Cuarenta es el número de la prueba, examen y ensayo. Su significado se ilustra claramente en la vida de Moisés, el libertador y caudillo de Israel. Pasó 40 años en Egipto, 40 años con las ovejas de Jetro en el desierto y 40 años en el servicio de Dios. Ocupó 40 años en desarrollar sus capacidades naturales, 40 años en aprender su incapacidad y 40 años para aprender que Dios es Todopoderoso.

Dios le concedió al rey Saúl 40 años para probar que era digno de ser el escogido de Israel, y en estos años pecó contra todos: contra Samuel, David, Jonatán y contra Dios y su Palabra. Probablemente su vida infructuosa era la consecuencia de su gran deficiencia y escasez espiritual. Ignoraba completa-mente el trabajo de Samuel. Esto de por sí indica que Saúl vivía fuera de los contactos religiosos y se preocupaba de los asuntos materiales. Una cualidad esencial para un rey de Israel era la lealtad al Rey celestial, cosa que era el corazón de la vida de Samuel. Pero Saúl carecía de todas las cualidades que Samuel poseía.

En Génesis 7 vemos que Dios le dijo a Noé: «Entra tú y toda tu casa en el arca». Al estudiar el número ocho, ya notamos el tipo de la Resurrección en las ocho personas que salieron del arca. Ahora notamos el número de prueba: llovió 40 días y 40 noches sobre la tierra. Dios juzgó la tierra y probó a Noé.

Moisés estuvo en el monte Sinaí 40 días para recibir la ley. Él era fiel, pero su hermano Aarón y los israelitas eran infieles (Ex. 24:18).

Los 12 espías estuvieron en la tierra de Canaán 40 días. Diez de ellos fallaron en esta prueba, pero Josué y Caleb salieron aprobados. Israel duró en total 40 años en el desierto (38 entre Cades y Canaán, Núm.14:33, 34; Sal. 95:10; Dt. 2:14).

Jonás desobedeció y trató de huir de Jehová. Después de ser castigado, entró en Nínive pregonando: «De aquí a cuarenta días Nínive será destruida».

Cristo fue llevado por el Espíritu al desierto por 40 días y fue tentado por el diablo. Estuvo 40 días con sus discípulos en la tierra después de su resurrección. Y 40 años después de su crucifixión sucedió la destrucción de Jerusalén.

Como 40 siglos después de Adán, vino «el cumplimiento del tiempo». El mundo había pasado su prueba: el hombre había fracasado. Y para que nosotros fuéramos adoptados hijos, «Dios envió a su Hijo» (Gál. 4:4). Él era el Hijo desde la eternidad. Nosotros somos hijos en el tiempo. Él era el Delegado oficial del consejo de la eternidad. El Omnipotente descendió a los incapaces.

Tomado de Manual de Interpretación Bíblica, E. Hartill.