Estudiando los Salmos con C. H. Spurgeon.

Salmo 97

Así como el Salmo anterior cantaba las alabanzas del Señor en conexión con la proclamación del Evangelio entre los gentiles, en éste se prefigura la obra poderosa del Espíritu Santo en la sumisión de los sistemas colosales del error y derribando los dioses idolátricos.

Salmo 98

El presente Salmo es una especie de Himno de Coronación, que proclama oficialmente al Mesías o Monarca vencedor sobre las naciones, con el sonido de las trompetas, los aplausos y el regocijo y celebración de los triunfos. Es un cántico singularmente osado y vivo. Los críticos han establecido plenamente el hecho de que hay expresiones similares en Isaías, pero no vemos fuerza en la inferencia de que, por ello, su autor haya de ser Isaías; si nos atenemos a este principio, la mitad de los libros escritos en lengua inglesa podrían ser atribuidos a Shakespeare.

Salmo 99

Éste puede ser llamado el Sanctus, o «El Salmo santo, santo, santo», porque la palabra «santo» es la conclusión y el coro de las tres divisiones principales. Su tema es la santidad del gobierno divino, la santidad del reino medianero.

«Hay tres Salmos que empiezan con las palabras «El Señor (Jehová) reina» (Salmos 93, 97, 99). Este es el tercero y último de estos Salmos; y es notable que en este Salmo las palabras El es santo sean repetidas tres veces (versículos 3, 5, 9).

Así, este Salmo es uno de los eslabones de la cadena que conecta la primera revelación de Dios en el Génesis con la plena manifestación de la doctrina de la bendita Trinidad, que es revelada en la comisión del Salvador resucitado a sus apóstoles: «Id, pues, y haced discípulos en todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo», y que prepara al fiel para unirse al aleluya celestial de la iglesia glorificada. «Santo, santo, santo es el Señor Dios Omnipotente, el que era, el que es, y el que ha de venir».

Los otros eslabones de esta cadena en el Antiguo Testamento son: la bendición aarónica en Números 6:24-27, y el trisagio seráfico en Isaías 6:1-3. (Christopher Wordsworth).

Salmo 100

«Salmo de alabanza»; o más bien, de acción de gracias. Éste es el único Salmo que lleva esta inscripción precisa. Todo él arde de agradecida adoración, y por esta razón ha sido uno de los predilectos del pueblo de Dios desde que fue escrito.

Este Salmo contiene una promesa del cristianismo, como el invierno a su término contiene la promesa de la primavera. Los árboles están preparados para brotar, las flores esperando escondidas bajo el suelo, las nubes cargadas de lluvia, el sol brilla con fuerza; sólo el viento del sur falta para dar una nueva vida a todas las cosas. (The Speaker’s Commentary).

Salmo 101

Éste es precisamente un Salmo que «el hombre según el corazón de Dios» redactaría cuando estaba a punto de llegar a ser rey de Israel. Es de David por completo, directamente, decididamente; no hay indicio de vacilación; el Señor le ha designado para ser rey, y él lo sabe; por tanto, se propone en todas las cosas comportarse como corresponde a un monarca a quien el mismo Señor ha escogido.

Si le llamamos el «Salmo de las resoluciones piadosas» podremos, quizá, recordarlo más fácilmente. Después de varios Salmos de alabanza, un Salmo de práctica no sólo ofrece variedad, sino que es muy apropiado. Nunca alabamos mejor al Señor que cuando hacemos las cosas que son agradables a su vista.

Este es el Salmo que los antiguos expositores acostumbraban a designar «El espejo para los magistrados»; y es, en realidad, un excelente espejo. Aceleraría muchísimo la llegada del tiempo en que toda nación sería la posesión de Cristo y cada capital una «ciudad del Señor» si todos los magistrados pudieran ser persuadidos de revestirse del espíritu de este Salmo cuando van a ejecutar las funciones que corresponden a su oficio.

Salmo 102

Este es el lamento sobre la triste situación de su país de uno que ama a su patria. Se reviste de las aflicciones de su nación como uno que se pone un cilicio y echa ceniza sobre su cabeza, exhibiendo con ello los motivos y causas de su pena. Tiene sus propias quejas y enemigos personales; además, se ve afligido en su cuerpo por la enfermedad, pero las desgracias de su pueblo le son una mayor causa de angustia, y éstas las derrama en una lamentación patética y sincera. Sin embargo, éste que se lamenta no lo hace sin esperanza; tiene fe en Dios y espera la resurrección de la nación a través del favor omnipotente del Señor.

La palabra «queja» no da aquí la idea de hallar faltas o acusaciones, sino la de gemido, lamento, como expresión de dolor, no de rebelión. Nos ayudará recordar que este Salmo es «la queja del patriota».

Salmo 103

¡Cuántas veces cantaron este Salmo los santos de Escocia cuando celebraban la Cena del Señor! Por ello, es especialmente conocido en nuestro país. Está relacionado también con un caso notable ocurrido en los días de John Knox.

Elizabeth Adamson, que asistía a su predicación «porque Knox estaba más plenamente abierto a la fuente de las misericordias de Dios que los demás», fue llevada a Cristo y al reposo al oír este Salmo, después de sufrir una agonía del alma tal que, refiriéndose a sus terribles dolores del cuerpo, dijo: «Diez mil años de este tormento, y diez veces más añadidos, no son comparables con un cuarto de hora de la angustia de mi alma.»

Antes de partir pidió de nuevo este Salmo: «Fue al recibirlo que mi alma turbada saboreó primero la misericordia de Dios, que es ahora más dulce para mí que si se me diera posesión de todos los reinos de la tierra.» (Andrew A. Bonar).

Salmo 104

Este poema contiene todo un cosmos: mar y tierra, nubes y sol, plantas y animales, luz y tinieblas, vida y muerte, y de todo ello se muestra que expresa la presencia del Señor. Son evidentes en él los rastros de los seis días de la creación, y aunque no es mencionada la creación del hombre, que fue la obra que coronó el sexto día, se da por descontado por el hecho de que este hombre es él mismo el cantor. Es una versión poética del Génesis.

No tenemos información sobre su autor, pero la Septuaginta lo asigna a David, y no vemos razón alguna para atribuirlo a otro. Su espíritu, estilo y forma de escribir se manifiestan en él, y si el Salmo ha de ser atribuido a otro, ha de ser a una mente muy similar, y podríamos sólo sugerir al hijo de David, Salomón, el poeta predicador, cuyas notas sobre historia natural, en los Proverbios, tienen gran semejanza con algunos de los versículos del Salmo.

Salmo 105

Este Salmo histórico fue, evidentemente, compuesto por el rey David, porque los quince primeros versículos del mismo fueron usados como un himno en el traslado del arca desde la casa de Obed-edom, y leemos en 2 Crónicas 16:7: «Aquel día, David, alabando el primero a Jehová, entregó a Asaf y a sus hermanos este canto.»

Nuestro último Salmo cantaba los capítulos iniciales del Génesis, y éste lo hace respecto a los capítulos finales y nos conduce al Éxodo y a Números.

Nos hallamos ahora entre los Salmos largos, como en otras ocasiones habíamos estado entre los cortos. Estas variaciones en la longitud de los poemas sagrados deberían enseñarnos a no establecer leyes respecto a la brevedad o prolijidad de la oración o de la alabanza.

Salmo 106

Este Salmo empieza y termina con un «¡Aleluya!» «Alabado sea el Señor». El espacio entre estas dos exclamaciones de alabanza está lleno de tristes detalles del pecado de Israel y la paciencia extraordinaria de Dios; y, verdaderamente, hacemos bien en bendecir al Señor tanto al comienzo como al fin de nuestra meditación cuando el pecado y la gracia son los temas.

Es muy probable que fuera escrito por David; en todo caso, sus versículos primero y los dos últimos se hallan en el cántico sagrado que David entregó a Asaf cuando éste trajo el arca del Señor (1º Crónicas 16:34-36).

Al estudiar este santo Salmo considerémonos nosotros mismos entre el antiguo pueblo del Señor y lamentemos nuestras propias provocaciones al Altísimo, y al mismo tiempo admiremos su infinita paciencia y adorémosle debido a la misma. Que el Espíritu Santo lo santifique para el incremento de la humildad y de la gratitud.

Salmo 107

Este es un cántico escogido para los «redimidos de Jehová» (vers. 2). Aunque celebra liberaciones providenciales y, por tanto, puede ser cantado por todo aquel cuya vida ha sido preservada en tiempo de peligro, con todo, y tras esto, engrandece principalmente al Señor por bendiciones espirituales, de las cuales los favores temporales son sólo tipos y sombras.

El tema es la acción de gracias y los motivos de la misma. La construcción del Salmo es altamente poética, y como mera composición sería difícil hallar otras comparables entre las producciones humanas.

Salmo 108

Un cántico o Salmo de David. Para ser cantado jubilosamente como un himno nacional o solemnemente como un Salmo sagrado.

Tenemos delante «El Cántico matutino del guerrero» con el cual adora a su Dios y corrobora su corazón antes de entrar en los conflictos del día. Como el antiguo oficial prusiano acostumbraba a orar para invocar la ayuda del «aliado augusto de su majestad», así David apela a su Dios y levanta su bandera en nombre de Jehová.

Salmo 109

«Al músico principal»; está destinado, pues, a ser cantado, y cantado en el servicio del Templo. Con todo, no es fácil imaginar a toda la nación cantando estas tremendas imprecaciones. Nosotros, en todo caso, bajo la dispensación del evangelio, hallamos muy difícil infundir en el Salmo un sentido evangélico, o un sentido incluso compatible con el espíritu cristiano; por tanto, uno prefiere pensar que los judíos han de haber hallado difícil cantar en un lenguaje tan extraño sin sentir estimulado el espíritu de venganza; y el despertar este espíritu nunca puede haber sido el objeto del culto divino en ningún período, bajo la ley o bajo el evangelio.

«Un Salmo de David»; no son, por tanto, los razonamientos de un ermitaño malicioso, o las execraciones de un espíritu vengador y fogoso. David no quiso herir al hombre que procuraba derramar su sangre; con frecuencia perdonaba a los que le trataban indignamente; y, por tanto, estas palabras no se pueden leer en un sentido rencoroso, de desquite, porque esto sería ajeno al carácter del hijo de Isaí.

La ira contra el pecado y el deseo de que los malhechores sean castigados no se opone al espíritu del evangelio o a este amor a los enemigos que nuestro Señor mandó y del cual dio ejemplo. Si la emoción de pronunciarlo fuera esencialmente pecaminosa, ¿cómo podía Pablo desear que el enemigo de Cristo y pervertidor del evangelio fuera maldito?; y, especialmente, ¿cómo podía el espíritu de los santos martirizados en el cielo clamar venganza a Dios y unirse para celebrar su ejecución final?

Sí, el resentimiento contra los malos dista mucho de ser por necesidad pecaminoso, puesto que lo hallamos manifestado en el mismo Santo y Justo cuando en los días de su carne miró a su alrededor a los que le escuchaban, «con enojo, agraviado por la dureza de sus corazones»; y cuando en «el gran día de su ira» dirá a todos los obradores de iniquidad: «Apartaos de mí, malditos» (Mt. 25:41). Benjamin Davies.

Extractado de El Tesoro de David.