Pero se salvará engendrando hijos, si permaneciere en fe, amor y santificación, con modestia …  Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor».

– 1 Tim. 2:15; Ef. 5:22.

La mujer de Dios tiene amplias posibilidades de realización y de servicio. De estos pasajes, podemos extraer dos áreas de responsabilidad de la mujer en el hogar: 1. Amar y respetar a su marido. 2. Amar y cuidar de sus hijos.

Amar y respetar a su marido. El primer mandamiento es amar. Siendo la mujer de un carácter sensitivo y afectuoso, no resulta por lo general muy costosa esta demanda. La mujer creyente que se ha casado enamorada tendrá una disposición favorable hacia su marido, lo cual le facilitará enfrentar los días difíciles y reforzar los lazos de amor ya existentes. Ahora bien, si no se ha casado enamorada, entonces hallará la oportunidad de encontrar en Dios el amor que le fue esquivo.

Sea como fuere, podrá llegar a amar a su marido con el amor del Señor, incluso aunque éste no sea creyente. Ahora bien, la demanda de respetar al marido pudiera encontrar mayores dificultades que la de amarlo. El carácter de la mujer es más vivo, y rápidamente querrá adelantarse a su marido en la opinión, en el parecer y aun en la toma de decisiones, lo cual puede transformarse en una tendencia a descalificarlo.

Si el amor de la mujer hacia el marido pudiera considerarse un sentimiento más o menos natural y espontáneo, el respeto no lo es. Por tanto, la mayor demanda para la mujer es respetar a su marido, valorándolo como la iglesia valora a su Señor. El amor (sin el debido respeto) pudiera ser para la mujer una cómoda excusa para manipular al marido, y una causa de roce permanente que provoque el desagrado de Dios.

Amar y cuidar a sus hijos. El amor a los hijos se traduce en los cuidados, la crianza, la instrucción y la disciplina, en el Señor (Ef. 6:4). El amor de la mujer hacia sus hijos es el afecto más necesario para ellos, y por lo tanto, es indelegable. Esto significa que una mujer de Dios no puede traspasar esta función a otra mujer. Podrá recibir ayuda, pero no puede ser reemplazada.

Una mujer que trabaja demasiado y que, por ende, está demasiado tiempo lejos del hogar, corre el peligro de que la ‘nana’ ocupe en el corazón de sus hijos el lugar que le corresponde a ella. La ‘nana’ puede ocupar perfectamente su lugar en la casa, pero no el de la madre en cuanto al amor y la instrucción de los hijos. Así que el hogar es el primero e indelegable ámbito de acción y de servicio de una mujer de Dios. Si falla en esto, falla en todo.

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