Juan el Bautista es el precursor del Señor Jesucristo. Al observar su conducta, podemos obtener algunas claves de por qué fue elegido para labor tan importante, y cuál fue su comportamiento como fiel servidor de Dios.

Entre las palabras de Juan el Bautista, en el evangelio de Juan capítulo 1, resalta una frase que él dice tres veces: «Este es de quien yo decía: El que viene después de mí, es antes de mí; porque era primero que yo» (1:15). «Este es el que viene después de mí, el que es antes de mí, del cual yo no soy digno de desatar la correa del calzado» (1:27). «Este es aquel de quien yo dije: Después de mí viene un varón, el cual es antes de mí; porque era primero que yo» (1:30).

En estas frases, Juan repite la expresión «que es antes de mí» refiriéndose al Señor Jesús. Cuando algo en la Biblia se repite tres veces significa que es algo muy firme e importante. ¿Por qué esta reiteración en este caso particular?

Juan tiene muy claro –y así lo desea dejar de manifiesto– que entre él y el Señor había un mundo de diferencia; que aunque Juan venía primero, no era el primero. Juan no se sentía digno de desatar la correa de Su calzado. Por eso, cuando le preguntaron si él era el Cristo, dijo claramente: «Yo no soy el Cristo».

En otro pasaje, Juan el Bautista reitera la gran diferencia entre él, como precursor, y el Cristo: «El que de arriba viene, es sobre todos; el que es de la tierra, es terrenal, y cosas terrenales habla; el que viene del cielo, es sobre todos» (Juan 3:31). Aun siendo Juan el más grande hombre nacido de mujer, él sabía la diferencia abismal que hay entre la criatura y el Creador.

Juan era pariente del Señor en cuanto a la carne, lo cual podría haberle hecho presumir de alguna manera; sin embargo, él dice: «Y yo no le conocía; mas para que fuese manifestado a Israel, por esto vine yo bautizando con agua». ¿No le conocía? Como pariente probablemente sí; pero Juan sabía que eso no bastaba. El único que podía dar testimonio real acerca del Cristo, era Dios mismo.

Esta es una lección muy grande para nosotros. ¡Cuántas veces hemos presumido de ser alguien, siendo nosotros indeciblemente menores que Juan! Si él, siendo pariente, no confía en sus percepciones espirituales para decir que lo conoce espiritualmente, ¿cuánto menos nosotros? Si él no se sentía digno de desatar la correa de Su calzado, ¿qué queda para nosotros?

Después que Juan pasó, habiendo cumplido su ministerio, quedó tras él un fruto irrefutable, pues muchos vinieron al Señor, diciendo: «Juan, a la verdad, ninguna señal hizo; pero todo lo que Juan dijo de éste, era verdad» (Juan 10:41). Juan no fue un hacedor de milagros; no fue un profeta espectacular como otros que hicieron muchas señales y portentos. Él tenía solo una misión: hablar la verdad acerca de quién era Jesús. Y en eso fue fiel; disminuyendo y menguando él mismo cada vez, para que su Señor fuera exaltado. ¡Maravillosa y rara cosa es ésta, especialmente en nuestros días!

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