Muchos hombres proclaman cada uno su propia bondad, pero hombre de verdad, ¿quién lo hallará?».

– Prov. 20:6.

«Hombre de verdad» es aquel a quien la verdad lo alcanzó, o bien, aquel que ha sido derribado por la verdad. La verdad vino y puso al desnudo toda su mentira, su falacia y su irrealidad, su desordenada auto-estimación.

Podría suponerse que a tal hombre no le convenía la verdad, ya que ella vino a desmoronar su existencia, a trastocarlo todo. Sin embargo, él se aferra a la verdad que lo quebranta (cual Jacob en el valle de Jaboc), pues percibe en ella la salida a su desventura oculta. Los demás no saben que, tras su sonrisa, hay un llanto; que, tras una alegría externa, se ocultan pesadas amarguras.

Ahora, la verdad ha desplazado a la mentira. Entonces, este hombre bien puede ser llamado hombre de verdad. No es el hombre que se gloría en sí mismo por sus supuestas capacidades, ni el que, lleno de justicia propia y refinada educación, menosprecia a los menos dotados. «Ciertamente vanidad es todo hombre» (Sal. 39:5). «No hay justo ni aun uno» (Sal. 14:1-3).

El hombre que proclama su bondad, lo único que busca es ser alabado por los hombres. Le interesa la fama –no puede vivir sin ella– y, cual actor de teatro, le es tan necesario el aplauso como comer o respirar. «Hay que inventar algo, mentir si es necesario, pero hay que quedar bien parado de cualquier manera». No es de extrañar que termine agotado en ese permanente esfuerzo.

El hombre de verdad, en cambio, se apresura a reconocer sus errores, a reparar el mal causado; se humilla con sinceridad, aunque ello ponga en riesgo su reputación. La verdad le ha hecho valiente; no puede sufrir la falsedad. ¡Ha tenido un encuentro con la verdad, conoce que ante Dios no hay pensamiento oculto! Le interesa la aprobación de su Dios, aunque ello le signifique un conflicto permanente con los hombres. La sonrisa del cielo es su único consuelo.

En un hombre de verdad, las mentiras quedaron atrás, como las tinieblas dan lugar al nuevo amanecer. El Sol de Justicia brilla ahora para él. ¡Qué descanso es no tener que caerle bien a nadie! ¡Qué descanso es ser auténtico, real! Por eso el Sabio dice: «¡Compra la verdad y no la vendas!» (Prov. 23:23).

Cristo es la Verdad. Su presencia puso de manifiesto la irrealidad, el engaño y la falsía de quienes presumían ser verdaderos. Cristo desnudó al hombre que se alababa a sí mismo en la oración. Cristo trajo luz al corazón de los que veían la paja en el ojo ajeno sin ver la viga en el propio. Cristo en nosotros es la verdad encarnada. En nosotros se produjo un canje glorioso: nuestra mentira por Su verdad. ¿Quién es, entonces, un hombre de verdad? Es aquel que realmente ha hallado a Cristo, la Verdad.

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