Cada pasaje de las Sagradas Escrituras tiene su propia grandeza; no obstante, hay capítulos que destacan por sobre los demás por lo que apelan al corazón humano.

Génesis 3

El tercer capítulo de Génesis es uno que, tanto la filosofía como la ficción modernas, niegan o ignoran. Incluso muchos creyentes dudan respecto a si la narración es literal o alegórica.

Para contestar, diremos que, considerarlo totalmente como una alegoría, es destruir los fundamentos de la historia bíblica. El hombre no puede ser tratado como algo imaginario, sin negar por completo todo el relato acerca de la raza que encontramos a través de la literatura.

Por otra parte, considerar el capítulo como meramente literal, es negarle gran parte de su valor. Por ejemplo, si ha de tomarse en un sentido estrictamente literal, entonces la promesa que en él encontramos se interpretaría literalmente, es decir, la serpiente hiriendo el calcañar del hombre, y éste hiriendo la cabeza de la serpiente. Nadie acepta esto como el significado de tal afirmación.

El hecho es que ésta es la historia de acontecimientos reales, pero de una manera espiritual. La maldad espiritual se representa aquí adquiriendo forma física, para alcanzar al hombre espiritual por medio de su ser físico; de aquí que debamos considerar los hechos físicos, sin perder de vista el valor espiritual.

El pecado

Aquí, en la Biblia, nos encontramos por vez primera con el pecado, lo mismo que con Satanás. El mal ya había sido reconocido tres veces en los dos primeros capítulos: en el versículo 2 del capítulo 1, en el relato de la inundación que se desbordó sobre la tierra; en la comisión que se le da al hombre en el capítulo 2, de labrar el huerto y de guardarlo; y en la limitación de la libertad que le fue impuesta, simbolizada en el árbol plantado en medio del huerto.

Este capítulo es, pues, una revelación microcósmica del principio del pecado en la historia humana. Hemos avanzado mucho desde esta sencillez primitiva, pero no hemos recorrido ninguna distancia partiendo de su significado esencial. Vivimos en medio de una vida complicada; pero aquí todo lo complejo se ve en su forma más sencilla. Aquí hay una descripción de las fuentes del veneno que ha emponzoñado la vida humana, de su método, de su actividad y de sus consecuencias en la historia humana.

Satanás

Surgen en esta narración tres personalidades: Dios, Satanás y el hombre. En el primer capítulo solo vimos a dos: a Dios y al hombre. Aquí aparece la otra, y las tres son contempladas guardando cierta relación entre sí. Al estudiar el capítulo, entonces, hay tres cosas que hemos de observar: el método satánico, la experiencia humana, y la acción divina como consecuencia de la rebelión humana.

Al examinar el método satánico, necesariamente hemos de ver, primero, la personalidad que está detrás de él. No me propongo detenerme a discutir en cuanto al hecho de tal personalidad. Puedo decir, de paso, que para mí es siempre un hecho curioso descubrir que, aquellos que afirman la bondad esencial de la naturaleza humana, niegan la existencia de Satanás.

Si no creemos en la personalidad del diablo, entonces se hace evidente que todo lo siniestro, todo lo diabólico, lo detestable y lo bestial en la vida humana, han surgido de la naturaleza humana. Pero la Biblia no toma esa posición; por el contrario, afirma desde este capítulo, y confirma en toda su enseñanza subsecuente, que todo lo que ha arruinado a la humanidad, no se originó en la vida humana.

Mas,  consideremos la personalidad aquí descrita. Nuestra lectura empieza con la frase: «Pero la serpiente era astuta» (3:1). Debo decir que esta traducción me parece un tanto desafortunada, porque, cada vez que decimos «la serpiente», pensamos en una víbora, y ese no es el significado esencial de la palabra hebrea. Es cierto que la palabra se usa como víbora, pero tiene otra significación, y se usa en otras aplicaciones.

La palabra nawchasch, literalmente, significa «uno que brilla». La personalidad que se aproximó a la madre de todos nosotros en el huerto, no fue una serpiente, evidentemente inferior a ella, sino algo resplandeciente, aparentemente superior. Cuando Pablo menciona este asunto, dice entre otras cosas: «La serpiente engañó a Eva» (2a Cor. 11:3), y poco después, refiriéndose a lo mismo, expresa: «El mismo Satanás se disfraza como ángel de luz». Creo que bajo este disfraz se apareció a Eva.

Ahora, observemos su método. Deseo hacer notar, entre paréntesis, que no pretendo desperdiciar tiempo repartiendo la culpa entre el hombre y la mujer. Ellos eran uno. Un poco más adelante, en este mismo libro, en el capítulo 5, se dice: «Varón y hembra los creó… y llamó el nombre de ellos Adán» (v. 2).

La tentación

El Tentador se aproximó al hombre con una pregunta: «¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto?». Su segunda línea de ataque fue una negación definida: «No moriréis». Y la última fue una afirmación: «…sino que sabe Dios que el día que comiereis de él, seréis como Dios».

La significación de la pregunta reside en que despierta una duda acerca de la bondad de Dios. Aun cuando tiene forma de interrogación, no entrañaba un mero deseo de investigar; el enemigo no estaba pidiendo información. Las palabras eran una sátira con una sugestión oculta: la de que Dios había sido demasiado severo al prohibirles algo. Para decirlo de otro modo, la primera sugestión del mal hecha al hombre, fue en el sentido de que la restricción era demasiado severa.

Hallamos esta misma primera sugestión de maldad en el relato de la tentación del Señor, cuando el enemigo dice: «Si eres el Hijo de Dios», ¿por qué estás hambriento? El diablo intentaba lanzar un reproche a la bondad de Dios.

Entonces, la mujer contestó: «Del fruto de los árboles del huerto podemos comer; pero del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él, ni le tocaréis, para que no muráis».

La respuesta de la mujer sugiere la idea de que, desde el momento en que el hombre comienza a hablar con el diablo, está a punto de ser vencido. La afirmación de la mujer no era completamente exacta. Dios había dicho: «No comeréis»; pero ella añadió a las palabras de Dios estas otras: «…ni le tocaréis». Siempre acontece que, cuando el hombre se inclina a desafiar la restricción, la interpreta más allá de lo que la palabra de Dios dice.

La siguiente línea de ataque fue una directa negación de la palabra de Dios: «No moriréis». Primero, el diablo sugiere que la restricción es dura, y luego sugiere que ésta es imaginaria. El mal está siempre envuelto en contradicciones; primero, dice que la restricción es dura, y después afirma que no hay tal restricción, y que Dios no quiere decir lo que dice.

Una vez más, volvemos al desierto, y oímos la voz del enemigo diciendo: «Si eres Hijo de Dios, échate abajo». En otras palabras: «Búrlate de los planes divinos, y no morirás; los ángeles te cuidarán; la restricción es imaginaria».

La afirmación final del mal fue: «Sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal». Esta declaración es una blasfemia contra Dios, sugiriendo que la restricción es injusta.

De esta manera, el enemigo afirma abiertamente que, la razón por la cual Dios impuso la prohibición sobre el hombre, fue porque no deseaba que éste estuviera en un plano de igualdad con Él. Eso es tanto como sugerir el egoísmo en el corazón de Dios; que el hombre debe ser mantenido fuera de un reino que le pertenece como derecho inherente.

De nuevo, pasamos al desierto, y oímos la palabra final de Satanás a Jesús: «Todo esto te daré, si postrado me adorares», o lo que es lo mismo, la sugestión de que Dios lo está manteniendo fuera de su Reino, o lo está obligando a entrar en él por senderos marcados de sufrimiento.

Todo ello no es únicamente el huerto de Edén. En todo tiempo, Satanás usa los mismos métodos. Primero, hace creer que la prohibición es severa. Tal es el espíritu del pensamiento de los hombres en el día de hoy. El diablo les sopla al oído que rompan con todas las barreras, lazos y limitaciones, en la medida en que se les tiene restringidos.

Su segunda línea de ataque también es poderosa. Se afirma que el castigo no es una realidad, que los hombres no sufren realmente si quebrantan la ley. Se les amonesta para que se desembaracen de su temor al reino de lo moral, y lo desechen, porque no hay causa para tener miedo.

La última blasfemia contra Dios todavía se proclama y se lleva a efecto. Se afirma que la idea de Dios como el Gobernador moral implica el mantener a los hombres alejados de aquello a lo cual tienen derecho de poseer.

Tennyson dice: «Podemos hacer frente a las mentiras cuando ellas son falsedades evidentes; pero, con las verdades a medias, es diferente, porque es arduo luchar contra ellas». Con esto, quiero expresar que, lo pavoroso de esta historia, reside en que cada palabra de Satanás contiene un elemento de verdad.

Dios había dicho: «Vosotros no». Y el enemigo sugiere que en ello se encuentra la ausencia de bondad de Dios. En eso está el peligro. Cuando el enemigo dijo: «No moriréis», contemplando la vida humana desde el nivel de lo físico, parecería verdad que ellos no murieron físicamente el día que comieron del fruto prohibido; mas, lo cierto es que murieron – murieron espiritualmente.

El significado final de la muerte no es que el espíritu se separe del cuerpo, sino que el espíritu se separe de Dios. Las palabras del enemigo fueron una verdad a medias, es decir, verdad en el reino de la materia, pero falsedad en el reino de la Deidad.

Finalmente, la sugestión de que Dios estaba manteniendo al hombre fuera de cierto reino, fue evidentemente correcta; pero se omitía el hecho de que Dios tiene el anhelo apasionado de levantar al hombre hasta una asociación íntima con Él, en toda la plenitud de la experiencia.

Pasamos ahora a considerar la experiencia humana revelada en el conocimiento que Eva tenía, y estrechamente ligados a ella, consideremos también las consecuencias.

La caída

Su conocimiento asoma claramente en las palabras de la narración, allí donde dice: «Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría».

Tal vez el comentario que arroja más luz sobre esta declaración es el que se encuentra en los escritos de Juan, cuando se refiere a «los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida» (1ª Juan 2:16). La palabra «vanagloria» pudo tener una traducción más literal, para darnos una idea más acertada de su significado; por ejemplo, fanfarronería.

Eva vio que el árbol era «bueno para comer». Eso fue la lujuria de la carne. Vio que era «agradable a los ojos». Eso fue la lujuria de los ojos. Y vio que era «árbol codiciable para alcanzar sabiduría», o lo que es lo mismo, la vanagloria de la vida.

Como respuesta a ese conocimiento, Eva comió del fruto. Éste fue un acto volitivo, que tuvo como base la vista. Ella vio, y su voluntad obró de acuerdo con lo que vio. Parece ser éste un procedimiento digno de confianza, pero nunca es así. Es solo una acción matemática de la mente, y no importa cuán correctos sean los descubrimientos, en último análisis nunca son exactos.

No paso por alto que las matemáticas se describen como las ciencias exactas. En mis días de estudiante, aprendí geometría por el método de Euclides, y en dicho estudio fue necesario comenzar por definiciones. Una de las primeras definiciones fue: «Un punto es una posición sin magnitud». Analizadla, y veréis que ello es un absurdo, un imposible. Otra era de la misma naturaleza: «Línea es longitud sin anchura», lo que es igualmente absurdo.

Una ilustración aún más sencilla de lo inadecuado de las matemáticas es la afirmación de que 2 más 2 son 4. Esto es perfectamente exacto; pero suponiendo que al hacer vuestro cómputo omitáis con vuestra vista alguna cantidad, entonces vuestras matemáticas no solo fallarán, sino que aun pueden ser motivo de maldición para vosotros.

«Y vio la mujer», y todo lo que vio fue lo que la hizo tomar una determinación. En ese momento, sin embargo, no estaba tomando en cuenta la Cantidad suprema, que era Dios. De aquí que su acto constituyó un acto de rebelión y, en consecuencia, de suicidio. El resultado inmediato fue el miedo. Este es el punto en el cual el miedo entra en la narración bíblica en la historia humana. El miedo se apoderó de ellos, el abatimiento los anonadó, y una abrumadora conciencia de lo físico los llenó de vergüenza.

Justicia y bondad de Dios

Llegamos luego a la revelación de Dios, cuando él obra después de la rebelión del hombre. La Escritura dice que él «se paseaba en el huerto, al aire del día». La palabra hebrea que se usa aquí es ruach, y aunque a veces exige que se traduzca como «viento», es una palabra que se usa constantemente como espíritu; siendo así, yo traduciría: «…al espíritu del día».

Al observar la manera cómo procede Dios, vemos, en primer término, que ella vindica eso que el diablo había desafiado, es decir, Su bondad. Además, reafirma lo que el diablo había negado: la severidad de Dios. Y por último, contradice la blasfemia contra Dios, de que era injusto.

La bondad de Dios fue vindicada en justicia. Es esta una historia sencilla, pero sublime, de cómo Dios estuvo presto para escuchar en cada caso lo que había de decirse, aceptar las declaraciones, y reconstruir los hechos desde sus orígenes.

Su primera pregunta a Adán llama la atención: «¿Dónde estás tú?». No es ésta la voz del policía que arresta al criminal, sino más bien el lamento del padre que ha perdido a su hijo. La respuesta del hombre, indicando que tiene miedo porque está desnudo y que por ello se ha escondido, es muy reveladora. Él se ha enterado de lo físico, de lo material, cuando se divorció de lo espiritual; de allí nace su vergüenza.

La investigación divina continúa. «¿Quién te enseñó que estabas desnudo? ¿Has comido del árbol de que yo te mandé no comieses? Y el hombre respondió: La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí». Esta respuesta de inexplicable villanía, revela hasta dónde puede llegar un hombre que no ha sido tocado por Dios, en sus acciones cobardes hacia un compañero.

Adán fue el primer villano, y desde entonces ha habido una larga sucesión de ellos. Una observación más cuidadosa nos dice, en último análisis, que el hombre no está echando la culpa sobre la mujer, sino sobre Dios mismo. «La mujer que me diste…». De acuerdo con esta afirmación, si la mujer había constituido la ocasión, Dios había sido el responsable por ponerla al lado del hombre.

La investigación sigue adelante, y Dios se vuelve a la mujer para decirle: «¿Qué es lo que has hecho?». La respuesta de ella fue, de nuevo, un intento de echar la responsabilidad sobre otro. «La serpiente me engañó, y comí». Dios no argumentó con ella; no la reprendió. Sabía que lo que había dicho Eva era así, y que lo que Adán había afirmado, era verdad.

Observad, sin embargo, que Dios no pregunta nada acerca de Satanás, y que tampoco argumenta nada con éste. Pronuncia sobre él una sentencia, en lenguaje de un simbolismo revelador: «Sobre tu pecho andarás, y polvo comerás todos los días de tu vida». Este es, necesariamente, un lenguaje figurado.

En todo este proceso, se revela la justicia perfecta de Dios. Él escuchó todo lo que tenía que decirse. La bondad fue vindicada en justicia. La severidad fue ejercitada en paciencia. Sobre la serpiente, la maldición; sobre el hombre, la sentencia suavizada con la misericordia; y sobre la mujer, la sentencia radiante de esperanza.

La sentencia sobre el hombre fue en el sentido de que la dignidad del trabajo había de conservarse, aunque habría de ir acompañado de fatiga y pena, que, después de todo, son benéficas en su intención y en sus resultados.

Sobre la mujer, la sentencia fue en el sentido de que, más allá del misterio de los dolores del parto, con el tiempo, vendría el camino de la victoria sobre el enemigo, y la consecuente liberación y restauración del hombre.

El hecho final en la revelación es el de la soberanía divina, y el motivo oculto, es el de la gracia. Tal es el relato bíblico del principio del pecado y del dolor en la historia humana.

Condensado de
«Grandes Capítulos de la Biblia», Tomo I.