Efesios 1:22-23 nos dice: «Y sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo». Y Hebreos 2:8 también dice lo mismo:«Todo lo sujetaste bajo sus pies. Porque en cuanto le sujetó todas las cosas, nada dejó que no sea sujeto a él».

El libro de Efesios nos revela la obra consumada, la gloria de la iglesia, el misterio de Cristo, sus riquezas insondables. Todo está sujeto a Cristo como nos muestra Efesios, pero en Hebreos, al final del verso 8 y el inicio del verso 9 del mismo capítulo 2, el Señor nos muestra nuestra realidad cuando dice: «…pero todavía no vemos que todas las cosas le sean sujetas. Pero vemos…».

Una cosa es lo que el Señor consumó, y la otra es lo que ya hemos cumplido en nosotros. Una es Jesús como el Cristo, como el Hijo del Dios vivo, aquél que está sentado a la diestra de la Majestad en las alturas, con un nombre que es por sobre todo nombre, y otra es la iglesia siendo edificada, santificada, purificada por él (Ef. 5:25-26).

El Cristo personal está listo, con todas las cosas sujetas debajo de sus pies; el Cristo corporativo aún no. La cabeza goza de la plenitud de esa sujeción, pero su Cuerpo no. El Cristo personal ya goza de la victoria en su plenitud; el Cristo corporativo aún no: «Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono» (Apoc. 3:21).

Por otra parte, Cristo ya conoce plenamente a su iglesia, y también sabe lo que ella necesita para ser edificada. Él cuida de cada miembro de su iglesia hasta que éste llegue a la plenitud de su conocimiento. Él nos conoce, y un día lo conoceremos como somos por él plenamente conocidos: «…hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo» (Ef. 4:13).

El propósito del Padre desde antes de la fundación del mundo se completó en Cristo cabalmente, y ahora está completando esta obra por su Espíritu en todo el Cuerpo, para que este Cuerpo alcance aquello que fue alcanzado por Cristo:«…prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús» (Flp. 3:12).

Para esto, el Señor nos hizo uno con él. Un solo cuerpo, un solo Espíritu, una sola esperanza de nuestra vocación, un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos y en todos. Necesitamos una mente renovada, no solo para ver lo que está consumado en el Cristo personal, sino también para lo que todavía falta en el Cristo corporativo.

Toda la obra de Dios hoy se concentra en el Cristo corporativo, para que él llegue a tener todo lo que la cabeza tiene. Que el Señor nos dé espíritu de sabiduría y de revelación en el pleno conocimiento de él.

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