nosotros. Es la sangre la que nos mantiene en comunión con Dios.

«…le han vencido por la sangre del Cordero». No podemos, ni debemos, aceptar ninguna acusación de Satanás, porque si lo hacemos estamos menospreciando el valor de la sangre de Cristo: «Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad». Pero, así como yo veo que Cristo me limpia a mí, también debo considerar que limpia a mi hermano; y que la misma sangre que me justifica a mí, lo justifica a él. Si mi hermano me ofende, si peca o hace algo errado, Cristo también lo defiende, porque es nuestro abogado. Él murió por los pecados de mi hermano y canceló la deuda de mi hermano al igual que la mía. En consecuencia, se aplica la sangre de Cristo en ambos casos para vencer al diablo.

La palabra del testimonio

 

Veamos ahora el segundo elemento: la palabra del testimonio de ellos. Aquí la palabra del testimonio es la confesión de Jesucristo. Es el anuncio, la declaración de quién es Cristo para nosotros. Está expresado así, porque en la época en que Juan escribió el libro de Apocalipsis, se emitió un decreto imperial en el que todos tenían que adorar al emperador. Los cristianos tenían que hacer una confesión y decir: ‘El emperador, César, es el Señor’, es decir, el Kyrios (griego).

Si ellos no hacían eso, eran llevados a muerte. Era una confesión que se hacía con los labios y, por supuesto, los cristianos no podían decir que César era el Kyrios, porque Kyrios es un título exclusivo que declara no sólo la autoridad suprema del Señor Jesucristo, sino también su divinidad. Entonces, «la palabra del testimonio de ellos», es que Cristo es nuestro Señor y Dios. Y es no sólo una confesión, sino un hecho, que Cristo es nuestra cabeza, nuestro Señor.

Si estamos efectivamente bajo la autoridad de Cristo, Satanás no nos puede tocar, porque él no puede tocar al Señor. Pero para esto, se requiere que caminemos bajo Su gobierno, bajo Su autoridad, que le reconozcamos como nuestra cabeza en todas las cosas y así lo confesemos.

Menospreciaron sus vidas

 

Y el tercer elemento es, «menospreciaron sus vidas». Finalmente, sólo hay una manera de vencer a Satanás de manera definitiva: menospreciar esta vida hasta la muerte. Esto significa que debo estar dispuesto incluso a morir por el Señor. Si yo estoy dispuesto a perderlo todo, Satanás no me puede vencer. Pero si me aferro a algo, él ya me venció.

¿Recuerdan la historia de Job? ¿Qué le dijo Dios a Satanás? «Anda y quítale». Fue Satanás y le quitó todos sus bienes, después mató a su familia, y después, en la tercera ocasión, no contento con eso, fue y le quitó su salud, y aun la esposa de Job se volvió contra él. En breve tiempo Job lo perdió todo. Si hubiese estado aferrado a alguna de esas cosas, él habría sido vencido. Satanás habría ganado la batalla. Porque ¿cuál era la acusación de Satanás? «A ti Job te ama, te sirve y te obedece porque tú lo proteges. Te ama por lo que tú le das; pero quítale y vamos a ver». Finalmente, esta es una batalla entre Dios y Satanás por el corazón de Job.

Satanás sostiene que el hombre sólo sirve a Dios por interés, ya que él mismo no lo haría por otra cosa más, porque así es Satanás. Y Dios quiere que le sirvamos por amor. Es una batalla por el corazón. ¿Cuál es la única manera en que esto se puede mostrar? ¿Cómo se vence al diablo? Dios tiene que llevarnos por un camino donde nos despoja y nos quita aquello que amamos, para que se vea si efectivamente somos capaces de obedecerle y amarle, sólo porque él es digno y merece todo. Si Dios nos quita todo, ¿seremos capaces de seguir adelante? Por eso dice: «…y menospreciaron sus vidas», tal como Job.

Conciencia de la batalla

Pienso que uno de los grandes problemas de la Cristiandad es la falta de conciencia con respecto al tamaño y el grado de intensidad de la batalla en que está envuelta. Es una batalla por el gobierno del universo, por el dominio del mundo. Nosotros sabemos que la batalla ya la ganó el Señor, pero Satanás se resiste y no lo acepta ¿Quién va a gobernar: Cristo con su iglesia o el diablo? ¿Quién va a ganar el territorio? Es una pelea a muerte. Cuando el diablo pierda esta batalla será arrojado al lago de fuego y no habrá nunca más oportunidad para él. ¿Se dan cuenta de que él lucha por su vida, por su sobrevivencia? Entonces, se trata de un enemigo formidable; pero nosotros tenemos al Gran Vencedor.

Una batalla corporativa

Otra cosa importante que Pablo nos dice de esta batalla, se encuentra en Efesios, y es que la lucha contra el diablo no es solitaria. No podemos librar esta batalla solos. Tú y yo solos, luchando contra el diablo, ya estamos vencidos. Esta es una batalla que se libra en el cuerpo de Cristo. Esta es otra enseñanza fundamental de la Biblia. Lo que tiene poder para vencer al diablo no somos nosotros, solitariamente. Es en el Cuerpo que está la victoria y la autoridad de Cristo para vencer.

Vean lo que dice en Efesios 6:10, un pasaje muy conocido que muchos interpretan de manera individual, pero que Pablo lo pone de manera colectiva. Recuerden que el asunto de Efesios es la iglesia. Primero nos revela el propósito eterno de Dios con respecto a la iglesia en el pasado, luego la edificación de la iglesia en el presente y luego la batalla de la iglesia contra las huestes espirituales de maldad, donde el nuevo hombre que es el cuerpo de Cristo (v. 11) se pone de pie para librar la batalla. Y nos dice:«Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firme contra las asechanzas del diablo». Se refiere a la iglesia. No a mí individualmente, sino a toda la iglesia, vistiéndose la armadura de Dios. El cuerpo de Cristo se viste de la armadura, pues es una lucha que libramos juntos.

Y entonces nos dice que hay armas ofensivas y defensivas, «porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes». Hay una batalla que la iglesia debe librar y está librando por el dominio de la tierra. Satanás domina al mundo con magia, espiritismo, hechicería, filosofías, religiones, etc. Son intervenciones de espíritus demoniacos en la vida de las personas. Sin embargo, esas cosas no funcionan contra la iglesia, porque está escrito: «Ningún arma forjada contra ti prosperará».

Cualquier principio de hechicería no funciona contra la iglesia, porque ella no está bajo el poder de Satanás. Estas cosas funcionan en un mundo donde Satanás es rey y señor. Pero la iglesia está bajo el poder y la autoridad de Cristo. Ni la hechicería, ni la brujería funcionan con ella, a menos que alguien se ponga en la posición de que estas cosas lo alcancen, saliendo de la autoridad o de la cobertura del Señor.

No obstante, nos dice Efesios que un creyente se mantiene bajo la autoridad del Señor de dos maneras: por un lado, cuando él está sujeto directamente al Señor en el corazón, y el Señor vive en él. Pero, por otro, también cuando alguien está sujeto directamente al cuerpo de Cristo. Si alguien elude la autoridad del cuerpo también se expone a los ataques de Satanás.

Pongo un ejemplo: cuando Pablo trata con el caso de aquel hombre que pecó en Corinto, dice: «El tal sea entregado a Satanás». ¿Qué significa eso? Dice: «Reuníos vosotros, toda la iglesia y mi espíritu» , y eso quiere decir que la iglesia, cuando aparta a una persona y la pone fuera de su comunión, la entrega a Satanás, porque queda fuera de la protección del cuerpo de Cristo.

Fíjense en la obra insidiosa de Satanás, cuando quiere destruir a un hijo de Dios. Primero, lo enemista con la iglesia y empieza a trabajar para apartarlo. Éste se empieza a aislar, a quedarse en la casa, y ya no se reúne con los hermanos. Rápidamente Satanás encuentra una manera de atacarlo y lo destruye. Es como el lobo. Cuando el lobo quiere atacar al rebaño, va y aísla una ovejita, una sola. O los leones, que cuando atacan un rebaño de búfalos, no se lanzan sobre toda la manada; le caen a uno y lo aíslan. Así es Satanás, como un león rugiente. Él trata de aislarnos, porque sabe que separados del cuerpo estamos expuestos, porque el cuerpo de Cristo es nuestra protección contra él.

El día malo

Entonces dice: «Vestíos…», en plural. Es el cuerpo el que se viste de la armadura «…de Dios para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo». Y ahí explica lo de la lucha, como dice el 13: «Por tanto, tomad toda la armadura de Dios para que podáis resistir en el día malo».

Hay un día malo. No se trata de que Satanás pueda en todo tiempo y a cada momento atacarnos, sin cesar, durante toda nuestra vida,  porque Dios sabe que no podríamos resistir algo así. Entonces, Dios le da tiempo, días, ocasiones y periodos para atacarnos. Por ejemplo, la ocasión en que el Señor le dijo a Pedro: «Pedro, Satanás te ha pedido para zarandearos como a trigo».Allí claramente Dios le concede esa posibilidad, pero no es que toda la vida de Pedro será un zarandeo; ¿pues quién va a resistir esto toda la vida? No, es por unos días, por unas semanas. Pero va a venir y va a estar allí y, claro, esto significa que Pedro llegará a negar al Señor, y a través de esa negación, finalmente se convertirá en el apóstol que el Señor está buscando. Antes Pedro era seguro e impetuoso, y después está quebrantado, humillado, y es ahí cuando el Señor lo puede usar.

«…para que podáis resistir en el día malo». Hay un día malo que viene sobre la iglesia, inevitablemente. Hay momentos en que parece que todo empieza a ir de mal en peor, como le pasó a Pablo, y las cosas se ponen difíciles. Vienen las enfermedades, los hermanos pierden sus trabajos, viene la pobreza. Es un día de remezón; pero ¿cuál es el propósito de Dios en aquello? Que todo lo que no es de Cristo, lo que es meramente humano, caiga y sólo quede en pie lo que es de Cristo.

Hermanos, a Dios no le interesa la cantidad, ni el éxito humano, ni que tengamos la iglesia más grande. Nada de eso le impresiona; lo que Dios quiere es que Cristo sea formado en nosotros, y para eso él tiene que separar la paja del trigo. Nosotros no sabemos cuánto tenemos de Cristo hasta que pasamos por el día malo, pues cuando viene el zarandeo se desprende de nosotros todo lo que no es de Cristo. ¡Ay de ese día para algunas iglesias! Porque cuando las iglesias se edifican en la pura actividad, energía  y capacidad humana, viene el zarandeo y no queda nada. Pero, cuando estamos realmente en Cristo, lo de Cristo siempre sobrevive, porque Satanás no puede destruir a Cristo.

Ahora, esto puede ser terrible para nosotros, porque de pronto son cosas que uno ama y cree que son reales, pero no lo son. ¿Quién de nosotros se conoce a sí mismo? ¿Quién de nosotros sabe hasta qué punto es perverso? No lo sabemos. Fíjense que no sólo el pecado es algo que Dios no acepta en su obra; él tampoco acepta nada que venga meramente del hombre. Dios no quiere nada que sea simplemente nuestra inteligencia, nuestra habilidad, nuestra fuerza. Dios quiere que todo sea Cristo, desde el centro hasta la circunferencia de la iglesia. Que todo esté fundado en Cristo, en la vida de la resurrección, en el poder de Cristo.

De eso se trata todo, y por esto el Señor, de tiempo en tiempo, permite que el diablo venga de manera especial contra nosotros, pues él está siempre listo para atacar y hacernos guerra. Pero, si estamos en Cristo, no nos puede vencer, y, en verdad, nos hace más que vencedores. Sólo en la batalla descubrimos la victoria. ¿Cómo va a saber usted de la victoria si nunca ha peleado una batalla? ¿Cómo va a saber que Cristo es vencedor si nunca se enfrentó al enemigo? ¿Cómo va a descubrir el poder victorioso de Cristo si nunca estuvo frente a frente con el dragón? Es inevitable.

«Estad firmes…»

 

«Estad, pues, firmes». El hermano Watchman Nee explica esto muy bien, diciendo que en la carta a los Efesios hay tres verbos que representan la posición de la iglesia, la actividad o la obra de la iglesia y la batalla contra Satanás. El primero es «sentaos»,que representa la posición celestial. Ahí yo no tengo que hacer nada, sino que descansar en la obra consumada de Cristo. Pero luego viene, «andad» y ahí se refiere a lo que yo hago en respuesta a la obra consumada de Cristo. Y finalmente, «estad firmes»,lo que hacemos con respecto a Satanás.

Con respecto a Satanás, no hay que conquistar nada, ni ganar nada; hay que simplemente mantener el territorio que Cristo ganó para nosotros. «Estad firmes» es sostener lo que Cristo ya nos dio. ¿Qué va a tratar de hacer Satanás? Va a tratar de robar y destruir todo lo que Cristo nos dio.

Voy a poner un ejemplo: Supongamos que yo conozco mucho de la Palabra, la he estudiado y me he llenado de conocimiento. Dios, no obstante, no quiere mero conocimiento, sino que quiere realidad, quiere que viva Cristo en mí. Por ello, va a venir un día en que Dios va a permitir que Satanás me zarandee a tal punto, que todo ese conocimiento que yo creo tener, si no es algo que vino de Cristo, se va a hacer polvo. No me va a sostener en el día de la prueba, y entonces, yo voy a descubrir amargamente  que mi conocimiento era puro concepto intelectual; que aunque yo creía saber muchas cosas, no las sabía, porque no me sostuvieron en la hora de la prueba. Y esta hora, inevitablemente, viene sobre todos los escogidos.

Otro ejemplo: Supongamos que yo sea una persona pacífica, amable y simpática por naturaleza. Pero Dios no quiere que yo sea meramente una persona amable y simpática. Él quiere que Cristo sea formado en mí, y que lo que haya en mí sea la amabilidad, la mansedumbre de Cristo. Entonces, Dios va a permitir que pase por un periodo de prueba. Cuando somos puestos bajo una presión muy grande, lo humano se derrumba. Entonces, de pronto ese hermano que era tan amable, simpático, y humilde, se convierte en una persona rebelde y agresiva. Todo aquello que era artificial se está cayendo y ahora él tiene una oportunidad de vestirse del carácter de Cristo, de la mansedumbre de Cristo. Ahí uno ve cómo Dios usa a Satanás.

Nuestra armadura

Entonces la prueba, la batalla, viene. Pero, ¿cómo podemos estar firmes? «Ceñidos vuestros lomos con la verdad». Antes, las personas usaban túnicas, y para moverse con libertad en una batalla, esto constituía una dificultad. A un soldado que peleaba con túnica, ésta se le enredaba en las piernas. ¿Cómo se pelea así? Pues bien, había que ceñirse la túnica para poder pelear.

Esta es una figura de la verdad, pues recuerden que el ataque de Satanás siempre viene a la mente. Son dardos mentirosos que buscan engañar, pensamientos malignos que buscan apoderarse de nuestra mente. Entonces, ¿cómo podemos movernos en medio de ellos y esquivar todos los dardos que vienen de Satanás? Cuando ordenamos nuestra mente con la verdad. Así distinguimos rápidamente los golpes y nos movemos con agilidad, espiritualmente hablando.

«Vestíos con la coraza de justicia». Esto es lo mismo de lo que veníamos hablando sobre la sangre de Cristo. Esta justicia es la justicia que Cristo nos da para vencer, porque Satanás trata de atacarnos por medio de acusaciones, como ya hemos visto. ¿Cuál es la coraza que nos protege de sus dardos de acusación? El hecho de la justicia de Cristo: «Justificados pues por la fe, tenemos paz para con Dios».

Calzados los pies

 

«…y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz». Usamos los pies para caminar o correr. Recuerden, en medio de una batalla, los pies son fundamentales. Los soldados antiguos, a diferencia de hoy, dependían de sus pies. Los mejores soldados eran los más veloces, por dos razones: para perseguir al enemigo, y para huir. La velocidad era fundamental.

En nuestro caso, nosotros no tenemos que arrancar, sino estar firmes. Pero, los pies son fundamentales para movernos. Entonces hay que calzarse los pies con el apresto del evangelio de la paz. ¿Y por qué de la paz? Es que la batalla no la libramos solos, sino, en primer lugar, con el Señor a nuestro lado. Pero además, y en segundo lugar, la libramos juntos. Pero, si estamos peleados entre nosotros, ¿cómo podemos librar la batalla?

Satanás usa una antigua máxima: ‘Divide para reinar’. Si él logra meter una cuña y dividir, logra vencer; porque un ejército dividido está derrotado. Por eso, el apresto del evangelio de la paz implica que caminamos juntos, nos movemos al unísono, como el ejército romano.

No hubo otro ejército semejante; una verdadera máquina de guerra. Y una de sus características (que es lo que tiene Pablo en mente) es que se movía al unísono, como un solo hombre coordinado. Si hubieran estado peleados unos con otros, cada uno tomando su propio camino, no hubieran vencido. Cuando tenían que enfrentar a los guerreros bárbaros, mucho más fuertes, pero que luchaban cada uno por su cuenta y no tenían ninguna organización, los romanos vencían porque se movían como un solo hombre. Así tenemos que movernos nosotros con el evangelio de la paz, pues el evangelio nos reconcilió con Dios y nos reconcilió los unos con los otros. Si estamos enojados unos con otros, Satanás ya tiene una manera de vencernos.

El escudo de la fe

 

«Sobre todo», o sea, por encima de todo, «tomad el escudo de la fe». Nosotros tenemos la coraza y la armadura, pero lo que cubre la armadura y la rodea es el escudo. El escudo romano era alto, y cuando el soldado lo ponía delante, quedaba tapado hasta los ojos; era como una especie de muro que lo protegía de cualquier ataque. Lo que hacía invencible a los escudos romanos, era que cuando venía el ataque del enemigo, ellos pegaban escudo con escudo y formaban una barrera impenetrable. Entonces el ejército enemigo chocaba contra una pared de escudos, de tal manera que era imposible penetrar a través de esa muralla.

Así es el escudo de la fe. Porque la fe no es algo meramente individual. Es toda la iglesia que se afirma en la Palabra del Señor, y que levanta así una muralla de escudos. Entonces, si un hermano se debilita, Satanás lo va a atacar, pero el hermano que está a su lado lo afirma. Estando unidos unos con otros, el enemigo no puede pasar a través de esa barrera. Entonces, hermanos amados, el escudo de la fe se levanta entre todos. A veces yo no tengo fe, pero mi hermano tiene fe; a veces yo me debilito, pero mi hermano viene y me levanta. Eso es lo que hacía al ejército romano invencible. Por eso Pablo, que conocía del ejército romano, sabía lo que estaba hablando.

La iglesia es como un ejército imbatible, el ejército de Dios, mucho más poderoso que cualquier ejército humano. Pero, usando la figura del ejército romano, Pablo se daba cuenta de que ese ejército tenía cosas que otros no tenían y que lo hacían invulnerable. Por ejemplo, a veces los romanos se enfrentaron con elefantes. Enfrentar un elefante es una cosa difícil, pues es un animal gigante. Entonces ellos clavaban sus escudos en la tierra y los soldados de atrás ponían sus escudos como techo y tomaban una posición que llamaban la formación de la tortuga, contra la cual un elefante no podía hacer nada.

Esto es el escudo de la fe: algo maravilloso. Los romanos literalmente tapaban con los escudos su ejército: unos los ponían adelante, otros por arriba, otros por detrás y quedaban como un muro y un techo impenetrable. No había nada que pudiera penetrar ese escudo. Y eso lo hacían entre todos: ese era todo el secreto. Yo solo, con un escudo, ¿cuántos flancos puedo tapar? Ahora, si hacemos un escudo entre todos, podemos tapar todos los flancos. Este es «el escudo de la fe, con el cual podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno».

El yelmo y la espada

 

«Tomad el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu que es la Palabra de Dios». El yelmo de la salvación es el hecho de la obra completa de Cristo a nuestro favor. Satanás siempre ataca nuestra mente; pero, si yo me pongo el yelmo de la salvación, o sea la obra completa de Cristo, y armo mi mente con ese entendimiento, Satanás no puede contra mí, porque lo que Cristo hizo por nosotros cubre todos los flancos por los cuales Satanás puede venir.

«…la espada del Espíritu que es la Palabra de Dios», es nuestra arma de ataque. Una cosa interesante: los romanos, a diferencia de otros pueblos, no usaban una espada larga. A veces uno cree que mientras más grande es la espada, es más poderosa. Pero los romanos se dieron cuenta de que cuando hay una lucha cuerpo a cuerpo, la espada larga no sirve de nada, porque para moverla se requiere un movimiento amplio. Entonces, ellos usaban la espada corta. La espada romana era mortal, porque era pequeña, y podía matar con un movimiento corto en la batalla cuerpo a cuerpo.

A veces, amados hermanos, la batalla se hace más intensa y terrible; el diablo nos ataca por todos lados, y la confusión nos rodea ¿Qué recursos tenemos entonces? La palabra de Dios, porque la palabra de Dios se abre paso a través de las tinieblas, las mentiras y la oscuridad, y en medio de toda esa trabazón y confusión, ella despeja y abre camino.

Un hermano está siendo acosado y oprimido por el diablo, pero la palabra de Dios entra en la mente del hermano y despeja la oscuridad y se hace la victoria. Y, si la palabra de Dios está constantemente entre nosotros, compartida, confesada y cantada, esa palabra deshace cualquier ataque, cualquier artimaña, cualquier argumento del enemigo. Entonces esta es nuestra arma de ataque.

La oración como arma

 

Y el arma final de la iglesia, «orando en todo tiempo…». ¿Por qué? Porque, en la oración, la iglesia cumple su ministerio de traer a la tierra el reino de Dios. Es por medio de ella que Satanás es despojado y arrojado fuera, como vimos antes.

En una primera parte están las armas defensivas, para protegernos del diablo. Pero, cuando pasamos al ataque, ¿qué usamos? La espada del Espíritu y la oración. Con la oración pasamos al ataque, porque un ejército no sólo vence defendiéndose. En algún momento tenemos que enfrentar al ejército enemigo y derrotarlo.

¿Cómo se derrota al diablo? Con la palabra de Dios y con la oración. Con la oración nosotros desalojamos al diablo, traemos a la tierra la voluntad de Dios, el reino de Dios, declaramos que en la tierra Jesucristo está reinando, y Satanás tiene que sujetarse.

Porque fíjense como dice: «…con toda oración…». Ytoda oración significa todo tipo de oración. No es una sola oración, sino una oración que cubre todas las circunstancias, todas las situaciones. «…toda oración y súplica en el Espíritu», porque cuando oramos no somos solamente nosotros los que oramos; es el Espíritu de Dios quien trae a nuestro corazón la voluntad de Dios.

Nosotros no sabemos orar como conviene. Sin embargo, al orar, el Espíritu nos revela su voluntad y empezamos a declarar la voluntad de Dios, y entonces, se abre el camino para el cumplimiento del propósito de Dios. Cuántas veces al orar, el Espíritu nos carga con un entendimiento o una palabra específica y es él quien abre el camino con nosotros. Entonces no oramos solos; nos unimos a Dios en el Espíritu, para que su voluntad sea hecha en la tierra.

Y, hermanos, nada puede ser más poderoso en el mundo que cuando lo voluntad humana se rinde a la voluntad divina. Cuando la voluntad del hombre se hace una con la voluntad de Dios, se abre la compuerta del cielo y todo el poder de Dios y toda la autoridad de Dios desciende a la tierra, y frente a eso, ¿qué le queda al diablo? Solamente huir.

«…y velando en ello con toda perseverancia…». Consideremos el ejemplo de Daniel. No es una cosa automática. Hay que orar, orar y orar hasta obtener la respuesta, hasta alcanzar la victoria.

Orando por todos

 

Finalmente dice: «por todos los santos…». La iglesia tiene que cubrir a todos los santos; tiene que preocuparse de todos ellos y ponerlos a todos juntos en su oración. Y Pablo dice al final: «…y por mí». Porque Pablo, como todos los apóstoles, es la punta de lanza de la iglesia; el hombre que va adelante (por decirlo así). La iglesia es un ejército, y él es como los exploradores que son enviados al territorio del enemigo. Y Pablo no va solo. Muchas veces va solo físicamente, pero detrás de él está toda la iglesia. Aquí está la iglesia, avanzando y yendo a conquistar el territorio enemigo.

Entonces, es tan importante que cuando los hermanos son enviados a un territorio nuevo, adonde antes no estaba el evangelio, vayan apoyados constantemente por la oración de la iglesia. No hay nada que haga tanto por la obra misionera como la oración de la iglesia detrás de esa misión. Pablo dice que: «…para cuando yo abra mi boca, me sea dado expresar con denuedo el misterio de Cristo». Hermanos, porque la predicación es un misterio espiritual y no una cosa meramente humana.

Cuando alguien abre su boca para ministrar al Señor, para hablar del Señor, para anunciar el misterio de Dios, requiere que el Espíritu le entregue las palabras correctas e inspiradas. No se trata simplemente de saberse de memoria todo, y como un conferencista, empezar a dar un discurso. No es así. Esto es algo que tiene que ser inspirado por el Espíritu siempre, al punto de que las palabras en ese momento sean las correctas, las que el Espíritu da para tal efecto.

Por eso, nunca un mensaje va a ser igual a otro, porque el Espíritu va a dar palabras adecuadas para cada momento. ¿Pero, cuándo ocurre eso? Cuando la iglesia ora y todo se despeja.

¿Usted ha estado alguna vez en una reunión en que al hablar la palabra siente una atmósfera opresiva y cargada? Esto es una obra de Satanás, pues hay poderes espirituales tratando de impedir que el evangelio llegue a los corazones. Pero, si la iglesia ora, se despeja todo ese ambiente espiritual y la palabra fluye y toca los corazones, y hay un cielo abierto.

¿Recuerdan cuando el Señor Jesús dijo a sus discípulos: «De ahora en lo adelante veréis el cielo abierto…»? Es algo fundamental que, cuando nosotros ministramos, haya un cielo abierto sobre nosotros, y los ángeles de Dios puedan descender. «Los ángeles de Dios suben y descienden sobre el Hijo del Hombre». Esto es lo que dijo Jesús, recordando la escalera de Jacob. Siempre sobre Cristo había un cielo abierto. Él era una escalera, un puente entre el cielo y la tierra, por el cual descendían los ángeles que traen la voluntad de Dios a la tierra. Con la iglesia, tiene que ser igual; sobre la iglesia siempre tiene que haber un cielo abierto, para que la autoridad de Dios y el reino de Dios desciendan a la tierra.