Una buena parte del mundo científico hoy ve en el Neodarwinismo un afán más bien ideológico y dogmático que científico.

El filósofo inglés Daniel Dennet, paladín del ateísmo mundial, ha argumentado que la evolución es un «ácido universal» que corroe todas las visiones y hasta las bases del pensamiento humano.

Esta afirmación la hizo Dennet en su libro «La peligrosa idea de Darwin»1 («Darwin´s dangerous idea»), dando a entender que esta idea peligrosa no permite ninguna otra cosmovisión acerca del origen de la vida y de las especies, porque éstas quedan corroídas ante la idea Darwinista de la selección natural, pilar fundamental de la teoría evolutiva.

Esta idea, de acuerdo a Dennet, debe ser el principio que guíe a las personas, no solo en el ámbito biológico sino también en su actuar y pensar. Se trataría entonces de una verdad indesmentible, científicamente probada.

Sin embargo, la teoría de la evolución biológica viene siendo desafiada por variados descubrimientos científicos desde el primer tercio del siglo pasado, y este desafío se ha incrementado a tal punto que en la actualidad un número importante de estudios señalan que se debiese cambiar la teoría evolutiva (incluida la última versión), porque no se ajusta a los últimos descubrimientos. Los estudios provienen de varias áreas, pero especialmente desde la genómica y la biología del desarrollo.

¿A qué apunta entonces el «ácido universal» darwiniano, si la teoría está hoy en entredicho y con miras a ser reemplazada?

Antes de abordar la propuesta de Dennet, se hará una breve revisión histórica de la teoría evolutiva, y se revisarán varios artículos científicos y libros que están generando una revolución Khuniana en las ciencias biológicas (el filósofo Thomas Khun expresó los cambios bruscos de una teoría en forma de revoluciones).

Surgimiento de la «peligrosa idea» y sus versiones posteriores

La denominada «idea de Darwin», en realidad no es original del naturalista inglés, sino que es mucho más antigua, estando ya presente en las culturas egipcia, babilónica, griega, entre otras. A partir de estas ideas previas, Darwin propuso en 1859 que las especies estaban todas relacionadas porque descendían unas de otras desde un ancestro común. Este proceso de evolución de las especies se llevaría a cabo por selección natural, actuando sobre las variaciones producidas en las poblaciones de cada especie.

El paleontólogo Louis Agassiz, contemporáneo de Darwin y considerado uno de los grandes científicos del siglo XIX, no estuvo de acuerdo con la propuesta darwiniana desde sus inicios, porque no encontraba las evidencias fósiles que diesen cuenta del gradualismo al que apelaba la teoría evolutiva. Darwin reconoció esa limitación y la incluyó en su libro «El origen de las especies».

Pero la teoría evolutiva evidenció más problemas a medida que avanzaba el conocimiento de distintas disciplinas, y llegó a una crisis muy fuerte en las primeras décadas del siglo XX, donde la mayor parte de los biólogos no aceptaba a la selección natural como motor evolutivo, y había otras teorías que competían con la de Darwin (mendelianas, lamarkianas, neolamarkianas). Por ello el biólogo británico Julian Huxley le llamó a este periodo «El eclipse del darwinismo»2, donde algunos biólogos dieron por muerta esa teoría y descartada «por especulativa y por ser representativa de una corriente de historia natural pasada de moda».

A inicios de 1940, un grupo de biólogos especialistas en genética, embrio-logía y estadística, reinventaron la teoría darwiniana, la que luego sería bautizada como «La Síntesis Moderna o Neodarwinismo». Esta nueva teoría incluyó los postulados Darwinianos, la genética de Mendel (que se redescubrió a inicios del siglo XX).

Sin embargo, un par de décadas después, esta nueva teoría tampoco logra explicar la gran divergencia entre los seres vivos, y se enfrenta a fuertes críticas en diversos estudios científicos, los que fundamentan que no se puede hablar de evolución ignorando la embriología, la ecología y otras áreas de la ciencia.

Más allá del Neodarwinismo

Así entonces, en los alrededores de 1970, se empieza a gestar una nueva crisis en la teoría darwiniana (refor-mulada como Neodarwinismo en 1940), y se leen títulos como el aparecido en la revista Science en 1969 «Non Darwinian evolution»3.

Otros investigadores como Ho & Saundets (1979) señalaban que la crisis no era superficial sino que apuntaba a las bases de la teoría4: «La estructura Neodarwiniana básica, es decir, la selección natural de las mutaciones aleatorias, es insuficiente para explicar lo que hasta ahora se ha entendido como evolución darwiniana. No explica como habrían ocurrido los principales cambios evolutivos. Por otro lado, la evidencia muestra que los cambios genéticos son irrelevantes para la evolución».

Un siglo después de la primera crisis de la teoría evolutiva, surge una nueva batalla ideológica en el mundo científico, con visiones totalmente encontradas acerca de cómo debiese estar conformada la teoría evolutiva. Producto de esta nueva confusión, la mundialmente conocida revista inglesa Nature planteaba en octubre de 2014 la siguiente pregunta en su portada: «¿Necesita ser repensada la Teoría de la Evolución?»5. Algunos científicos respondieron «Sí, y de manera urgente». En tanto otros respondían «No, está todo muy bien».

La pregunta era importante porque en su formulación daba a entender que esta teoría ya no estaría explicando lo que parecía que explicaba muy bien. Otro artículo científico en 2009 ya apuntaba hacia la necesidad de reformular la teoría6, señalando lo siguiente: «El edificio de la Síntesis Moderna se ha desmoronado, al parecer, más allá de reparación», y agregaba que debiese considerarse una nueva teoría.

La nueva teoría, algo así como la Nueva Síntesis Extendida, tendría que agregar Epigenética, transferencia horizontal de genes, desarrollo embrionario, simbiosis, entre otros.

De este modo, la ciencia hoy se ve enfrentada al menos a dos cosmovi-siones respecto a la Teoría Evolutiva (en el sentido Darwiniano macroevolutivo). Están aquellos que consideran que no se trata solo de una teoría, sino que esta teoría estaría avalada por hechos y por evidencias científicas que están incrementándose cada vez más7, mientras que otros científicos tienen la convicción de que la teoría de la evolución dar-winiana está obsoleta8,9.

Fin del Adaptacionismo

En medio de esta confusión, la prestigiosa revista inglesa de Filosofía de las Ciencias (The British Journal for the Philosophy of Science) publicaba en septiembre de 2015 un artículo denominado «The Genomic Challenge to Adaptationism»10 (El desafío genómico al adaptacionismo).

Cabe recordar que el adaptacionismo es la piedra angular de la teoría evolutiva clásica. Es el concepto que explica en forma casi mágica (nunca se describen los procesos) como surgen nuevos planes morfológicos entre grupos de animales.

Por ejemplo, habría sido por adaptación que los animales terrestres lograron desarrollar extremidades al salir del agua a la tierra. Por adaptación las ballenas (que habrían vuelto de la tierra al agua), perdieron sus extremidades cuadrúpedas y habrían desarrollado aletas, etc.

El artículo citado asegura que estas explicaciones han sido solo historias, porque nunca se han dado argumentos desde la ciencia de la genómica, que es la que debiese tener la explicación.

Dentro de su resumen el artículo decía lo siguiente: «El adaptacionismo ha ofrecido historias del tipo solo es así», dando a entender que el gra-dualismo evolutivo debe ser aceptado, debe creerse, sin cuestionamientos, y luego agregaba: «como normalmente ocurre en todas las áreas de la biología» (evolutiva).

Es indudable que estas últimas afirmaciones son altamente provoca-doras y revolucionarias, y tal vez por ello este artículo está siendo uno de los más citados en la actualidad en la página web de esta importante revista de filosofía y ciencia. ¿Qué otras historias ha contado la biología evolutiva?

Muchas otras, que resultaría largo de enumerar, desde la fantasiosa «sopa primordial» que habría dado al origen de la vida, pasando por el «árbol de la vida» que integraría en sus ramas a todos los seres vivos, porque unos habrían descendido de otros (hoy la filogenia molecular habla de bosques de especies en vez de un solo árbol), hasta la afirmación que señala que nuestro DNA sería principalmente basura, lo que probaría los efectos de la evolución (hoy se sabe que prácticamente todo el DNA humano es útil).

Fin del Neodarwinismo

Otro importante estudio publicado en 2015 en una revista científica del Reino Unido, líder mundial en fisiología animal comparada (The Journal of Experimental Biology), señalaba que el Darwinismo como ciencia ha llegado a su fin: «Los resultados actuales en epigenética y campos de investigación biológica relacionados muestran que la teoría de la evolución, conocida como Síntesis Moderna (Neodarwinismo) requiere ser reemplazada»9.

En otra prestigiosa publicación científica, Biological Theory, se publicaba en 2011 un artículo titulado: «El destino del Darwinismo: Evolución después de la síntesis moderna»8 («The Fate of Darwinism: Evolution After the Modern Synthesis»).

En el resumen del artículo se decía lo siguiente: «Trazamos la historia de la síntesis evolutiva moderna, y del darwinismo genético en general, con el fin de mostrar por qué, incluso en sus versiones actuales, ya no puede servir como un marco general para la teoría de la evolución. La razón principal es empírica. El Darwinismo genético no puede acomodar el papel del desarrollo (embrionario) (y de genes en el desarrollo) en muchos procesos evolutivos».

Una cosmovisión ideológica

Este último artículo científico reconoce que la cosmovisión evolucionista darwiniana ya no sirve, y que existen razones empíricas que lo corroboran. Es la genética y el desarrollo embrionario (biología del desarrollo) la que la dejan sin efecto.

Luego en la introducción, este artículo confirma que el darwinismo ya no es ciencia sino una cosmovisión ideológica cuando señala que: «el Darwinismo considerado como una teoría de descendencia con modificación de un antepasado común… probablemente debiese seguir el mismo camino de otras ideologías o «meta narrativas» del siglo XIX». Dentro de estas ideologías se cita al Marxismo y al Freudianismo, siendo esta última una corriente de psiquiatría basada en el psicoanálisis de Freud.

Adicionalmente, los autores afirman que «El Darwinismo en su encarnación científica actual (la Síntesis Evolutiva Moderna), ha alcanzado el extremo de su cuerda». No habría más cuerda, por tanto, para sostener científicamente el evolucionismo neodarwiniano, y lo que queda es solo una cosmovisión, una ideología. De paso, estos autores señalan que otras teorías evolutivas serían también ideologías, aunque con menos fuerzas que el Darwinismo, el cual «aún lidera el gallinero evolutivo».

Entre las otras teorías evolutivas que cita esta investigación está el Lamarckismo (la herencia de los caracteres adquiridos, Lamarck, 1809), el Mutacionismo (las mutaciones son la principal fuerza del cambio evolutivo, De Vries, 1900), la Ortogénesis (evolución progresiva hacia un objetivo final ideal, Withman, 1919) y el Saltacionismo (evolución repentina, Elredge y Gould, 1972).

Sin embargo, aunque estos autores dejan en muy mal pie a las distintas teorías evolutivas, mostrando en su revisión fundamentos y evidencias contundentes, de todas formas confían que tendrá que surgir en algún momento una nueva teoría que se levante sobre las cenizas de las numerosas teorías anteriores. Pero esto no pasa más allá de ser una creencia en el naturalismo, el cual en algún momento podría revelar alguna ley desconocida que explique la macroevolución biológica.

La retórica de la teoría evolutiva y el ácido universal

A través de los distintos artículos científicos revisados, publicados en prestigiosas revistas de corriente principal en ciencia, queda claro que en la teoría evolutiva (darwiniana, neodarwiniana, o nueva síntesis) existe más confusión que claridad, y está lejos de ser un hecho que explica la disparidad biológica existente, como se suele afirmar tan categóricamente en ambientes académicos universitarios, escolares y en literatura especializada. Solo explica variaciones menores entre organismos de un mismo plan morfológico.

Por lo tanto, el «ácido universal» darwiniano al que alude Daniel Dennet, que corroe hasta los fundamentos del pensar y actuar humano, se circunscribe solo al ámbito ideológico, porque no tiene sustento científico. Parte del éxito obtenido en la difusión de la teoría evolutiva, se debe a la retórica empleada, la que ha afirmado fuertemente este paradigma teórico errado.

Así lo señala Depew (2013), donde afirma que la retórica ha jugado un importante rol en la difusión de la teoría evolutiva. Pero la retórica, de acuerdo a la definición de la Real Academia de la Lengua Española, no es solo la habilidad de difundir un discurso, un escrito o una teoría, sino que sería, además, «el arte de dar al lenguaje escrito o hablado eficacia para deleitar, persuadir o conmover», independiente de la veracidad o falsedad de lo que se promueve.

Y, en efecto, la retórica de la teoría evolutiva ha tenido un enorme poder de convicción, cautivando no solo a académicos y estudiantes sino también a líderes religiosos, políticos y a grandes intelectuales. Ella fue la que dejó en muy mal pie al que es considerado como uno de los más grandes filósofos de la ciencia del siglo XX, Karl Popper. Este filósofo dijo en primera instancia que la evolución no era una teoría científica, luego sufrió presiones y tuvo que retractarse, pero posteriormente volvió a afirmar que no le parecía científica la teoría darwiniana.

Popper le otorgó un carácter casi tautológico a la teoría darwiniana, al intentar explicar la evolución por medio de la sobrevivencia del más apto. Dice Popper en su libro «Conocimiento objetivo: un enfoque evolucionista»12 (publicado en inglés en 1972): «No parece haber mucha diferencia -si es que la hay- entre decir los que sobreviven son los más aptos, y la tautología: los que sobreviven son los que sobreviven». Una teoría tautológica no puede ser científica porque no tiene poder explicativo, no se puede probar.

Sin embargo, Popper intenta equilibrar su análisis (quizá previendo que le caerá una avalancha de ataques por atreverse a criticar la teoría evolutiva), señalando que el darwinismo podría ser de interés científico, si se le considera como un programa metafísico de investigación. Un programa metafísico permite explicaciones teleológicas, pero Popper afirma que «en principio, toda explicación teleológica podría algún día ser explicada en términos de una explicación causal»13.

Unos años más tarde (1977), en una conferencia que dio en Cambridge (Darwin College de Cambridge) 14, Popper contradice su primer análisis respecto a la teoría evolutiva, diciendo que esta podría ser una teoría científica.

Pero en su fuero íntimo, a Popper le seguía pareciendo que la teoría evolutiva o selección natural como él la llamaba, era un programa metafísico, y por tanto se «deberían buscar alternativas»15. Esto lo señaló en una entrevista en 1992, poco antes de su muerte, la que ocurrió en 1994.

Estas contradicciones que sufrió Popper son sin duda una muestra clara del poder retórico de la teoría evolutiva darwiniana, la que es difundida por una parte de la comunidad científica, urbi et orbi, como un hecho comprobado e indesmentible, no siéndolo.

La cosmovisión Darwinista

Debido a las nuevas anomalías que se han ido agregando a la teoría evolutiva, algunas de las cuales ya se han revisado en este artículo, se ha ido generalizando en el ámbito académico el concepto Darwinismo o Neodarwinismo, entendido este como síntesis de una cosmovisión totalizante, dogmática, asociada con verdaderos y fieles creyentes como Richard Dawkins o Daniel Dennet.

Junto con ello, la teoría evolutiva que subyace a esta cosmovisión, ha ido perdiendo paulatinamente ese enfoque estrictamente científico que posibilitaba la comprensión del origen y diversificación de los seres vivos en la Tierra.

Esto es muy interesante porque el uso de esta cosmovisión filosófica (Darwinismo, Neodarwinismo) está presente ya no solo en escritos de creacionistas y proponentes de la teoría del Diseño Inteligente, sino en una variada literatura científica de corriente principal, como ya se ha revisado previamente.

En efecto, esta concepción filosófica de Darwinismo o Neodarwinismo fue puesta en circulación principalmente por creacionistas, como una forma peyorativa de referirse a un área del quehacer intelectual humano que no es ciencia sino más bien fundamentalismo religioso.

Es necesario señalar también que científicos ateos como la bióloga Lynn Margulis, tuvieron comentarios similares para referirse a los seguidores de esta teoría evolutiva. Margulis muy dolida por el rechazo y menosprecio que recibió su propuesta alternativa al darwinismo (la Teoría de la Endosimbiosis), y además porque los darwinistas no reconocían las gruesas fallas del neodarwinismo, terminó diciendo lo siguiente: «La historia en última instancia juzgará al Neodarwinismo como «una secta religiosa menor del siglo XX, dentro de la extensa creencia religiosa de la biología anglosajona»16.

De este modo, parte del mundo científico hoy ve en el neodarwinismo un afán más bien ideológico y dogmático que científico. Es como si se quisiera seguir viendo las sombras y negarse a mirar la nueva realidad que entregan las luces del conocimiento científico actual. Así lo describió una de las principales revistas científicas del mundo en el área de la genómica en 2010.

Dogmatismo en lugar de ciencia

La prestigiosa revista Genome Biology publicaba en 2010 una editorial que provocó revuelo17. Esta se tituló «Sombras en el muro». El título del artículo aludía al mito de la caverna, descrito en el libro VII de La República de Platón.

Este mito describe a unos hombres que desde niños fueron encadenados para vivir en el fondo de una cueva, mirando al muro y dando sus espaldas a la entrada de la cueva. Con cierta ayuda, uno de los hombres se libera y logra huir. El camino a la salida de la cueva es difícil pero finalmente sale y se enfrenta a la luz del día. Cuando ve la realidad, que es muy distinta a las sombras que siempre había visto en el muro de la cueva, él se da cuenta que había sido engañado toda su vida.

Con esta tremenda experiencia vivida, regresa a la caverna para decirles a sus compañeros que las únicas cosas que han visto hasta ese momento son solo sombras y apariencias, y que el mundo real está afuera de la cueva, en el exterior. Las demás personas, que siguen amarradas mirando el muro, le toman por loco y no aceptan otra realidad. Ellos solamente creen en la realidad de las sombras que se reflejan en el fondo de la caverna.

A través de esta analogía, el Doctor en Biología molecular G. Petsko (Director de Genome Biology en 2010), señalaba que la mayoría de los biólogos en el mundo se han quedado mirando las sombras en el muro, como los prisioneros de la alegoría de la caverna de Platón. Simplemente no aceptan que la teoría evolutiva neodarwiniana esté obsoleta para explicar la macroevolución, pero, a pesar de ello, el paradigma no se cambia.

Petsko agrega que en ciencia, como en otras áreas del quehacer humano, existen practicantes ortodoxos, y visionarios innovadores. Los primeros son fieles al paradigma imperante y nunca lo cuestionan. Los segundos se atreven a innovar y rompen paradigmas.

Ambos tipos de visiones son necesarias dice Petsko. Pero luego hace una inquietante pregunta: ¿Qué ocurre cuando la ortodoxia se transforma en dogma? Ahí está justamente el problema con la teoría evolutiva actual (neodarwinismo o síntesis moderna), los practicantes ortodoxos se han aferrado tanto al paradigma darwiniano que no quieren cambiarlo, a pesar de las anomalías fundamentales que ha denunciado la ciencia de la genómica. Lo han transformado en un dogma.

La teoría de la evolución ha pretendido ser la piedra angular en Biología, por más de un siglo y medio, pero esta piedra ha basado su dureza no en evidencias científicas sino más bien en dogmas y en la retórica que los difunde. Uno de sus dogmas fundamentales ha sido el siguiente «»Nada tiene sentido en Biología si no es a la luz de la Evolución»18. Su proponente fue Theodosius Dobzhansky, uno de los fundadores de la actual genética de poblaciones.

Atendidos los avances de las ciencias biológicas en la actualidad, esta célebre pero malograda frase debió haberse escrito de modo muy diferente, si realmente se estaba pensando desde la ciencia: «Nada tiene sentido en Biología sino es a la luz del conocimiento objetivo».

Esto significa que la ciencia debe realizar una búsqueda de conocimiento sin decantarse a priori por una determinada filosofía o ideología, y que además debe estar siempre consciente de sus limitaciones. De lo contrario se cae en situaciones tan absurdas como lo es explicar por medio de la teoría evolutiva, entidades intangibles e imposibles de comprobar por método científico alguno, como es el origen de la conciencia, el origen de la vida o la espiritualidad humana, cuando no ha logrado explicar entidades tangibles, para lo cual fue creada, como lo es la disparidad biológica en nuestro planeta.

La verdadera ciencia solo debiese ir en búsqueda de la mejor explicación, aunque ello signifique salir del paradigma materialista o naturalista clásico. A partir de lo revisado en este artículo, es claro que el paradigma naturalista, unido a la fuerza retórica del discurso evolucionista, seguirán sustentando la teoría evolutiva, pero ello ya no será ciencia, sino una ideología.

Bibliografía

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