La relación eterna del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo en el único Dios trino.

¿Quién subió al cielo, y descendió? ¿Quién encerró los vientos en sus puños? ¿Quién ató las aguas en un paño? ¿Quién afirmó todos los términos de la tierra? ¿Cuál es su nombre, y el nombre de su hijo, si sabes?».

– Proverbios 1:1-4.

Estas son preguntas que el Espíritu del Señor conduce a los hombres a hacerse, mirando lo que Dios ha hecho, porque como está escrito en Romanos 1:20, «las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles … por medio de las cosas hechas».

Y esa pregunta, «¿Quién…?», es la misma que, desde un torbellino, le hace también Dios a Job. La evidencia de las cosas creadas nos lleva a preguntarnos no sólo: ¿Y cómo…?, sino el Quién inicial. Quién comenzó, y quién le dio sentido a las cosas.

Pero lo que llama más la atención aquí es que el Espíritu Santo le hizo comprender a este hombre del Antiguo Testamento que, este Quién, que diseñó e hizo todas las cosas, tiene un nombre y también tiene un Hijo, y ese Hijo también tiene un nombre. Y él se pregunta por el nombre de este Quién, pero no bastó por preguntar por el Quién, sino también por el Hijo. Confesó, en el Antiguo Testamento, al Hijo, y lo confesó en un contexto de la creación de las cosas.

Porque a veces sería más fácil confesar al Hijo en relación con el Mesías, en su pasada por la tierra. Y nosotros hoy, los cristianos, confesamos al Hijo en la encarnación. Pero aquí el Espíritu condujo a Agur a preguntarse por el nombre de Dios, por ese necesario Creador de todas las cosas, que tiene un nombre, pero que también tiene un Hijo.

Hoy en día, a nosotros, en la era del Nuevo Testamento y de la iglesia, nos resulta, después de la venida del Señor Jesús, más fácil preguntar por el Hijo. Preguntar por el Hijo en el Antiguo Testamento era mucho más complicado. La revelación del único Dios en el Antiguo Testamento incluía al Hijo de Dios.

Las palabras de Jesús

Fíjense en aquellas palabras de Jesús en el evangelio de Juan: «Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti…». Y podríamos poner el punto ahí, pero como no lo puso Agur hijo de Jaqué, tampoco lo puso Jesús. «…que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y…». En esa «y…», hay mucha revelación. «…el único Dios verdadero». Uno diría: ‘Es más que suficiente. ¿Qué más quiere?’. Pero no. Dice: «…el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado».

«¿Cuál es su nombre –pregunta Agur–, y el nombre de su hijo?». Hermanos, en el hecho de que Dios tenga un Hijo unigénito, eterno con él, se revela la esencia y la naturaleza de Dios de una manera más clara que de ninguna otra manera. Y de esa revelación espiritual a la iglesia, del único Dios y de su Hijo, en el Espíritu, la iglesia aprende a ser iglesia.

El Señor Jesucristo dijo una frase muy importante: «…como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros» (Juan 17:21). Esa es una frase demasiado rica y profunda, que si no fuera porque Dios mismo se lo propuso y nos quiso incluir en el seno de algo tan glorioso, nosotros nos quedaríamos en las tinieblas de afuera.

Y por eso es que nos atrae con ésta, su luz, la luz del mayor espectáculo que las criaturas pueden y podrán conocer. Nunca habrá nada igual, nada tan digno de nuestra completa atención, tan digno de nuestra contemplación, como la relación del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo en el único Dios trino, en la Trinidad de Dios.

«…como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti…». Ese es el modelo para la iglesia. «…como…». Ahí es donde el Espíritu Santo tiene un gran trabajo con nosotros hoy: hacernos entender espiritualmente ese: «…como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti…». Es el modelo establecido por Cristo. «…que también ellos –la iglesia– sean uno…». Y luego dice, ya no sólo el modelo, sino dónde está la posibilidad, la realidad necesaria para que esto acontezca. Entonces dice: «…en nosotros». Lo que quisiera subrayar en este día es ese nosotros de la Trinidad.

La  mentira de Satanás

Satanás dijo: «…seré semejante al Altísimo … junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono» (Isaías 14:13-14). Había sido hecho un gran querubín, un sello de perfección; pero quiso levantarse más. Y, para poder tomar el lugar de Dios y conquistar a muchas criaturas con su engaño, él comenzó proponiendo en sus contrataciones de las que nos habla Ezequiel –que Dios conocía y callaba– de que, al fin de cuentas, todo lo creado era la divinidad.

Él no quitó el nombre de Dios. Él dejó el nombre de Dios, porque quería atribuírselo a sí mismo. Sólo que comenzó a aplicarle ese nombre, como una manera de cautivar y engañar a otros, al todo creado, la sustancia, la totalidad, el todo; eso es Dios. Y luego, de ese panteísmo, que es un ateísmo disfrazado, porque le aplica el nombre de Dios a lo creado, y deja a Dios sin lugar ninguno, de ahí no hay sino un paso para el dualismo y el politeísmo.

El dualismo, de que el bien y el mal son coexistentes y son dos fuerzas eternas, iguales las dos, que se necesitan y se complementan mutuamente. Y así, fue llevando poco a poco el mal a la categoría del bien.

Si se adora a la plenitud del todo, si todas las cosas son parte de Dios, algunos van a adorar al maíz, otros van a adorar las vacas, otros van a adorar el sol, porque todo es parte de esa sustancia divina de que está hecha la totalidad del universo. Esa es la mentira de la serpiente, queriendo robarse la gloria de Dios, conduciendo las cosas al panteísmo, para conducirlas al politeísmo, al dualismo y al satanismo. Esas son sus tretas, sus contrataciones, sus engaños.

Para entonces, el Señor callaba, y los ángeles eran probados. Y dos tercios aprobaron. Pero un tercio, incluido no sólo el querubín, sino altos principados y potestades y muchas huestes, le siguieron. Comenzó el mal en el universo. Y Dios permitió que eso sucediera así. Él, como Dios Creador, no iba a pelear de Dios a criatura, porque sería como un hombre grande peleando con una niñita. Dios, más bien, decidió hacer otra criatura, porque esta primera pretendió hacerse semejante a Dios. Entonces, Dios decidió hacer al hombre a Su imagen y semejanza.

El destino del hombre no está en lo que él pueda hacer por sí mismo, sino en lo que él llegue a ser en unión con Dios. Aparte de esa unión con Dios, ese destino supremo y superior no haría que el hombre fuese superior. Dice que, en poder, era menor que los ángeles. Y luego, el Hijo, se hizo como uno de nosotros y, como hombre, y en la carne, fue probado de verdad, así como tú y yo somos probados.

Porque Dios no iba a pelear con una criatura que él mismo hizo; le bastaba soplar, y se desaparecía. ¿Pero eso traería gloria a Dios? ¿Revelaría eso realmente la excelencia de Dios? Él, más bien, quiso dar a conocer al Hijo. «Nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar» (Mat. 11:27).

El Padre y el Hijo se nos revelan

No hay cosa más preciosa que nos pueda ser compartida, que el propio corazón de Dios. Por el Espíritu, el Hijo mostrándonos al Padre y el Padre mostrándonos al Hijo, y no sólo mostrándolo desde lejos, sino desde adentro de nosotros, para que lo conozcamos y lo disfrutemos, de manera que el Padre, el Hijo y el Espíritu puedan vivir nuestra vida, y nosotros la vida divina – como «participantes de la naturaleza divina».

Entonces, Dios quiso mostrar al Hijo. Nadie conocía quién era el Hijo, sino el Padre. Pero después que aquel querubín se rebeló, y la tercera parte de los ángeles y el hombre cayeron, ahora el Hijo se hizo como uno de nosotros. Asumió la naturaleza humana, se hizo como inferior a los ángeles; aunque él es superior, pero se despojó, y en su despojamiento, él vino a honrar a su Padre.

Dios el Padre ya sabía todo esto de su Hijo, desde la eternidad; él no necesitaba probar a su Hijo, porque siempre, desde la eternidad, estuvieron juntos, y se conocen profundamente. Pero el regalo que el Padre le iba a dar al Hijo, eran todas las cosas, y entre esas cosas iba a haber personas – personas del ámbito celestial, ancianos celestiales, serafines, querubines, principados, potestades, arcángeles y ángeles, grandes y pequeños, mayores y menores, y después una cantidad innumerable de seres humanos. Y a su Hijo, el Padre le iba a dar todas las cosas.

Pero esas personas del universo visible e invisible no conocían al Hijo de la misma manera que el Padre, ni sabrían por qué al Hijo le daría todas las cosas y por qué el Hijo sería el heredero de todo. Mediante la encarnación y por medio de las pruebas del Hijo, Dios empezó a mostrarnos al Hijo y a resaltar el significado que para el Padre tiene el Hijo, sobre el paño de fondo de la rebelión de Satanás.

Satanás, no siendo, pretendió hacerse. «Seré…». Y el Hijo, siendo, se humilló. ¡Qué contraste! Él, siendo en forma de Dios, igual a Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo. Y el otro, siendo una criatura, dijo: «Seré semejante…». Y aquel que era la semejanza de la gloria divina, se despojó y se hizo un hombre, como si fuera inferior a los ángeles, y se sometió a las pruebas humanas, pruebas de verdad, como hombre y como criatura.

Dios, como Dios, no pelearía con Satanás. Pero permitiría que un hombre fuese tentado en todo conforme a nuestra semejanza. Por todos los flancos, Satanás lo empezó a tentar ya desde niño, porque él creció en estatura. Como Dios, no tiene que crecer; pero como hombre, tenía que crecer y aprender. Como Dios, no tiene que aprender; pero él se despojó y se hizo semejante a nosotros. Y fue probado de verdad. «Y por lo que padeció aprendió la obediencia».

Y Dios empezó a mostrar por qué él ama a su Hijo, por qué él es el heredero de todas las cosas, por qué su Hijo está en el centro de su corazón, por qué Dios hace todo con el Hijo, en el Hijo, por el Hijo y para el Hijo. La creación no sabía por qué. Pero, a partir de todas las cosas que Dios permitió que sucedieran, sin obligar a ninguna criatura, algunas de ellas, con su libertad, permanecieron fieles y otras se rebelaron.

Entonces, el Hijo tenía que ser probado de verdad, para que él fuera conocido, y también para que el propio Dios Padre fuera conocido, porque el que conoce al Hijo conoce al Padre, porque el Hijo es como el Padre, igual al Padre. No conoceríamos a Dios, si él no se revelara por el Hijo.

En el misterio de Dios, revelado en Cristo, están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia de Dios. De esa relación íntima de Dios el Padre con su Hijo en el Espíritu, brota toda la existencia del universo visible y del invisible; de ahí brota el destino de las criaturas; de ahí brota la función y misión delegada a cada criatura.

Inclusive, unas hierbitas, pueden producir ciertos remedios. Dios podría curarnos sin remedios; pero él quiere que existan las criaturas, y les delega una función. Dios podría cuidarnos sin necesidad de los ángeles; pero él quiere que sus ángeles representen Su cuidado por nosotros, y ellos nos tienen que cuidar, representando el cuidado de Dios.

Revelándose a Israel

Israel, como veníamos diciendo, tuvo que crecer y formarse en el tiempo cuando ya Satanás había oscurecido esa revelación primigenia, que la humanidad en sus principios había tenido, y había apartado la noción del Padre supremo del corazón de los hombres. Y los hombres habían llegado a confundir la naturaleza con Dios, dando honor y gloria a las criaturas y negándosela al Creador, como denuncia Pablo en Romanos 1, y ahí comenzó la perversión y la destrucción de todo. Ahí entró, como decíamos, el panteísmo, el dualismo, el politeísmo, la idolatría y todas las consecuencias de degeneración que eso trae.

Entonces, cuando Dios comenzó a revelarse a Israel, lo primero que tenía que revelarle era acerca de su propia unidad, y Dios enfatizó para con Israel la unidad. «Dios es uno». Es el corazón de la confesión monoteísta. Mientras los demás pueblos eran politeístas, habían sido engañados, y los demonios, ángeles caídos, habían pretendido hacerse los dioses de las naciones, y exigían sacrificios, y los aterrorizaban, Israel conoció al único Dios.

Y en Deuteronomio 6:4 está esa confesión que es el corazón de la fe de Israel, el monoteísmo: «Oye, Israel, Jehová nuestro Dios, Jehová uno es». Sin embargo, en el propio corazón de la confesión del monoteísmo, el único Dios, de pronto, habla en plural. Aunque confiesa claramente que es un solo Dios, no tiene ningún reparo en decir : «nosotros». Por eso dice: «Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza». El Dios único comienza a hablar en plural, y hasta el propio nombre genérico de la divinidad, Dios Elohim, está en plural.

Si tú fueras a decir dioses, con minúscula, tendrías que decir elohim, porque así se dice Dios y así se dice diosesElohim esDioselohim, también significa dioses. ¿Y cómo saber si es Dios o es dioses, si depende del contexto? Hay un versículo donde dice: «Elohim está en la reunión de los elohim». O sea, el Dios verdadero, con mayúscula; sólo que en hebreo no hay mayúsculas ni minúsculas.

En la traducción, nos toca saber a nosotros, por el contexto, cuándo es con mayúscula y cuándo es con minúscula. Cuando es el Dios verdadero, tenemos que decir Elohim con mayúscula, si se refiere al único Dios; pero cuando se refiere a los falsos dioses o a los que se llaman dioses sin serlo, hay que ponerlo con minúscula, pero en el lenguaje hebreo se dice de la misma manera –elohim.

Entonces, Dios inspiró que la palabra esté escrita como está escrita, y así nos toca recibirla; y lo que está escrito no es para confusión, sino para revelación. Entonces, ¿por qué Dios está usando para sí un nombre genérico de divinidad, de Dios, en plural? Porque si él hubiera dicho simplemente El, hubiera dicho Dios – como en algunos versículos dice El, con E mayúscula. Pero la manera más común de referirse a Dios en el hebreo, la palabra genérica de divinidad, es elohim, que es en plural; la terminaciónhim corresponde al plural masculino.

¿Y por qué el único Dios utiliza el plural, como si dijera dioses? Pero no dice: «Dijeron los dioses». No. «Dijo Dios:Hagamos…». Ya dijo Elohim, en plural, y ahora dice: «Hagamos al hombre a nuestra imagen…». Otra vez dice «nuestra». ¿Por qué el único Dios, su nombre lo usa en plural y habla en plural, a veces?

Y cuando dice «nuestra imagen», dice «nuestra» que es plural, pero dice «imagen», que es singular. ¿Por qué no dice«nuestras imágenes» y «nuestras semejanzas»? Dice «nuestra», pero dice «imagen»; dice «nuestra», pero dice «semejanza». ¿Eso qué quiere decir? Que en la Trinidad de Dios sólo el Hijo es la imagen.

Y eso se revela en el resto de la Escritura, que el Hijo, es la imagen del Dios invisible. El Dios invisible se refiere al Padre; pero la imagen del Dios invisible, en la que el Dios invisible se reconoce a sí mismo y se revela, es el Hijo. Y por eso él dice «nuestra imagen». O sea, que el Padre se siente fielmente representado en el Hijo. Oh, cuánto tiene que aprender la iglesia, vamos a decir, la antropología eclesiástica, porque habla del hombre-iglesia. Porque es la iglesia la que va a cumplir la misión del hombre.

El Padre y el Hijo

Dios dijo: «Hagamos al hombre…». Pero sólo la iglesia llegará a ser ese hombre. Porque, apenas había comenzado y ya se le fueron por las ramas los primeros padres, y todos los que nacimos después, nacimos todos torcidos, y ese hombre se volvió un viejo hombre, torcido.

Y tuvo que venir el Señor Jesús, y hacerse hombre, como un segundo hombre, vestirse de nosotros, y desenredarnos, llevar nuestra humanidad a la máxima potencia, a lo máximo de las posibilidades de la naturaleza humana, para estar en unión con su Padre, porque, como recordamos al principio, el hombre no fue creado para bastarse a sí mismo. Desde el principio, fue creado en función de Dios, para vivir con Dios, para dar lugar a Dios, para expresar y para representar a Dios colectivamente.

Porque, cuando dijo: «Hagamos…», ahí está la Trinidad. Ahí está involucrado el Padre. El Padre hace su parte, pero él no quiere hacer nada solo, y esa es otra cosa de la cual tenemos que aprender.¡Cuántas cosas hacemos solos!

Pero el Padre, que es Dios, que es todopoderoso, no hace nada solo. Él dice: «Hagamos…». Y antes de hacer, planea con el Hijo. Aquí, cuando tú lees en Proverbios capítulo 8, acerca de la sabiduría divina, que el Hijo de Dios, el Verbo de Dios, en castellano no aparece la traducción tan clara como aparece en el portugués. Por ejemplo, una versión en portugués, en Proverbios 8, dice que el Hijo era el arquitecto que estaba con el Padre. El arquitecto es el que planea con otro.

Si un arquitecto va a hacer una casa para una familia, él tiene que tener en cuenta lo que dice el padre de familia. Y si el padre es un padre en serio, no hará la casa sólo desde su punto de vista; también va a incluir el punto de vista de la mamá, y también procurarán ponerse en el lugar de los hijos. Porque así es Dios. Como Dios, es soberano, pero no es arbitrario.

¡Dios no hizo nada él solito! «Sin él, nada de lo que ha sido hecho, fue hecho». Eso nos muestra cómo Dios no hace nada solo. No planeó nada solo, no creó nada solo. Incluso cuando había que redimir, redimió usando al Hijo. «Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo» (2ª Cor. 5:19). Todo lo hace el Padre con el Hijo.

El Hijo y el Padre

Y el Hijo, la misma cosa. El Hijo dice: «…nada hago por mí mismo, sino que según me enseñó el Padre, así hablo» (Jn. 8:28). Y el Padre, porque ama al Hijo, le muestra todo lo que el Hijo hace. Él no quiere tenernos sólo en calidad de siervos que no sabemos lo que él hace. Dice: «Ya no os llamaré siervos … pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer». «Todo lo que el Padre me cuenta (y se lo cuenta todo) yo os lo he revelado. Por eso sois mis amigos, no sólo siervos».

El Señor hace, de los siervos, amigos. ¿De dónde aprendió eso él? De su Padre, porque él es la imagen de su Padre, él es igual a su Padre. Él representa al Padre sin distorsionarlo, él es el testigo fiel y verdadero de Dios. A Dios lo conocemos por el Hijo. Nadie conoce al Padre, sino por el Hijo.

Así es Dios. El único Dios es una Trinidad. Y por lo tanto, la iglesia es un cuerpo, y el hombre es una familia, y la obra es en equipo. Todo se debe a Dios. De ahí es donde brota todo. ¿Se da cuenta? Y dejarle a él guiarnos y enseñarnos, es lo que nos conduce a la verdadera sanidad. Para eso fuimos creados, no para quedarnos en el camino, sino para levantarnos de nuevo, limpios, perdonados, regenerados, renovados, transformados, para vivir como un solo cuerpo a nuestro único Dios trino.

«…como tú en mí…». ¡Ay, cómo será eso! ¿Cómo es que el Padre es en el Hijo? Eso nos lo tiene que enseñar el Hijo. «…y yo en ti…». Eso también nos lo tiene que enseñar el Hijo. Pero el Hijo dijo: «En aquel día conoceréis…». ¡Aleluya! Hay posibilidad de conocer este misterio. Ese es el trabajo del Espíritu Santo. «En aquel día conoceréis que yo estoy en mi Padre, y mi Padre está en mí, y yo estoy en vosotros con el Padre adentro. El Padre y yo vendremos, y haremos morada con ellos».

El Espíritu del Padre

La iglesia es la morada del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Por eso, al Espíritu Santo también se le llama, en la Biblia, el Espíritu del Padre, y también el Espíritu del Hijo. Esto es importante. Vamos a ver el Espíritu del Padre. Mateo 10:19-20.

«Mas cuando os entreguen…no os preocupéis por cómo o qué hablaréis; porque en aquella hora os será dado lo que habéis de hablar»«…os será dado», porque no se trata de hablar de nosotros mismos, sino que él nos hable a todos. «Porque no sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu de vuestro Padre que habla en vosotros». ¿Ve? La Biblia dice «…el Espíritu de vuestro Padre», y Jesús dijo que el Espíritu procede del Padre. Pero también dijo que procede de él, porque él lo envía, y cuando el Espíritu Santo viene, él viene. «No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros» (Jn. 14:18). «…rogaré al Padre, y os dará otro Consolador» (Jn. 14:16).

«…el Espíritu de vuestro Padre». O sea, que el Espíritu Santo nunca está solo ni suelto; él no habla por su propia cuenta. El Espíritu Santo habla lo que oye del Hijo y del Padre. ¿Se da cuenta? Así es el propio Dios trino. Él mismo dijo que cordón de tres dobleces no se puede romper, y así es la Trinidad. ¿Cómo no vamos a ser también así nosotros? Él nos ayude, ¿verdad, hermanos?, nos conduzca, nos trabaje, para poder encajar unos con otros en Dios, para ser uno en la Trinidad.

«…como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros…». Vamos a detenernos en ese como y en ese nosotros del único Dios. Entonces, pasemos a Romanos 8:11. Y aquí dice: «Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús…». ¿Quién levantó de los muertos a Jesús? Pues, nuestro Padre. «Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús –el Padre– vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros». No solo, sino por su Espíritu.

Aquí se le llama «el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús», o sea, el Espíritu del Padre. Pero Gálatas 4:6 nos habla del Espíritu del Hijo. «Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!». Pero, al mismo tiempo, dice la Biblia que el Espíritu es uno solo. Un solo Espíritu en el sentido de divinidad, de persona. En un lugar habla de los siete espíritus, pero si ves los nombres de los siete espíritus, te das cuenta que es el mismo.

Pero aquí dice «el Espíritu de su Hijo». El Espíritu es del Hijo; está relacionado de tal manera con el Hijo, que dice que nada habla por su propia cuenta, sino que «…tomará de lo mío». El Espíritu toma lo del Hijo, y todo lo que es del Padre es del Hijo; entonces es también del Padre y del Hijo. O sea, que el Espíritu Santo es el Espíritu que proviene del Padre y del Hijo.

Ese Espíritu contiene al Padre y al Hijo. El Padre ama al Hijo y el Hijo también ama al Padre; entonces, el Padre hace todo para el Hijo. Dice que le agradó al Padre que en el Hijo habitase toda plenitud. Entonces, hay una plenitud divina que fluye del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, una plenitud divina que proviene del amor del Padre y el Hijo, es el amor común entre el Padre y el Hijo.

Ese es el Espíritu que proviene del Padre y el Hijo. El Padre es el amante, el Hijo es el Hijo amado, y el Espíritu Santo es el amor compartido. El Padre ama al Hijo, le da todo al Hijo; el Hijo se lo devuelve todo al Padre, de manera que el Padre tiene plenitud, pero esa plenitud se la pasa al Hijo, y el Hijo la recibe y se la devuelve al Padre.

El Espíritu Santo en la iglesia

Entonces, dice: «…el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado» (Rom. 5:5). O sea, ¿qué es lo que Dios hizo para que la iglesia pueda ser una? Nos dio el Espíritu, que es el del Padre y el Hijo. El Espíritu del Padre y del Hijo es el Espíritu Santo en la iglesia. Por eso dice. «como tú en mí, y yo en ti…». Eso no lo sabe sino el Espíritu. ¿Quién conoce las cosas profundas de Dios, sino el Espíritu que está en Dios?

Si de nosotros se decía allá en Proverbios 20:27 que el espíritu del hombre es la lámpara que escudriña lo profundo del hombre, entonces, cuánto más el Espíritu de Dios es el que escudriña lo profundo de Dios (1a Cor. 2:10). Nadie sabe cómo es Dios, pero el Espíritu nos fue dado, para que conozcamos a Dios, participemos de la naturaleza divina, seamos introducidos en el seno de Dios, tengamos entrada por un mismo Espíritu al Padre (Ef. 2:18).

Que la iglesia esté en el Padre. Si la iglesia está en el Hijo, el Hijo la introduce al Padre. Entonces, el Padre está en el Hijo, y el Padre y el Hijo, por el Espíritu, están en la iglesia. Y ahora la iglesia, cuando está en el Espíritu, está en el Hijo, y cuando está en el Hijo, está en el Padre. Él está en nosotros y nosotros estamos en él, si andamos en el Espíritu.

Uno en nosotros

Entonces, «…como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros». Hermanos, hacia allá nos está conduciendo Dios. Nos quedamos maravillados de lo que Dios tiene en su corazón. Y nos miramos nosotros mismos, y decimos: ‘Señor, pero, ¿cómo fuiste tan valiente de agarrarme a mí? Voy a echar a perder toda la fiesta en el cielo’. ¿Verdad, hermanos? Pero él dijo: ‘No voy a dejar que la eches a perder. Te voy a limpiar, te voy a enderezar’, así como esas tablas de acacia del tabernáculo, que él las enderezó y las encajó una con otra, para contener la gloria de Dios en un solo tabernáculo.

A Dios no le queda grande ninguno. ¡Gracias a Dios! Él es capaz de hacer esto, si tú quieres; y esa es la cosa más seria, que él no lo va a hacer si tú no quieres. Porque, cuando él dijo que iba a hacer el tabernáculo, sólo sería con los que voluntariamente se ofreciesen de todo corazón, espontáneamente. Como es Dios, él no tiene apuro.

Sin apuro

Dios no tiene apuro. Él dijo: «Hagamos…». ¡Qué cosa se puso a hacer Dios! Hacer un hombre colectivo. «Hagamos al hombre…». No dijo solamente: ‘Vamos a hacer el primero, y si nos falla…’. ¿Dirá Dios algo parecido? ¿Será que el diablo le dañó a Dios sus propósitos? ¿Acaso no sabía Dios que había diablo? ¡Claro que sabía! Y cuando el Señor Jesús vino como hombre, ¿a dónde lo condujo el Espíritu? ¿No dice que al desierto, para ser tentado? ¿Y no dice que él condujo también a Israel para ser probado, y que aún dejó al diablo probar a la iglesia en Esmirna?

Dios quiere que todo se haga voluntariamente y se haga probado. ¡Qué Dios tan grande tenemos! Él no quiere apariencia ninguna, no quiere nada falso, nada que sea puro teatro. ¡Nada de eso! Bien fundamentado. Cada uno, empezando por su Hijo. Aunque el Padre no necesitaba probar al Hijo, todos nosotros necesitábamos conocer al Hijo, y por eso el Padre lo dejó venir como hombre, y como hombre ser probado.

Y él dijo: «Vosotros sois los que habéis permanecido en mis pruebas. Yo, pues, os asigno un reino» (Luc. 22:28). O sea, que hay que acompañar al Señor en sus pruebas, ver cómo él fue probado. Y cuando somos probados un poquito, que no es nada comparado con lo que él fue probado, o explotamos, o estamos por explotar. Pero el Señor, no. El Señor venció en la prueba. Gracias a Dios que él también murió por nosotros, para limpiarnos y empezar de nuevo. ¡Gloria a Dios!

Él fue probado, y nosotros también somos probados. Pero él murió, para que nosotros seamos perdonados, y nos da otra oportunidad para que nos levantemos para honrar al Hijo. Porque él dijo: «Hagamos esto», y él es capaz de hacerlo. Y él no se equivocó cuando escogió a las personas. Dios no se equivoca cuando escoge a las personas.

Dios sabía todo el futuro desde el principio, pero igual, así nos escogió; porque él sabía que al final llegaríamos. «…a los que antes conoció, también los predestinó … Y a los que predestinó, a éstos también llamó». O sea que, si fuiste llamado, no lo hubieras sido si no fueras predestinado.

Todo predestinado es llamado, todo predestinado es conocido de antemano. «…a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó». Limpió con su sangre, pagó su deuda con su muerte.

«…y a los que justificó, a éstos también glorificó». Y lo dice en pasado. La decisión y la realización, en Cristo, está hecha. Porque Cristo se vistió de nuestra humanidad, él ya pasó por la muerte, pero también por la resurrección y también por la glorificación. Nuestra humanidad, de la que él se vistió, ya fue glorificada en él.

Ahora, el Espíritu Santo toma lo que es de él y lo va pasando a nuestro espíritu para regenerarlo, y a lo largo de nuestra vida lo va pasando a nuestra alma para renovarnos, y por la renovación, transformarnos, y por la transformación, configurarnos individual y colectivamente a la imagen del Hijo.

Y mientras tanto, vivifica nuestros cuerpos mortales, adelantando los poderes del siglo venidero, hasta que, cuando él venga en gloria y majestad, nosotros también seamos manifestados con él en gloria, y seamos transformados. Y como él dijo que quitaría de nuestra carne el corazón de piedra y nos daría un corazón de carne, también quitará el cuerpo de la humillación nuestra, que nos humilla, y nos dará un cuerpo semejante al de la gloria suya.

Ese es nuestro destino. No vamos a distraernos por el camino; vamos a mirar adelante, vamos a confiar en el poder de la sangre, en el poder del Espíritu y en la decisión de Dios.

Dios dijo: «Hagamos esto», y lo está haciendo. Si él dijo: «Hagamos…», ahí está el Padre, ahí está el Hijo, ahí está el Espíritu Santo haciendo. Y todo lo hace en colaboración, y todo lo que se realiza con Dios y para Dios es en colaboración.

Lo que Dios está haciendo

Vamos, hermanos, a colaborar con Dios en lo que él está haciendo. Él nos escogió, sin engañarse acerca de nosotros, porque él conocía todo el camino, pero también el fin, desde el principio, y ahí es donde deben estar puestos nuestros ojos – en el fin. «…a los que antes conoció». Porque él dijo: «Hagamos esto», vamos a llegar a esto, vamos a introducir muchos hijos en la gloria. ¡Aleluya! Y eso es lo que él está haciendo – una nueva Jerusalén, teniendo la gloria de Dios. Eso es lo que Dios está haciendo.

Entonces, ¿cuál es el modelo? La Trinidad. ¿Cuál es el contenido? La Trinidad. La Trinidad no es sólo modelo; también es el contenido. «…como tú en mí y yo en ti…», ese es el modelo, es el cómo. Y nosotros debemos conocer ese como por el Espíritu. Como es el Espíritu del Padre y del Hijo, y está en nuestro espíritu, entonces Jesús tenía esa plena confianza en la obra del Espíritu.

«En aquel día, vosotros conoceréis que yo estoy en mi Padre y mi Padre está en mí». Conoceréis esto: tendréis la revelación de que el Padre está en el Hijo. Que el Hijo no se movía solo, sino en comunión con el Padre. Que el Padre ama al Hijo, y le muestra a él todas las cosas que el Padre hace. ¿Y para qué se las muestra? Para que el Hijo las haga igualmente con el Padre.

El Padre hace todas las cosas; pero él no quiere hacer nada solo. El Padre quiere hacer todo con el Hijo, y el Hijo quiere hacer todo con el Padre. El Hijo no hace nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre. Pero el Hijo sabe porque ve hacer al Padre; porque el Padre ama al Hijo y le muestra. Entonces el Hijo ve lo que quiere hacer el Padre; el Hijo discierne el movimiento del Espíritu. Basta una pequeña señal, y ya el Hijo sabe dónde está el Padre.

El Hijo conoce al Padre. Cuando estaba en la tierra como hombre, en sus pruebas, dice: «Él me ha dado mandamiento de lo que he de decir y lo que he de hablar. Las obras que hago, no las hago yo por mí mismo; el Padre que mora en mí, él me ha dado mandamiento». Ninguno lo veía, pero el Hijo lo veía. El Padre le muestra las cosas que él hace.

Ayuda y premia

Dios es amor, Dios se alegra en realizar a los que ama, participándoles lo que él es, y dejándoles que hagan con él las cosas, ¡incluso premiándolos por lo que él hace! Él es el que hace, pero hace contigo. Y después te premia a ti, pero tú sabes que fue él. Tú sabes que, si él no te hubiera ayudado, no hubieras hecho nada, pero él te va a galardonar como si hubieras sido tú el que hace las cosas. ¡Cómo es nuestro Padre! Pero sabemos que no hicimos nada, que guardamos Sus obras hasta el fin. Él quiere que las guardemos, pero son Sus obras.

Así es el Padre y el Hijo, así son las divinas personas del único Dios, de la Trinidad. El Padre ama al Hijo y le muestra. Y el Hijo, porque su Espíritu estaba despierto, percibía lo que el Padre estaba haciendo. El Padre lo hace, pero se lo muestra al Hijo, para que también él lo haga igualmente que el Padre, con el Padre. Así es Dios desde el principio, inclusive antes del principio de las cosas creadas.

Desde la eternidad, cuando planeaban, el Padre planeaba con el Hijo. La sabiduría divina, que es el Hijo, estaba con el Padre.«…antes de sus obras … yo era su delicia de día en día … delante de él» (Prov. 8). Y después, haciendo sus obras, nada hacía el Padre sin el Hijo; todo lo hacían ambos, en el Espíritu. Cuando «el Espíritu se movía sobre la faz de las aguas», no era independiente del Padre ni del Hijo. Eran juntos.

Fuimos creados para eso. «No es bueno que el hombre esté solo». No es bueno vivir aislado; no es bueno. Dios mismo, que es un solo Dios, es trino. Porque es amor, y ama de verdad, y tiene a quien amar, a su Hijo. El Padre ama al Hijo; él es Hijo de su amor. Planea con el Hijo, crea con el Hijo, redime con el Hijo, reina con el Hijo, juzga con el Hijo. Así es Dios; todo lo que él ha hecho, lo ha hecho en el principio del amor, en el principio de la participación, en el principio de la delegación.

A ti, Dios quiere verte hacer sus obras. Dice el Señor Jesús: «…y aun mayores hará, porque yo voy al Padre» (Jn. 14:12). Entonces, el Espíritu nos muestra lo que hacen el Padre y el Hijo. Porque así como el Padre le muestra al Hijo lo que él hace, el Espíritu nos muestra lo que ambos hacen, para que nosotros lo hagamos.

Entonces, no tenemos que estar muy distraídos con tanta cosa, sino muy atentos a lo que el Padre nos preparó, qué es lo que él nos organizó en la vida. Puede ser recoger un papelito debajo de la silla. Pero ese no eres tú solo – son el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo recogiendo papelitos, ordenando las sillas, lavando los platos, ayudando a los necesitados, llevando hasta su casa a los hermanos que no tienen carro. ¿Quién hace todas esas cosas de esa manera? El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Él hace las cosas grandes y las cosas chicas; él quiere expresarse en toda la cotidianeidad de cosas. Tú ya eres un hijo. Antes, en la Ley, había que escribir las cosas afuera. Pero él dice: «En aquel día, no me preguntaréis nada. El Padre mismo os ama; él os hará saber todas las cosas». O sea, que el Espíritu Santo se mueve dentro de ti, y es el Espíritu del Padre y del Hijo. Y él nos muestra lo que él hace, cosas grandes y chiquitas.

En lo grande y en lo pequeño está el Señor, y justamente, mientras más pequeña sea la cosa, más grande vemos que es Dios, porque sólo un Dios tan grande puede estar pendiente de tantos millones y millones de cosas pequeñas, y esas cosas pequeñas están todas conocidas por él.

Dios hace eso. Él no ha variado. Él hace milagros, pero también hace la vida cotidiana, y la vida cotidiana también es un milagro. Entonces, hermanos, a vivir todo lo pequeño, con el gran Dios trino. Amén.

Gino Iafrancesco

Mensaje impartido en Temuco, en Agosto de 2009.