Más allá de los dones y ministerios, la iglesia es edificada por el amor.

La iglesia comenzó hace dos mil años en la tierra. Y su historia (para los que la conocen), es una historia terrible, dramática, llena de fracasos. Pero también ha habido triunfos. Cristo ha estado obrando a través de la Iglesia, y Dios el Padre ha estado trayendo la revelación de Jesucristo a la Iglesia. Nosotros estamos aquí, y somos parte de eso que Dios está haciendo. ¡Quiera el Señor darnos la gracia para cumplir la parte que nos toca a nosotros!

Una distorsión histórica

En el pasado la cristiandad ha tenido una perspectiva individualista de la vida cristiana. Ha pensado que todas las riquezas que están expresadas allí en las cartas de Pablo, por ejemplo, tienen una aplicación meramente individual. Y entonces hemos estado tratando de vivir la vida cristiana como individuos, queriendo meter dentro de esta vasija de barro toda esa gloria que de Cristo se nos revela en la Escritura. Pero no podemos hacer eso, porque el vaso que Dios diseñó para contener a Cristo no es el individuo, sino que es algo mucho más amplio: es la Iglesia, que es su cuerpo.

No sólo una experiencia individual

Dios desea que vivamos a Cristo no meramente como individuos. Cuando digo “no meramente” quiero decir que también hay una experiencia individual. Se nos habló ayer de una experiencia individual con Cristo.1 Y no estamos diciendo que ahora no debemos tener una experiencia individual con Cristo. Estamos diciendo, en cambio, que la experiencia individual con Cristo queda superada, rebasada, en la experiencia corporativa de la iglesia con Cristo. Y que lo que hay en ti de Cristo queda superado por lo que hay de Cristo en la iglesia. Y que si tú estás lleno de Cristo ¡el que la iglesia esté llena de Cristo es mucho más! El propósito de Dios no se detiene con llenarte a ti de Cristo, ni llenarme a mí de Cristo, sino que termina cuando todo el cuerpo está lleno de Cristo. Hasta ese día Cristo está edificando su iglesia. ¡Hasta ese día, hasta que ese día se cumpla, todavía él está edificando su iglesia aquí en la tierra!

Se nos ha hablado mucho de vivir a Cristo individualmente. Hay muchos libros escritos acerca de cómo vivir la vida cristiana individualmente. Se nos habla de la vida victoriosa en Cristo, se nos ha enseñado … (y son verdades gloriosas que hay que conocerlas, hay que vivirlas), de la vida canjeada: “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí.” ¿Para cuántos ha sido esa una verdad gloriosa? ¿Descubrir que la vida cristiana no es fruto del esfuerzo del hombre, sino de la operación de la vida divina dentro de nosotros por medio del Espíritu Santo?

Pero Dios quiere que nuestra experiencia vaya más allá de ese vivir individual. Quiere rebasarlo, quiere ir más lejos. ¿Cómo, entonces, podemos vivir a Cristo en una experiencia de cuerpo? Estoy hablando de algo práctico. Ayer se nos habló también del funcionamiento del cuerpo de Cristo, de cómo Dios hizo que el cuerpo de Cristo fuese una concertación de muchos miembros que se coordinan y funcionan y dependen entre sí, y cómo ninguno de esos miembros tiene preeminencia sobre los otros, sino que el único que tiene preeminencia es Cristo, la cabeza de la iglesia. Los demás, todos, estamos bajo Cristo y nos servimos y nos ayudamos, y dependemos los unos de los otros.2

Todavía no tocamos lo esencial

Sin embargo, a pesar de toda la gloria que hay en esta revelación de la iglesia como el cuerpo de Cristo en términos de su funcionamiento práctico, en la iglesia que está en cada localidad, todavía, en esa metáfora, y en ese símil del cuerpo, que no es sólo una metáfora y un símil … es una realidad, no hemos tocado la esencia de la iglesia. Cuando consideramos a la iglesia como un cuerpo, donde hay dones y miembros que desempeñan diferentes funciones, todavía no hemos tocado lo que es la iglesia esencialmente. Tenemos que ir más allá para comprender qué es esencialmente la iglesia, cómo se expresa, cómo se edifica la iglesia en la experiencia práctica. Y la verdad del Cuerpo se levanta o se afirma sobre una verdad que es previa y más fundamental, y que nosotros necesitamos entender para crecer y para ser edificados como cuerpo de Cristo.

Pedro, Pablo y Juan

Dios nos ha estado hablando este último tiempo acerca del ministerio del apóstol Juan. Casi todos nos asombramos con Pablo. Casi siempre, cuando nosotros queremos volver a la sustancia y a la esencia de la Iglesia, tomamos a Pablo y decimos: ¡Aquí está lo que Pablo nos dice! ¡esto es! Y damos gracias a Dios por la revelación que Dios le dio al apóstol Pablo, porque en Pablo la revelación alcanza una cúspide y no hay más que eso. Y entonces ¿por qué luego aparece este otro hombre, Juan? ¿Por qué no es suficiente con un Pablo? ¿Por qué, luego que Pablo se marcha, tiene que venir un Juan? ¿Te has preguntado eso?

La Biblia termina con los escritos de Juan. Y después que Pablo murió en el año 67 después de Cristo y también Pedro en el mismo año, pasaron 30 años más, y en esos 30 años pasaron muchas cosas en la historia de la Iglesia, entonces Juan se levanta y escribe a la Iglesia. Y, hermanos amados, Juan no tiene nada nuevo que decirnos. Esto parece extraño: No tiene una revelación nueva que aportar a la Iglesia. Juan no está tratando de decirnos: “Hermanos, además de lo que dijo el apóstol Pablo, miren, está todo esto más”. No; nada de eso. Entonces, ¿por qué Juan?

Cuando Pablo estaba al final de su ministerio, y cuando Pedro estaba al final de su ministerio, y cuando los apóstoles en general estaban al final de su carrera aquí en la tierra, ellos empiezan a escribir cosas muy tristes. Por ejemplo Pablo dice: “Me han abandonado todos los que están en Asia”, en la segunda carta a Timoteo. Y “yo sé –dice Pablo– que después de mi partida entrarán lobos rapaces que no perdonarán al rebaño, por causa de los cuales el camino de la verdad será blasfemado”. Y Pedro dice: “Habrá falsos maestros y burladores y yo aunque no esté presente, voy a tratar de dejarles presentes estas cosas para que no las olviden, para que no se olviden de lo que recibieron, porque va a haber peligro”. Pablo y Pedro ven las nubes negras en el horizonte de la Iglesia que presagian la tormenta. Pablo sabe en su corazón que mucho de lo que él ha hecho y ha entregado, va a ser tergiversado, desvirtuado, transformado. Y también lo sabe Pedro.

Y pasan 30 años, y entonces se levanta Juan. Y Juan, como expliqué, no tiene nada nuevo que decir, porque cuando la iglesia se ha desvirtuado y ha perdido su rumbo y su esencia, entonces no se necesita nada nuevo. Cuando el Señor le escribe a la iglesia que está en Efeso, le dice: “Recuerda, por tanto, de dónde has caído”. Es decir, tu problema, iglesia, no es que necesitas saber algo novedoso. No es una nueva revelación, no es una nueva moda. Tu problema es lo que sabías y has olvidado. ¡Es lo que sabías en el principio y ahora olvidaste! ¡Es lo que fuiste al principio y ahora ya no lo eres! ¡Es el amor que tenías en un principio y ahora ya no tienes! Tu problema es que has perdido tu principio, tu esencia, tu fundamento, tu razón de ser. ¡Mira lo que has olvidado…!

El problema de la iglesia, hermanos amados, es que ha olvidado, es que ya no sabe, es que no recuerda, es que no entiende cómo fue al principio. Porque nadie le ha hablado de su principio. ¡De dónde surgió la iglesia, cómo nació, qué había en el principio!

Juan nos lleva al principio

Entonces Dios levanta a Juan. ¿Y qué dice Juan a la Iglesia? ¿Cómo comienza su carta? “Lo que era desde el principio”. ¡Aleluya! Juan es el hombre que nos muestra el camino de regreso. Él nos muestra cómo volver al principio. Él nos viene a decir cómo regresar allí, a lo que hubo antes de que todo comenzara a perderse. Algunos dicen: ¡Pero no se entiende el tema de Juan! ¡Juan no nos habla del cuerpo de Cristo! ¡Es que, hermanos, la iglesia no comenzó en el cuerpo de Cristo, con el funcionamiento de los dones! ¡No había apóstoles en el principio, no había profetas, no había evangelistas, no había maestros, no había hombres que hablaran en lenguas, no había nada de eso! ¡Eso no estaba en el principio! Eso vino después. Todo eso vino después, como consecuencia de lo que hubo en el principio. Pero el principio está más allá.

Para recuperar a la iglesia en su esencia tenemos que ir más allá del ministerio de Pablo. Porque la iglesia no comenzó con Pablo. Pablo de Tarso llegó a la iglesia y recibió la herencia de los hombres que comenzaron la iglesia al principio con Cristo.  1ª de Juan capítulo 1, versículos 1 al 4: “Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida (porque la vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó).” Hermanos, ¡mire cómo dice Juan! ¡Mire! todo comenzó así. Ah, yo creo que él era un anciano cuando estaba escribiendo estas palabras. Era un anciano experimentado, pero él podía recordar el principio de todo. Él lo tenía allí en su mente y en su corazón. Y él sabía cómo había empezado todo.

Juan era un pescador en el mar de Galilea, y había otros pescadores con él. Y un día dice (yo estoy pensando en la historia), un día Jesús cruzó por el camino de Juan, y le dijo: “Sígueme”. ¿Y qué hizo Juan? Al instante, dice, dejándolo todo, lo siguió. Se fue con Jesús. Y junto a Juan otros más se fueron con Jesús. Y ellos no sabían a dónde iban. No vino Jesús y le dijo: “Juan sígueme. Mira, yo tengo el propósito de fundar mi iglesia, y yo voy a necesitar a doce apóstoles para esto. Así que, yo te he considerado, Juan, como uno de esos doce. ¿Qué te parece, Juan? Vente conmigo, vas a ser un apóstol de la iglesia. Y mira, yo pienso llevar mi iglesia y establecerla en cada ciudad, y yo pienso …”. No dijo nada. Simplemente, Juan miró a Jesús, se quedó prendado de Jesús. Y algo inefable traspasó el corazón de Juan. Y ya no pudo separarse nunca más de Jesús. Y le siguió.

La experiencia de contemplar a Jesús

No había promesas. No había expectativas. Era sólo Jesucristo. Era sólo seguir a Jesucristo, para conocerle, para oírle, para estar con él. Y así, a lo largo de los próximos tres años y medio, Juan y los doce vivieron para conocer a Jesús. De día y de noche, Jesús y los doce, los doce y Jesús. En toda circunstancia humana posible, Jesús y los doce, los doce y Jesús. ¡Ah, hermano, tú no sabes lo que es eso! ¿Te imaginas viviendo durante tres años y medio día y noche con Jesucristo? Entonces Juan dice: “Lo que hemos visto”. ¡Lo vimos! Yo me acuerdo, lo vimos …. Y luego “lo que hemos oído”. Esto es experiencia, hermanos, esto no es teología. ¿Comprendes? ¡Esto es experiencia!

Después, ¿qué más hicieron? “Lo que hemos contemplado”. Esto es progresivo. “Contemplado” … ¡qué palabra preciosa! ¿Qué es “contemplar”? Cuando tú entras en una galería de arte, y ves un cuadro hermoso, ¿qué haces? Te quedas contemplando el cuadro, es decir, te pones a mirar los detalles, ¿verdad? Mira qué lindo ese árbol allá, y qué precioso este detalle acá, y te pasas un rato, y si te gusta el arte te vas a quedar un buen rato mirando el cuadro y apreciando los detalles del cuadro. O a lo mejor tú eres un amante de la naturaleza y te gusta ir a ver la puesta de sol, entonces tú te quedas largo rato allí mirando cómo el sol se pone … viendo y observando y contemplando. “Contemplar” es mirar algo con atención detenida y prolongada.

Y eso es lo que Juan hizo con Jesús. Él no solamente vio a Jesús pasar por allí … ¡él contempló a Jesús durante tres años y medio! ¡vivió para contemplar a Jesús! Yo me imagino a Juan: se quedaba mirando a Jesús, lo miraba y veía cómo Jesús hacía las cosas, cómo amaba a los hombres, a las mujeres, los desvalidos, cómo los acogía, cómo perdonaba, cómo se entregaba, cómo se daba, cómo hacía todo lo que hacía.

Él vio a la vida divina manifestada en la tierra, y, lentamente, él y los doce fueron siendo traspasados por esa vida, hasta que, finalmente, fueron llevados a una experiencia de tal intimidad con Jesús, que vinieron a ser una sola cosa con Jesús. Allí nació la Iglesia. ¿Comprendes? … Así comenzó la Iglesia en la tierra, con doce hombres viviendo día y noche juntos alrededor de Cristo, con Cristo, escuchando a Cristo, contemplando a Cristo, amando a Cristo, y siendo amados por Cristo.

Y Jesús traspasó a ellos algo que venía de más allá de este mundo. Jesús puso en los apóstoles la vida que él había vivido desde toda la eternidad en comunión con su Padre. Y ellos fueron metidos dentro de esa vida. Ellos se adentraron en la tierra sagrada de la trinidad. Allí donde el Padre ama eternamente al Hijo y se entrega al Hijo. Y allí donde el Hijo eternamente ama al Padre, y se da a sí mismo al Padre. Y en ese territorio, y en esa esfera celestial, todo el peso de esa gloria celestial descendió en medio de los doce, y vivió en los doce, y ellos fueron parte de eso. Y entraron a experimentar esa vida tal como se la vive en Dios. Allí los introdujo el Señor.

Y el rasgo predominante de esa vida, la cualidad esencial de esa vida que ellos recibieron de Cristo, y por medio de Cristo, del Padre, y que les fue conferida, y que les fue dado vivir y experimentar y conocer y tocar, el rasgo predominante de esa vida, dice Juan, es el amor.

El pegamento del edificio

Hermanos amados, cuando Pablo termina de escribir el capítulo 12 de Corintios y habla acerca del funcionamiento de los dones y de los miembros del cuerpo, él dice: “Pero yo les muestro un camino aun más excelente.” Ese camino más excelente no es un camino alternativo, no es una opción, sino que es el único camino posible. ¿Cuál es ese camino?

Imagínense ustedes que la iglesia es como un edificio. Entonces, cada uno de nosotros es un ladrillo de ese edificio. Cuando tú vas a hacer una edificación vas y compras los ladrillos, y eliges los mejores, los más bonitos, ¿verdad? Todos cortados, pulidos, hermosos, bien diseñados. Pero cuando empiezas a edificar la casa, te das cuenta que no es suficiente con los ladrillos. Necesitas algo más, ¡y se te olvidó! ¡Necesitas algo con qué pegar los ladrillos!

Entonces, el cuerpo de Cristo no funciona simplemente porque somos miembros y tenemos funciones y dones cada uno de nosotros. Necesitas algo que amalgame a los miembros del cuerpo, y los una unos con otros y les permita funcionar como cuerpo. Y ese pegamento, esa amalgama, ese cemento que une piedra con piedra en el edificio de Dios, es el amor.

La vida está impregnada de amor

El amor no es un ingrediente más de la vida cristiana. No es un agregado más de la vida de la iglesia. ¿Sabes por qué a los creyentes nos cuesta tanto entender el amor? Porque tenemos una perspectiva demasiado individualista. ¡El amor es el ingrediente de la vida de la iglesia! El amor es lo que permite la edificación del cuerpo de Cristo. Pablo dice: “De quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor” (Ef.4:16). En otras palabras, lo que permite que los miembros se concerten, se liguen unos con otros y comiencen a funcionar como Cuerpo, es el amor. Si no hay amor, no hay funcionamiento del Cuerpo, porque el Cuerpo no tiene otro principio de vida que no sea el amor. ¿Y qué es el amor?

El amor es la esencia de la naturaleza de Dios, de la vida de Dios. El apóstol Juan dice entonces: “Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida… (en ¿qué? ¿en el poder? ¿o por la revelación que tenemos? ¿o porque hay tanta unción? ¡No!) … nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida en que amamos a los hermanos”.

¿Quieres saber si hay vida? En la iglesia se prueba que hay vida cuando hay amor entre los hermanos, nada más. Eso es la prueba. ¡Nada más! Porque la vida de Dios se manifiesta como amor. ¡Hermanos, esto es esencial! Esto es lo que Juan quiere decirle a la iglesia. Esto es lo que Juan quiere transmitirle a la iglesia. La vida que nosotros recibimos de él, la vida que contemplamos en él, la vida que él puso en nosotros, es una vida que se expresa como amor. Se expresa en que nos une, nos aglutina, nos reúne, nos convoca, nos atrae a los unos hacia los otros. En eso se muestra la vida. La vida de Dios tiene esa vocación. ¡Oh, ese es el poder de la vida divina, hermanos! Ese poder tiene la vida de Cristo en nosotros.

Si la vida de Cristo está expresándose en nosotros sin impedimento ¿sabes lo que hace? Nos empieza a atraer a los unos hacia los otros. Ella lo hace por sí misma; tiene ese poder de hacerlo, porque es así Dios. Porque Dios es amor. No es un atributo más de Dios. Es su naturaleza, es su esencia. “Yo te amé con amor eterno, te busqué, te atraje con cuerdas humanas; yo te atraje, con cuerdas de amor.” ¿Amén? ¡Eso es amor! ¿Dios es …? ¡Amor! Y el que permanece en amor, permanece en Dios.

Jesucristo, en medio de los doce, los pegó, y los hizo uno. Y después, de esa unidad esencial de amor, surgió el apostolado, surgió el ministerio, el servicio. Pero primero los pegó uno con otro en amor. Creó entre ellos lazos indestructibles. La vida de Cristo se irradió entre ellos y los amasó, los entretejió y los hizo uno.

¿Saben? Muchas dificultades vinieron sobre la historia de la iglesia en el principio, pero ellos nunca pudieron ser separados ni divididos, porque Cristo los había pegado en su propia vida. ¡Aleluya! Eso es el amor. Donde está Dios, hay amor. Donde no está Dios, no hay amor. Donde hay amor, está la vida de Dios. Donde no hay amor, no está la vida de Dios.

Dejemos libre la vida

Nosotros hemos levantado tantas barreras para impedir al Señor. Nuestras doctrinas son nuestras barreras. Nuestras costumbres, nuestra historia, nuestra forma de hacer las cosas son nuestras barreras. Esas cosas estorban a Cristo. Si nosotros dejáramos a la vida divina la libertad de hacer su voluntad – y debemos hacerlo porque él es el Señor de la iglesia– ¿saben lo que haría esa vida? Nos empezaría a atraer a los unos hacia los otros, y nos haría uno. Así es el amor.

Amor es: “Perdonándoos unos a otros”, “Teniendo misericordia los unos de los otros”, “Soportán-doos los unos a los otros”, “Teniendo paciencia los unos con los otros”. Esto es vestirse de Cristo, hermanos. Esto es ser el cuerpo de Cristo. No es el que simplemente funcionemos bien como dones. Eso todavía no es lo esencial. ¡Es que todas nuestras relaciones estén teñidas de Cristo! ¡Todas nuestras relaciones estén sumergidas en Cristo! El amor de Cristo crea los vasos comunicantes que nos unen a los unos con los otros. Y esos vasos comunicantes se expresan como un apegarse de los unos a los otros. Una cosa sobrenatural. Algo que tú no puedes entender. Ni yo tampoco. Porque es la vida de Dios. ¡No la vida humana; es la vida de Dios en la tierra!

No hay nada como esto en el mundo. El mundo no puede producir algo así. El mundo puede producir eficiencia, organización, poder, ¡hasta milagros! Pero no puede producir amor de Dios. ¡No puede! ¡Sólo Cristo puede hacerlo en la iglesia! Él puede unir lo que el hombre ha dividido. ¡Él puede volver a juntar en uno a los hijos de Dios! ¡La vida de Cristo es poderosa para hacerlo! ¡Es suficiente! ¡Oh, aleluya!

Deja que esa vida que está en ti haga su voluntad. ¡No la impidas, no la restrinjas, no quieras construir un dique para detener el río de Dios! Porque el río de Dios no va a ser detenido. Él va a buscar otro cauce, hermano, y tú vas a quedar fuera. Yo voy a quedar fuera. Pero Dios va a completar su obra en la tierra, y va a tener a la Iglesia que se propuso tener desde la eternidad. ¡Lo va a hacer, hermanos! Y si tú y yo no queremos ser parte de eso, Él lo va a hacer igual. ¡Aleluya! ¡Lo va a hacer igual! Porque Él es Dios y nosotros somos hombres. Por eso, Él va a tener esa Iglesia, que es como Él y que ama como Él ama. ¡Bendito sea el Señor! Amén.

1 Ver artículo “El primer amor”, en “Aguas Vivas” Nº 14.
2 Ver artículo “La articulación de la iglesia como cuerpo”.