Lecturas: Efesios 3:2; 1ª Corintios 4:1-2, 9:17; 1ª Pedro 4:10.

Noten ustedes cuántas veces la palabra administración o administradores aparece en estos textos. El Señor nos ha confiado algo relacionado con su dispensación. La palabra que Pablo usa en Efesios 3:2 habla de una economía, algo que Dios nos confió, tan precioso, porque toca aquello que está y estuvo eternamente en su corazón, y entonces nos fue dispensado. Y se requiere de los administradores que cada uno sea hallado fiel.

Cuando Pablo escribe a Timoteo, él coloca una cadena de cuatro eslabones. Él le dice: «Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros» (2ª Tim. 2:2). Pablo es el primer eslabón,Timoteo es el segundo eslabón, hombres fieles idóneos son el tercer eslabón, y otros es el cuarto eslabón. Entonces se ve la transmisión de la palabra en este versículo. Ahora, el tercer eslabón, hombres fieles e idóneos, nos habla de una cualidad de carácter.

Como hablamos durante estos días, nuestro problema no es la vida. Nosotros ya tenemos vida. Cristo nos dio vida; pero cuando a la vida se asocia la disciplina, entonces tenemos el carácter. Es difícil hacer una ecuación de la vida espiritual, pero esta, sin duda, es una ecuación significativa: Vida + disciplina = carácter. Por eso estamos en la escuela de Cristo, para ser discipulados o disciplinados. Él dice: «…aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas» (Mat. 11:29).

Nuestro discipulado es un discipulado a Cristo. Nosotros no formamos discípulos los unos de los otros; no atraemos discípulos a nosotros mismos. En este sentido nuestro ministerio es como el de Juan el Bautista. Cuanto más él predicaba, menos discípulos tenía, porque apuntaba hacia el Cordero de Dios. Este fue el privilegio de Juan el Bautista. Cuando el Señor Jesús pasó cerca de Juan el Bautista, este extendió su dedo y dijo: «He aquí el Cordero de Dios». Ese fue su privilegio. Él dijo: «Yo no soy el novio, soy el amigo del novio».

Cuando Juan el Bautista dijo: «He aquí el Cordero de Dios»,  respondió con esa frase la mayor pregunta del Antiguo Testamento, la pregunta de Isaac a su padre Abraham. Cuando el Señor pidió a Abraham que llevara a Isaac al monte Moriah, en el camino, Isaac dijo: «Padre, yo veo el fuego y el cuchillo, pero, ¿dónde está el cordero para el holocausto?» (Gén. 22). Es la pregunta más grande del Antiguo Testamento.

Dos mil años después, Juan el Bautista da la respuesta: «He aquí el Cordero de Dios». Y cuanto más él predicaba, cuanto más presentaba al Cordero, más discípulos del Cordero hacía. Este nuestro ministerio, esta es nuestra función. Si somos idóneos, si somos fieles,  no haremos discípulos para nosotros mismos;  haremos discípulos del Cordero.

Cuando Pablo escribió la 2º epístola a los Corintios, que procuraremos estudiar hoy, destacó nueve aspectos que hablan de esa idoneidad ministerial; de hombres fieles e idóneos. Pablo fue un ministro idóneo, pues tenía el carácter de Cristo formado en él. Él podía decir: «De aquí en adelante nadie me cause molestias; porque yo traigo en mi cuerpo las marcas del Señor Jesús» (Gál 6:17). Esa es nuestra necesidad, para que podamos ser mayordomos fieles.

La segunda epístola de Pablo a los Corintios es llamada la autobiografía de Pablo. Sin duda, ella es como un manual de servicio. Si queremos realmente aprender algo sobre el servicio cristiano, 2ª Corintios es absolutamente necesaria. Vamos, entonces, a ver algunos aspectos de esta epístola.

1. Sentencia de muerte

«Pero tuvimos en nosotros mismos sentencia de muerte, para que no confiásemos en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos» (2ª Corintios 1:9).

Esta es la primera marca que debe ser evidente en nuestro servicio al Señor, tal vez la más básica e importante. Si nosotros queremos servir al Señor, necesitamos una sentencia de muerte. ¿No es impresionante esto hermanos? Sentencia de muerte. ¿Para qué? Para que no confiemos en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos.

Por causa de la dificultad en comprender y vivir esta sentencia de muerte, mucho del servicio a Dios es hecho en la energía de la carne. Y no hay nada más problemático que un servicio a Dios hecho en la energía de la carne, porque, en primer lugar, no produce un verdadero servicio a Dios, y en segundo término, produce un anti-servicio a Dios. Nosotros causamos confusión en la casa de Dios, nos ministramos a nosotros mismos, provocamos partidismos, nos ponemos celosos unos de otros, consideramos a los otros inferiores a nosotros mismos y causamos todo un problema en la casa de Dios, porque no tenemos una sentencia de muerte.

Pero, ¿qué significa sentencia de muerte? Veamos unos versículos más sobre esto.

«…no que seamos competentes por nosotros mismos para pensar algo como de nosotros mismos, sino que nuestra competencia proviene de Dios, el cual asimismo nos hizo ministros competentes de un nuevo pacto, no de la letra, sino del espíritu; porque la letra mata, mas el espíritu vivifica» (2ª Cor. 3:5-6).

Este es un aspecto que nos ayudará a entender esta sentencia de muerte. Intentaremos hacer esto bien práctico. Haremos una aplicación. Todos nosotros tenemos algo del depósito de la revelación de Cristo que nos fue dada. Este depósito es precioso. Pero, ¿sabe cuál es el desafío? Que no confiamos en el depósito, sino que confiamos en que el Espíritu Santo podrá usar este depósito para edificar la iglesia.

Hay una tentación tan grande, a medida que el Señor va haciendo un depósito en nosotros, y es que nosotros confiemos en nuestro depósito, especialmente los jóvenes, llenando nuestra cabeza de conocimientos, estudiando la palabra y estudiando libros. Esto es muy importante, absolutamente necesario. Pero qué tentación tenemos de confiar en nuestro depósito y prestar a Dios un servicio intelectual, un servicio en la energía de la carne.

Más allá del conocimiento por revelación, más allá del conocimiento a través del estudio, más allá de estar cerca del Señor para aprender de él, aprender por medio de la visión y revelación, necesitamos aprender por el compañerismo con Cristo, por el discipulado a Cristo.

Nosotros tenemos que colocar nuestro cuello en el yugo de Cristo. Si no, seremos inútiles en la casa de Dios. Vamos a ministrar conocimiento, o algo de nosotros mismos, o incluso del depósito que recibimos; pero no tendrá valor espiritual, porque en la casa de Dios, nosotros no podemos ser maestros que enseñan, intelectualmente, la enseñanza en sí misma. La enseñanza en la casa de Dios es una transmisión de Cristo.

Por eso en Juan 6:63, el Señor dice: «…las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida». No son doctrina, no son conocimiento, alimento para la mente. El Señor se da a través de su palabra. Ese es el ministerio de la palabra: Cristo mismo siendo dado a nosotros. Mas, para que Cristo sea dado a nosotros, una barrera tiene que ser quebrada en nosotros, una cáscara muy gruesa. Esa cáscara se llama el ego. Entonces Dios usa las circunstancias.

El asunto en 2ª Corintios 1:9, la sentencia de muerte que Pablo presenta aquí, está especialmente ligada con las circunstancias, ya que en el versículo anterior, él habla sobre la naturaleza de la tribulación que les sobrevino en Asia; una tribulación tan grande que ellos se desesperaron de su propia vida. ¿Ven ustedes el discipulado a Cristo? ¿Creen que Pablo sería el siervo que llegó a ser sin ese tipo de trato? Claro que no.

En 2ª Corintios 11 Pablo habla de muchas de sus adversidades: náufrago en el mar muchas veces, en vigilias muchas veces, en ayunos, en peligros, entre personas de su misma patria, entre falsos hermanos. Muchas aflicciones. Y el Señor usó todo eso para producir el carácter de Cristo en Pablo. Él podía decir: «Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí» (Gál. 2:20), por causa de la sentencia de muerte.

Esta es la primera marca de nuestro servicio al Señor: sentencia de muerte. A veces pensamos que el Señor tuvo una ganancia tan grande cuando él nos llamó. Nosotros somos siervos tan especiales, tan preparados, conocemos tanto, tuvimos una buena escuela, un buena cuna, nuestros padres ya eran cristianos, nuestros abuelos y bisabuelos ya eran cristianos; somos hijos de Abraham. ¡Cuánto orgullo! El Señor no puede usar nada de eso, a menos que pase por la cruz.

La vida de altar fue la marca de la vida y el servicio de Abraham. Abraham edificó cuatro altares, y eso habla de su sentencia de muerte. El primer altar, en Génesis 12:7, es el altar de la revelación. El Dios de gloria apareció a Abraham, y éste levantó un altar. Luego, en el versículo 8, Abraham va armando sus tiendas entre Bet-el  y Hai. Bet-el habla de la casa de Dios, y Hai significa un montón de ruinas, que es un tipo del mundo. Entonces, cuando miramos al mundo, nos acordamos de Hai. El mundo es un Hai. ¡Ay de nosotros, si nos involucramos con el mundo! El mundo es un montón de ruinas. Entonces Abraham, colocó su segundo altar entre Hai y  Bet-el; él estaba entre el mundo y la casa de Dios, ni en el mundo ni en la casa de Dios. Ese es el altar de la separación.

Después, en Génesis 13:18, Abraham levanta  el tercer altar, junto al encinar de Mamre, que está en Hebrón, y Hebrón habla de comunión. Ese es el altar de la comunión. Después, el último altar, en Génesis 22, donde Abraham coloca a su hijo. Ahora, vea lo que significa aquí la sentencia de muerte. Cuando Abraham recibió a Isaac del Señor, aquel no era sólo un hijo, era el hijo de la promesa. Toda la promesa de Dios reposaba sobre Isaac. Isaac era un tremendo don de Dios para Abraham. «Y serán benditas en ti todas las familias de la tierra».

¿Sabe lo que hizo Abraham con Isaac? Él puso a Isaac dentro de la tienda. La tienda es donde nosotros guardamos nuestras cosas. Abraham recibió un don maravilloso; él tomó ese don y lo guardó en la tienda; pero no lo hizo pasar por el altar. Un día, nuestro Señor le dijo: «Abraham… vete a tierra de Moriah». La tierra de Moriah es donde se levantó el templo de Salomón, según Crónicas 22. Allí se levantó la casa de Dios, en el mismo lugar donde Abraham hizo aquel sacrificio.

Entonces, el Señor le dijo: «Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas… y ofrécelo allí en holocausto» (Gén. 22:2). Entonces Abraham toma el don de Dios, el don precioso, y lo pasa por el altar. Después que eso aconteció, el Señor le dijo: «De cierto te bendeciré, y multiplicaré…» (v. 17).

¿Sabe por qué nosotros no somos bendecidos en nuestro servicio, por qué no multiplicamos nuestro servicio? Porque el don que recibimos no ha pasado por el altar, que habla de la obra de la cruz. Sentencia de muerte: No confiar en el don, seguir un camino de discipulado a Cristo, aprender de él, que es manso y humilde. Todo aquello que colocamos en nuestra tienda: nuestros valores, nuestros dones, nuestras capacidades, nuestros talentos, esos que recibimos de Dios, los guardamos en la tienda. Si ellos no pasan por el altar y son recuperados en resurrección, son inútiles para el Señor.

Todo lo que ponemos en la tienda y no pasa por el altar, tiene la capacidad de corrompernos. Entonces, cuando el Señor pidió a Isaac a Abraham, lo que él quería en verdad era al propio Abraham; porque el corazón de Abraham, su esperanza y confianza, estaban ligadas a Isaac. Y en Romanos capítulo 4, Pablo nos dice que, por causa de esa experiencia, Abraham aprendió a creer en el Dios que «…da vida a los muertos, y llama las cosas que no son, como si fuesen» (Rom. 4:17).

¿Usted vio ese orden ahí? ¿En qué sentido Abraham conoció a Dios como el Dios que llama a la existencia a cosas que no existen? Cuando nació Isaac. Abraham era un viejo, su esposa era vieja y estéril; era imposible que tuviesen hijos. ¿Qué es lo que usted piensa cuando ve que el Señor le dijo a Abraham que iba a tener un hijo? Imagínese a Sara pasando delante de Abraham, arrastrándose, ya anciana. Abraham debió pensar: «De ahí no va a nacer hijo alguno». Ni siquiera Sara lo pensó, por eso ella ofreció a Agar para Abraham.

Agar es el fruto de la carne; Agar somos nosotros tratando de ayudar a Dios; es nuestro esfuerzo; es lo contrario de la obra del altar. Entonces cuando Abraham usa a Agar, ese es un andar carnal. Entonces, primero él aprendió a creer en el Dios que llama a existencia las cosas que no existen. Isaac era imposible, pero Dios lo trajo a la existencia. ¿Esto no nos parece súper maravilloso?

Sin embargo, el Señor tiene algo más. Ahora, él toma a aquel que vino a la existencia, ese fruto imposible, ese don de Dios, y lo lleva al altar, para que Abraham aprenda una segunda lección: a confiar en el Dios que vivifica a los muertos, porque ese es el ministerio cristiano. Si nosotros no confiamos en el Espíritu Santo, en el propio Señor, en la vida del Señor en nosotros, nada podemos producir. Aunque tengamos un don, nuestro don va causar un estrago en la casa del Señor.

Esa es la gran lección de la 1a carta a los Corintios. Ellos eran carnales. «¿No sois carnales, y andáis como hombres?» (3:3). Pero en el capítulo 1, Pablo dice que ellos fueron, en todo, enriquecidos en Cristo, en toda palabra y todo conocimiento, y no les faltaba ningún don (v. 7).

¿Cómo puede una iglesia tener toda palabra, todo conocimiento, no faltarle ningún don, y ser tan carnal? Porque el don camina junto con la carne. ¿Y qué quiere hacer el Espíritu Santo? Quebrantar la carne, sacar la carne afuera. Circuncisión del corazón por la palabra, en el Espíritu, retirando lo que es natural, terrenal, humano, lo que finalmente es carnal, para que entonces podamos servir con el don espiritual y de forma espiritual. Entonces, esta es la sentencia de muerte.

Hechos 20:24 tiene otro ejemplo más de esta sentencia de muerte. «Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios».

Esa primera frase, «ni estimo preciosa mi vida para mí mismo», es imposible para nosotros. Todos nosotros amamos nuestra vida y la amamos hasta el fin. Nuestro Señor amó a los suyos hasta el fin, y nosotros nos amamos a nosotros mismos hasta el fin. Sólo hay una manera de no considerar nuestra vida preciosa para nosotros: es la sentencia de muerte. Sabemos quién es el Señor y quiénes somos nosotros, conocemos el privilegio de nuestro llamamiento, y conocemos la obra del Espíritu removiéndonos de la vida de la carne, de la dependencia de la carne, de la vida natural, de talentos naturales, incluso de dones espirituales, e introduciéndonos en una vida y ministerio genuinamente espiritual.

Esta es la sentencia de muerte. ¿Cómo opera Dios esto en nosotros? A través de la obra de la cruz. ¿Cuál es la obra de la cruz en la práctica? Creo que ustedes han leído esa frase en muchos libros. Nuestros hermanos Austin-Sparks, Watchman Nee, Stephen Kaung y muchos otros usan esa frase: El camino de la cruz, la obra de la cruz. ¿Qué significa eso?

Por un lado, el Señor actúa en nosotros usando las circunstancias. Es lo que ya vimos en 2ª Corintios 1:8. Una tribulación desesperante, que nos hace desesperar de nuestra propia vida, porque ese es el primer lado de la obra de la cruz: Dios, en su providencia, arregla las circunstancias. Nosotros necesitamos ser muy cuidadosos cuando rechazamos las circunstancias, porque estamos rechazando el trabajo de la cruz.

Madame Guyon, una sierva de Dios, una dama de la nobleza francesa, oró un día para que el Señor removiese de ella los adornos naturales. Ella se dio cuenta que su belleza, su cultura, su riqueza, eran impedimentos para servir al Señor. Entonces oró: ‘Señor, quita mis adornos’. ¡Qué oración! Y el Señor fue removiendo aquello, y ella aprendió a los pies de la cruz, siendo una sierva preciosa del Señor. Nuestro hermano Watchman Nee, hablando de ella, dijo que nosotros necesitamos aprender a arrodillarnos y a besar la mano que trata con nosotros, como hacía Madame Guyon.

Esta hermana llegó a ser conocida por la obra de la cruz en su vida. El Señor la despojó de todo, incluso de su belleza. Ella tuvo una enfermedad en la piel y quedo muy fea. El Señor removió todo, y le dio todo. Por eso en 2ª Corintios 6:10 Pablo dice: «como no teniendo nada, mas poseyéndolo todo … como pobres, mas enriqueciendo a muchos … como entristecidos, mas siempre gozosos». ¿No es una paradoja? Ese es el resultado de la obra de la Cruz.

Entonces, la cruz trabaja por las circunstancias, y obra también por la palabra. «Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y penetra…» (Heb. 4:12). Ese es el otro lado de la obra de la cruz. Entonces, el camino de la cruz, es someternos a las circunstancias que Dios arregla para tratar con nosotros, es someternos a la acción de la palabra de Dios, que va dividir el alma del espíritu, lo natural de lo espiritual, lo terreno de lo celestial. Esa es la obra de la cruz. Entonces, guarde esos dos aspectos: someternos a la Palabra y someternos a los tratos de Dios. Eso nos hará espirituales, eso grabará en nosotros la sentencia de muerte. Este es el primer aspecto.

2. El testimonio de nuestra conciencia

El segundo aspecto de nuestro servicio cristiano: 2ª Corintios 1:12, «Porque nuestra gloria es esta: el testimonio de nuestra conciencia». No hay como servir al Señor sin un testimonio adecuado de nuestra conciencia.

Hermanos, este asunto es tan importante, que no hay cómo valorarlo demasiado. Todo cuanto lo valoremos, aun será poco. ¿Sabe por qué? En nuestro espíritu, nosotros tenemos el ejercicio de tres funciones de acuerdo con el Nuevo Testamento. Tenemos la facultad de la intuición. Eso sería como una lámpara. Intuición es recibir luz y dirección del Señor; intuición del Espíritu, dándonos luz y dirección.

Hay otra función del espíritu: la comunión. Para eso, piense en una mesa. La intuición es como una lámpara; la comunión, como una mesa. Tenemos comunión en el Espíritu, porque Dios es Espíritu; sus adoradores lo adoran en Espíritu. La comunión es una de las funciones de nuestro espíritu.

Pero hay una tercera: nuestra conciencia. Ella es una función de nuestro espíritu. Ahora piense en una puerta. ¿Para qué sirve una puerta? Para regular lo que entra y lo que sale. Esa es la función de la conciencia. Nuestra conciencia trabaja todo el tiempo, incluso cuando estamos durmiendo, porque ella es una función espiritual. A veces el Señor nos despierta de algún sueño, porque de alguna manera ese sueño no está siendo agradable para él. Ese es el testimonio de nuestra conciencia.

La conciencia es un órgano maravilloso. A veces cuando el Espíritu Santo habla a nuestra conciencia, nosotros tratamos de esquivar esa voz del Espíritu Santo, tratamos de justificarnos; pero el hablar del Espíritu en nuestra conciencia es directo, no pasa primero por la mente. Somos nosotros los que tratamos de usar nuestra mente para oscurecer lo que el Espíritu habló a la conciencia, y ahí nos causamos problemas a nosotros mismos, porque muchas veces el Espíritu está diciendo: ‘Haga’, y la mente dice: ‘Ahora, no; mañana lo haré’.

Muchas veces, el Señor, por el Espíritu, dice a nuestra conciencia: ‘Trata aquel asunto’. Y nuestra mente dice: ‘Pero la culpa fue del hermano; es él quien hizo eso; ella habló aquello; yo fui rechazado y mis sentimientos están heridos’. Pero el Espíritu Santo continúa hablando: ‘Haga… vaya… hable’. Ese es el testimonio de nuestra conciencia. Entonces, nuestra gloria es esta: el testimonio de nuestra conciencia.

¿Sabe lo que Pablo le llega decir a Timoteo? Él dice: «…manteniendo la fe y la buena consciencia, desechando la cual naufragaron en cuanto a la fe algunos…» (1ª Tim. 1:19). ¡Cuán serio es este versículo! Si rechazamos la buena conciencia, nosotros vamos a naufragar en la fe, porque la conciencia es este órgano de discernimiento del Espíritu.

¡Cuán importante es oír el hablar del Espíritu en nuestra conciencia! Por eso, Pablo habla de mantener una conciencia buena y también de una conciencia limpia. Eso es absolutamente necesario en la casa de Dios; si no, nos vamos defraudar los unos a los otros, vamos a tener toda una confusión, porque no estamos oyendo el hablar del Espíritu a nuestra conciencia. Por eso él dice: «Nuestra gloria es esta». Esta es una palabra muy fuerte. Si pasamos por alto la conciencia, no respondemos, no la oímos, nosotros seremos inútiles en el servicio al Señor. Entonces, esa es la segunda marca.

3. Un espíritu coordinado

«Cuando llegué a Troas para predicar el evangelio de Cristo, aunque se me abrió puerta en el Señor, no tuve reposo en mi espíritu, por no haber hallado a mi hermano Tito; así, despidiéndome de ellos, partí para Macedonia» (2ª Cor. 2:12-13).

Aquí tenemos una lección maravillosa para el servicio cristiano. Pablo tenía un ‘espíritu coordinado’. Él era un gran apóstol, un hombre de Dios; tenía claridad en la visión de Cristo y la iglesia, una tremenda carga por la obra. Y mire lo que dice aquí: «Se me abrió puerta en el Señor». ¿Usted vio a Pablo desperdiciar alguna puerta? Él era aquel que predicaba y predicaba, pero aquí se abrió una puerta, y Pablo no predicó. ¿Por qué? Porque él no tuvo reposo en su espíritu. ¿Cuál fue el motivo de eso? Él no encontró a Tito.

De alguna manera, la obra en Troas era dependiente de Tito. Pablo no podía trabajar solo; él discernió eso. Él no pensó para sí: ‘Yo soy Pablo. ¿Quién es Tito? Tito es mi discípulo, él lo aprendió todo de mí; él no va a hablar nada nuevo. Yo soy más viejo, tengo más experiencia que él. Si Tito no vino, predicaré solo’. Pero Pablo no obró así, porque él tenia un espíritu coordinado. ¿No es maravilloso eso, hermanos?

¡Cómo edificamos nuestro imperio personal! Ministerios personales. Promovemos nuestro propio ministerio. No tenemos alianza unos con otros; no nos esperamos los unos a los otros. Nos promovemos, y no estamos coordinados unos con otros. Esta es una gran lección: un espíritu coordinado.

Cuando estudiamos 1ª Corintios 12, usted sabe que allí se habla sobre el cuerpo de una manera muy hermosa. Vamos a hacer una figura de aquel capítulo, para tratar de ayudar. Imagínese que somos una oreja en el cuerpo de Cristo. Este cuerpo tiene que estar bien coordinado, porque él sólo funciona así, en esa coordinación y dependencia de los unos con los otros.

Entonces, imaginemos que somos una oreja, y tenemos la habilidad de oír al Señor. Eso es maravilloso, pero no estamos contentos; nosotros queremos ser ojo. Entonces quitamos la oreja de su lugar y la ponemos delante del ojo, porque la oreja quiere mirar. Entonces, van a ocurrir tres cosas: Primero, el cuerpo va a dejar de oír, porque la oreja no está en su lugar, no está ejerciendo su función, aquello para lo cual fue dotada y preparada por el Señor. Ella quiere ser ojo, y entonces el cuerpo no oirá, porque la oreja está fuera de su lugar.

Nosotros siempre queremos ser el otro, queremos tener el don del otro. Cuando esa oreja se pone al frente, provoca un segundo problema: ella va a obstruir el ojo. El ojo quiere mirar, pero la oreja no lo deja, ella quiere ocupar ese lugar. Entonces, el cuerpo va a quedar totalmente deficiente, porque esa oreja salió de su lugar, y ella no va conseguir mirar. Hay tres problemas: el cuerpo no va a oír; el ojo no va a mirar, y la oreja no va a mirar, porque ella no fue capacitada para eso.

Entonces, es tan necesaria en el cuerpo de Cristo esta coordinación. Por eso, 1ª Pedro 4:10 dice: «Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros…». Si usted es ojo, usted no es oreja; si usted es nariz, usted no es el oído. «Dios coordinó el cuerpo», en la versión portuguesa (1ª Cor. 12:24). Pablo muestra aquí un espíritu coordinado.

Esto es muy importante en el cuerpo de Cristo. En nuestro servicio cristiano debemos recibirnos unos a otros, respetarnos unos a otros y apreciarnos unos a otros, porque la gracia de Dios es multiforme. Debemos alentarnos unos a otros en nuestro servicio y advertirnos unos a otros. Si la oreja tiene algo que cause un problema de audición, la misma oreja no puede quitar eso; se necesita un instrumento y colocarlo en la oreja para remover esa cera. La oreja misma no puede hacerlo; necesita de otro instrumento que haga eso para ella. Esa es la coordinación del cuerpo de Cristo. Necesitamos aprender eso y vivirlo.

Una de las cosas que más obstaculiza el servicio al Señor es nuestro exceso de sensibilidad. Somos hipersensibles. Es casi como llevar un letrero: ‘Estoy sufriendo, estoy herido; no me toquen’. ¡Cuántos problemas causamos!

Muchas veces, cuando algún hermano, después de orar mucho tiempo, constreñido por el Espíritu Santo, viene a nosotros para hablar, por ejemplo, algo sobre nuestra vida conyugal. ¡Ah, eso es un problema! Porque el hermano se va a acercar y nos va a decir: ‘Mi hermano, he percibido esto, esto y esto. En el amor del Señor, en la verdad del Señor, me gustaría que usted considerase este, este y estos aspectos’.

Cuando eso ocurre, la primera reacción de la persona que está oyendo es pensar así: ‘¿Por qué él no se preocupa de su propia mujer? ¿Por qué no se preocupa de su casa? ¿Por qué no se preocupa de sus hijos? ¡Cuántas deficiencias tiene este hermano!’. ¿No es así? Entonces, avanzamos tan lento, porque somos demasiado sensibles y vamos pisando sobre huevos. Hermanos, ese es el relacionamiento del mundo, no el de la casa de Dios, porque en Su casa el relacionamiento es «…exhortaos los unos a los otros cada día, entre tanto que se dice: Hoy; para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado» (Heb. 3:13). Porque, ¿cuál es el peligro? Que seamos endurecidos por el engaño del pecado.

Nosotros pensamos que somos mejores que el pecado, y olvidamos que el pecado es astuto, sutil, y nos engaña. Por eso, nosotros necesitamos esa coordinación en el cuerpo de Cristo, ayudarnos unos a otros, para quitar los impedimentos de los unos y de los otros, y poder avanzar juntos coordinadamente.

Cuando Pablo escribe sus 13 epístolas, él cita más de setenta nombres, de diversas ciudades. ¿No es impresionante? A algunos llama ‘mis amados’, o ‘mi amado’. En aquel tiempo no había avión, ni autos, ni teléfonos, ni Internet, y él cita más de setenta nombres de personas que se relacionaban de manera tan próxima: hermanos, colaboradores, otros obreros. Relacionamiento personal, coordinación. Esta es la tercera marca.

4. Somos para Dios

«Mas a Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús, y por medio de nosotros manifiesta en todo lugar el olor de su conocimiento. Porque para Dios somos grato olor de Cristo en los que se salvan, y en los que se pierden; a éstos ciertamente olor de muerte para muerte, y a aquéllos olor de vida para vida. Y para estas cosas, ¿quién es suficiente? Pues no somos como muchos, que medran falsificando la palabra de Dios, sino que con sinceridad, como de parte de Dios, y delante de Dios, hablamos en Cristo» (2ª Cor. 2:14-17).

La lección aquí, para el servicio cristiano es que nosotros somos para Dios un incienso. Versículo 15: «Porque para Diossomos grato olor de Cristo». No pierda esa expresión: Nosotros somos para Dios. No somos, en primer lugar, para la iglesia, ni para la obra, ni los unos para los otros, ni para el mundo. Nosotros somos, «para Dios», grato olor de Cristo.

Yo creo que los hermanos conocen la biografía de nuestro hermano Watchman Nee. Cuando él ya estaba cumpliendo casi veinte años en prisión,  recibió algunos donativos de su hermana. El sistema carcelario filtraba todas aquellas cartas. Usted no podía escribir en ninguna carta el nombre de Dios, el nombre de Jesús, nada de eso. Entonces él escribió una pequeña nota para agradecer a su hermana, una nota muy linda. Dice así: «Gracias por los donativos que me envió, no me ha faltado nada».

Y ahora él agrega una frase, cambiando el nombre de Dios, que no podía usar, por la palabra Alegría, y la última frase de él para su hermana, fue: «Conservo mi Alegría». ¿Qué quería decir con eso? Que él permanecía en Dios, y Dios permanecía en él. Porque somos para Dios, no para la obra, no para la iglesia, no para el mundo. Nosotros somos para Dios. Cuando la obra nos fuere quitada, cuando los hermanos nos sean quitados, cuando no tengamos más contacto con el mundo, por algún motivo (prisión, enfermedad), nosotros somos para Dios grato olor de Cristo.

Cuando estaba concluyendo su ministerio, nuestro hermano Watchman Nee hizo una oración, diciendo así: «Señor, yo pasaría todo esto de nuevo, no por causa de tu obra, no por causa de tu iglesia, no por causa de tus hijos, sino por ti mismo».

En Juan capítulo 12, cuando María de Betania quiebra aquel vaso de alabastro y derrama el perfume precioso en la cabeza del Señor, el versículo 3 dice que toda la casa se llenó del olor del perfume. Ella hizo algo para el Señor, ella no hizo algo para la casa. ¿Percibió eso? Cuando ella ungió la cabeza del Señor, toda la casa se llenó del perfume. Esa es la obra de Dios, esa es la iglesia de Dios. Cuando nosotros ungimos a nuestro Señor, cuando nos derramamos para él, porque nosotros somos para Dios, ¿cuál es el resultado? Toda la casa se llena del perfume. Ese es el camino del Señor. Él es el foco, él es el centro.

Nosotros somos para Dios. El texto de 2ª Cor. 2: 14-17 nos va a decir un detalle más. Siendo para Dios, nosotros vamos a cumplir dos funciones en nuestro servicio o ministerio cristiano. Si usted lee el texto, verá que, para aquellos que se pierden, nosotros somos olor de muerte para muerte, y para los que se salvan, somos aroma de vida para vida. ¿Se dio cuenta de esa diferencia ahí? ¿Qué significa eso?

Cuando nosotros somos para Dios, vivimos de él, vivimos en él, y vivimos para él, nosotros producimos dos resultados: olor de muerte para muerte, y aroma de vida para vida. ¿Sabe qué significa esto? Para todo aquello que no agrada al Señor, para todo aquello que no pertenece al Señor, nosotros debemos oler a muerte. Nosotros tenemos juicio para aquello que no agrada al Señor, olor de muerte para muerte, olor de condenación.

Veamos un ejemplo. Cuando Esteban predica el evangelio en Hechos 7, aquel es un olor de muerte para muerte. Él apunta a los fariseos y les dice que ellos eran duros de cerviz y resistían al Espíritu Santo. Esteban predicó un maravilloso evangelio, y fue apedreado; olor de muerte para muerte. El Señor juzgó a aquellas personas. A través de la muerte de Esteban, ellos fueron juzgados. Ellos resistieron al Espíritu Santo: olor de muerte para muerte. Cuando Pedro predicó el evangelio, en Hechos 2, tres mil se convirtieron: aroma de vida para vida.

Nosotros debemos cumplir esas dos funciones, no solamente una. Nuestra vida debe condenar al mundo, y nuestra vida debe atraer al mundo. ¿Se da cuenta de estos dos aspectos? Condenar al mundo, atraer al mundo; condenar al pecado, atraer al pecador; condenar la resistencia al Espíritu Santo, y abrir la puerta de la vida a otros. Mas, esto solo es posible si nosotros somos, para Dios, un buen perfume.

El contexto que usa Pablo en el versículo 14, de triunfo, «Dios… nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús», es una figura de lenguaje.

Cuando un general romano combatía una batalla y llevaba a sus cautivos, él hacía un desfile en Roma, normalmente en la calle central, la vía Apia. El general romano iba adelante, con sus cautivos detrás, y  estos estaban desvestidos. Y había un sacerdote, que pasaba con un incienso en aquella procesión, y uno o más de aquellos cautivos sería muerto, otros serían puestos en una posición de misericordia, en una posición de bondad. Entonces, cuando aquel incienso pasaba, eso significaba muerte para unos y vida para otros. Esa es la figura que Pablo usa, olor de muerte para muerte, y aroma de vida para vida.

Y en el versículo 16, él hace una pregunta: «Y para estas cosas, ¿quién es suficiente (idóneo)?». Vea esa expresión: idoneidad. La idoneidad habla de una condición de carácter. Pablo habla de que, para que seamos olor de muerte para muerte y olor de vida para vida, nosotros necesitamos ser idóneos. ¿Quién es idóneo para estas cosas? ¿Quién es suficiente para estas cosas? Porque hay una necesidad de que el carácter de Cristo sea formado en nosotros, para que tengamos ese olor y ese aroma. Entonces, este es el cuarto aspecto: Nosotros somos para Dios.

5. No adulterar la palabra de Dios

«Antes bien renunciamos a lo oculto y vergonzoso, no andando con astucia, ni adulterando la palabra de Dios, sino por la manifestación de la verdad recomendándonos a toda conciencia humana delante de Dios» (2ª Cor. 4:2). ¿Cuál es el aspecto del servicio importante aquí? No adulterar la palabra de Dios. Necesitamos ser tan aplicados, hermanos, como el pueblo de la Palabra, hombres y mujeres de la Palabra.

En Nehemías 8, Esdras lee la ley delante del pueblo. Ellos tenían la ley, la Torá, allá en Babilonia. Ellos podían leer, ellos conocían la ley, podían cantar salmos, podían hacer oraciones; pero no tenían lo más importante, el altar para ofrecer sacrificios. Era un culto sin sangre. Cuando ellos regresan de Babilonia, Esdras recupera la palabra de Dios. Ese fue el gran ministerio de Esdras.

«Esdras había preparado su corazón para inquirir la ley de Jehová y para cumplirla, y para enseñar en Israel sus estatutos y decretos» (Esdras 7:10). Buscar, cumplir y enseñar la palabra de Dios. Por eso, Esdras fue tan usado por el Señor. Esdras era un hombre de la palabra. ¿Sabe cuál fue el resultado del ministerio de Esdras? Esdras 7:27 dice que el Señor lo llamó para embellecer, para adornar la casa de Dios. Y, ¿cómo hizo eso Esdras? Especialmente a través del ministerio de la palabra. Y también él trajo más sacerdotes y los vasos sagrados. Él embelleció la casa de Dios.

Pero, ¿cuál es el punto central del ministerio de Esdras? Entre los judíos, él es llamado «el escriba», el mayor de los escribas, porque él recuperó la palabra de Dios.

La palabra de Dios debe ser el centro de la vida de la iglesia. La palabra revelada, la palabra viva, la palabra compartida, la palabra de exhortación, la palabra de aliento, la palabra de Dios, es el centro de nuestro servicio. Entonces, no adulterar la palabra es otro aspecto muy importante.

6. Llevando la muerte de Jesús

«…llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús, se manifieste en nuestros cuerpos. Porque nosotros que vivimos siempre estamos entregados a muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. De manera que la muerte actúa en nosotros, y en vosotros la vida» (2ª Cor. 4:10-12).

¿Usted ve la lección aquí? Llevando la muerte de Jesús. Haremos una ilustración rápida para avanzar.

En Josué 4, cuando el pueblo de Dios atravesó el Jordán, guiado por Josué, el Señor ordenó que los levitas, los sacerdotes, que cargaban el arca pasasen delante del campamento. Jordán, en la Biblia, significa descenso, y habla de quebrantamiento. Cuando los sacerdotes llegaron a las márgenes del Jordán, la orden del Señor era que la planta del pie de los sacerdotes tocase el río. ¿Sabe por qué es eso? Porque Josué 1:3 dice: «Yo os he entregado… todo lugar que pisare la planta de vuestro pie». Ese es el principio para la conquista de la tierra de Canaán: la vida de fe.

Entonces cuando tocaron las aguas, el Jordán se abrió y ellos entraron. Ustedes saben que ellos fueron los primeros en entrar y los últimos en salir. Ellos tenían el arca sobre los hombros; esto habla de la preeminencia de Cristo, de la primacía de Cristo. El arca sobre los hombros. No eran los sacerdotes quienes se destacaban; era el arca. Entonces ellos entraron primero en el Jordán y se pararon en el fondo del río, y todo el pueblo pasó. Y después salieron los sacerdotes.

¿Queremos servir al Señor en su casa? Esto no es romántico. Nosotros necesitamos ser los primeros en entrar en la muerte, y los últimos en salir de ella, llevando en el cuerpo la muerte de Jesús. Porque, en la medida que esa muerte de Jesús obra en nosotros, la comunión con su sufrimiento, la obra de la cruz removiendo de nosotros lo que no coincide con el Señor. Entonces, en ustedes opera la vida. No hay otro camino de fructificación. Muerte y resurrección. «Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto» (Jn. 12:24). Prosigamos entonces, «…llevando en el cuerpo… la muerte de Jesús».

7. Una vida paradójica

«…nos recomendamos en todo como ministros de Dios, en mucha paciencia, en tribulaciones, en necesidades, en angustias; en azotes, en cárceles, en tumultos, en trabajos, en desvelos, en ayunos; en pureza, en ciencia, en longanimidad, en bondad, en el Espíritu Santo, en amor sincero, en palabra de verdad, en poder de Dios, con armas de justicia a diestra y a siniestra; por honra y por deshonra, por mala fama y por buena fama; como engañadores, pero veraces; como desconocidos, pero bien conocidos; como moribundos, mas he aquí vivimos; como castigados, mas no muertos; como entristecidos, mas siempre gozosos; como pobres, mas enriqueciendo a muchos; como no teniendo nada, mas poseyéndolo todo» (2ª Cor. 6:4-10).

Nuestro servicio cristiano es una vida paradójica. Pablo habla de cómo ellos pudieron recomendarse a sí mismos como ministros de Dios. «…en mucha paciencia». ¿Usted vio el carácter de Cristo aquí? Mucha paciencia. Si no, no podemos servir al Señor en su casa. «…en tribulaciones», porque bienaventurado el varón que soporta con paciencia las aflicciones. «…en necesidades». No servimos en la casa de Dios para obtener lucro o ganancia. Luego, «…en angustias; en azotes».

¿Sabe, hermano?, el Señor habla de un siervo, en Lucas, que azotaba a otros siervos. ¿Sabe cómo se muestra allí ese azote? En el hablar mal, en el hablar inapropiado, en el hablar injusto, en el hablar indigno. Santiago 3 dice que no podemos ser siervos del Señor si no domamos nuestra lengua. No podemos edificar la casa de Dios, si nosotros no tenemos ese dominio propio al hablar. O hablamos de más, o hablamos de menos, o hablamos lo que no es debido, o hablamos aquello que es apropiado de manera errada, hablamos con un espíritu errado, y causamos daño con nuestra lengua.

Pero Pablo dice aquí: «…en azotes, en cárceles, en tumultos, en trabajos, en desvelos, en ayunos; en pureza, en ciencia, en longanimidad, en bondad, en el Espíritu Santo, en amor sincero, en palabra de verdad, en poder de Dios…». ¡Muchas recomendaciones! ¿Podremos nosotros recomendarnos así? ¿Podemos ponernos delante de los hermanos y decir: Nosotros nos recomendamos en todo esto? ¡Qué lista esa! Por eso 2ª Corintios es el manual de nuestro servicio. Ese carácter de Cristo necesita ser formado en nosotros, para que la casa de Dios pueda ser edificada.

Entonces en los versículos 8 al 10, Pablo habla sobre la vida paradojal, con palabras tan lindas. «…como desconocidos, pero bien conocidos…». Desconocidos de muchos, conocidos por Dios. «…como moribundos, mas he aquí vivimos», por causa de la sentencia de muerte. «De manera que la muerte actúa en nosotros, y en vosotros la vida» (2ª Cor. 4:12). Ese es el camino de la cruz. Después, él dice: «…como castigados, mas no muertos; como entristecidos, mas siempre gozosos». ¿No es una paradoja tremenda? «…como pobres, mas enriqueciendo a muchos; como no teniendo nada, mas poseyéndolo todo».

Ese es el resultado de la obra de la cruz: la paradoja de la vida cristiana. Cuanto más es Cristo formado en nosotros, más libres somos de todo y de todos, y más somos siervos los unos de los otros. Esa es la paradoja. Libres, pero esclavos, esclavos por amor. Entonces, este es el séptimo aspecto, la vida paradójica.

8. Una mente cautivada por la obediencia a la verdad

«Porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo» (2ª Cor. 10:4-5).

La palabra fortaleza en el versículo 4 es igual a pensamiento en el versículo 5. Las fortalezas contra Dios se levantan en nuestro pensamiento. Nuestros pensamientos son como las puertas de una ciudad. Las batallas se traban en la puerta; cuando se gana la puerta, se gana la ciudad. Nuestra mente es como la puerta.

Por eso Pablo dice a los colosenses: «Poned la mira en las cosas de arriba» (Col. 3:2), y a los filipenses: «Todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro… en esto pensad» (Fil. 4:8). En 1ª Pedro 1:13, éste dice: «…ceñid los lomos de vuestro entendimiento». Hay mucha enseñanza en el Nuevo Testamento sobre el pensamiento. «…transformaos por la renovación de vuestro entendimiento» (Rom. 12:2). No podemos servir en la casa de  Dios sin una mente renovada.

Hermanos, nuestra mente tiene muchas marcas. Tiene secuelas de nuestra crianza, de nuestro hogar de origen, de nuestros traumas, de toda nuestra historia. ¿Sabe cuál es el propósito del Señor en eso? ¿Será que él no estaba atento a nuestra historia? Antes de creer en él, Romanos nos va decir que, en la sabiduría eterna de Dios, él permitió y limitó todo aquello que nosotros pasamos antes de conocerlo para un propósito: «Cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia» (Rom. 5:20). Ese fue el propósito de Dios. Nuestra historia no es simplemente quitada, nuestra historia es una base en nosotros mismos.

Cuando el Señor ordenó la Pascua, era para que el pueblo pudiese mirar hacia el pasado. ¡Eso es muy interesante! El Señor dijo: «No recordéis las cosas pasadas, no recordéis las cosas antiguas». Y, ¿por qué él estableció la Pascua? Era un memorial del pasado, mas no era un memorial simplemente de lo que ellos eran. Era un memorial doble: lo que ellos eran, y lo que el Señor los hizo. La sangre de la Pascua. «Cuando abundó el pecado», la esclavitud, el miedo, «sobreabundó la gracia». Ese es el propósito del Señor.

Este texto de 2ª Corintios dice que nuestra mente tiene fortalezas y argumentos. Hermanos, no podemos imaginar cuánto tenemos de pensamientos que se levantan contra Dios, contra la justicia de Dios, contra el amor de Dios, contra el carácter de Dios; fortalezas, sofismas, altivez, que se levanta contra el conocimiento de Dios.

«…y trayendo cautivo todo pensamiento a la obediencia…». La lección aquí es la siguiente: Nosotros no podemos conducir ningún pensamiento (de otros) cautivo a la obediencia a Cristo, si nuestros propios pensamientos no fueron previamente llevados cautivos. Por eso Pablo dice: «…porque las armas de nuestra milicia no son carnales» (2ª Cor. 10:4). La mente de Pablo era la mente de Cristo, los sentimientos de Pablo eran los sentimientos de Cristo, la vida de Pablo era la vida de Cristo; entonces, él podía destruir fortalezas.

Se cuenta también del hermano Nee, que una vez él tuvo una reunión con veinte obreros, en el centro de entrenamiento en el monte Kuling, en China; una reunión para ayuda personal. Entonces, cada hermano fue hablando algo de su historia actual y el estado en que se hallaba en su servicio al Señor. Y el hermano fue discerniendo y diciendo lo que sería necesario para un próximo paso a cada uno de aquellos obreros, a cada uno en su momento. Porque el hombre espiritual juzga o discierne todas las cosas. ¿Por qué es posible hacer eso? Porque nuestra propia mente es llevada cautiva a la obediencia a Cristo.

Hermanos, que el Señor nos ayude en esto. Nuestra mente originalmente era un depósito de basura. Él nos llamó para  convertir nuestra mente en un rico depósito de Su palabra. «La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros…», instruyendo, aconsejando, exhortando, amonestando, «…llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo».

9. El celo de Dios

«Porque os celo con celo de Dios; pues os he desposado con un solo esposo, para presentaros como una virgen pura a Cristo. Pero temo que como la serpiente con su astucia engañó a Eva, vuestros sentidos sean de alguna manera extraviados de la sincera fidelidad a Cristo» (2ª Cor. 11:2-3).

La novena marca, el «celo de Dios», no es celo propio. No es celo de mi obra, no es celo de mi iglesia. A veces escuchamos esa expresión, ‘mi iglesia’. Sólo hay uno que puede decir eso: nuestro Señor. «Edificaré mi iglesia». Sólo él tiene iglesia. Nosotros no tenemos iglesia; él tiene iglesia. Nosotros no tenemos obra; él tiene obra. Entonces, no es el celo del hombre: «os celo con celo de Dios».

Aquí tenemos dos cosas. Primero, Pablo dice: «Pero temo…». Nosotros debemos temer esto en nuestro servicio, en nuestro ministerio entre los hermanos, nuestro ministerio en la casa de Dios. «…temo que como la serpiente con su astucia engañó a Eva, vuestros sentidos (vuestra mente) sean de alguna manera extraviados de la sincera fidelidad a Cristo». Vean que otra vez la mente se enfatiza: «…vuestras mentes sean corrompidas y se aparten de la simplicidad y pureza que son de Cristo» (en la versión en portugués).

¿Qué significa «simplicidad y pureza»? Nosotros necesitamos trabajar en la casa de Dios con celo de Dios, para promover dos cosas: simplicidad y pureza. ¿No es lindo eso? ¿Sabe qué significa simplicidad? Significa tener un solo foco; ojos simples. Recuerden Mateo 6:22: «Si tu ojo es simple…». Hay una versión que dice: «Si tu ojo es bueno…», pero no es la mejor traducción. La palabra griega aplos significa simple. «Si tu ojo es simple, todo tu cuerpo estará lleno de luz». ¡Qué maravilla!

Si tenemos un solo foco, todo nuestro cuerpo tendrá luz. Si tenemos un foco dividido, queremos servir a Dios y a las riquezas, queremos tener tesoro en los cielos y tesoro en la tierra, amamos esto y amamos más aquello, entonces todo nuestro cuerpo estará en tinieblas. ¡Y qué grandes tinieblas serán! Pero si tus ojos son simples, todo tu cuerpo será luminoso.

¿Sabe lo difícil que es tomar una gallina en un corral? Es muy difícil cuando está suelta y corriendo, porque ella tiene dos campos visuales. Ella ve todo el lado derecho y todo el izquierdo, porque sus ojos no están al frente, sino a los lados. Tiene una visión dividida. Entonces es muy difícil agarrarla. Pero, ¿cómo nos hizo Dios? Con dos ojos al frente. ¿Por qué? Porque tenemos un único punto de foco. Usted no consigue enfocar dos objetos al mismo tiempo; sólo enfocamos uno.

Así es en la vida espiritual. Si sus ojos son simples, todo su cuerpo será luminoso. Un foco, una meta, un amor, una mirada. Nosotros somos llamados a eso y debemos trabajar en la casa de Dios para ser simples. Un solo foco, un solo amor, un solo Señor.

¿Y qué significa pureza? Pureza significa estar constituido de un solo elemento. Cuando somos simples, y tenemos un solo foco, ¿qué ocurre dentro de nosotros? Somos  puros, constituidos de un solo elemento; porque nuestro foco es uno solo, entonces ese foco nos va a ganar totalmente. Si somos simples, entonces seremos puros; si no somos simples, seremos impuros.  Ser puros es estar constituido de un solo elemento.

Veamos un ejemplo. El grafito es carbón puro; pero él es tan débil, aún más que el papel. Al pasar un lápiz sobre el papel, el lápiz raya el papel, porque éste es más fuerte que el grafito y gasta el grafito. El grafito es puro, pero débil. Él es opaco. Pero si pudiésemos tomar un pedazo de grafito y enterrarlo bien profundo, sometido a muerte, tiempo, presión, temperatura, ¿qué recogeremos después? Un diamante, porque el grafito pasó por un proceso.

El grafito no tiene cómo reflejar la luz. Sí, él es puro, pero necesita pasar por un proceso. «…llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús… Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí…». Ese es el proceso.

Y, ¿qué ocurre con el diamante? El diamante también es carbón, sólo carbón, carbón puro; sólo que es precioso. El grafito no revela la gloria de la luz. El Señor es la Luz, nosotros somos instrumentos para revelar la luz. Nosotros no somos la luz; él es la luz. El grafito es puro, pero no revela la luz. Pero, a medida que él pasa por ese proceso, se vuelve un diamante, y entonces puede revelar la gloria de la luz.

Cuando la luz entra en el diamante, se refracta, se divide en siete colores: la gloria de la luz. Eso es lo que el Señor quiere hace en su iglesia. Por eso, Efesios 3:10 dice que, a través de la iglesia –el diamante (vea la refracción aquí)–, la multiforme, la multifacética sabiduría de Dios, es dada a conocer a los principados y potestades. A eso fuimos llamados; sólo así nosotros podemos servir en la casa de Dios.

El Señor continúe hablando a nuestros corazones.

Mensaje compartido en Temuco (Chile), en Octubre de 2010.