El Señor dijo, citando al salmista, que abriría su boca en parábolas, y declararía cosas escondidas desde la fundación del mundo (Mat. 13:34-35). Este es, sin duda, el objetivo fundamental de las parábolas: revelar de manera sencilla una verdad espiritual profunda y difícil de explicar.

La parábola es un método pedagógico que el Señor utilizó maravillosamente. El amor del Padre, el propósito de Dios, el fin de los justos e injustos, los efectos del evangelio, etc., todos éstos y otros muchos temas fueron iluminados por medio de ellas. Pero llegó el día en que los judíos comenzaron a rechazar al Señor, y a buscar cómo cazarle en alguna palabra. Entonces, el propósito de las parábolas cambió.

«¿Por qué les hablas por parábolas?», le preguntaron sus discípulos en ese tiempo. Y él contestó: «Porque a vosotros os es dado saber los misterios del reino de los cielos; mas a ellos no les es dado». ¡Extraña cosa es ésta! «A ellos no les es dado». ¿Cómo es que Dios esconde su verdad?

El hombre que ama la mentira a sabiendas que lo es, se excluye voluntariamente de la verdad; cierra el camino para que la luz de Dios resplandezca en su corazón. Entonces, Dios le deja en su porfía, abandonado a la vanidad de sus pensamientos. Las parábolas no solo explican y aclaran, también oscurecen y esconden la verdad a los ojos cegados de los impíos.

Todos los hombres tienen, en algún momento de su vida, una visitación de Dios, que les permite conocer la verdad. Tal vez sea solo un chispazo de luz, pero será lo suficientemente claro como para permitir un vuelco hacia la verdad de Dios. Sin embargo, rechazada la luz, las tinieblas pueden hacer presa rápidamente del alma.

¿Qué hacen las parábolas en ti? ¿Te iluminan o te dejan tan oscuro como antes? ¡Oh, tal vez sea esa la señal que Dios te envía para que sepas que estás en peligro, y te vuelvas a él!

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