El evangelio de Juan fue escrito para la Iglesia.

Y alzando ellos sus ojos, a nadie vieron sino a Jesús solo”.

– Mateo 17:8.

El libro de Juan fue escrito para la iglesia, fue escrito para mostrarnos el camino de los últimos tiempos. Los otros evangelios coinciden entre sí, pero el de Juan es específico. Pienso que Juan fue usado por el Espíritu Santo para hacernos estar atentos al tiempo del fin.

«Y aquel Verbo fue hecho carne y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del Unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad» (Juan 1:14). Juan vio la gloria del Señor, «lleno de gracia y de verdad». Y él dice que esa gloria habitó entre nosotros, porque Cristo es la gloria de Dios. Cristo no sólo contiene la gloria de Dios: Cristo es la gloria de Dios. Él es la absoluta gloria de toda la creación y la absoluta gloria de la iglesia.

No hay ninguna gloria para nosotros, ni en nosotros mismos. La única gloria de la iglesia es Cristo. Nosotros tenemos que ver esa gloria, ser motivados por esa gloria. Es por esa gloria que hemos de servirnos unos a otros. Es Cristo quien trabajará en nosotros.

Él ya vino a nosotros. La religión intenta ir hacia Dios, pero Juan dice que el Señor vino y habitó entre nosotros. Él hizo un tabernáculo en nosotros; no solamente entre nosotros, sino en nosotros. Él hizo de nosotros un tabernáculo.

Según Hebreos capítulo 3, nosotros somos la casa de Dios. Allí hay adoración, hay un servicio de adoración, allí hay contrición, allí siempre disminuye el hombre y la gloria siempre es para el Señor, porque él es la gloria y él habita con nosotros. ¡Maravilloso! Yo creo que el Señor habita en mí. Tenemos que confesar esto también y ser sumergidos en esta realidad. ¡Gloria al Señor! Él habita en nosotros.

Gracias al Señor que se hizo carne y habitó entre nosotros. Él recibió un tabernáculo de Dios, un cuerpo, para ir a la cruz. Yendo a la cruz, él es nuestro redentor, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Gracias a Dios, nuestros pecados pasados fueron borrados, y todos los pecados presentes también pueden ser borrados. Basta creer en el poder de la sangre de Jesús, la sangre de su cruz que fue derramada por nosotros. Debemos dar gracias a Dios siempre que miramos al Cordero.

Recordemos el versículo de Mateo 17:8 «Y alzando ellos sus ojos, a nadie vieron sino a Jesús solo». Únicamente a Jesús.

Veamos Juan capítulo 2 versículo 11. Cuando el Señor transforma el agua en vino, Juan nos dice: «Este principio de señales hizo Jesús en Caná de Galilea y manifestó su gloria». Aquí Juan está mostrando la gloria del Señor. «Y sus discípulos creyeron en Él». ¿Quiénes son sus discípulos? ¿Son creyentes o incrédulos? Son creyentes, son personas que están siguiendo al Señor. El libro de Juan despierta nuestra conciencia para continuar siguiendo al Señor, creyendo en él.

La Palabra dice que, cuando el pueblo de Israel salió de Egipto, muchos cayeron en el desierto, porque no creyeron. Ellos no lograron concluir su jornada, mas nosotros hemos de concluir la nuestra. Debemos estar firmes hasta el día de Jesucristo. Necesitamos santificarnos en espíritu, alma y cuerpo hasta el día de Jesucristo, porque estamos esperando la venida del Señor.

Nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo. El hermano Watchmann Nee decía que cierta vez en un tren, cuando viajaba a otra ciudad, un grupo de personas jugaban a las cartas y, faltándoles un jugador, le dijeron: ‘¿Podría usted ayudarnos a formar el grupo?’. Respondiendo, les dijo: ‘Lamentablemente, no puedo’. Le dijeron: ‘¿Y por que no puede?’. El hermano Nee dijo: ‘Porque yo no tengo manos’. Le dijeron: ‘¿Que hacen entonces esas dos manos ahí?’. Él les respondió: ‘Estas manos no son mías, son del Señor; ya no me pertenecen a mí’. Nuestras manos y nuestros pies, todo es del Señor. Cristo es el todo en todos. Todo le pertenece a Él. No somos más de nosotros mismos. Necesitamos reconocer eso; entonces la iglesia realmente va a tener la gloria del Señor.

Cierto hermano dice que el Señor no usa nuestra manera de ver, ni nuestra manera de hablar, ni nuestra manera de hablar, ni nuestra manera de predicar, ni nuestra manera de andar. Él usa nuestros ojos, nuestra boca, nuestros pies y manos. Porque es el Señor quien tiene que hablar y usar nuestros miembros como él quiera. Presentad vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia. Eso dice Romanos.

Veamos otro texto en Juan 11:49-52: «Entonces Caifás, uno de ellos, sumo sacerdote aquel año, les dijo: Vosotros nada sabéis; ni pensáis que nos conviene que un hombre muera por el pueblo, y no que toda la nación perezca. Esto no lo dijo por si mismo, sino porque era sumo sacerdote aquel año, profetizó que Jesús había de morir por la nación; y no solamente por la nación, sino también para congregar en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos».

Hermanos, ¿esto que está aquí es una palabra para evangelizar a alguien del mundo o para evangelizar a alguien de la iglesia? Decir: ‘Jesús murió por nosotros, para que nosotros seamos un cuerpo’, es una palabra de evangelización para nosotros. El Señor está trayendo la evangelización a su iglesia. ¿Cuál mensaje de evangelización? El mismo mensaje del evangelio, que Cristo nos hizo un cuerpo, reuniéndonos en sí mismo.

Aquel que está en Cristo es uno conmigo – dice el Señor – y yo soy uno con él. Entonces podemos cantar: «Somos uno, somos hermanos…». Esta canción es un mensaje de evangelización para toda América Latina, porque estamos siendo evangelizados cuando cantamos. No podemos ser como algunos hermanos, que antiguamente cantaban así: ‘No puedo vivir sin ti, mi hermano’. Pero después desaparecieron. Creo que ellos se olvidaron de decir: ‘Yo no puedo vivir contigo, mi hermano’. Cantábamos y danzábamos, y ahora estamos separados.

Que nunca más salga de nuestra boca ninguna palabra liviana que no sea producto de una realidad. Que sea el fruto del poder de Cristo en nosotros. Si no lo estamos viviendo, vamos a rendir nuestro corazón al Señor, para que Cristo obre en nosotros.

Los ocho «Yo soy»

Entonces, esta palabra es para que la iglesia alcance el camino de la gloria del Señor. Juan es el único libro donde el Señor dice ocho veces que Él es. Entonces, si nosotros llegamos a la conclusión de que en la iglesia nadie ES, sólo Cristo ES, entonces realmente vamos a corresponder al propósito de Dios.

En Juan 6:35, el Señor dice: «Yo soy el pan de vida». El sustento y el alimento de la iglesia es Cristo. Por mucho que encontremos buenos predicadores, todo lo que debe venir por ellos debe ser el pan de vida. El pan de vida es Cristo. Los siervos del Señor son como una bandeja. El pan de vida es colocado en esa bandeja. Usted no comerá la bandeja, usted comerá el pan. Cristo es el pan de vida. Si quiere tener vida, coma a Cristo. Quiere vivir, viva por Cristo. Él es el Señor. Debemos alimentarnos de él para crecer.

Juan 8:12: «Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida». Nosotros andamos por la luz del Señor, la cual está en la iglesia. Esa luz no puede ser sustituida. La luz del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesús. Podemos ver que en otro tiempo Moisés tuvo esa gloria en su rostro; mas fue puesto un velo sobre su cabeza para no ver el fin de la gloria de aquel ministerio.

Aquel ministerio fue llamado ministerio de muerte, según 2ª Corintios 3:13: «…y no como Moisés, que ponía un velo sobre su rostro, para que los hijos de Israel no fijaran la vista en el fin de aquello que había de ser abolido». En otra versión dice así: «para que no mirasen firmemente»; porque si ellos hubiesen mirado firmemente, no habrían tenido esperanza, porque eso tenía fin.

Pero cuando miramos el rostro de Jesús, vemos la gloria eterna de Dios, una gloria que no se desvanece, una gloria que el Señor quiere traer hasta nosotros. Por eso dice en el verso 17 y 18: «Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad. Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria de Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor». Aquí sí que podemos mirar firmemente, podemos mirar con libertad. «Mirar», en portugués, quiere decir, «apuntar hacia el frente, hacia un blanco».

Cuando miremos la gloria del Señor sin nada delante de nuestro rostro, nada que nos pueda distraer, vamos a ser transformados de gloria en gloria, en la misma imagen. Entonces cuando miremos la iglesia, cuando veamos el rostro de los hermanos, nuestro servicio va a ser un servicio de amor, porque veremos a Cristo en todos los hermanos,

Juan 10:9: «Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos». El Señor Jesús es la puerta. Pero sabemos que a través de todos estos siglos se levantó la religión y muchas puertas se abrieron. Entonces las personas dicen: ‘Todas las religiones llevan a Dios’. Incluso muchos creyentes asimilaron esto y se levantaron muchas puertas, por falta de conocimiento de quién es la puerta.

Los creyentes hoy deben regresar y entrar por la puerta. El Señor está llamando a los creyentes para volver al principio y entrar por la puerta verdadera, porque allí encontrarán pastos, porque allí hay un solo rebaño y un solo pastor que guiará a su pueblo. No dará prioridad a nada más, habrá un solo rebaño y un solo pastor. Y el Señor será glorificado. Por que a la verdad la iglesia es sólo una; no dos ni tres. No esta bandera, ni aquella otra. Sólo una iglesia, aquella que el Señor Jesús levantó. Él no levantó diez o veinte iglesias en cada ciudad.

Una vez un predicador muy conocido decía así: ‘Voy a leer la carta escrita a la segunda iglesia de Corinto’. ¿Donde está la segunda iglesia de Corinto? Pablo no habló eso en sus cartas. Si hubiera una tercera carta a los corintios este hermano pensaría que había una tercera iglesia en Corinto. No hermanos, sólo una. Nosotros somos uno, porque hay un solo pastor y sólo una puerta. Y cuando entramos por esa puerta, nos encontramos con el Pastor.

Juan 10:11. Ya hablamos de la puerta y del Pastor; por lo tanto este pasaje no requiere mucho más comentario. «Yo soy el buen pastor, el buen pastor su vida da por las ovejas». Entonces vemos aquí que el Señor Jesús ha dado su vida por aquellos que entran por la puerta. Ellos entran por la puerta, y cuando entran y están frente al pastor, el pastor les da vida. Hermano, no es la religión la que te da vida, el Pastor es quien da vida. Pero tenemos que entrar por la puerta.

Veamos Juan 11:25. Estamos leyendo todos estos pasajes para mostrar quién es el que es. Esta es la majestad de la gloria de Señor Jesús. El Señor nunca va a dar testimonio de algún otro, ni el Padre dará testimonio de otro. El Padre va a decir: «Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia», el Señor Jesús. La iglesia tiene que conocer al gran YO SOY de la iglesia.

Juan 11:25 también nos dice: «Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mi, aunque esté muerto, vivirá». Aquí, el Señor Jesús no está diciendo que él resucita. No está diciendo: ‘Yo te puedo resucitar; yo puedo hacer el milagro de la resurrección’. No te quedes esperando el milagro de la resurrección. Vive en él, que ES la resurrección. Él dice: «Yo soy la resurrección»; «Yo soy la vida; el que cree en mi, aunque esté muerto, vivirá».

Al ángel de la iglesia en Sardis, que está en Apocalipsis, el Señor le dice: «…Tienes nombre de que vives, y estás muerto». Él necesita conocer la resurrección. ¿Quién es la resurrección? Hay muchos pastores que están predicando como si estuviesen vivos, pero están muertos. Ellos necesitan conocer la resurrección. ¿Quién es la resurrección? Jesús es la resurrección y la vida. Si tú crees en él, ahora mismo serás vivificado. Basta creer en el Señor.

Hoy en día hay muchos ‘creyentes incrédulos’ en la iglesia. Ellos creen en milagros, ellos creen en muchas cosas. Pero no creen en el Señor Jesús. Así como los discípulos que caminaban con el Señor y veían sus milagros, pero no creían en él. Felipe llegó a decir: «Muéstranos al Padre, y nos basta». Jesús le dice: «¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre». Felipe creía que el Señor hacía milagros, pero no creía en el Señor. Él no creía que el Señor era la revelación del Padre, la gloria del Padre, la imagen misma de su sustancia.

Esa es la grandeza del Señor, ser la imagen exacta de la persona de Dios. Nosotros debemos creer en él, aunque no haga ningún milagro para nosotros. Su grandeza no disminuirá para nosotros, si continuamos viendo su grandeza, su gloria. Entonces nada será más importante para nosotros.

Juan 14:6: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí». Aquí tenemos al Señor mostrándose como el camino, y la verdad, y la vida.

Sólo puede conocer la verdad aquel que está en el camino, y sólo puede experimentar la vida aquel que conoce la verdad. Porque el Señor Jesús estableció un principio: «Conoceréis la verdad, y la verdad os libertará». Si no fuésemos libres, no podríamos experimentar mayores cosas de Dios, no podríamos experimentar la revelación de Dios. Y de lo que más tenemos necesidad es de ser libres de nosotros mismos. Fue más fácil para Dios liberar al pueblo de Israel de la tierra de Egipto, que librar al pueblo de sí mismo. El pueblo no fue libre de sí mismo y no alcanzó el propósito de Dios. Entonces, necesitamos conocer la verdad.

Un hermano decía que cada vez que Cristo se revelaba a Pedro, el Señor daba un trato a la vida de Pedro. Ese trato era una manifestación de la verdad para Pedro, porque si no, el Señor no podría revelarle otra fase de su gloria. Si no recibimos el trato de parte del Señor, no podemos recibir la transformación.

A veces pensamos que la cruz es un sufrimiento muy grande. Y podemos decir: ‘Sí, mi marido es mi cruz’, o ‘Mi esposa es mi cruz’, o ‘Aquel hermano es una cruz para mí’, o ‘Ese obrero es mi cruz’. No, hermanos, la cruz es la manifestación de la verdad de Dios para nuestra vida, y cuando abrimos nuestro corazón para la verdad del Señor, no nos gusta oír la verdad. Pero cuando abrimos nuestro corazón a la verdad del Señor, entonces somos liberados, y cuando somos libres, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen del Señor por el Espíritu del Señor. ¡Aleluya! Ahí nosotros podemos manifestar la vida del Señor.

Juan 15:1 dice: «Yo soy la vid verdadera, y mi padre es el labrador». Sólo leeremos este pasaje. No haremos comentario.

Pero en Juan 18:5-6, se concentran las otras 7 veces en que Jesús dijo: «Yo soy». Dice así: «Le respondieron: A Jesús nazareno. Jesús les dijo: Yo soy. Y estaba también con ellos Judas, el que le entregaba. Cuando les dijo: Yo soy, retrocedieron, y cayeron a tierra».

Hermano, ¿tú ya caíste a tierra? ¿Ya descubriste quién es el que es? Cuando tú descubras quién es el que es, tú vas a caer a tierra. Delante del Señor nadie va a quedar en pie. Nosotros caemos para dar toda la gloria al Señor.

Síntesis de un mensaje impartido en Callejones, en enero de 2008.