El mensajero y su mensaje son una sola cosa; el mensaje está en la constitución del hombre y su historia bajo la mano de Dios.

Un instrumento escogido

Esto no pretende ser una «vida del apóstol Pablo», pero tiene algo que ver con el significado particular de este siervo de Jesucristo. Si bien en su caso existen factores vitales y esenciales que son comunes a todo siervo de Cristo, y que son básicos para todo ministerio fructífero (como mencionaremos más adelante), todo lo relativo a Pablo indica que él era en verdad un «instrumento escogido», conocido de antemano, predestinado y elegido.

Esto era particularmente cierto en la naturaleza del ministerio para el cual él fue «asido». La naturaleza misma del ministerio –en medida– puede ser el «llamamiento» de los demás, pero Pablo fue el pionero. Todos los apóstoles permanecieron en el terreno común que se refiere a los fundamentos de la fe: la persona de Cristo, la obra de Cristo, la redención, la justificación, la santificación, la comisión para predicar la salvación en Cristo a todo el mundo, la segunda venida del Salvador, etc.

Ellos tenían el mismo fundamento. Cada uno pudo tener «la gracia conforme a la medida del don de Cristo»; es decir, según su don personal, ya sea apóstol, profeta, evangelista, pastor o maestro, cada uno tenía «la gracia» –unción, capacitación– correspondiente a su responsabilidad, pero en los «fundamentos», es decir, en todo lo esencial, ellos coincidían y estaban unánimes. En lo que podamos decir distintivo de Pablo, ni por un momento podemos siquiera quitar algún pequeño fragmento del gran ministerio de Juan, de Pedro, de Jacobo o de otros.

Nunca el Nuevo Testamento podría sufrir la pérdida de esos ministerios, y en otros lugares nos hemos gloriado en ellos. Cuando todo se ha dicho respecto al valor de ellos –y éste sería un inmenso «todo»– aún podemos afirmar que había, y hay, algo que es único y particular en lo que vino a través de Pablo.

Antes de proseguir, diremos algo muy importante. Pablo nunca habría podido comprender su vida antes de la conversión, hasta que vino a estar bajo la mano de Jesucristo. Esa vocación a la cual había sido llamado cuando Jesús se convirtió en su Señor, arroja mucha luz sobre la soberanía de Dios en su historia pasada. Este es un principio que ayudará a muchas personas y siervos de Dios, el cual muestra cuán enormemente importante es que Jesús sea no solo el Salvador, sino el Señor.

Bajo la mano del Señor

El nacimiento judío de Pablo, su crianza, su formación, educación y profundo arraigo en aquello de lo cual sería librado por el poder de Dios, algo que demostraría no ser lo que Dios necesita, es en sí mismo de un gran valor educativo. Por qué Dios, en su presciencia, pondría a un hombre profundamente en algo que en última instancia no representa Su pensamiento, es un hecho a destacar.

Muchos sostienen esto, porque desean saber si, por el hecho de que Dios los puso en cierto camino, trabajo, forma, asociación, tienen que permanecer allí para siempre, lo quieran o no. La historia de Pablo refuta ese argumento. Los caminos de Dios, en el caso de Pablo, muestran que Dios puede hacer tal cosa, y que toda Su soberanía realmente puede estar en el hecho, pero solo para un propósito determinado, un fin temporal; es decir, para dar un conocimiento profundo y exhaustivo a través de aquello que realmente, en el mejor de los casos, es una limitación al propósito pleno de Dios.

Un siervo de Dios eficiente debe tener un conocimiento personal de aquello de lo cual el pueblo requiere ser liberado. Abraham debe conocer Caldea; Moisés debe conocer Egipto; David debe conocer la falsedad del reinado de Saúl. Así, Pablo debe conocer el judaísmo proscrito, a fin de poder hablar de él con autoridad, la autoridad de la experiencia personal. Si nosotros fuésemos salmistas, deberíamos poner un «Selah» allí. «¡Piensa en esto!».

Sin embargo, debemos subrayar dos aspectos de este principio. Nos estamos refiriendo a aquello que estaba, sin duda, dentro de la obra divina, «conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad» (Ef. 1:11), y «conforme a su propósito» (Rom.8:28). En su conversión, Pablo no estaba cambiando a su Dios; Jehová era su Dios para siempre. El cambio ocurrió en el método de Dios. Todavía era Dios obrando. Decimos esto porque nadie puede decir que, porque nació y se crió de esta o de aquella manera, la intención de la «Providencia» (es decir, Dios) era que ésta fuese su condición para siempre.

Debemos ser como somos y permanecer donde estamos por la voluntad soberana de Dios, sabiendo que cualquier cambio importante igualmente es definitivamente de Dios, y la única alternativa a librarnos de ella es por medio de una abierta desobediencia a la voluntad de Dios que se nos ha presentado, un desviarse del camino. Sin duda habrá demandas en nuestro caminar de fe con Dios, porque el elemento de aparente contradicción puede estar presente.

No sabemos qué batallas mentales y del alma tuvo Pablo. No se registra que, ante la inmensa revolución, él razonara con el Señor: «Bien, Señor, por tu propia soberanía yo nací judío, y esto con más que términos generales: del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos, fariseo. Y ahora, Señor, me estás exigiendo tomar un curso que niega y contradice todo aquello. No es propio de ti, Señor, contradecirte a ti mismo; esto parece tan inconsistente. Es como si yo no hubiese sido temeroso de ti, y no hubiese creído en ti».

El equipamiento de un siervo

El cambio fue tan revolucionario que parecía haber dos caminos contrarios en Dios mismo. Aquí hubo una gran ocasión para asumir esta palabra: «Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia» (Prov. 3:5).

Podríamos citar los casos de muchos siervos de Dios que fueron llevados a una crisis entre la razón y la fe cuando Dios estaba demandando una decisión que parecía contradecir toda su dirección anterior. Algunos de éstos han venido a ser grandemente reivindicados por la obediencia; otros han vivido para ser ejemplos de personas que perdieron el camino, o lo mejor de Dios.

Todo esto ha tenido que ver con la soberana preparación y equipamien-to de un siervo Dios para que él conozca realmente por experiencia profunda aquello sobre lo cual está hablando y cuál es la diferencia. Esto es entonces, en resumen, lo que toca a su relacionamiento judío.

Pero Pablo fue elegido y destinado a ser el mensajero especial de Dios a todas las naciones, no solo a una nación. Las naciones estaban principalmente bajo el dominio del gobierno romano y de la cultura y lengua griegas. De su padre, Pablo heredó la ciudadanía y la libertad romana, y por su nacimiento y su educación en Tarso, tuvo la lengua griega y una familiaridad de primera clase con la vida y la cultura griega.

Estas tres cosas –el judaísmo, la ciudadanía romana y la lengua griega– le permitieron desenvolverse con soltura prácticamente en todo el mundo. Sin embargo, sumado a toda esta calificación natural estaba aquello sin lo cual Pablo nunca habría sido el factor real que la historia atestigua – él fue ungido con el Espíritu Santo.

A menudo, la unción compensa la deficiencia natural en la educación y el nacimiento, y los hombres han hecho una historia espiritual que nunca habría sido reconocida en ambientes meramente naturales. El Señor tuvo gran cuidado en que Pablo nunca pudiera tomar ventajas naturales en el terreno de su verdadero éxito. Esto estuvo implicado o sugerido en las primeras palabras registradas del Señor acerca de él (a Ananías) después de su conversión: «Yo le mostraré cuánto le es necesario padecer por mi nombre» (Hech. 9:16).

La soberanía de Dios

La soberanía de Dios es multifacética y tiene muchas formas. Es solo cuando se cuenta la historia completa que vemos la verdadera explicación. Al principio y en el curso puede haber lugar para muchos «¿por qué?». Un Moisés y un Jeremías pueden empezar con aquello que están convencidos es una definitiva desventaja y contradicción, pero la historia justifica a Dios y al final es reivindicada Su sabiduría.

Cuando Dios dice: «instrumento escogido», él conoce todo sobre la arcilla de que está hecho el vaso. Como veremos, las dos cosas implícitas a las cuales nos hemos referido se vuelven cada vez más evidentes. La primera es que el mensajero y su mensaje son una sola cosa; el mensaje está en la constitución del hombre y su historia bajo la mano de Dios.

Y la segunda es que el hombre es reconocido no solo por sus calificaciones naturales, sino primordialmente porque Dios lo ha ungido para su posición y su obra.

El fruto de la unción

Ningún hombre puede estar en ellas, sino en una posición totalmente falsa, a menos que lo que él mismo habla haya nacido de una experiencia real.

Por ejemplo, solo puede hablar de quebranto un hombre que ha sido quebrantado. Todo el ministerio de Pablo fue fruto de una historia continua con Dios en experiencias profundas y generalmente dolorosas de conflicto. Fueron «los despojos de la batalla».

Es absolutamente imperativo que sea evidente y manifiesto que cualquier posición, función y servicio de alguien en relación a Cristo sea fruto de la unción, para que la impresión y la conclusión de todos sea que tal hombre, sin duda alguna, ha sido ungido para esta obra.

La unción simplemente significa que Dios es muy evidente en la vida de aquella persona, en lo que está haciendo y en la posición que ocupa.

Estar fuera de posición es estar sin la unción en este particular. Nosotros no podemos seleccionar, elegir o decidir nuestro lugar y función. Esto es algo orgánico, y así como es torpe para una pierna intentar hacer el trabajo de un brazo en el cuerpo humano, así siempre habrá algo errado cuando asumimos una labor o una posición para la cual la soberanía del Espíritu no nos ha escogido.

Con todas las adversidades y oposiciones, es muy útil saber que estamos donde estamos por designio divino y no por nuestra propia voluntad.

Es una buena cosa cuando sabemos cuál es y cuál no es nuestra función, y actuamos en consecuencia. Hay suficientes funciones en el cuerpo para que cada miembro, bajo la unción, tenga la suya muy definida, y la función se expresa tan naturalmente como un ojo ve, una oreja oye, una mano sujeta y así sucesivamente, si la cabeza (la Cabeza) está en control completo y correcto.

Entonces, Pablo tiene mucho que enseñarnos sobre este asunto, primero por su propia vida y luego por sus escritos.

A esta altura, somos traídos de vuelta al punto donde divergimos desde el mensaje al hombre, y ahora debemos considerar la diferenciación de aquella función para la cual Pablo fue especialmente escogido y asido.

La vocación distintiva de Pablo

Que había una diferencia y peculiar importancia en el ministerio de Pablo, tiene una serie de fuertes evidencias y testimonios. Él mismo sabía de esta distinción y a menudo se refirió a ella, tanto en relación a su sustancia como a la forma en que recibió su ministerio. Esto se expresa en palabras como: «la administración de la gracia de Dios que me fue dada para con vosotros … que por revelación me fue declarado el misterio … leyendo lo cual podéis entender cuál sea mi conocimiento en el misterio de Cristo … A mí me fue dada esta gracia … de aclarar a todos cuál sea la dispensación del misterio» (Ef. 3:2-4, 8-9).

Aunque Pablo no dice que él solo tuvo el «misterio» revelado, él afirma que, como una mayordomía, un ministerio, le fue revelado en una forma claramente personal y directa desde el cielo. Él afirma haber sido divinamente asido para este ministerio específico. Lo que fue esa revelación será desarrollado a lo largo de lo que aún debemos escribir. Por el momento, nos ocupamos con el hecho de la vocación específica de Pablo.

No menos importantes entre las evidencias de esto, están la furia, las ofensas, el odio, la malicia y la crueldad asesina del diablo y sus fuerzas enfocadas sin tregua sobre este hombre. Esto fue, sin duda, debido a la revelación que venía a través de él y no solo por su personalidad. Todo comenzó y se desató aun antes de que Pablo fuese el vaso llamado para ello.

Para ver y entender esto, tenemos que volver al hombre que había visto previamente aquello que le fue mostrado a Pablo. Nos referimos a Esteban, el primer mártir cristiano, y quedamos profundamente conmovidos cuando leemos el relato de su muerte. Pero cuán poco había entendido Esteban, y cuán ciegos hemos sido nosotros para percibir el real significado de su muerte – su martirio por medio de los hombres controlados por Satanás.

Esteban, el precursor de Pablo

Una consideración cuidadosa del discurso de Esteban ante el Sanedrín judío mostrará que él fue una especie de prólogo, una introducción al ministerio de Pablo. Si Esteban hubiese seguido con vida, sin duda, él y Pablo habrían formado una alianza poderosa en la administración del misterio.

Esto, por supuesto, supone que el Señor no previó que Esteban iba a morir, y que, en ese conocimiento previo, él no hubiese designado a Pablo como único administrador de este ministerio en su plenitud. La soberanía divina rara vez se ha evidenciado más de lo que fue en el episodio en el cual Saulo presencia la muerte de Esteban, aunque como cómplice de ella.

A medida que avanzamos con Esteban en su discurso, siguiendo sus penamientos desde Abraham a través de Isaac, Jacob, los patriarcas, José, Israel, Moisés, Egipto, el éxodo, el Sinaí, el tabernáculo, el desierto, Josué, David, Salomón, el templo, los profetas, hasta Cristo, hay algo que domina la mente de Esteban, que es la clave de todo y que –más que cualquier otra cosa– explica, define y caracteriza a Pablo y su ministerio.

Dios no desiste de su propósito

Este algo es que Dios está siempre, desde la eternidad hasta la eternidad, avanzando a un objetivo supremo. A través de la caída del hombre, y de la obstrucción e intento de frustración humana y satánica, por medio de una gran variedad y multitud de formas, medios y personas, en todas las generaciones y edades, Dios siempre está prosiguiendo. Y sus instrumentos deseados y escogidos pueden incluso llegar a ser un estorbo más que una ayuda.

Las naciones, imperios y sistemas pueden oponerse y obstruir; las circunstancias parecen limitarlo, pero –en un tiempo determinado– vemos que Dios no ha desistido, y todavía prosigue. Él mismo ha establecido un propósito y una meta y esa meta será alcanzada.

Aunque los judíos «siempre resisten al Espíritu Santo», como dice Esteban; tanto peor para ellos. Esta es la tremenda conclusión de su discurso.

Dentro de esa inclusividad hay otros rasgos. El propósito de Dios es celestial, amplio, espiritual, eterno. Ni el tabernáculo, con toda su belleza interior y encarnación simbólica del pensamiento divino; ni el templo de Salomón con toda su magnificencia y gloria; ni Salomón mismo con su impresionante sabiduría y abrumadora riqueza –dice Esteban– puede remotamente ser comparado a aquello para lo cual Dios se está moviendo en relación a su Hijo.

Eso no es «hecho de manos»; no es de la tierra. Eso es la casa de Dios (Hech. 7:48-49). El Espíritu Santo –dice Esteban– se mueve más y más hacia este propósito supremo. Esteban, en una hora gloriosa, conoció la fuerza arrasadora de aquello con lo cual Pablo contendió toda su vida: la incorregible tendencia del pueblo de Dios a mundanalizar lo que es esencialmente celestial; de cristalizar las cosas espirituales en sistemas construidos por el hombre; de tomar lo que es de Dios y convertirlo en algo terrenal, exclusivo y legal, bajo el control del hombre.

La oposición a la visión celestial

Esteban representa y es testigo de esta «visión celestial» (que se convirtió en frase de Pablo), la cual le atrajo el odio más violento y vicioso de los intereses religiosos, en lo que concierne a los sistemas, y el celo más feroz de Satanás, detrás de todo.

Quienquiera que toque las tradiciones religiosas y el orden establecido, descubrirá lo mismo que Esteban, una envidia resultante de la ceguera al amplio propósito de Dios. De alguna manera serás apedreado por el ostracismo, la exclusión, las puertas cerradas, la suspicacia y la incomprensión, evidentes en el caso de Pablo.

¿Hemos dicho lo suficiente acerca de Esteban, para justificar y establecer nuestra declaración de que él fue –por así decirlo– Pablo por adelantado? Esteban mismo es un ejemplo del mover de Dios a pesar del infierno y de los hombres, así como Pablo lo fue en plenitud cuando los hombres mataron a Esteban. Miramos hacia atrás, a nuestra declaración inicial que una mayor evidencia del ministerio específico para el cual Pablo fue elegido es la vehemencia del antagonismo satánico.

Todo lo que hemos dicho, y mucho más, por supuesto, será abordado en una posterior consideración del ministerio de Pablo mismo, pero estoy seguro que estamos empezando a percibir algo de su significado. Aún antes de nuestra contemplación del coronado y consumado ministerio del apóstol Pablo, hay varios asuntos de considerable valor que pueden constituir un breve capítulo por sí solos.

Traducido de The Stewardship of the Mistery (2)
Witness and Testimony Publishers, 1966.