La Biblia dice en Génesis 6 que cuando Dios vio la irremediable maldad del hombre, y el extremo a que había llegado la corrupción y la violencia, dijo: «Raeré de sobre la faz de la tierra a los hombres que he creado» (Gén. 6:7). Fue, sin duda, una decisión muy fuerte. Sin embargo, por causa de que Dios es santo y es justo, llega un momento en que su santidad no puede sufrir más el pecado, y en que su justicia no puede sufrir más la injusticia. Entonces decide terminar con esa generación perdida.

Pero entonces encuentra un hombre que, en medio de la depravación reinante, ha apartado su corazón para Dios; uno que siente como Dios, que piensa como Dios, y que vive en la justicia de Dios. Ese hombre es atraído por Dios, para depositar sobre él la carga de una humanidad perdida. Noé pasa a ser una especie de ‘alter ego’ de Dios, un hombre a quien puede contar su tristeza, y con quien compartir sus planes. Noé se transforma en el vocero de Dios para la humanidad. Durante decenas de años, él fue un pregonero de justicia; sin embargo, su mensaje no fue escuchado.

Sí; el dolor del corazón de Dios se transformó en juicio. Y entonces vino la debacle y el espanto. Dios limpió su tierra, quitando aquello que la había contaminado. El Creador tiene todos los derechos sobre su creación, y procede sin consultar con nadie. Si el hombre está dispuesto a enmendar, escapará de la muerte; si persiste en su pecado, morirá.

Hoy en día, en que los derechos humanos llenan las actas de todos los acuerdos sociales, de todas las organizaciones internacionales, en que se levantan monumentos a los mártires del sufrimiento humano, los derechos de Dios son ignorados. Aún más, Dios es tildado de cruel e intolerante. El hombre que vaga lejos de Dios, no es amable con él; al contrario, dice cosas duras de él. Pero la paciencia de Dios tiene un límite, y cuando la corrupción excede los límites de la tolerancia, entonces nada puede detener Su juicio.

En los días de Josué, Dios decidió raer las naciones cananitas, debido a que esos umbrales habían sido superados. Cuando «llegó a su colmo la maldad del amorreo», Dios usó a Israel como su brazo vengador. En el libro de Josué no hallamos trazas de esa maldad, pero en algunos pasajes del Pentateuco hallamos una descripción detallada.

La maldad de Canaán se puede reunir en tres grandes aspectos: idolatría, prácticas ocultistas e inmoralidad. En cuanto a la idolatría, además de la infinidad de dioses que tenían, habían adoptado la práctica de la inmolación de sus propios hijos en ofrenda a sus deidades paganas; en cuanto al ocultismo, practicaban la adivinación, la hechicería, los encantamientos, la magia, la nigromancia, entre otros. Y en cuanto a lo tercero, toda desviación sexual, todo exceso, era la práctica habitual.

Esto trajo consigo el justo juicio de Dios. Sin embargo, no hemos de olvidar: antes del juicio, hubo dolor en el corazón de Dios. ¿Podemos compatibilizar en nuestra mente tan ideologizada por la cultura en boga, estos dos conceptos: el dolor del corazón y el juicio justo? En Dios no se contradicen, sino que son dos aspectos de una sola y misma realidad.

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