El conocimiento del misterio de la iglesia permite la plena revelación de Cristo.

Lectura: 1 Cor. 4:1, Ef. 3:1-12, Col. 1:24-29, 1 Cor. 2:6-16.

Somos mayordomos de los misterios de Dios; no dueños, sino administradores. Dios nos ha confiado su secreto y hemos de manejar ese secreto fiel y sabiamente. Este es el más grande privilegio y responsabilidad que tenemos como pueblo de Dios.

El misterio de Dios es tan sorprendente que Pablo tiene que usar el plural: los misterios de Dios. No es que haya muchos misterios: sólo hay uno. Dios tiene sólo un secreto, pero ese secreto es tan extraordinario que cubre un tremendo terreno. Hay muchas facetas en él, y por eso le llama ‘los misterios’ de Dios.

El misterio de Dios es Cristo. Dios tiene sólo un secreto, y este secreto es su Hijo. Si nosotros conocemos a Cristo, conocemos a Dios, pero si no conocemos a Cristo, Dios sigue siendo un misterio para nosotros. El misterio de la voluntad de Dios está en su Hijo. Él quiere que su Hijo sea la cabeza de todas las cosas, y que todas las cosas se reúnan en él.

Queremos adentrarnos en el misterio que encontramos en la Palabra de Dios. El misterio de Dios es Cristo, y el misterio de Cristo es la iglesia. En los pasajes que hemos leído, Pablo menciona un misterio, y éste es llamado el misterio de Cristo. ¿Cuál es ese misterio? Después de leer estos pasajes, vemos que es la iglesia.

No le conocieron

Cuando Cristo estuvo en la tierra, él realmente era un misterio para todos; él vivió y se movió entre los hombres y sin embargo era un gran enigma para ellos. En los cuatro evangelios encontramos ocasiones en que la gente decía: «Nosotros lo conocemos, conocemos a sus padres, conocemos a sus hermanos y hermanas, sabemos que él es carpintero y que vive entre nosotros. Pero, ¿de dónde viene su sabiduría? Él nunca ha ido a la escuela, ¿cómo puede enseñar así? Sabemos que él es uno de nosotros, ¿cómo puede decir que él es del cielo?».

O vemos a escribas y fariseos diciendo: «Nosotros no sabemos de donde viene. Conocemos a Moisés, pero a éste no lo conocemos». A veces el pueblo intentó echarle mano, pero, de algún modo, no pudieron hacerlo. E incluso los alguaciles que fueron enviados a prenderle, regresaron diciendo: «Ningún hombre ha hablado jamás como él». Y no pudieron apresarlo.

Al comienzo, el concilio era en cierto sentido favorable a Jesús, porque ellos pensaban que él podría ser el Mesías que cumpliría todas sus aspiraciones. Así que lo examinaron muy cuidadosamente, pero lo encontraron muy diferente a su idea del Mesías; no encajó en el concepto de ellos. Ellos pensaban que cuando el Mesías viniese, restauraría a la nación de Israel, les ayudaría a deshacerse del yugo romano y les haría la principal de las naciones. Mas él no hizo eso. Finalmente lo rechazaron.

En el principio vemos que el pueblo judío se congregaba en torno suyo; dondequiera que él iba se reunían grandes multitudes; muchos lo seguían. ¿Por qué? Porque querían hacerlo su rey, porque él podía alimentarlos con cinco panes y dos pescados. Pero gradualmente descubrieron que sus palabras eran demasiado duras. No podían aceptarlo, y lo dejaron, pero no sólo esto, finalmente lo rechazaron, y dijeron: «Crucifícale, crucifícale, nosotros no tenemos nada que ver con él». Él era un misterio, un desconocido para la gente de su tiempo.

Incluso para sus discípulos, aquéllos que se suponía que le conocían, él era también un misterio. Reiteradamente vemos que ellos no le entendían. Después que hubo resucitado, el Señor se apareció a dos discípulos en el camino a Emaús. Iba junto a ellos y les preguntó sobre lo que hablaban. Ellos dijeron: «¿Eres tú el único extranjero en Jerusalén que no se ha enterado de todo lo que ha pasado recientemente?». Jesús preguntó: «¿Qué ha pasado?». Y le respondieron: «Hay un hombre, Jesús, de quien nosotros creíamos era la esperanza de Israel, pero algo pasó; él fue crucificado y murió, y nuestra esperanza se rompió en pedazos. Pero entonces una mujer dijo que él ha resucitado de los muertos, y nosotros no sabemos realmente qué ha sucedido». Estos eran discípulos de nuestro Señor Jesús, e incluso para ellos, él era un misterio. No podían descifrarlo; no podían entender.

Cristo es un misterio. Y seguirá siendo un misterio si nosotros no vemos la iglesia. Esto puede sonar extraño a sus oídos. Pero permítanme ilustrarlo. En Mateo 16, el Señor preguntó: «¿Quién dicen los hombres que soy yo?» Y toda esa gente dio distintas respuestas: Elías, Jeremías, Juan el Bautista resucitado, o uno de los profetas. En otras palabras, vieron sus hechos, oyeron su palabra, vieron su conducta, y concluyeron diciendo que él debía ser esta persona o aquélla.

Pero entonces Jesús preguntó: «¿Y quién dicen ustedes que soy? Ustedes que son mis discípulos, aquéllos que se supone me conocen». Entonces Pedro, por revelación del Padre, declaró: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente». Pedro conoció a Cristo, e inmediatamente después de confesar esto, Jesús dijo: «Bienaventurado eres, hijo de Jonás, porque eso no es algo revelado a ti por hombre, sino por mi Padre Celestial, y ahora yo te voy a revelar algo más: Tú eres Pedro, y yo edificaré mi iglesia sobre esta roca y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella».

Cuando el Padre reveló al Hijo a Pedro, el Hijo inmediatamente le reveló la iglesia. ¿Por qué? Porque el Hijo es el misterio de Dios, y la iglesia es el misterio del Cristo. Cuando tú conoces al Hijo, conoces al Padre, pero a menos que conozcas la iglesia, no conoces al Hijo en su plenitud. Puedes conocer a Cristo en ciertas formas, pero si quieres conocer el significado pleno de Cristo, tienes que conocer la iglesia.

Otro caso: un hombre llamado Saulo. Él había crecido en el judaísmo y en cierto sentido era un hombre típico, el mejor modelo en el judaísmo. Él amaba a Dios, conocía la ley y los profetas, era irreprensible según la ley; pero no podía entender a Cristo. Él pensaba que Cristo era un impostor, así que persiguió a los discípulos, y haciendo eso pensaba que estaba sirviendo a Dios con toda sinceridad y honestidad. Pero en el camino a Damasco, el Señor se le apareció, el Señor le salió al encuentro. La primera pregunta que Saulo hizo fue: «¿Quién eres, Señor? No te conozco, quién eres?». El Señor le dijo: «Saulo, Saulo, por qué me persigues? Yo soy Jesús, a quien tú persigues».

¿Cómo llegó Saulo a conocer a Cristo? ¡Él llegó a conocerlo por la iglesia! Saulo estaba persiguiendo a los creyentes, a los miembros del cuerpo, y la Cabeza se quejó desde los cielos: «¿Por qué me has herido?» En otras palabras, él conoció al Señor a través de la iglesia. Entonces vio que, tocando a los creyentes, él tocaba la Cabeza porque la Cabeza y el cuerpo son uno. Y desde allí vemos que él recibió amplia revelación acerca del misterio de Cristo, y llegó a ser uno que realmente conocía el misterio de Cristo que es la iglesia.

La dimensión personal es limitada

¿Por qué el misterio de Cristo es la iglesia? Primeramente, Cristo seguirá siendo un misterio para nosotros si no vemos la razón por la cual él vino a este mundo. ¿Por qué vino el Hijo de Dios a este mundo? ¿Por qué murió en la cruz? ¿Por qué consumó la obra de redención? Si no vemos la iglesia, nunca podremos captar totalmente el significado de Cristo.

Conocemos a Cristo en una dimensión personal, y gracias a Dios por eso. Debemos conocerle así. Podemos decir: él es el Cristo, porque él es mi Salvador, él murió en la cruz por mis pecados, y eso es correcto; gracias a Dios por ello. O decimos: Cristo vino para que tengamos vida, y vida abundante, y eso también es correcto; gracias a Dios por ello. Podemos pensar en él como el Pastor y guía de nuestro caminar, que nos protege y cuida de nosotros y, gracias a Dios, eso es verdad. O vemos a Cristo como nuestro amigo en la necesidad.¡Gracias a Dios por eso!

Hemos venido a conocer a Cristo en sus muchos y variados aspectos. Pero, hermanos y hermanas, si queremos conocer el significado pleno de Cristo, tenemos que ver algo más; algo más grande que lo personal o lo individual. Hay un lugar para lo personal y lo individual, pero tenemos que ampliar nuestra visión y ver algo mucho más amplio. En otras palabras, Cristo te incluye a ti y a mí, pero tú no eres el significado entero, y yo no soy el propósito entero. A veces decimos: Cristo me ama a mí y murió en la cruz por mí. Y cualquiera que ha experimentado el amor de Cristo lo dirá de esta manera. Y gracias a Dios, esto es verdad. En un sentido tú eres muy precioso para él, como si fueras único, y él te trata así, pero en otro sentido, él tiene algo más grande en vista.

¿Por qué vino Cristo a este mundo? ¿Cuál es el significado de la cruz? ¿Por qué él se entregó a sí mismo de esta manera? La Biblia dice: «Cristo amó a la iglesia y se entregó por ella». Todo el evangelio de Juan tiene un punto de vista: el que vino a la tierra es un Novio. Él está buscando a su novia. Por esa razón menciona las bodas de Caná. Cristo vino a este mundo como un novio: él estaba buscando a su novia. Pero la novia no estaba allí: él tenía que formarla y recogerla para poder tenerla para sí. ¿Con qué propósito vino él a buscar y a salvar lo perdido? Para atraer a sí mismo un pueblo que llegaría a ser su novia. Esa es la perspectiva completa en el evangelio de Juan.

Cristo es para la iglesia

Hermanos y hermanas, Cristo es para la iglesia. Él es para la iglesia, no sólo para ti y para mí. Tú y yo estamos incluidos como parte de esa iglesia, esa novia, ese cuerpo, ese reino. Pedro dirá que Cristo es el Rey que viene a establecer su reino, Pablo dirá que Cristo es la Cabeza que está encontrando y edificando su cuerpo, y Juan dirá que Cristo es el Novio que busca a su novia. Pero de cualquier manera que lo consideremos, es la corporatividad la que siempre está a la vista, no sólo los individuos. Él no está salvándonos simplemente como individuos, está salvándonos para constituir a un cuerpo, un reino, la novia. Y gracias a Dios, nosotros estamos incluidos. A menos que veamos a Cristo en tal dimensión, no podemos explicar a Cristo.

Cristo es en la iglesia

En segundo lugar, encontramos que Cristo no sólo es para la iglesia, sino también en la iglesia. A menudo, cuando leemos 1 Corintios 2, hay un versículo que ha sido muy usado, diciendo que nosotros nada conocemos sino a Cristo Jesús y a este crucificado. Y a veces presumimos de ello diciendo: «Yo sólo conozco a Cristo crucificado, y es todo lo que sé». Pero si leemos el contexto, esto no es lo que realmente Pablo quiere decir. Él dice que cuando entró en medio de ellos –la iglesia en Corinto– conociendo la situación que los aquejaba, él se propuso entre ellos no saber nada excepto a Jesucristo y a él crucificado. No que él no conocía nada más, sino que juzgando la situación, él determinó no saber nada más sino a Cristo crucificado. ¿Por qué? Porque eso es lo que ellos necesitaban.

Los corintios estaban viviendo en la carne, alardeando de su propia sabiduría, y lo que necesitaban era la cruz de nuestro Señor Jesús. Ellos necesitaban ver a Cristo crucificado. Inmediatamente después de mencionar eso, Pablo dice: «Mas hablamos sabiduría entre los perfectos” (V.M.). Los corintios hablaban de sabiduría y eran buscadores de sabiduría, pero sabiduría terrenal. Eso los hizo engreídos, y pensaban que les hacía importantes, pero Pablo declaró: «No, yo no sé nada entre ustedes, sino a Cristo Jesús y a él crucificado. Ustedes tienen que ver a Cristo en la cruz y ser reducidos a cero.

Después de que ustedes lo conozcan crucificado y después que el fundamento de la verdad haya sido revelado, entonces podrán edificar sobre el fundamento». Y en este misterio se basa la edificación en la verdad: el misterio de Dios y la sabiduría de Dios en misterio.

A veces oímos personas presumir: «Yo no conozco nada excepto a Cristo y a éste crucificado». Y realmente no saben nada más. Esa no es la actitud de Pablo. Por un lado, cuando venimos al fundamento de la verdad, no hay nada más que Cristo crucificado. ¿Debemos predicar nada más que a Cristo crucificado entre los perfectos? Ahora, ¿quiénes son los perfectos? En la Biblia, perfecto no significa entero, ni son los bebés que no conocen nada más que a Cristo crucificado, porque eso lo traen en el nacimiento. Pero cuando los bebés crecen, maduran, y entonces necesitan ser edificados en la verdad, sobre ese fundamento que es la sabiduría de Dios en misterio.

Así que los perfectos aquí significa los maduros; aquellos que están creciendo en la gracia de Dios, que han dejado la niñez, que están caminando con el Señor sobre la base y fundamento de Cristo crucificado y la cruz. Allí empezamos a ver el propósito de Dios en la venida de Cristo a este mundo, y el propósito de Dios en la crucifixión de Cristo, el significado de Cristo y la cruz revelada y que es la sabiduría de Dios en misterio.

¿Por qué es llamado misterio? Porque es algo oculto. Hay un tiempo para esta revelación. Pablo no podía revelarlo a los corintios. Él quería compartirles la sabiduría de Dios en misterio, pues ese misterio ya le había sido revelado a él, y quería tener comunión con ellos en este punto, pero no pudo. ¿Por qué? Porque ellos todavía eran bebés. Necesitaban una obra más profunda de la cruz en sus vidas antes de que pudieran apreciar la sabiduría de Dios, antes de que pudieran ver el propósito de Dios con respecto a la cruz de Cristo.

Así que Pablo dijo: «Hablamos sabiduría de Dios en misterio entre los perfectos», e intentó describir esa sabiduría en misterio. Él dijo que era algo que ningún oído había escuchado, ni ojo nunca había visto, ni entrado en mente humana. Tiene que ser revelado por el Espíritu de Dios porque son los pensamientos de Dios y, ¿quién sabe las profundidades de Dios sino el Espíritu de Dios? Tiene que ser revelado, interpretado y explicado con palabras espirituales: es la mente de Cristo. Ahora, después que él dio tanta descripción, no dijo de inmediato lo que es. ¿Por qué? Porque no estaban preparados para ello. No estaban listos para conocer la sabiduría de Dios en misterio. No estaban listos para recibir el misterio de Cristo. Eso tenía que esperar hasta que él escribiera la carta a los Efesios.

Ahora, si comparamos Efesios 3 con 1 Corintios 2, las descripciones de ese misterio son muy similares. Un ‘misterio oculto’, ‘revelado’, ‘nuestra gloria’; todas estas cosas están en paralelo en ambos pasajes. Es por medio de la iglesia que la sabiduría de Dios será dada a conocer incluso a los principados y autoridades, esto es, a los ángeles.

Así que, hermanos y hermanas, aquí encontramos que el misterio de Cristo es la iglesia. Pero tú no ves la iglesia a menos que primero permitas que la cruz obre en tu vida. Si predicas la cruz de Cristo y realmente le permites operar en ti, entonces serás librado del individualismo, de la vida de la carne centrada en sí misma, y entrarás en el propósito de Dios y verás que eres un miembro del cuerpo de Cristo y cómo te relacionas con Cristo y entre los hermanos. Pero si predicas la iglesia de la que eres un miembro, perteneciendo unos a otros, y la cruz no ha empezado a obrar en tu vida todavía, descubrirás que la cruz empezará su obra. ¿Por qué? Porque sin la cruz como fundamento, no puede levantarse la superestructura de la iglesia. La cruz tiene que operar en tu vida para que la iglesia sea una realidad para ti.

La iglesia no es sólo algo para apreciar o admirar: es una realidad, es el misterio de Cristo. En otras palabras, Cristo está en la iglesia. ¿Qué es la iglesia? La iglesia es Cristo en su expresión corporativa. Cristo se ha puesto a sí mismo en la iglesia, y así la iglesia es Cristo en su expresión corporativa. Por consiguiente lo que no es de Cristo en nosotros tiene que ser tratado por la cruz. Es por eso que cuando tú predicas la iglesia obtienes la cruz. Y de esta manera entrarás realmente en el significado real de la iglesia.

Cristo es conocido por medio de la iglesia

En tercer lugar, la iglesia es el misterio de Cristo porque Cristo es conocido por medio de ella. ¿Cómo conocerás a Cristo? Si intentas conocerlo individualmente, encontrarás que hay una gran limitante allí. ¿Por qué? Porque nuestra capacidad es limitada. Por la gracia de Dios, tú puedes conocer a Cristo en un cierto grado, pero eso es todo lo que tú puedes conocer. Algunos pueden conocer a Cristo como su Salvador, otros como su sanador, otros como su consejero o confortador. Así en nuestra experiencia personal podemos conocer a Cristo en un cierto grado, pero se necesita la iglesia entera para hacer a Cristo conocido. Por consiguiente encontrarás en Efesios 3, que «con todos los santos» aprehendemos la anchura, la longitud, la profundidad y la altura del amor de Cristo que excede a todo conocimiento.

Cristo es conocido por medio de la iglesia. Es por eso que necesitamos la comunión unos con otros. Necesitamos compartir con los demás el Cristo que conocemos, y compartiendo entre nosotros el Cristo que conocemos, podemos aprehender y ser llenos de la plenitud de Dios. Esa es la razón por qué necesitamos los unos de los otros. Damos gracias a Dios por todos los hermanos y hermanas, porque a través de todos ellos llegamos a conocer a Cristo. Cristo es conocido por la iglesia, no sólo entre nosotros, sino a través del pueblo de Dios.

Cristo es dado a conocer al mundo a través de la iglesia. El Señor dijo: “Si ustedes se aman entre sí, entonces el mundo sabrá que Dios me ha enviado”. Nuestro testimonio personal es importante, pero hay un poder mayor en nuestro testimonio a este mundo, y ese es visto en la iglesia. En los días tempranos de la cristiandad, la gente señalaba a los creyentes y decía: “Vean cómo se aman”. Debido a eso, muchos vinieron al Señor. Esto no significa que debemos eludir nuestra responsabilidad de dar testimonio personal. Debemos ser testigos individuales para el Señor, es verdad. Pero, hermanos y hermanas, cuando hay un cuerpo en la tierra, cuando hay un candelero de oro en la tierra, cuando hay esta iglesia en la tierra, la luz invadirá todos los ámbitos. El testimonio será fuerte y eficaz.

La razón de por qué hoy nuestro testimonio es tan débil, es porque el pueblo de Dios está tan dividido. No hay ese candelero único, no hay ese amor por otros, ese amor fraternal en que nos amamos unos a otros por una sola razón: el hecho de que somos hermanos. No hay ninguna otra razón para ese amor, y si nos amamos unos a otros porque somos hermanos, este es el amor de Dios. Entonces el mundo verá inmediatamente que Dios ha enviado a Cristo a este mundo. Así vemos que Cristo es dado a conocer por la iglesia, no por uno o dos individuos.

Cristo también es dado a conocer por la iglesia a los principados y autoridades. El testimonio de la iglesia abarca más allá de este mundo físico. Nuestro testimonio toca aun el mundo espiritual. Incluso los principados y potestades vienen a aprender la sabiduría de Dios a través de la iglesia, y esto puede explicarse de dos maneras diferentes: Cuando tú piensas en estos ángeles, principados y potestades como ángeles buenos, es decir, como ángeles que están sirviendo a Dios, encontrarás que Pedro dijo: “Aun los ángeles anhelan ver lo que Dios está obrando”. Dios ha levantado hombres que fueron hechos un poco menores que los ángeles y a través de estos hombres, él va a consumar su propósito. Los ángeles se regocijan viendo lo que Dios está haciendo hoy, en la iglesia. Ellos empiezan a ver la sabiduría de Dios, y cantan alabanzas a Dios por causa de la iglesia.

Y por supuesto, los principados y potestades del poder de las tinieblas, y el espíritu de iniquidad, son destruidos por Cristo y su iglesia. Satanás fue derrotado personalmente por Cristo en la cruz, y ahora el poder total de las tinieblas será destruido por la iglesia. Es a través de la iglesia que el enemigo de Dios será llevado a su fin.

Hermanos y hermanas, esta es la forma en que vemos a la iglesia enseñando la sabiduría de Dios a los ángeles, y no sólo enseñándoles, pues Pablo dice: “¿No saben ustedes que juzgarán incluso a los ángeles?”. Juzgaremos a los ángeles porque hemos sido hechos herederos y co-herederos con Cristo. Dios no ha dado el mundo habitable a los ángeles, sino que lo ha dado a la simiente de Abraham.

Así que, hermanos y hermanas, en estos tres aspectos podemos ver cómo el misterio de Cristo es la iglesia: Cristo es para la iglesia, Cristo está en la iglesia y Cristo es dado a conocer por medio de la iglesia. El misterio de Cristo es dado a conocer a través de la iglesia. Nadie conoce al Padre, pero quien conoce al Hijo conoce al Padre. Ninguno conoce realmente a Cristo, pero cuando conoces la iglesia, conoces a Cristo.