La defensa y muerte de Esteban tiene una especial connotación, que se agrega a la muy importante de ser el primer mártir. Para percibirlo, debemos poner especial atención a las acusaciones que se le hicieron, y por las cuales fue llevado al concilio. Las últimas de ellas fueron: «Y pusieron testigos falsos que decían: Este hombre no cesa de hablar palabras blasfemas contra este lugar santo y contra la ley; pues le hemos oído decir que ese Jesús de Nazaret destruirá este lugar, y cambiará las costumbres que nos dio Moisés» (Hech. 6:13-14).

La falsedad de estas acusaciones no se debía a que Esteban hubiese anunciado el fin del templo y de la dispensación de la ley, sino de que hubiese hablado palabras blasfemas contra ello. Para los judíos eso era blasfemia, porque no lo podían entender, pero sin duda era el propósito y la voluntad de Dios. El Señor mismo había dicho a sus discípulos que de ese lugar no quedaría piedra sobre piedra que no fuese removido.

Luego, el discurso de Esteban, que abarca casi todo el capítulo 7 de Hechos, surge a partir de esta falsa acusación. Y Esteban se remonta a los inicios de la historia del pueblo de Israel para fundamentar su defensa. Su relato es amplio y profundo, e incluso arroja luz inédita sobre algunos pasajes del Antiguo Testamento. Sin embargo, no hemos de perder de vista de dónde comienza y dónde termina Esteban. Su propósito no era demostrar cuán buen judío era, y cuánto sabía de la historia de su pueblo. El fin de su discurso es algo muy diferente. Para verlo con claridad, debemos ir a sus últimas palabras.

El punto final –el clímax– de sus palabras es la alusión a David y Salomón, donde retoma de modo directo el tema del templo. «Este (David) halló gracia delante de Dios, y pidió proveer tabernáculo para el Dios de Jacob. Mas Salomón le edificó casa» (vv. 46-47). Este es el último hecho histórico narrado por Esteban. En seguida, él realiza una ferviente apelación: «Si bien el Altísimo no habita en templos hechos de mano, como dice el profeta: El cielo es mi trono, y la tierra el estrado de mis pies. ¿Qué casa me edificaréis? Dice el Señor; ¿o cuál es el lugar de mi reposo? ¿No hizo mi mano todas estas cosas?».

Su argumento concluye, en otras palabras, de esta manera: «Aunque Dios permitió a dos de sus mejores siervos que le levantaran casa, Dios no habita en templos hechos de mano. No hay ninguna cosa creada que pueda ser dignamente Su casa. Así que, no os debe extrañar que esta casa vaya a ser destruida. Dios ha decidido habitar entre los hombres de otra manera».

Esteban intuyó de antemano el propósito de Dios con respecto al templo y al cambio de dispensación, lo cual sería desarrollado por Pablo de manera más amplia. Pero aquí, en Esteban, está el germen de la revelación sobre la iglesia como la nueva habitación de Dios. Esteban fue el Precursor de esta revelación. Y como ocurre cuando la verdad de Dios resplandece con fuerza la primera vez, encandila a los religiosos tradicionalistas, y los vuelve contra Dios.

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